Diciembre 26, 2024

¿Europa está despertando?

Desde el derrumbe del imperio zarista-soviético, Estados Unidos se ha embarcado en una desquiciada carrera por la obtención de cada vez más poder mundial. Para esto ha utilizado su clara hegemonía en los organismos multilaterales económicos y la progresión de su indisputado poder político y militar, con la finalidad de subordinar cada vez más al resto del mundo a sus ambiciosos objetivos imperialistas. Perdió, de este modo, la clara posibilidad de convertirse en un país líder en un mundo unipolar.

 

 

Los círculos dirigentes estadounidenses priorizaron, en este sentido, el control creciente del medio oriente y el progresivo menoscabo de Rusia; con la gravedad adicional en este último caso de reintroducir el peligro de un enfrentamiento nuclear de dimensiones apocalípticas. Obviamente que para el logro de estos objetivos han requerido de la mantención y ampliación de la subordinación europea que se desarrolló con cierta racionalidad en el contexto de la guerra fría. Frente al rígido marco del Pacto de Varsovia y su total hegemonía por parte de la Unión Soviética, Europa tenía pocas opciones efectivas de desarrollar una política exterior más independiente de Estados Unidos.

 

Tristemente, Europa –para su desgracia y la del mundo- ha aceptado y acentuado una subordinación que no se compadece con su milenaria historia, con las oportunidades abiertas luego del fin de la guerra fría y con las evidentes necesidades de sus pueblos. Más todavía cuando la Rusia de los 90 se plegó a un neoliberalismo extremo y quedó en una posición mundial extremadamente frágil. Es difícil entender como los sectores dirigentes de las democracias europeas y el conjunto de sus instituciones, en lugar de aprovechar las circunstancias para enhebrar relaciones cada vez más armoniosas con la gran potencia euroasiática, se fueron sumando cada vez más al virtual cerco que le ha tendido Estados Unidos.

 

De este modo, la Unión Europea declinó desarrollar una política exterior propia que, sin antagonizar con el gran país norteamericano, se basara en sus intereses y valores.

Así, no solo no se opuso a la nefasta decisión para la paz mundial adoptada por Bush de terminar con los acuerdos de proscripción de los misiles antibalísticos suscritos por Nixon y Brezhnev en 1972; sino que además prestó “alegremente” su territorio para instalar dichos misiles, dirigidos obviamente de manera “preventiva” contra Rusia.

 

Además, en lugar de reformar sustancialmente a la OTAN integrando a Rusia; ha seguido el camino opuesto de estimular la incorporación a ella de países que antes estaban bajo dependencia soviética, ¡e incluso de estados (como los bálticos) que formaron parte del imperio zarista-soviético! Es decir, ha apoyado la nefasta política estadounidense de cercar y hostigar crecientemente a Rusia. Fruto de ello ya fuimos testigos de una pequeña guerra en 2008 entre Rusia y Georgia; en el contexto de la eventual incorporación de Georgia a la OTAN y de los deseos de autonomía de los osetios del sur que habían sido forzados por Lenin a integrarse al país nativo de Stalin.

 

Incluso, Europa ha llegado al extremo del servilismo con Estados Unidos. Expresión de ello –entre muchas otras cosas- ha sido el “préstamo” territorial para aplicar de modo secreto torturas, según reconoció el propio Senado norteamericano en los casos de Lituania, Polonia y Rumania. También lo ha sido la feroz persecución “judicial” de Julian Assange efectuada por Suecia y el Reino Unido. Y el increíble matonaje efectuado contra el avión de Evo Morales (¡obviamente, a “solicitud” del gobierno estadounidense que se imaginó que podría ir allí Edward Snowden!) por los gobiernos de España, Francia, Italia y Portugal.

 

Pero sin duda que la actitud europea de apoyar la demencial política estadounidense respecto de Ucrania está llevando al mundo a su crisis más grave desde el conflicto de 1962 entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Los nexos históricos y geográficos de Ucrania y Rusia, las enormes dimensiones del país, el que la represión stalinista fuese particularmente brutal en Ucrania y la composición étnica mixta del país convertían las relaciones entre ambos Estados en un asunto extremadamente delicado y que no podía resolverse en desmedro ni de los ruso-étnicos ni de los ucranianos propiamente tales. Es algo que Putin, pese a todo su autoritarismo político interno, comprendía muy bien. Pese a su extremo autoritarismo interno, Putin lo entendió así. Pero desde el virtual golpe de Estado propiciado por Estados Unidos el año pasado en ese país contra el gobierno democrático pro-ruso -¡por no querer integrarse a la Unión Europea!- todos los complejos equilibrios internos se desmoronaron.

 

En ese contexto fue completamente comprensible la readquisición de Crimea por Rusia, aprobada por la gran mayoría de sus habitantes. Recordemos que dicha península está integrada abrumadoramente por rusos étnicos y fue “donada” por Kruschev a Ucrania en 1954. Y también son perfectamente entendibles los intentos de los ruso-étnicos, contiguos a Rusia, de separarse del país. La promoción de la “reconquista” militar ucraniana de dichos territorios y las sanciones económicas occidentales a Rusia no hacen más que agravar el problema; así como la petición del nuevo gobierno ucraniano de incorporarse a la OTAN.

 

No obstante, el reciente armisticio negociado por Francia y Alemania con Rusia –y cuya gestión contó con la reveladora ausencia de Estados Unidos- abre esperanzas de que Europa esté despertando; y que inicie el abandono de su increíble y fatal -para  Europa y el mundo entero- subordinación a la desquiciada búsqueda estadounidense de hegemonía planetaria.

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