Diciembre 7, 2024

¿En qué momento se jodió la casta política chilena?

La pregunta de Gonzalo Zabala, en Conversaciones en la catedral, del escritor Mario Vargas Llosa, respecto al Perú, es perfectamente aplicable a nuestro país: ¿en qué momento comenzó a joderse la casta política? La respuesta no se hace esperar: desde el mismo momento en que la Concertación, triunfante en el plebiscito de 1988, comenzó a transar con la dictadura.

 

 

Con cierta razón se puede sostener que el ganador fue el SÍ, pues políticos antes demócratas, se convirtieron en esclavos de las grandes empresas – producto de las privatizaciones de Pinochet – y ninguno de los Presidentes de la Concertación se atrevió a tocar a millonarios derechistas que, asaltando el Estado, se apoderaron de prósperas empresas, adquiridas a precio de huevo. De este país nació el holding Penta – caja pagadora de la UDI -, Soquimich – cumple similar función con respecto a la Nueva Mayoría – y el imperio Luksic – ahora con la nuera de la Presidenta -. Guardando las proporciones los casos mencionados son tan funestos para Chile, sobre todo para la democracia, como lo fuera en su época la guerra del salitre para Perú.

 

Que el dictador Augusto Pinochet haya robado millones de dólares del erario nacional no nos debe sorprender, pues los tiranos, con su poder omnímodo, no hacen otra cosa que enriquecerse, tanto ellos como sus familias. Si durante mandato de Sebastián Piñera, un hijo suyo hubiera hecho lo mismo que el de la Presidenta Bachelet a nadie le extrañaría, pues este mismo mandatario se negó, durante mucho tiempo, a dejar sus propias empresas para luego dejarlas a su propio hijo. Asimismo, un brillante comodato ciego que aumentó su capital mucho más que si lo hubiera administrado en persona – hay “ciegos” muy buenos para los negocios, como el famoso “señor Comodato”.

 

Que los hijos más inexpertos y, tal vez, de menos luces que los padres, corresponde irremediablemente a la misma naturaleza, pues los genes se debilitan. En el caso de Federico Errázuriz Echaurren, no fue ni la sombra de su padre, Federico Errázuriz Zañartu; Pedro Montt fue notoriamente inferior intelectualmente a su padre, Manuel Montt Torres; Don Arturo Alessandri era mucho más brillante que su neurótico hijo, Jorge; Eduardo Frei Ruiz-Tagle es más limitado que el muy culto Eduardo Frei Montalva – el primero lee, apenas, “la mecánica popular” y, el segundo, interpreta a Thomas Mann y a Marcel Proust -; tampoco podemos establecer igualdad entre Ricardo Lagos Escobar y su hijo, Ricardo Lagos Weber. En el caso que nos ocupa ahora, no podemos culpar a Sebastián Dávalos de carecer del carisma de su madre.

 

Por mi parte, nunca he creído en los famosos empates entre presuntos delincuentes: los tres escándalos que han causado impacto en la opinión pública, Penta-UDI, Soquimich-Nueva Mayoría y Luksic-Caval son profundamente distintos. En el Penta-UDI están incluidos presuntos delitos tributarios y asociación para delinquir, cohecho, fraude al fisco, lavado de dinero y, sobre todo, elecciones fraudulentas; en Soquimich hasta ahora hay sólo presunciones de reparto de dinero, por medio de boletas falsas, para financiar campañas políticas de algunos personajes de la Nueva Mayoría; en el caso Luksic-Caval, lo que ha salido a la luz pública es una especulación inmobiliaria y un explosivo enriquecimiento, por cerca de tres mil millones de pesos, que favorece a los dueños de la empresa y, por consiguiente, a Sebastián Dávalos.

 

“El que se vayan todos” – como dijeron en Argentina – no sería ninguna solución para calmar la ira ciudadana con respecto a casta política. Así, de nada han servido las sendas renuncias de Dávalos, su cargo en La Moneda y el de militante del Partido Socialista, tampoco sirve la frescura de raja de Ernesto Silva al negarse a renunciar, al menos, a la presidencia de la UDI, ni los senadores y diputados a sus cargos de elección popular, dudosamente obtenidos, pues la repulsión popular a la casta política plutocrática ya es irreversible, pues el daño que los actuales empresarios y políticos han hecho a Chile no tiene parangón en la historia.

 

Nada ganamos al constatar que el gobierno no ha podido cometer más errores – tal vez por falta de tiempo – y existen pocos casos en la historia en que una Mandataria, muy popular como Michelle Bachelet, haya menguado su capital político tan rápidamente, y quizás tengamos que recurrir al ejemplo de Carlos Ibáñez del Campo – el “general de la esperanza” – en su segundo mandato, o a Napoleón “el pequeño”, para encontrar situaciones similares. Lo que sí está claro es que Chile se jodió y ahora tendrá que emprender una ardua tarea el tratar de enmendar el rumbo.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (el Viejo)

02/03/2015

 

 

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