Diciembre 9, 2024

El fin de la pesadilla binominal

¡Increible, el ridículo e injusto sistema binominal duró, nada menos, que 25 años! En la historia se ha aplicado solamente tres veces: la primera, en Chile, en 1911, propuesta por el último de los “pelucones”, Alberto Edwards Vives – historiador de mentalidad autoritaria, admirador del mercader Diego Portales y además, ministro durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, este último, militar de mano dura -; el segundo fue Polonia comunista, aplicado por el dictador Wojciech Jaruzelski; el tercero, nuevamente el chileno, copiado del de 1911, por la dictadura de Pinochet.

 

Por medio del sistema binominal se trata de igualar las dos combinaciones bipólicas, eligiendo sólo dos parlamentarios en los distintos distritos y circunscripciones. La exigencia de altas mayorías para aprobar los proyectos de ley, el espurio Tribunal Constitucional y el sistema electoral, forman parte de las trampas impuestas por el ideólogo de Augusto Pinochet, Jaime Guzmán Errázuriz, para asegurar que cualquiera fuera la mayoría circunstancial, se mantuviera incólume la democracia protegida.

 

Los cambios electorales han jugado, a través de la historia de Chile, un papel fundamental: si dejamos de lado la tesis de Hernán Ramírez Necochea que, en su esencia es una copia de la tesis del profesor Alejandro Venegas, de la obra Sinceridad, Chile Íntimo 1910, y nos basamos en la idea clásica sobre la guerra civil de 1891, podemos concluir, por lógica, que la llamada “libertad electoral” junto a la comuna autónoma, fueron los motores que impulsaron al bando triunfador. A nombramientos “a dedo” de parlamentarios por parte del presidente de la república, le sucedió el cohecho – un método que pretendía corregir el derecho a sufragio, entregado a “la plebe” – que equivalía a la dictadura bolchevique del proletariado para la oligarquía -.

 

El Bloque de Saneamiento Democrático, (1958), llevó a cabo la segunda revolución electoral y, con ella, la abolición del cohecho al institucionalizar la Cédula única, que permitió el triunfo de Eduardo Frei Montalva y, posteriormente, el de Salvador Allende.

 

Actualmente, el solo hecho de poner fin al binominal constituye, por sí mismo una tercera revolución electoral, cuyo impacto y trascendencia es aún inmedible, pues en historia es difícil pronosticar el futuro cuando apenas es capaz de analizar el pasado y, a duras penas, el presente.

 

Ningún sistema electoral puede llegar a la equivalencia perfecta entre sufragios y escaños, pues todos, en cualquier lugar del mundo democrático, favorecen a una u otra fuerza política. El sistema proporcional también distorsiona, pero es mil veces más adecuado al sistema chileno de partidos políticos que el mayoritario, sea a una o a dos vueltas, o, incluso, al sistema mixto, que se emplea en Alemania. La división del mapa electoral, realizada por los mismos incumbentes, siempre tiene que ser “un terno a la medida”, pues sería “demasiado honesto” si no se privilegiaran a sí mismos, razón por la cual, el pretender que cada voto valga igual es una utopía inalcanzable. En la época democrática – previo al golpe de Estado – había distorsiones monumentales, por ejemplo, en el primer distrito de Santiago se elegían 18 diputados, mientras que el tercero, que contaba con más habitantes, sólo elegía a cinco representantes.

 

Personalmente, estoy muy de acuerdo en que se reduzca el número de firmas exigidas para la formación de partidos políticos, pues en mi visión de libertad de asociación, en la práctica no debiera darse ningún requisito de firmas, más bien centrar el control en el cumplimiento de la función de educación cívica y, sobre todo, de la interna, para combatir la ley de Robert Michels – toda organización crea burocracia -. Por otra parte, creer que por medio de leyes electorales pueda controlarse la proliferación de partidos políticos, a mi modo de ver, es ilusoria, pues no hay concordancia entre los sistemas electorales y los sistemas de partidos políticos. Veamos el caso de Chile: desde comienzos del siglo XX han existido, hasta ahora, entre siete y nueve partidos políticos, sea cual sea el sistema electoral vigente en cada época, pero lo que sí es letal para la democracia electoral es el sistema de pactos, listas, federaciones y confederaciones; por ejemplo, cuando se permitió la existencia de partidos federados y confederados, el resultado fue un bipartidismo espurio que, a la larga, radicalizó el sistema político, (léase la tesis de Giovanni Sartori). Por lo demás, el sistema de listas, acorde con la aplicación matemática de D´Hont, siempre favorece al primero de la lista, y distorsiona de tal forma que, por ejemplo, en la época republicana hubo un candidato a regidor, que fue elegido con solo un voto – ni siquiera logró el de su familia – pero la alta votación de la lista en la cual se presentó fue favorecida por el sistema electoral vigente.

 

En otros artículos estaremos entregando elementos históricos de comparación sobre sistemas electorales.

Rafael Luis Gumucio Rivas

15/01/2015

 

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