La preocupación central en Occidente en el año que se va y en el que nace es la desigualdad. Y también llegó a Chile, primero en la calle y ahora con la reelección de Bachelet.
El 2014 se inició con el informe sobre los riesgos mundiales para ese año del Foro Económico Mundial (Davos), sobre la base de una encuesta a sus asociados, la flor y nata del capitalismo, en la que se pregunta cuales son las principales preocupaciones para el año que venía. Por primera vez, la desigualdad ocupó el segundo lugar. Esa inquietud ya la tenía el Presidente Obama. Y se sumó, un hecho insólito, nunca ha sido un tema del cargo, la Presidenta del Banco Central norteamericano.
El Príncipe Carlos del Reino Unido presidió la inauguración de la iniciativa para un capitalismo inclusive de Lynn de Rothschild, quien dirige la sociedad dueña del muy conservador The Economist. El libro académico de más 700 páginas en inglés, Capital, de un joven economista francés, Piketty, que profundiza el tema de la desigualdad como parte del capitalismo patrimonial, se convirió en un sorprendente éxito de ventas y le dio a su autor la popularidad de una estrella del rock en los EE.UU.
El Fondo Monetario Internacional, la CEPAL, economistas famosos, como Larry Summers, etc., volvieron a ser keynesianos. Proponen un aumento de la inversión pública en proyectos seleccionados por su relación con la productividad, también con deuda pública, ya que por su rendimiento se pagan por si solas.
La tecnocracia economicista en retirada
La tecnocracia economicista, que rigió los destinos occidentales en la posguerra fría, disminuyó su inflluencia en la opinión pública. Martin Wolf, el gran economista del Financial Times, llegó a decir que la tendencia hacia la abstracción y la matematización en la enseñanza de la economía fue un pacto con el diablo. Y Greenspan, el príncipe del economicismo de mercado, confesó su indignada incredulidad ante el Congreso de su país por la gran recesión del 2008. Años más tarde, cita los espíritus animales de Keynes como responsable. Al hacerlo, menciona por primera vez en su vida a ese gran economista británico.
Los buenos números de crecimiento del PIB perdieron importancia para la ciudadanía, solo los ricos ganaban. Mientras los salarios disminuían su participación en la economía: de 80% al 65 % en Japón a de 71 % a 63 % en EE.UU., y los de la Unión Europea entre ambos. La causa fue la expansión de la revolución conservadora que iniciaron Thatcher y Reagan, a la cual se sumó la tercera vía de Blair, que traspasaron la industria al Asia emergente.
A vía de ejemplo, General Motors, la principal empresa mundial en 1950-60, ocupaba 1 % de los trabajadores norteamericanos. Y la de hoy, Apple, solo el 0,05 %. En parte se debe al traslado de casi toda su producción a China, pero los obreros chinos poco ganan con Apple. Lo que pagamos por sus productos no se relaciona con el coste de producción, sino con el dominio del mercado por la empresa. Ese proceso favoreció el notable crecimiento asiático, en especial de China y la India, además de joyas como Singapur y Corea.
El economicismo financiero, las exportaciones, el crédito desmedido y el consumo de lujo de los rentistas fueron insuficientes para mantener la estabilidad económica occidental a partir de la gran recesión del 2008. La cohesión social, la confianza y la acción gubernamental son ahora indispensables.
Incluso el primer artículo del 2015 de Foreign Affairs se titula “El Estado Innovador: los gobiernos deben construir los mercados, no solo repararlos”, como lo han hecho desde el ferrocarril a la tecnología de la información, pasando por la industria aereoespacial. Y hoy comienzan a hacerlo China, Alemania y Dinamarca con las energías renovables. La Brookings Institution, un influyente centro moderado de análisis con sede en Washington, por su parte, propone la lectura de 14 libros dedicados a la igualdad, entre ellos el de Piketty, para entender el mundo del presente.
Obstrucción en EE.UU. y clientelas partidistas en Europa
Curiosamente no ha habido una reacción generalizada en la clase política occidental, para algunos una casta.
La derecha norteamericana se dedicó solo a obstruir con el fin de trastocar al gobierno de Obama. En parte lo logró, pero el presidente norteamericano impuso la mejor recuperación, aunque también mediocre, de la gran recesión en el mundo desarrollado. Mas esa derecha, después de ganar las elecciones del Congreso, intenta redefinir su ideología con un proyecto de gobierno, el “reformismo conservador”, que incluye la pobreza y las desigualdades. En Chile, en cambio, no sabe que decir en múltiples libros recientes de sus líderes.
En Europa se prefirió la austeridad y los partidos sociales, tanto cristianos como laicos, brillaron por su ausencia. De organizaciones de militantes pasaron a ser de clientelas, la desigualdad creció y aparecieron amenazas antipolíticas, más por la extrema derecha, pero también por la izquierda. Piketty rechazó incluso la legión de honor que le otorgó el presidente Hollande, quien hunde al socialismo francés con políticas económicas reaccionarias.
La enorme popularidad del Papa Francisco
Tal vez por ese vacío institucional y el discurso del Papa Francisco, con su teología del pueblo, que defiende la igualdad y critica la supuesta economía del derrame, según la cual la riqueza de los millonarios mejora los niveles de vida de los pobres, la popularidad del Pontífice creció a niveles desconocidos. En sus propias palabras: “tenemos un sistema económico que coloca en el centro el dinero, una idolatría, y descarta a las personas. Ese sistema es inhumano”. O “No esclavos sino hermanos”. También es popular por su pacifismo, su rol mediador en el acuerdo cubano norteamericano, y pragmatismo eclesiástico, reconoce la moral de la sociedad del siglo XXI.
Insiste en que la muerte nos democratiza e iguala, todos moriremos, ricos y pobres, dictadores y siervos. Tal vez por ello, los que se creen poderosos tienen un alzheimer espiritual y practican el terrorismo de las maledicencias, basta escuchar en nuestro país a los hijos del pinochetismo, aunque se aprestan a no mencionar más esa paternidad, y a los que se convirtieron.
La popularidad del Papa supera con creces al mundo católico, en cuyo clero encuentra una fuerte resistencia en la derecha que invadió la Curia Romana y la Iglesia con el Opus Dei, los Legionarios de Cristo y otros integristas.
Según una reciente encuesta mundial de Pew Research, el 60% tiene una opinión favorable y solo un 11 % desfavorable de Francisco. La región menos entusiasta es el Cercano Oriente, pero incluso ahí hay un empate a 25%. Donde es más popular es en Europa, 84 a 11 %, seguida por EE.UU., 78 a 11%, y América Latina, 72 a 8%.
La desigualdad frena el crecimiento
Esa popularidad, más el cierre del 2014 con una encuesta de los riesgos mundiales para el 2015 del Foro Económico Mundial, que elevó del segundo al primer primer lugar la desigualdad. Y el informe de la OCDE, que concluye, léalo bien: la desigualdad frena el crecimiento, nos permite ser optimista.
Nuestro momiaje político y empresarial, con sus conversos, quedaron al desnudo. La codicia y la avaricia no son solamente pecados mortales, también los son económicos. Con todo, tenemos alguna gracia, a pesar de nuestro pequeño tamaño y gigantescas desigualdades las reformas de Bachelet interesan bastante más allá de nuestras fronteras; seguiré con este tema en un próximo artículo.