Antes que nada habría que escribir que escribir es fijar una palabra en el vacío y después agregar una palabra a esa otra para que en algún momento se descubra una idea a lo menos comprensible para quien la escribe. Dibujar, en cambio, es casi lo contrario, es crear una idea en sí misma con cada figura que se constituye, por pequeña que sea, en el fondo informe. Y sin embargo…
Un asesinato, una matanza, es como un dibujo que parte en algún lugar de la geografía mental de un individuo que se hace eco de una moral desintegrada y paradojalmente tan rígida como ese individuo es capaz de sostenerla. Con dos o tres que se entiendan, pueden luego llegar a ser veinte o treinta, doscientos o trescientos, veinte mil o trescientos mil…
Miles de hombres y mujeres son seguidos o perseguidos cada día por policías o agentes del Estado, espías o detectives, familiares, locos o enamorados… pero a diferencia de estos casos, recordar ahora la matanza de París del 7 de enero es un acto en que se concentran el dibujo y la escritura, las señales avant-garde (de vanguardia) de la libertad de expresión, la zona más peligrosa en el mar de las ideas.
El semanario “Charlie Hebdo”, es una de las pocas publicaciones que ha mantenido en grado mayor el ideario de mayo del 68, aquel temporal de sentido y razón que dio vuelta al mundo en más de un sentido y por más de una razón. De ahí que la incursión de dos fulanos –enviados- en su sede, donde se encontraba buena parte de su equipo creativo, alcanza lo inefable, lo que no se consigue decir.
Quienes hablan constantemente del futuro y de grandes cifras económicas tienen aquí su mejor desmentido. La matanza del 7 de enero en París comprueba en forma desoladora que el pasado siempre está presente, para bien y para mal, y que con sólo 30.000 ejemplares divididos entre miles de millones de personas se puede dar un resultado como éste. En nombre de Cristo o de Mahoma se podrá perder la cabeza, pero ya no es posible impedir el anhelo de libertad de expresión y la recomendación de los poderes fácticos a la autocensura.
La matanza del 7 de enero no es un atentado a la democracia contenida en las frases y farsas de políticos profesionales, sino una ráfaga de exterminio a la síntesis de la vida: el humor. El dibujante o el pintor es el “oriental de la escritura”, aquel que tiene la capacidad de convertir 3, 4 ó 5 trazos en la imagen o idea más sucinta y poderosa a la cual puede llegar un humano. Y la sátira, que proviene de la poesía griega, es el nombre del juego en que nada ni nadie queda por encima del otro…