México DF.- En entrevista con Clarín.cl Víctor Jiménez (1945), arquitecto y director de la Fundación Juan Rulfo, desmitifica a los presuntos coeditores de Pedro Páramo: “A partir de 2001 decidimos ampliar la investigación y encontramos cada vez más datos, afirmaciones de los protagonistas de la leyenda, y fui creando este mosaico de documentos y testimonios que quedaron reunidos en el libro Pedro Páramo en 1954 (RM/UNAM, 2014) que tiene un corte fundamentalmente académico. La crítica literaria tiene que leerse con pruebas y documentos, sobre todo cuando hablas del origen de una novela”. Víctor Jiménez también abordó los detalles de la recuperación de los originales de Rulfo, que el Fondo de Cultura Económica se negaba a entregar. Por otra parte, describió el próximo libro con las fotografías inéditas de Rulfo, y adelantó la posibilidad de publicar una antología de textos inéditos de Rulfo. En exclusiva compartió la logística para conmemorar el Centenario de Rulfo: “Descartamos la idea de que participen los políticos. No estará ninguna institución oficial involucrada”.
MC.- Víctor, ¿cuáles son los antecedentes del libro “Pedro Páramo en 1954”?, ¿cuándo descubrieron las tres revistas con los fragmentos que publicó Juan Rulfo en 1954?
VJ.- Comencé a saber de las revistas hace quince años. A finales de la década de 1990 me empezó a llamar la atención que se supiera tan poco de ellas y que unos pocos investigadores tuvieran ubicadas las revistas. Su redescubrimiento era relativamente reciente en términos históricos: se habían olvidado. El investigador Juan Manuel Galaviz, en 1980, recuperó dos de las tres revistas (Letras Patrias y Universidad de México), y Jorge Ruffinelli registró la tercera (Dintel). En conjunto eran un documento interesantísimo de investigación para ver cuál fue la estrategia creativa de Rulfo, porque mientras está en el horno una obra literaria va sufriendo cambios. A veces las publicaciones previas difieren mucho de lo que termina siendo la publicación definitiva del libro; en este caso yo pensaba que era al revés, no había tantos cambios -era un estado de la obra muy cercano al definitivo- y que se podían sacar conclusiones al respecto.
También te vas enterando de las versiones sobre el origen de Pedro Páramo (1955), de lo que caricaturiza José Emilio Pacheco en un Inventario de agosto de 1977, de que Rulfo había llegado con mil cuartillas de su novela al Fondo de Cultura Económica y ahí le ordenaron rápidamente los capítulos y quedó listo el libro (sic). Tengo muchos años de ser historiador de la arquitectura, de estudiar archivos y documentos, soy muy cauteloso sobre cualquier afirmación donde hay un choque con la lógica, porque había uno con el estado del texto que aparecía en las tres revistas. Y cuando la señora Clara Rulfo recuperó el original de Pedro Páramo te das cuenta de que es un texto escrito de manera corrida; que esa fantasía de Juan José Arreola, que sustentaban otros –Antonio Alatorre y Alí Chumacero– perdía de vista datos básicos de una investigación: cuál es la naturaleza del original y cómo está integrado el libro.
Las contradicciones comenzaron a ser cada vez mayores. Recuerdo que estuve en Alemania –antes de trabajar en la Fundación Rulfo–, en la Universidad de Bielefeld, donde se inventaron un Coloquio sobre Rulfo (1997) con la participación de la embajada de México. Me tocó escuchar la versión que daba Juan Villoro de lo que decía Juan José Arreola, sobre que movieron –como quien maneja papeles sueltos– los fragmentos, con Arreola en el papel de director general “decidiendo” cómo ordenar los capítulos y qué páginas quedarían excluidas. Intervine en el Coloquio, y le dije a Villoro: “lo que tú estás diciendo no se sostiene con los hechos que yo conozco”: Otros participantes, ahora europeos, que habían hablado con Arreola dijeron: “alguna vez viajó a Portugal y también nos dijo lo mismo que Villoro”. Pero yo no puedo creer en la palabra de una persona cuando habla de antecedentes que conozco. Ya había leído la copia del mecanuscrito de Pedro Páramo en el Centro Mexicano de Escritores. No podía creer que alguien que no piense en términos tan concretos como las tres revistas y el mecanuscrito sostuviese la versión de Arreola. El caso fue que con el tiempo reuní las piezas del rompecabezas.
El principal antecedente data de 2001, cuando publicamos en la página digital de la Fundación Rulfo el texto Algunas leyendas de principio a fin, que es la primera aproximación al tema. Con los datos que tenía en ese momento analizaba el problema, y como investigador de arquitectura describí los documentos, por ejemplo: “son 127 páginas tamaño carta, están numeradas de esta forma o de esta otra, y las características físicas del original son: el texto está corrido, hay espacios en algunos cambios de capítulos o a veces sólo para dar aire a la página”. Si nadie se refería a las características físicas del original estaban diciendo estupideces, no había nada extravagante en el original de Rulfo, como para emitir una idea sustentada en la versión de Arreola: fue entonces, constatando que los cuentos de Arreola al respecto, y la naturaleza del original más la existencia de las tres revistas, donde se veía el orden de los fragmentos es el mismo que tienen en la novela. La conclusión es que no hubo cambios en Pedro Páramo como lo afirmó Arreola. En 1993 estuve en una comida donde concurrimos Jorge Ruffinelli, Carlos Fuentes, Silvia Lemus, Salvador Elizondo, Luz Fernández de Alba, Arreola, su hija Claudia y yo. Eran dos mesas, recuerdo cómo estábamos sentados, y ya sabía de la búsqueda de Ruffinelli de todos los datos que concernían a esta leyenda negra. En la comida Ruffinelli le preguntó a Juan José Arreola si tuvo alguna participación en la edición de Pedro Páramo, y Arreola respondió: “No, yo no tuve nada que ver en eso. Nada absolutamente. Nada que ver”.
Cuando la señora Rulfo recuperó –en 2001– los mecanuscritos de Pedro Páramo y El Llano en llamas que aún estaban en el FCE, Alberto Vital me dijo: “¿qué te parece si los presentamos el 16 de mayo –cumpleaños de Rulfo– en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM?”, y así fue que convocamos a los estudiosos y a la prensa. Los dos mecanuscritos estuvieron en una vitrina. El reportero César Güemes, de La Jornada, llegó a la presentación y ahí le platiqué los detalles de la comida con Ruffinelli, Arreola, Fuentes y Elizondo; dos días después La Jornada publicó la crónica, cuando todavía estaban vivos Arreola, Chumacero y Alatorre.
MC.- Además de los involucrados en la leyenda de la “edición” de “Pedro Páramo”, también estaban vivos dos testigos de la comida: Carlos Fuentes y Salvador Elizondo.
VJ.- Sí, La Jornada publicó la crónica de Güemes en la contraportada, un lugar muy visible, pero ninguno de los aludidos pidió su derecho de réplica, y tampoco pudieron repetir su leyenda negra con los mecanuscritos. A partir de 2001 decidimos ampliar la investigación y encontramos cada vez más datos, afirmaciones de los protagonistas de la leyenda, y fui creando este mosaico de documentos y testimonios que quedaron reunidos en el libro Pedro Páramo en 1954 (RM/UNAM, 2014) que tiene un corte fundamentalmente académico. La crítica literaria tiene que leerse con pruebas y documentos, sobre todo cuando hablas del origen de una novela.
MC.- El mecanuscrito original de “Pedro Páramo” se conservó en el FCE hasta el año 2001, la copia al carbón estaba en el Centro Mexicano de Escritores, ¿había una copia en el archivo de la familia Rulfo?
VJ.- En el Archivo de Rulfo había una fotocopia Xerox de la copia al carbón de Pedro Páramo y del original de El Llano en llamas. Cuando fui con Alberto Vital al Centro Mexicano de Escritores pedimos otra fotocopia de la copia al carbón de Pedro Páramo –porque la fotocopia Xerox que teníamos era de mala calidad–. Cuando llegué a la Fundación Rulfo –en 1998– comenté con la familia que era necesario solicitar al Fondo de Cultura Económica el regreso de los originales de Rulfo, porque siempre pertenecen al autor Entonces estaba como director del Fondo Miguel de la Madrid –una de las peores épocas del FCE–, y ahí se enquistó el grupo de Octavio Paz para tomar las decisiones del FCE. Cuando la Fundación Rulfo le envió una carta a De la Madrid no se dignó en responder y sabemos que el grupo de Octavio Paz le dijo: “no regreses los originales”, importándoles un rábano la legislación, así son ellos.
En 1999 la señora Clara Rulfo decidió que Pedro Páramo y El Llano en llamas salieran del FCE, los libros estaban muy mal editados, de forma corriente, se desbarataban, la edición del FCE era la peor encuadernada y mal hecha de entre las 50 traducciones de Rulfo en el mundo. El caso es que se retira a Rulfo del FCE, sale Miguel de la Madrid, llega Gonzalo Celorio y volvimos a solicitar la devolución de los mecanuscritos, Ya no estaba ahí uno de los presidentes más nefastos de México (1982-1988), y dijimos: “vamos a ver qué responde el nuevo director del FCE”. Gonzalo Celorio preguntó al departamento jurídico del FCE y le dijeron que, en efecto, los originales pertenecen al autor o sus herederos. Yo estuve en la casa de la señora Clara cuando llegó Celorio para entregar los mecanuscritos de Rulfo que conservó el FCE desde la década de 1950. Cuando llegaron los documentos los comparamos y describí las características físicas para el texto: Algunas leyendas de principio a fin (2001), porque los elementos de la materialidad de los originales son muy importantes. Si los que se inventaron el cuento de los ayudantes de Rulfo olvidaron la materialidad eso habla de una gran frivolidad intelectual, para no decir que una estupidez muy amplia.
MC.- El crítico literario Jorge Ruffinelli es amigo de los hijos de Juan Rulfo, ¿se acercaron a Ruffinelli para conseguir las copias de las tres revistas con los fragmentos de Pedro Páramo?
VJ.- No, sólo he visto a Ruffinelli una vez en mi vida, en la comida con Fuentes, Arreola y Elizondo. Las tres revistas (Letras Patrias, Universidad de México y Dintel) no estaban en el Archivo de la familia Rulfo, tampoco tenían los números de la revista América donde publicó siete cuentos de El Llano en llamas. Seguramente se extraviaron las revistas porque Juan Rulfo se mudó varias veces. Yo conseguí las tres revistas con bibliófilos, compré los ejemplares para la Fundación Rulfo. Hace diez años se publicó una edición muy descuidada llamada Los murmullos antes de Pedro Páramo (INBA, 2005), con copias de las tres revistas y un fragmento del mecanuscrito, sin un estudio crítico, con una presentación de Jorge Zepeda apenas en la cuarta de forros, lo único que pudimos incorporar. Dada la mala calidad de esa publicación nos quedamos con la intención de seguir complementando la investigación y hacer una edición digna de la revisión que merecía Pedro Páramo.
MC.- Tal vez la familia le dio prioridad a los 7,000 negativos fotográficos de Rulfo y los textos inéditos, por eso descuidó las revistas durante las mudanzas…
VJ.- La familia es muy cuidadosa con el archivo, hablo de las mudanzas cuando vivía Rulfo –con la familia se mudaron de la calle Tigris a Nazas, luego se van a Jalisco, regresan a la Av. Insurgentes en la ciudad de México y a la calle Felipe Villanueva esquina Manuel M. Ponce–, pero también pienso que cada autor tiende a dejar de lado los textos previos cuando sale publicado su libro, porque no se trata de ser un investigador de sí mismo.
MC.- Le pregunté al académico Jorge Zepeda sobre la posibilidad de reeditar “Los murmullos antes de Pedro Páramo” con las tres revistas y el mecanuscrito en Sexto Piso (Clarín 19/03/2009). ¿Cuál fue el argumento de Sexto Piso para no publicar el libro?
VJ.- En algún momento la editorial Sexto Piso se interesó en publicar nuestro libro; hicieron una maqueta e iniciaron los trámites con la Agencia Balcells, que representa a la señora Rulfo, pero al final sentí que no les interesó, o tal vez pensaron que el libro podría ser conflictivo, temiendo la reacción de estas “vacas sagradas”, porque estaban vivos Chumacero y Alatorre. O quizá trataron de no pisar callos de otros, porque publicarían la mentira de Juan Villoro y mi desmentido en Alemania; es una pena que Sexto Piso decidiese no publicar el libro, porque la UNAM no tuvo problemas en coeditarlo con RM. Ahora los lectores saben que cuando tú te conviertes en transmisor de una leyenda, con el tiempo te pasarán una factura que tendrás que pagar.
MC.- ¿Cuál es el aporte de los ensayos escritos por Alberto Vital y Jorge Zepeda en el libro “Pedro Páramo en 1954”?
VJ.- En el caso de Zepeda, por la importante investigación que viene desde su tesis de licenciatura, al hablar de la recepción inicial de una obra literaria no te limitas al momento de su publicación, sino que te vas años atrás. Parte de la recepción de Pedro Páramo implica la reacción ante los adelantos de las revistas, lo que era ya un tema del territorio de Zepeda, y por eso pensamos en él como presentador del libro, puesto que está familiarizado con la investigación. Y ya te comenté que fue iniciativa de Alberto Vital presentar los mecanuscritos en la UNAM en 2001; además, la última vez que fui al Centro Mexicano de Escritores me acompañó a solicitar una reproducción de la copia al carbón de Pedro Páramo y de todos los documentos administrativos de Juan Rulfo. Alberto Vital estaba muy cercano al proceso del libro y pensó: “yo no voy a meterme en las partes que ustedes aborden, me interesa saber los cambios que hubo en la estrategia de la onomástica, porque los nombres de los personajes cambian y hasta el del pueblo Comala”. La perspectiva de Alberto enriquecía el libro, son tres puntos de vista sobre un mismo conjunto de documentos.
MC.- ¿Cómo describirías la recepción de la prensa mexicana y española ante el lanzamiento del libro “Pedro Páramo en 1954”?
VJ.- Después de su presentación en el Segundo Coloquio de la Cátedra Juan Rulfo –a finales septiembre de 2014–, hemos visto que la reacción ha sido mucho más fuerte de lo que imaginábamos, por el interés de los medios de comunicación y por los investigadores de la obra de Rulfo. Recibimos una carta desde Argentina para preguntarnos si el libro Pedro Páramo en 1954 estará a la venta en Sudamérica, porque alguien leyó la noticia en El País (21/11/2014). El tiraje fue comprado al contado por los distribuidores mexicanos a la editorial RM, y en la librería Gandhi se agotaron los ejemplares, y la editorial RM está pensando en la reimpresión y convertirlo en un libro de catálogo –no de edición única o dos tirajes más, sino que quedará permanentemente disponible–; no sería justo que en tres años nadie pueda comprarlo.
MC.- ¿Los otros dos confabuladores y “asesores” de Rulfo se retractaron?, ¿la prensa que difundió la falsa versión hizo un revisionismo histórico ante la enorme Fe de erratas?
VJ.- José Emilio Pacheco –en el texto de 1977- dice: “50 veces he escuchado esta versión y por primera vez lo pondré por escrito para que quede el testimonio en negro sobre blanco de que esta versión existe y de que la estoy desmintiendo”. Eso significa que este tipo de rumores circula a nivel de chisme (copucha) porque es donde menos te pueden agarrar con los dedos en la puerta. Alí Chumacero siempre se deslindó, lo citó Marco Antonio Campos. Alatorre se descarta a sí mismo, pero apoya a Arreola como protagonista de la leyenda. Alatorre y Arreola eran paisanos de Rulfo y creo que a los dos les pasó que nunca pudieron digerir la importancia que adquirió Rulfo, y trataron de dañarlo, porque Alatorre y Arreola eran muy mezquinos. Ahora será imposible que las versiones de chismes de cantina o café sigan circulando. Pienso que un libro como éste, con una sólida documentación que lo respalda, necesitaría, para ser refutado, un trabajo hecho con un rigor histórico equivalente, y citas documentales como pruebas, y no las hay. Conozco el territorio de Pedro Páramo al derecho y al revés, he leído todo lo que se ha escrito al respecto.
MC.- Cambiando de tema, ¿qué tipo de libros editará la Fundación con las fotografías y los textos inéditos de Rulfo?
VJ.- En el contexto de la Cátedra Rulfo, la UNAM inauguró una exposición de fotografías tomadas por Rulfo en los patios del ferrocarril en Nonoalco y Tlatelolco. La doctora Estela Morales –coordinadora de Humanidades de la UNAM– nos preguntó al verla: “¿por qué no hacemos un libro catálogo?”, y fue una idea maravillosa. Desde el año pasado fuimos investigando por qué Rulfo hizo estas tomas. Sabíamos que a finales de 1955 acompañó a Roberto Gavaldón –como asesor– en la filmación de la película La Escondida (protagonizada por María Félix), con una temática vinculada al ferrocarril. Después descubrí que Gavaldón filmó el documental Terminal del Valle de México, y que en 1956 Rulfo tomó fotos de la estación de Tlalnepantla, lo que no podía ser una casualidad. Seguramente en el rodaje de La Escondida Gavaldón invitó a Rulfo para que participara en el documental.
La investigadora Paulina Millán, coautora del libro catálogo, localizó en la Filmoteca de la UNAM el documental, que dura 24 minutos, con el color muy alterado. Quizá no está completo, es un documental de carácter propagandístico y oficial, sobre los ferrocarriles nacionales. Lo que fuimos descubriendo es que hay tomas de la película, que hicieron los camarógrafos de Gavaldón, que son prácticamente lo mismo que las tomas fijas de Rulfo, y seguramente iban en el mismo vehículo, a veces un pequeño avión: las tomas áreas están hechas codo con codo, el que lleva la cámara cinematográfica y Rulfo con su cámara fija. Mi amigo Alejandro Suárez Pareyón –investigador y arquitecto– ha estudiado el tema del impacto del ferrocarril en la ciudad de México, desde el siglo XIX hasta la actualidad, y lo invité a participar en el libro catálogo con un texto. Nos ayudó a identificar los lugares que aparecen en las fotografías de Rulfo. También participó en el libro Manuel Perló –del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM–, y esto complementó un texto ya existente de Raquel Tibol sobre estas fotos de Rulfo, que igualmente se incorporó, pero en un contexto documental más preciso: ella pensaba que José Luis Martínez había tenido un papel protagónico en este proyecto, pero no. El libro catálogo con las fotografías de ferrocarriles está coeditado por RM y la UNAM, llegará a México a mediados de enero. Tenemos la idea de publicar libros para profundizar en el conocimiento de cada proyecto fotográfico de Rulfo, y este de Ferrocarriles funciona a la perfección.
MC.- ¿Existe la posibilidad de publicar textos inéditos de Rulfo entre 2015 y 2017?
VJ.- Hay cosas que son viables en la medida en que la investigación avance. El año pasado publicamos una antología sobre Ignacio Manuel Altamirano donde incorporamos un texto inédito de Juan Rulfo sobre Altamirano –con generalidades biográficas y sobre su novela El Zarco, además de su papel como crítico literario–, ese texto pertenece a un conjunto que Rulfo escribió en 1982 sobre escritores del siglo XIX. Posiblemente con un trabajo de fijación de cada texto, más una investigación paralela, podrían aparecer en algún momento los apuntes de Rulfo sobre la literatura mexicana del siglo XIX.
MC.- Finalmente, ¿qué actividades coordinarán para el Centenario de Juan Rulfo en 2017?, ¿cuándo darán a conocer el programa?
VJ.- Para el Centenario de Rulfo tenemos una idea: la intención es que no sea un acto realizado por y para políticos. Descartamos la idea de que participen los políticos en ninguno de los niveles. Rulfo es el único escritor mexicano que tiene algo de manera muy abundante: lectores; otros no, y es una pena. En otros centenarios se hace mucho ruido quizá para tender una especie de nube de color sobre el hecho de que no tienen lectores: mientras más espectaculares sean los cohetes que arrojan a la atmósfera, y más ruido hacen, me pregunto: ¿quiénes son los lectores de este autor?, ¿existen?. Tenemos un plan para lanzar varias convocatorias a los jóvenes, a los estudiosos, a los viejos, de reflexiones sobre la obra de Rulfo, abriremos convocatorias de ensayos y cápsulas digitales. Lo que sí pensamos es que no tenga nada que ver, ni en el más remoto caso, con los festejos oficiales ya conocidos para escritores y artistas. No se parecerá absolutamente en nada. Ya se nos acercaron algunos funcionarios: “tenemos que pensar en el Centenario de Rulfo”, y nosotros les decimos: “sí, nosotros te llamamos”, pero no les adelantamos que no estarán incluidos, que no estará ninguna institución oficial involucrada. Parecería que ellos apoyan a Rulfo cuando en el fondo se cuelgan, es lo que pasaba en la FIL Guadalajara: después de que les retiramos el nombre al Premio Rulfo, el director de la FIL –Raúl Padilla– llegó a decir: “nosotros hemos hecho famoso el nombre de Rulfo” (risas), si eso creen ellos, quizá nunca lo han leído ni saben de las más de 50 traducciones de Pedro Páramo en todo el mundo. Dudo que Raúl Padilla haya leído algo de Rulfo, ellos se colgaban del nombre Juan Rulfo, se beneficiaban.
No perdemos de vista que cualquier institución oficial que se quiera acercar al Centenario de Rulfo será para colgarse de un nombre prestigioso, pero la sociedad civil existe. Rulfo tiene lectores muy variados, desde Jorge Luis Borges, García Márquez, Mario Benedetti, etcétera. Alguna vez fui a Oaxaca con Juan Francisco Rulfo y una amiga nos llevó a una cafetería y centro cultural, ahí estaba un anciano campesino oaxaqueño recitando de memoria cuentos completos de Juan Rulfo sobre un escenario, porque alguna vez llegó a su pueblo un ejemplar de El Llano en llamas, leyó los cuentos y se quedó enganchado para siempre. Cuando nos retiramos mi amiga nos dijo: “ustedes escucharon algunos cuentos, pero el anciano también se sabe de memoria Pedro Páramo”. La gama de lectores de Rulfo es fantástica, yo no pongo ni a Borges, ni a García Márquez por encima de ese campesino, quiero decir que todos los lectores están al mismo nivel, pero hay una variedad enorme. ¿Un escritor necesita algo más que lectores? Ya tenemos planes para el Centenario, llegaremos de la obra de Rulfo al lector de Rulfo sin intermediarios, esa intermediación institucional pienso que no sólo no aporta, sino que resta.
*Una versión preliminar de esta entrevista salió publicada en La Jornada Morelos (06/01/2015). Clarín.cl publica la edición completa de la entrevista con el arquitecto Víctor Jiménez, el 7 de enero, en el 29 aniversario luctuoso del escritor y fotógrafo Juan Rulfo (1917-1986).