El doctor Mercurio, un viejo ciruja y empresario de periodistas, dedicado por siempre a los negocios más tenebrosos y los inventos más monstruosos, decidió una noche de oscuridad absoluta crear un hombre con los desechos de varios cadáveres y echarlo a caminar, a ver qué sucedería.
Tomó (como siempre) restos del cementerio de una universidad norteamericana, unas piernas de alguien que había sido maratonista atacado por yihadistas, un cuero cabelludo peinado con mechón engominado, un pulmón de tendencia conservadora, un hígado de ordenado expositor y un pequeño cerebro de un econometrista muerto en un accidente vehicular después de dictar una conferencia en un salón perteneciente a un gran empresario recién detenido por la ley. Alió todo ello con los órganos humanos que faltaban, las extremidades superiores y los envoltorios químicos correspondientes, que no es necesario detallar aquí. Lo ternió y, después de lavarlo y afeitarlo, lo echó a andar.
Anduvo el joven Frankenstein chileno, con una sonrisa permanente y su peinado, dejando muy ordenadas las cuentas que le ponían por delante, apretando las escuálidas faltriqueras de los pobres, dando franquicias para los ricos emprendedores, desinflando el PIB por no mirar más allá de sus fronteras y dando seminarios igual que una de sus piezas fundantes.
Luego el joven Frankenstein estudió en EEUU donde a Mercurio le habían pasado no pocos billetes, militó en Expansiva, aprendió a modular (con lo que ya embrujó a los grandes empresarios, que de cosas tan finas no saben nada) y puso en su cara una sonrisa permanente, que ni de noche se borraba.
El doctor Mercurio mandó sacar fotos de cada una de las actividades de su criado y las publicó reiteradamente, con titulares, hasta que todo el mundo se informó de ellas. Lo alabó muy alto, como si su invento fuera un dechado de virtudes. Esperaba el doctor Mercurio que Frankenstein tomara el camino de la derecha-derecha y se fundiera en ella, que se veía cada vez más cadavérica y que él quería mantener sonrosada y con vida. Para algo serviría este recién creado.
El nuevo Frankenstein, que ahora viviría resumido dos veces, ambicionó mucho más de lo que el doctor Mercurio habría previsto y, de alguna manera, se distanció de él pero no mucho.
Primero, cuando nadie se lo esperaba salvo algunos extremadamente moderados y momios de la antigua Concertación, que buscaban un líder extraño y con él un milagro, el joven Frankenstein fue precandidato nada menos que a la Presidencia de la República en contra de su antigua señora, a la que él había servido en su primera vida y había jurado jamás enfrentar y a la que el doctor Mercurio realmente desdeñaba y rechazaba porque ni se había dejado operar por él ni compartía con él su lema de Dios de los Ladrones y Mentirosos, que así se llamaba el primer Mercurio romano. Sacó poco Frankenstein pero, como sus competidores no sacaron nada salvo su antigua señora que lo ganó al galope, salió segundo, con destacada votación en los sectores encopetados y nula en los medios y pobres.
Luego, aunque Mercurio siempre lo ocultó, como lo había hecho con los crímenes de la dictadura, la guerra de Afganistán y las torturas en el norte entre otras, se supo (y hubo juicio) que el nuevo joven Frankenstein chileno, contradiciendo todo su discurso y sonrojando hasta a sus más desvergonzados partidarios, había recibido suculentos aportes de un grupo de malvados llamado Grupo Cinco (Penta en griego), que operaba para ello con dineros fiscales, es decir con dineros de todos los habitantes del país que Frankenstein decía querer servir y no servirse.
Entonces, Frankenstein, el esperpento creado por Mercurio, mostró la hilacha. ¡Y qué hilacha!
Sus pocos partidarios entraron en tiritón y empezaron a dudar. Si recién ahora, se decían, el joven Frankenstein nos sale con ésa, con qué nos saldrá cuando tenga de verdad algo de poder y sus flácidas piernas de ex maratonista lo conduzcan, un poco más macizas, quizás a qué desfiladero…con todos nosotros a su siga?
Entonces, dos o tres que venían del PPD, uno que venía del PR y cuatro o cinco que venían de la DC (entre ellos la hija de un viejo jerarca), tomaron distancia y tornaron su cabeza a sus antiguas residencias para ver si los dejaban volver.
Se desinfló Fuerza Pública como antes había sucedido con Expansiva.
Un solo y perdido seguidor, que de esto sabía muy poco y de lo otro casi nada, siguió tras Frankenstein olvidando incluso que éste había sido una criatura del doctor Mercurio que, como todas las que Mercurio creaba, al poco tiempo dejaban de funcionar porque para que haya verdaderamente nuevos seres humanoides habrá que dejar pasar nuevamente unos siete millones de lo que llamamos años.
Frankenstein terminó desbarrancando solo. Cayó al abismo.
No se sabe si su único y porfiado seguidor le siguió los pasos. Total, siempre fue un desconocido.