Hipocritilandia, el país de los fariseos, está más nauseabundo que nunca. Por ejemplo, las castas en el poder ya no disimulan sus continuos robos – ¿para qué lo van a hacer si los pocos que votan son tontos, pues ni siquiera se dan cuenta que eligen a pillines? -. De las instituciones públicas, mejor ni hablar y la ciudadanía las desprecia a causa de su ineficiencia y que diputados pobretes se convierten, con celeridad, en riquetes, a costa del dinero de todos los chilenos, en vez de destinarse a la construcción de hospitales y escuelas. En pocos lugares se ha visto un pueblo más dormido y apático que el chileno y sus amos lo tienen completamente idiotizado, tal vez fumando “opio”, aconsejado por Camilo Escalona.
Se supone que los ministros deben ser día y noche el alter ego de la Presidenta de la República y les está vedado tener pensamiento propio y hacer declaraciones a la prensa, pues en Chile, igual que en la corte de Luis XIV, el único que manda es el rey, los demás son funcionarios – cortesanos – que deben rodearlo y protegerlo en cada uno de sus actos de la vida diaria, desde que levanta, hasta que se acuesta – el único personaje que se ha salvado, hasta hoy, es el embajador en Uruguay, un “Rogelio” que expresó la gran verdad de que los democratacristianos propiciaron el golpe de Estado de 1973 -.
La ministra Helia Molina, muy simpática y preparada por cierto, se le ocurrió atreverse a pensar que los ministros tenían derecho expresarse libremente ante cualquier medio de comunicación, olvidando que en una monarquía absoluta, como la chilena, los ministros son apenas mozos de la reina y que como fusibles, se les puede sacar ante cualquier “desatino”. En el caso de la doctora Molina, decir algo tan evidente como que las niñitas cuicas acuden a las clínicas privadas para abortar, provocó un escándalo de proporciones, difundido especialmente por la derecha y otros grupos reaccionarios que, una vez más, demuestran que son los dueños de Chile y a ellos sí les está permitid hacer lo que quieren con la Presidenta-reina, pues al fin y al cabo, la consideran como una empleada más y que como tal, debe acatar sus órdenes, caprichos y deseos.
En un abrir y cerrar de ojos, los hipócritas – cual “sepulcros blanqueados” – salieron de sus covachas para condenar a la ministra hasta con las penas del infierno, exigiéndole que su deber debe limitarse a denunciar estos delitos ante la Fiscalía correspondiente. En estas lides, tomaron la palabra la ex vocera de Sebastián Piñera, Cecilia Pérez, el ministro Jaime Mañalich – sólo faltaron “los protectores” de la infancia Fernando Karadima y John O´Reilly -.
Es evidente que los ricos en Chile pueden atropellar las leyes sin problema alguno, por ejemplo, el financiar partidos políticos y candidaturas con dineros del Banco Penta, usar información privilegiada para hacerse millonario, casos Bilbao-Hurtado, ser declarado inocente luego de atropellar a un peatón, estafar a través de tarjetas de crédito, colusión de farmacias, pollos y transportes y, cuando sus niñas “andan en malos pasos”, pagar lo que sea necesario a clínicas privadas para salir del impase, sin mencionar que muchas de ellas pueden viajar a países civilizados y modernos, donde el aborto es legal. Sólo en la “Beocia” de América Latina está vedada toda forma de aborto, incluso el terapéutico.
Tal es la hipocresía de las castas dominantes que su héroe, don Diego Portales, tenía toda la razón cuando afirmaba que “no creía en Dios, pero sí en los curas”. Este pragmático comerciante sabía muy bien que estos hombres de sotana, salvo honrosas excepciones, han sido siempre enemigos jurados del progreso: no tienen ningún respeto por la individualidad de la mujer y el uso de su cuerpo – incluso, en un Concilio los cardenales aún se cuestionaban si las mujeres tenían alma o no -.
Rafael Luis Gumucio Rivas
31/12/2014