Diciembre 26, 2024

Dibujos  hechos durante la prisión política

Días atrás, celebramos un nuevo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948.  Esta carta surgió en respuesta a los horrendos crímenes cometidos por el régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial, conflicto que cobró la vida de 66 millones de personas, 6 millones de los cuales fueron incinerados en hornos crematorios.

 

 

Suponíamos que esta histórica resolución protegería el futuro de todos los habitantes del planeta, haciendo imposible la repetición de semejantes atrocidades.  Lamentablemente no ha sido así. 

 

Son incontables las violaciones a los Derechos Humanos cometidas en muchos países durante los últimos decenios. Mencionemos una de las más recientes: la desaparición de 43 estudiantes normalistas en la localidad de Ayotzinapa hace menos de 3 meses, crimen inconcebible que se mantiene en la impunidad, mientras el gobierno mexicano aparece atrapado por las mafias del narcotráfico.

 

Igual consternación ha provocado la divulgación del informe del Senado norteamericano, dando a conocer las aberrantes torturas inferidas por la CIA a los  musulmanes secuestrados en el presidio de Guantánamo.

Y como corolario de estos episodios, la Cámara de Diputados de nuestro país, acaba de rendir un minuto de silencio en homenaje a Augusto Pinochet. ¿Qué explicación podemos darle a las decenas de miles de familias  chilenas víctimas de la más cruenta dictadura conocida  en la historia del país, que entre otros de sus múltiples ultrajes, clausuró el funcionamiento del propio Congreso Nacional?

 

¿Qué explicación damos a los pueblos del mundo entero, a sus gobiernos y parlamentos, a la Organización de las Naciones Unidas que sistemáticamente condenaron las violaciones a los Derechos Humanos que tenían lugar en nuestro país?

 

¿Acaso el mundo no miraría estupefacto que el Parlamento de Alemania rindiera hoy día  un homenaje semejante a Hitler?

¿Hay alguna diferencia entre uno y otro genocida?

 

A pesar de este panorama  decepcionante, la preservación de los Derechos Humanos es un deber irrenunciable. Una tarea cotidiana y abnegada. No podemos aflojar.

 

Instituciones análogas a este Museo nos muestran el camino a seguir. Han transcurrido casi 70 años del término de la Segunda Guerra Mundial y este año,  la Casa de la Memoria y la Historia de Roma, inauguró una exposición con el título: “Cuando murió mi padre”, que incluye una colección de 40 dibujos realizados por  niños eslovenos entre 7 y 13 años, ilustrando los traumas experimentados durante su estadía en los campos de concentración del norte de Italia.

 

 

Por su parte, el Museo de Auschwitz, organizó hace poco una muestra titulada “Arte Prohibido”, conteniendo fotografías de dibujos hechos por algunas de las víctimas antes de su ejecución.  Pawel Sawiki, vocero del Museo sintetizó la exposición  al señalar que: “para los internos, el arte era una forma de evadirse de la brutal realidad”.

 

Nuestro Museo de la Memoria desarrolla al respecto una labor admirable.  Amplía y renueva constantemente su muestra, además de acoger múltiples actividades artísticas, seminarios y debates, contribuyendo así a extender la conciencia de los chilenos en su responsabilidad de  cautelar por el respeto a los  Derechos Humanos.  

 

El libro que hoy presentamos es un capítulo más en esta noble misión.

Es una verdadera joya. Contiene una selección de los dibujos donados al Museo de la Memoria, por quienes fuimos confinados en algunos de los numerosos centros de detención que la dictadura habilitó a lo largo del país.

 

La publicación, muy bellamente diagramada, incluye entrevistas efectuadas a cada uno de los autores de los dibujos, o a sus familiares en el caso de quienes ya fallecieron o permanecen desaparecidos. Además, trae una descripción de los diferentes centros donde estuvimos recluidos, complementada con una traducción al idioma inglés, lo cual facilita  su difusión internacional.

 

El libro trae una notable introducción escrita por el pintor Guillermo Núñez, como sabemos también víctima de la dictadura. Así califica Guillermo  las motivaciones que nos impulsaron a registrar en imágenes nuestro paso por los diferentes centros de detención:

Esta exigencia moral los impulsó a gritar gráficamente su rebeldía, su ira, sus dolores, sus anhelos: dejar una huella, una señal, un vestigio de la vida diaria en los recintos carcelarios de la dictadura cívico-militar en nuestro país. El lápiz y el papel reemplazaron la cámara fotográfica, que jamás entró en esos lugares”

Son 16 los autores de los dibujos incorporados en este catálogo. Sólo 3 de ellos tuvieron alguna formación en escuelas de arte. El resto incluye a  4 arquitectos, 2 ingenieros, 1 médico, 1 profesora de historia, 2 estudiantes secundarios, 1 marino, 1 funcionario de la Caja de Previsión de Carabineros y 1 cuya identidad se desconoce, pero que firma su dibujo simplemente como  Montecinos.

 

¿Qué causas nos motivaron a practicar el dibujo en tan dramáticas circunstancias?

 

Para el ex oficial de la Armada Mario Cordero, sus dibujos “representan por un lado el querer dejar una huella, una marca en la vida. Por ello es que en los dibujos están escondidos varios nombres de los marinos constitucionalistas, pensando que nos podrían eliminar”

 

El funcionario de Carabineros Landy Aurelio Grandón, sostiene que dibujó “porque había que hacer algo, emplear el tiempo en cautiverio en una actividad personal para no volverse loco y a la vez en algo útil, como proyectar un testimonio gráfico de toda esa horrible experiencia”

 

El Ingeniero mecánico Nelso Reyes, dibujó varias versiones del Gaucho,

al evocar un verso de Martín Fierro calzando con su situación como prisionero de guerra, que  su madre le enseñó desde niño. Dice así: “No hay nada en la vida que enseñe tanto como el sufrir y el llorar”

 

Yo mismo señalo que en un  comienzo practiqué el dibujo por simple afición, pero cuando fuimos trasladados al Campo de Río Chico, un impulso tan inexplicable como arriesgado, me empujó a reproducir el siniestro entorno al cual nos habían confinado. Creí necesario transmitir a mis compatriotas, que en Chile se había construido un  campo de concentración idéntico al modelo impuesto por los nazis, con barracas alineadas en un estricto orden germánico, con doble alambrada rodeando el lugar, con casetas de ametralladoras vigilando desde las laderas del entorno y con una tupida red de alambres de púa segmentando todo el recinto.

Asustado en las noches, con el oído muy atento y a la luz de un cabo de vela, intenté varias veces dibujar el plano en trozos de papel que rompía de inmediato, a fin de arrojarlos a la letrina por las mañanas, en cuanto se abría la puerta de la barraca. Finalmente, logré definirlo. Un arquitecto es capaz de guardar en su memoria semejante información y cuando llegué al exilio pude reproducirlo con plena exactitud.

Los dibujos incluidos en este catálogo, muestran el trato inferido a los presos políticos tras el golpe militar. Ricardo Cruz y Mario Cordero ilustran el hacinamiento existente en la cárcel de Valparaíso y en la Penitenciaría de Santiago. También las angustias experimentadas cada vez que se abría la puerta de la celda y uno de los internos era convocado a declarar, en la certeza que regresaría lacerado por las torturas o no volvería, sumándose con toda probabilidad a la nómina de los desparecidos.

 

Muchos dibujos describen  la vida cotidiana en aquellos campos donde los internos no estaban sujetos a constantes vejaciones. Nos referimos a las obras de Pancho Aedo , Policzer y Landy Grandón en Chacabuco, los dibujos del Tato Ayres en Puchuncaví, o los míos en Ritoque.

 

El catálogo demuestra la voluntad de los internos por no dejarse abatir, impulsando iniciativas artísticas y culturales o practicando artesanías, que permitieron descubrir habilidades nunca antes detectadas. Las acuarelas de Pancho Aedo describen minuciosamente su entorno en Chacabuco. Cuando las vi por primera vez no podía creerlo. Pancho fue mi profesor en el ramo de Construcción, una asignatura  más bien árida y técnica. Además su lenguaje y su comportamiento calzaban con las de un científico. Nunca supe de sus aficiones  artísticas, que nos han permitido heredar una colección de acuarelas tan valiosas como el oro blanco, que dio origen a la vieja oficina salitrera donde la dictadura lo recluyó, junto  a miles de presos políticos.

 

Las xilografías de Héctor Avilés y mis dibujos en Dawson, exhiben el severo tratamiento sufrido en esa remota isla. Muestran el régimen de trabajos forzados al que fuimos sometidos, que sumado a la precaria alimentación,  debilitaron rápidamente nuestros organismos.

 

Las situaciones extremas que debimos enfrentar en el cautiverio, permiten conocerte más a ti mismo. Medir tu capacidad de resistencia.

 

La separación forzosa de tu familia, de tus amigos y de tu entorno, aviva reflexiones repasando tu vida, evaluando el comportamiento con tus hijos, los roces sin sentido, el amor postergado por las horas excesivas dedicadas al trabajo o conflictos originados por asuntos francamente banales.

 

Muchos de los dibujos contienen emotivos saludos a familiares o amigos. Son palabras de cariño y amor, escasamente prodigadas en la vida normal y que fluyen en esos días dramáticos, avivadas quizás por las incertidumbres respecto a tu futuro.   

Algunos de los guardias a cargo nuestro en la Isla Dawson, nos asediaban las 24 horas del día. Destilaban un odio exacerbado por la publicación del Libro Blanco del Cambio de Gobierno en Chile, texto escrito por el historiador Gonzalo Vial, conteniendo el llamado Plan Z, supuestamente descubierto al descerrajar la caja fuerte de la Subsecretaria del Interior y que detallaba un minucioso plan destinado a asesinar simultáneamente a los más altos mandos de las fuerzas armadas, políticos de oposición, periodistas y profesionales opuestos al gobierno de la UP.

Pasaron los años y el montaje quedó al descubierto. El periodista Federico Willoughby, vocero de la Junta Militar, confesó en una entrevista de prensa años atrás, que el Plan Z fue una soberana invención. Además, el informe Valech afirma categóricamente que “los contenidos del Libro Blanco serían propaganda política y una excusa para justificar el golpe de estado”.

Hasta el día de hoy, los autores de semejante embuste permanecen impunes.

 

Casi todos los dibujos de este catálogo fueron ejecutados en los años inmediatamente posteriores al golpe militar, período en el cual, pretextando la existencia del mencionado Plan Z,  se cometieron las peores violaciones a los Derechos Humanos. La Junta Militar estaba convencida que esa era la receta para acabar con los ideales democráticos abrazados por la mayoría de los chilenos.

No fue así. A pesar de un entorno tan adverso, dominado por los peores presagios, los presos políticos se las arreglaron para mantener su dignidad e imponer  la realización de eventos artísticos o culturales.  Este catálogo es representativo de una atmósfera donde floreció la creatividad e incluso el humor, en un marco admirablemente solidario.  

 

Muchos de los dibujos realizados en el cautiverio viajaron con quienes fuimos expulsados al exilio, transformándose en verdaderos misiles dirigidos contra la Junta Militar. Se incluyeron en los testimonios presentados ante la Comisión  Internacional de Derechos Humanos con sede en Ginebra, ilustraron artículos de prensa, entrevistas en los canales de televisión y colgaron de múltiples exposiciones montadas en Europa y América.

El más célebre de mis dibujos es el retrato que hice de Luis Corvalán en Tres Álamos. Allí fuimos recluidos ambos, en una celda habilitada del segundo piso de ese recinto, justamente encima de la sala donde tenía su oficina el psicópata Conrado Pacheco, coronel de carabineros a cargo de dicho campo.

Yo estaba enterado del Decreto ordenando mi expulsión fuera del país, días más tarde. Sentía preocupación por la suerte de don Lucho, quién  además experimentaba algunos problemas de salud. 

Temía que pudiera desaparecer sin que hubiera testigos presenciales, como ocurría durante esos días con tantos compañeros. Resolví hacerle un retrato lo más detallado posible, a fin de poder exhibirlo en cualquier circunstancia.

Allí se ve a don Lucho con su característica manta de vicuña, su sombrero jockey  y sus gruesos lentes, sentado en nuestra litera, junto al cajón que hacía las veces de velador, donde se observa su famosos reloj cadena, colgando invariablemente de su chaleco, el choquero confeccionado en  Dawson  y la lámpara de mesa traída por mi cuñado. Corvalán lee un libro voluminoso: El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas, en versión francesa, empecinado en mejorar su dominio de esa lengua.

Cuando lo vio terminado, Corvalán comentó con excelente ojo crítico:

Te salió bastante bien, pero el pie izquierdo quedó chueco”. Tenía toda la razón. Sustraer el dibujo desde Tres Álamos fue una proeza que Anita llevó a cabo arriesgando su pellejo.

Llegamos a Copenhague y una de mis primeras decisiones fue arreglar el retrato de Corvalán. Recuerdo haberlo extendido  sobre la mesa del comedor, lo observé un largo rato lápiz en mano, pero algún remoto instinto me detuvo.

En buena hora.

Finalmente respeté la certera observación de don Lucho y el dibujo se quedó tal cual.  En esos años, carecíamos del rigor que hoy tenemos respecto a la memoria histórica y en beneficio a ella, el retrato conservó su versión original.

Así dio la vuelta al mundo. Se reprodujo en afiches  editados en diversas lenguas, fue impreso en tarjetas postales, en escarapelas y estampillas de correo, hasta aterrizar finalmente en este digno Museo de la Memoria.

Muchas gracias.


 

*Texto presentado en el Museo de la Memoria, con ocasión del lanzamiento del libro Dibujos en Prisión

 

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