La presentación de una reforma constitucional para permitir la reelección presidencial, constituye un nuevo desatino de nuestros representantes. Incorporar la posibilidad de reelección en el contexto de nuestro presidencialismo actual, sería como retroceder en el tiempo hasta el siglo XIX, con sus decenios autoritarios. Del todo inaceptable.
Si se quieren evitar períodos demasiado cortos (o largos) para un gobierno, la solución está en la adopción del parlamentarismo en la nueva Constitución. En el sistema parlamentario de gobierno, se elige un Parlamento en elecciones generales cada cuatro años, del que surge un primer ministro con su gabinete de ministros, todos los cuales integran el Parlamento y ante el que son responsables, por lo que aquél puede retirarles su confianza mediante mociones de censura o de confianza y la nueva mayoría parlamentaria que surja, da origen a un nuevo gobierno, que asume de inmediato. Esto hace que el gobierno dure lo que dura la legislatura de cuatro años, pero que también pueda ser reemplazado antes o bien se prolongue por varios períodos, en la medida que sea respaldado por la mayoría parlamentaria.
Paralelamente al jefe de gobierno o primer ministro, existe un jefe de Estado, que, en nuestro caso, seguiría siendo el presidente o presidenta de la república, que no intervendría en el gobierno, sino en las funciones específicas y acotadas que se le asignen, como las relaciones internacionales.
Nuestros representantes debieran mostrar mayor seriedad y avocarse a discutir el contenido de la nueva Constitución, en vez de seguir ideando más parches para la actual. Con representantes como estos, la Asamblea Constituyente se visualiza cada vez más probable, si no imprescindible.
Rafael Cárdenas <[email protected]>