(Versión complementaria al artículo de Ortega Frei titulado La verdad tiene su hora publicado en El Mostrador)
Aparece como extremandamente cómodo y demasiado fácil recién ahora, luego de las versiones que lo vinculan al pago de comisiones ilegales al general Vega de la Fach (“Caso Mirage”) y, ni más ni menos, que al asesinato del expresidente Frei Montalva, del cual fue su estrecho y leal colaborador, hablar así de este turbio y siniestro personaje de nuestra historia reciente.
No olvidemos que, dueño de una dilatada trayectoria pública, fue también el “flamante” ministro de defensa (DC) del primer gobierno de la (in)modélica transición chilena, pese a que su condenable pasado y a todo el desprecio que sentían por él los militares, especialmente “El Innombrable”. Como es públicamente conocido. A la par que a posteriori fue presidente del Consejo Directivo del Sistema de Empresas Públicas (SEP) de Corfo en la anterior administración Bachelet.
En efecto, se trataba de un viejo conocido de los años 70 y, además, uno de los principales operadores del freísmo (de cuya administración también fue ministro) -el sector golpista de la DC- en los sucesos que han pasado a la historia ignominiosa de nuestro país como los “sesenta días que estremecieron Chile” (entre el 4 de septiembre y el 3 de noviembre de 1970).
En definitiva se trató de un muy mal urdido y fracasado plan (de sabotaje y desestabilización de la democracia chilena) que en términos generales se planteaba evitar a toda costa que Allende -presidente electo- asumiera el mando efectivo de la nación, y que involucró caos financiero (recordar el documentos de las 21 carillas leído por el entonces ministro de hacienda Andrés Zaldívar), bombazos y el hasta el cobarde e inútil sacrificio del general Schneider.
Documentos desclasificados, el Informe Church (1975) y otros testimonios existentes (la biografía oficial de Richard Helms (2010) y Conversaciones con Viaux (1972), por ejemplo) resultan francamente reveladores en este sentido y, básicamente, señalan algo que las pesquisas policiales de la época se encargaron de confirmar en persona al propio presidente Allende, que todos los hilos de aquel artero plan desestabilizador conducían a Estados Unidos (la CIA), la Armada Nacional y a La Moneda.
Por su parte, dichas fuentes señalan, además, que Frei quien, dada la ambigüedad que le caracterizaba, efectivamente estuvo siempre dispuesto “bloquear constitucionalmente” a Allende (“Gambito Frei”), pero al mismo tiempo hizo claros guiños a la intervención militar, siempre manteniendo a recaudo su pretendida imagen de demócrata ejemplar.
Un dato revelador que coincide plenamente con el testimonio del general Prats en sus memorias (1985) y que indica que en razón del constitucionalismo del general Schneider –que en poco tiempo después caería asesinado- un alto dirigente de la Democracia Cristiana (DC) le manifestó que el presidente Eduardo Frei Montalva vería con buenos ojos que él encabezara un golpe para frenar el ascenso de Unidad Popular al poder, o sea que hicieran el trabajo sucio desplazando al comandante en jefe en funciones y que una vez despejada la izquierda del camino, se convocaran nuevamente a elecciones.
Hoy se sabe fehacientemente que este misterioso personaje fue nada menos que el expresidente Patricio Aylwin, otro de los grandes operadores por entonces del freísmo (Uribe, A. El libro negro de la intervención norteamericana en Chile, 1974).
La visión de los vencedores durante todo este tiempo se encargado de amilanar o derechamente invisibilizar tales hechos, naturalmente más preocupada de justificar el ignominioso y claudicante presente (de algunos) que de explicar la verdad de lo ocurrido en el pasado con la tragedia de Chile.
Afortunadamente la verdad tiene su hora, como muy bien se señala el artículo que motiva inicialmente esta nota, pues la memoria se encarga siempre, cual fantasma de Elsinor, de poner porfiadamente a los cobardes, los traidores y a los “caradura” como Patricio Rojas, en vista de que no hubo un Núremberg chileno que hubiera condenado a la pena capital a todos estos criminales de lesa humanidad por los delitos de alta traición a la Patria y genocidio, en el lugar que merecen: el trasto de la Historia.