Luego del desmembramiento del imperio zarista-soviético y del fin de la guerra fría, Estados Unidos perdió una gran oportunidad de convertirse en un líder mundial. En lugar de aprovecharla para promover significativamente las condiciones de un mundo más pacífico, justo y democrático; hizo todo lo contrario. Intentó reforzar su hegemonía mundial; exacerbar la desigualdad económica; y consolidar regímenes o situaciones favorables a su poder, independientemente de lo negativo que pudiesen ser para la vigencia de los derechos humanos y la paz mundial.
Lo anterior se ha expresado en un gigantesco incremento de la ya entonces inaceptable desigualdad económica; tanto a nivel interno de los países como a escala global. En la mantención de agudos conflictos que un efectivo liderazgo estadounidense habría contribuido a resolver hace ya mucho tiempo, como el caso israelí-palestino. Y en la creación de situaciones que amenazan crecientemente la paz mundial, ya sea derivadas de agresiones violentas que han menoscabado completamente a Naciones Unidas (Irak); o por acosos que desconocen el ABC de los equilibrios internacionales, como en el caso de Rusia. Esto último ¡lo ha reconocido el propio Henry Kissinger!, a quien nadie podría tildar de “blando” o de pacifista.
Ciertamente que las crecientes muestras de hostilidad a Rusia constituyen el hecho más grave del reforzamiento del hegemonismo estadounidense que viene produciéndose desde el fin de la guerra fría. Ha sido mucho menos vistoso y escandaloso que la política estadounidense en Irak y el medio oriente; pero, en definitiva, significativamente más peligroso para la paz mundial y la supervivencia humana, en la medida que un conflicto abierto entre ambos países se “resolvería” muy probablemente a través de un enfrentamiento con armas nucleares.
El inicio de este proceso se llevó a cabo en 1999 con dos sucesos de envergadura: La realización de bombardeos de la OTAN a Belgrado –en el contexto de la guerra civil yugoslava- al margen del sistema de Naciones Unidas. Y la ampliación de la OTAN a países de Europa oriental que anteriormente habían estado bajo hegemonía soviética: Hungría, Polonia y la República Checa.
Su consolidación se produjo con la decisión del Gobierno de Bush, en 2002, de no renovar el Tratado de Misiles Antibalísticos que habían suscrito Nixon y Brezhnev en 1972. Tratado clave para el mejoramiento de las relaciones soviético-estadounidenses, debido a que garantizaba el abandono de la búsqueda mutua de una superioridad nuclear decisiva. Peor aún, los siguientes gobiernos norteamericanos han establecido sistemas antimisiles en varios países europeo-orientales; sin querer garantizar por escrito que ellos no están dirigidos preventivamente contra Rusia.
La actitud hostil de Estados Unidos hacia Rusia se ha intensificado en la medida que Rusia, con Putin a la cabeza, ha buscado recomponer en cierto grado el poder y la influencia rusa en los asuntos mundiales, luego del “nadir” a que llegó después del desplome del imperio soviético y durante los gobiernos de Yeltsin. Pero claramente –aún al día de hoy- el desbalance de poder a favor de Estados Unidos es enorme, en relación al equilibrio de fuerzas existente hasta el fin de la guerra fría. Lo cual descalifica los argumentos del establishment de Washington de que percibe a Rusia como una grave amenaza para su seguridad. En realidad, todo indica que Estados Unidos ha terminado “engolosinándose” cada vez más en su situación de única gran potencia; y, por lo mismo, tiende a actuar con creciente prepotencia frente a cualquier poder emergente.
Esta actitud hostil se ha expresado en la incorporación posterior a la OTAN de numerosos países europeos que estaban antes bajo la hegemonía rusa; e incluso, ¡que formaron parte de la Unión Soviética! Fue el caso en 2004 de Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia y Rumania; y de Estonia, Letonia y Lituania. Peor aún, Estados Unidos ha promovido posteriormente la incorporación de Georgia y Ucrania a la OTAN.
Incluso apoyó a Georgia en su pequeña guerra con Rusia en 2008, cuando el primero invadió a Osetia del Sur. Este territorio se había autonomizado en 1992 de Georgia (Lenin lo había puesto bajo su jurisdicción al crear la URSS) dado que étnica y culturalmente se había sentido siempre unido a Osetia del Norte, que desde antiguo ha pertenecido a Rusia. La reacción rusa contuvo a Georgia y permitió la virtual independencia de Osetia del Sur. Pese a lo pequeño de su territorio, es importante resaltar que a través de él pasan oleoductos de gas y petróleo desde el Mar Caspio al Mar Negro…
Un factor adicional que ha incidido en el creciente hegemonismo norteamericano ha sido el profundo y lamentable deterioro que los gobiernos estadounidenses han sufrido en relación al respeto de los derechos humanos, luego de los terribles y alevosos crímenes del 11 de septiembre de 2001. En el plano interno, a través de legislaciones severamente restrictivas de derechos fundamentales. Pero sobre a todo a nivel externo, con el uso extendido de la tortura a nivel mundial, como ha quedado una vez más en evidencia con el reciente informe del Senado norteamericano.
Por otro lado, ha sido tal la subordinación de los países europeo-orientales a Estados Unidos que dicho informe ha reconocido que entre los países que le brindaron al Gobierno de Bush centros secretos de tortura para interrogar a presuntos islamistas radicales estuvieron Lituania, Polonia y Rumania. ¡Sería como si Rusia hubiese usado secretamente países norte o centroamericanos para torturar a independentistas chechenos!
Pero claramente ha sido este año, en Ucrania, cuando Estados Unidos ha excedido todos los límites. Ha promovido irrefutablemente (¡un video que el propio gobierno estadounidense ha reconocido como auténtico, así lo demuestra!) un virtual golpe de Estado para establecer un gobierno hostil a Rusia. En Ucrania, un país estrechamente asociado a la historia y cultura rusa. A tal punto, que buena parte de su población oriental y del sur es étnica e idiomáticamente rusa. Incluso, el nuevo gobierno inicialmente le quitó el carácter oficial al idioma ruso. Y en su gestación participaron movimientos de extrema derecha, emparentados con una antigua vertiente de pensamiento ucraniano –minoritaria pero persistente- de carácter fascista, antisemita y anti-rusa.
En una reacción no justificable –por los métodos empleados- pero explicable, Rusia retomó por la fuerza a Crimea; legitimando la medida con un referendum que, todo indica, respondió efectivamente a la voluntad de la gran mayoría de la población de un territorio ancestralmente ruso, que fue transferido arbitrariamente a Ucrania en 1954 por Kruschev. Otra cosa es el hecho de que al separar Crimea de Ucrania, Rusia está desbalanceando claramente la composición étnica de Ucrania a favor de los no-rusos; lo que podría estimular y facilitar la influencia estadounidense y de la OTAN en el rumbo futuro de Ucrania…
En todo caso, es notable ver las analogías –desde el punto de vista de la autodeterminación de los pueblos- de la situación de Osetia del Sur y de Crimea con la de Kosovo; y de cómo Estados Unidos y la OTAN han tenido la total inconsecuencia de cuestionar las dos primeras, luego de haber apoyado la última.
Todo lo anterior se ha agravado aun más con la virtual guerra civil que ha estallado en Ucrania entre el gobierno central y las zonas orientales de población predominante rusa. Constituye una situación extremadamente difícil de resolver y, en definitiva, mucho más peligrosa que la crisis de los cohetes de 1962 (surgida por la subrepticia colocación de misiles nucleares soviéticos en Cuba, que apuntaban a EE. UU.) que estuvo a punto de generar un conflicto abierto entre ambas superpotencias.
Además no se pueden desmerecer las evidencias históricas. Estados Unidos ha sido el único país que ha utilizado las armas nucleares en una guerra contra ciudades enteras -¡y dos veces!- cometiendo los peores crímenes de guerra de la historia. Tampoco nunca se ha disculpado por ello, ni ante el pueblo japonés ni ante el mundo. Asimismo, Estados Unidos nunca ha querido acceder a las peticiones rusas de que ambos se comprometan a no ser los primeros en emplear el armamento nuclear…
Quizá la única solución de tan grave problema pueda provenir de una reflexión más racional del liderazgo europeo; y de una presión de los respectivos pueblos en tal sentido. Aunque desgraciadamente los grados de subordinación europea a Estados Unidos se han profundizado a grados inauditos. Basta ver el penoso servilismo mostrado por varios gobiernos europeos con respecto al caso del avión del presidente de Bolivia, Evo Morales, que puso en riesgo su seguridad, y con ello su vida.
También, por cierto, el Papa Francisco y el conjunto de las máximas autoridades espirituales del mundo, deberían presionar –particularmente a Estados Unidos y a la OTAN- para que se den cuenta del rumbo demencial y autodestructivo a que están llevando al mundo; y alcancen a detenerse e impedir así una catástrofe mundial de imprevisibles consecuencias.