La tendencia que ha seguido el ritmo de crecimiento de la neoliberal economía chilena durante el 2014 es de una manifiesta inercia. Si hace un año atrás, cuando la actual presidenta triunfaba en la segunda vuelta electoral, las proyecciones y vaticinios divulgados entonces auguraban un frío 2014, la realidad no sólo los ha refrendado sino lo ha hecho con creces. Hoy, las estimaciones de crecimiento económico para el año que termina están bajo un dos por ciento, cifra pocas veces registrada durante los años de las democracias binominales.
Con la excepción de breves lapsos tras las crisis asiáticas y de las subprimes, durante los gobiernos de Ricardo Lagos y Sebastián Piñera, esta economía ha estado acostumbrada a altas tasas de expansión.
Las estadísticas han sido una profecía autocumplida. Hace un año atrás la campaña electoral de la derecha y el empresariado advertía que el programa de la Nueva Mayoría y sus reformas recortarían las inversiones, la producción y los empleos. Un discurso retomado en marzo y redoblado durante los meses siguientes, una estrategia comunicacional para el terror económico que paralizara desde los especuladores bursátiles a los vendedores de las ferias libres. Una destemplada campaña que ha buscado convertir en tormenta local los efectos del estancamiento de la economía mundial. Tras el terror, lo que tenemos son las mismas y conocidas consecuencias del modelo de mercado: grandes ganancias para las corporaciones y los dueños del capital y la misma desesperanza para los esforzados trabajadores. La desigualdad campea el 2014 lo mismo que hace diez, veinte y más años.
Recordemos que en la retórica neoliberal no pocos ministros de Hacienda repetían que Chile sería un país desarrollado si crecía a una tasa superior del seis por ciento. Hoy, con un PIB per cápita de casi 20 mil dólares, está en ese umbral, pero con los índices de desigualdad más bestiales de su historia moderna.
Es probable que las proyecciones para el año entrante aligeren este panorama. Estimaciones realizadas por organismos financieros internacionales y por el propio Banco Central chileno prevén un repunte en la tasa de crecimiento, el que se extendería hacia el futuro inmediato. Pese a esta proyección, que puede ser una buena noticia para un gobierno hoy hundido en las encuestas de opinión pública, ésta no es relevante. Habla de un crecimiento futuro en torno al tres y cuatro por ciento, cifra sensiblemente insuficiente a los promedios anteriores. Recordemos que en la retórica neoliberal no pocos ministros de Hacienda repetían que Chile sería un país desarrollado si crecía a una tasa superior del seis por ciento. Hoy, con un PIB per cápita de casi 20 mil dólares, está en ese umbral, pero con los índices de desigualdad más bestiales de su historia moderna.
Inercia y estancamiento mundial
La economía chilena depende en gran medida del escenario internacional. Y no hay cambios en este panorama. En realidad, no lo ha habido desde el estallido de la crisis hipotecaria en Estados Unidos hacia finales de la década pasada. Hoy el mundo, con la excepción de China e India, ha entrado en un largo periodo de estancamiento, con casos más o menos dramáticos, que van desde Japón a los países del sur de Europa, con impresionantes niveles de desempleo y retrocesos en sus condiciones e vida.
Los organismos financieros internacionales, tal como en el caso chileno y en el Latinoamericano, cuyo crecimiento se ha establecido en un tres por ciento para el 2015, estiman que el PIB mundial también aumentará el año entrante. Pero se trata de cifras marginales, que no alterarán ni la marcada tendencia a la inercia iniciada a finales de la década pasada ni, lo que es aún más relevante, las grandes contradicciones de la economía mundial, como el enorme endeudamiento, el déficit estadounidense, los altos niveles de desempleo, entre otras muchas variables. A todo esto hay que sumar el creciente clima bélico, que no pocos observadores han denominado como una nueva Guerra Fría, que configura al planeta en bloques geopolíticos enfrentados. En este escenario cualquier proyección económica es un ejercicio incompleto.
El desempeño de la economía latinoamericana y chilena durante los últimos años ha estado, salvo algunas excepciones, en clara concordancia con los precios de las materias primas, los que tienen a su vez relación con la demanda mundial. Chile, tras varios años de gozar de un precio alto del cobre, el que tocó durante largos meses máximos históricos, ahora enfrenta un período con una tendencia inversa, que ha traído también ciertas alteraciones con el tipo de cambio y un aumento en los precios de los productos importados. Si durante el 2014 el precio del metal rojo ha tenido un promedio levemente superior a los tres dólares por libra, las mejores estimaciones para el año entrante mantienen este precio en tanto no pocas presionan bajo esta línea el promedio anual.
El caso del precio del petróleo es una novedad que aparece en escena cruzado por factores geopolíticos. La pronunciada baja de los últimos meses no está necesariamente ligada a una caída brusca de la demanda sino a la sobre producción de Arabia Saudita, monarquía aliada de Estados Unidos. El WTI, que es el precio del crudo usado por Chile, pasó desde un techo de 110 dólares en julio a 67 dólares a comienzos de diciembre. Aún cuando estos menores valores pueden beneficiar las cuentas de los países importadores como el nuestro, no incidirá en una recuperación de la economía mundial, empantanada por factores estructurales. Más aún, creará impredecibles tensiones por conflictos financieros en los países productores, fuertemente impactados en sus arcas por los menores precios.
Consecuencias políticas de una campaña del terror
En este contexto económico se cierra el año 2014. Un año de menor expansión aun cuando no incidirá en una contracción de los ingresos fiscales al haberse aprobado la reforma tributaria. Tampoco en una desatada inflación por la caída del tipo de cambio ni en mayores niveles de desempleo. El último registro publicado señala una tasa de desocupación del 6,6 por ciento, más o menos similar a la de los últimos años.
Pese a ello, la economía como percepción, como clima ambiental, se ha deteriorado. Desde marzo pasado ha sido uno de los ejes de las campañas dirigidas desde las cúpulas empresariales a través de sus representantes en el congreso. Una elaborada estrategia que ha relacionado las reformas políticas con la debilidad de la economía. Un argumento que pese a su falsedad ha penetrado mediante la persistencia de los medios empresariales en la agenda política e influenciado a la población.
Las últimas encuestas de opinión pública aparecidas durante los primeros días de diciembre recogen el clima preparado por la oposición empresarial y política. Las encuestas Adimark y CEP revelaron una caída en el apoyo al gobierno y un creciente pesimismo respecto al futuro. Una aprensión hacia la coalición que no rentabiliza la oposición. Si el oficialismo consigue un bajo apoyo, el de la derecha es prácticamente nulo.
Lo que observamos, con gran difusión del duopolio y otros medios, es que la aprobación de la Presidenta ha vuelto a bajar en noviembre, en esta ocasión tres puntos, para ubicarse en un 42 por ciento. La desaprobación, por su parte, subió cinco puntos y se ancló en 52 por ciento. Nunca el rechazo a Bachelet, hace notar la misma encuesta, había superado el 50 por ciento.
Si Bachelet se desarma, el gobierno y la coalición Nueva Mayoría, lo hace con aún más rapidez e ímpetu. La aprobación llegó a sólo un 37 por ciento y el rechazo a un 54 por ciento. Como hemos afirmado, esta caída no es traspasada como ganancia a la derecha, la que alcanza “su peor nivel de aprobación durante el transcurso del actual gobierno”.
La prensa empresarial interpreta de forma muy sesgada la disminución del afecto ciudadano al gobierno al ligarlo con un rechazo a las reformas. Si algún repudio existe hacia las reformas, éste es por la incapacidad de generar cambios reales e inmediatos. La censura que los encuestados vuelcan sobre todos los actores políticos es sin duda una molestia contra la institucionalidad, contra el sistema de partidos, contra el mismo estado neoliberal, contra la brecha entre la clase política y la gente y sus demandas. Esta percepción detectada hace ya muchos años vuelve a expresarse de manera creciente con la Nueva Mayoría. Si ello es así, nada es más lejano y torcido que la interpretación de los grandes medios y observadores de derecha, que atan el rechazo al gobierno con un temor a los cambios o con un supuesto apoyo a la institucionalidad política neoliberal.
El malestar hacia la política también tiene efectos en la percepción económica y en la vida diaria. La encuesta CEP de expectativas económicas ha mantenido una tendencia descendente durante todo el año, la que está más ligada a interpretaciones y opiniones que a cambios reales. Así es como el sondeo del CEP de noviembre muestra que para el 52 por ciento de la población la situación económica “no es ni buena ni mala”, respuesta que se mantuvo constante desde la última medición en julio pasado. Sí llama la atención que desde julio quienes estiman que la economía “está buena y muy buena” disminuyeron ocho puntos, y quienes consideran que “está mala y muy mala” aumentaron otros ocho puntos.
La desigualdad de cada día
La realidad cotidiana, como se ha podido constatar desde las primeras grandes movilizaciones desde finales de la década pasada, está ligada con las estructuras económicas y políticas, origen del verdadero malestar ciudadano. La desigualdad, piedra angular hoy de los problemas de la sociedad chilena, queda expresada no sólo en el día a día, que va desde el Transantiago a las largas jornadas laborales, sino en evidentes e impúdicos números y estadísticas.
El mismo sector empresarial que ha levantado tremendas quejas sobre el estancamiento económico, ha continuado manteniendo enormes ganancias. Rubros como las isapres, que en septiembre obtuvieron “las utilidades más cuantiosas de la década”, según palabras del superintendente del ramo, o la banca, que subió sus ganancias en octubre un 35 por ciento para sumar 3.688 millones de dólares adicionales a sus bolsillos, nos confirma que bajo el modelo neoliberal las grandes corporaciones son rentables a costa de los consumidores y trabajadores contra viento y marea.
Las grandes lamentaciones de las cúpulas empresariales no tienen relación, como puede verse, con el devenir económico ni su tasa de ganancia. Sí la tienen con los eventuales menores beneficios que pueden surgir de las reformas. El agresivo discurso levantado durante los últimos meses desde la CPC y la Sofofa no se corresponde con la situación económica y sí con un enrarecido clima político cuyo objetivo no es otro que la defensa de los privilegios de ciertos sectores, como lo son inversionistas en los servicios de la educación privada subsidiada con recursos públicos.
Porque si vemos los resultados empresariales al tercer trimestre del año, si bien hay una baja, en ningún caso tiene alguna relación con el clima de caos económico levantado por los portavoces corporativos y sus medios de difusión. En conjunto, el grupo de grandes empresas que cotizan sus acciones en la bolsa de comercio subieron sus utilidades un 3,2 por ciento. Acostumbradas a gozar de aumentos por sobre el diez o veinte por ciento, este guarismo es sin duda pobre. Si ello ocurrió en la producción, el sector financiero mantiene sus escandalosas utilidades, con crecimientos a septiembre que van desde un 20 por ciento, como el Banco de Chile, a un 53 por ciento, como el caso del Santander.
Hacia finales de septiembre el Instituto Nacional de Estadísticas publicó datos sobre el ingreso de los hogares chilenos. En términos generales, constató cifras de la vergüenza, como que los ingresos de los hogares más ricos son once veces mayores que los de los más pobres: las familias del diez por ciento más pobre vivieron con 235 mil pesos mensuales, en tanto que el grupo de los más ricos con 2,6 millones. Y de allí para arriba.
Las cifras entregan más información, la que podemos constatar con nuestra vida diaria. El ingreso medio de los trabajadores chilenos es de 454 mil pesos, cifra que está distorsionada con los sueldos millonarios del grupo de los más privilegiados. De este promedio se obtiene que el 20 por ciento de los trabajadores gana menos de 169 mil pesos, en tanto el 56 por ciento está bajo los 338 mil pesos mensuales.
Pese al estancamiento y las pataletas, el modelo neoliberal goza de muy buena salud.
Publicado en Revista Punto Final
PAUL WALDER