Diciembre 5, 2024

Uruguay: una democracia ejemplar

Por tercer período consecutivo el Frente Amplio triunfó, en la segunda vuelta, con 55,5% de los sufragios para Tabaré Vásquez, contra el 44,5% de Luis Alberto Lacalle, candidato del Partido Blanco, de la derecha uruguaya. Con distintos porcentajes la izquierda, en un sentido amplio, desde el más radical hasta el moderado, la izquierda ha ganado todas las elecciones que se han llevado a cabo en América Latina durante los años, – con la excepción de Colombia, aunque el Presidente actual, Juan Manuel Santos, le ganó al candidato del fascista Álvaro Uribe -, pues desde el fracaso del consenso de Washington, la derecha latinoamericana no logra triunfar en las elección presidenciales del área. En Uruguay, el Frente Amplio cuenta, además de la presidencia de la república, con una mayoría parlamentaria, lo cual le permite cumplir su programa de gobierno sin mayores obstáculos políticos.

 

 

La democracia uruguaya es, a mi modo de ver, una de las perfectas de América Latina: En la actualidad, las democracias electorales están desprestigiadas, pues en la mayoría de los países del mundo los mandantes, los ciudadanos, no se sienten representados por los mandatarios: en el fondo, los presidentes de la república, parlamentarios y alcaldes pueden hacer lo que quieren durante el período que ocupen el cargo, sin necesidad de consulta alguna a quienes le delegaron el poder, y sólo cuenta de su gestión una vez concluido sus respectivos mandatos – sea de cuatro, seis u ocho años -. Si en un momento dado los ciudadanos no están de acuerdo con las políticas implementadas por sus representantes, están atados de pies y manos para poder sacarlos del cargo, y únicamente les resta gritar, si quieren a los cuatro vientos, “no nos representan” o bien, rechazarlos en las encuestas de opinión – en Chile alcanza la condena de 90% al parlamento -, situación que caracterizamos como “crisis de representación”.

 

En Uruguay coexisten armónicamente tanto la democracia representativa, como la democracia directa, lo cual permite la participación de los ciudadanos sobre la base de los plebiscitos, los referendos y las iniciativas populares de ley. Podemos destacar algunos plebiscitos muy importantes: uno negativo, que permitió que los militares autores de crímenes de lesa humanidad no fueran sometidos a juicio; los dos positivos, cuando el 74% de los votantes rechazó las privatizaciones del gobierno neoliberal de Luis Alberto Lacalle, y el último, que dictaminó la nacionalización de las aguas, declarándolo su posesión y uso como un derecho humano fundamental.

 

Actualmente, este país es muy conocido en el mundo gracias a su Presidente, José Mujica que, en marzo próximo de 2015 deja el cargo, pero afortunadamente seguirá en la política como senador. Este mandatario vive muy humildemente, en una pequeña chacra en las afueras de Montevideo y percibe un sueldo de siete millones de pesos chilenos, pero dona el 90% de este monto a obras sociales, fundamentalmente destinado a la construcción de viviendas – ¡qué diferencia con cierto millonario mandatario chileno, más avaro que “mano de guagua”, y que se farreó la oportunidad de su vida al haber hecho un acto generoso!-.

 

El mérito de Mujica es tener gran desapego al poder que tal vez lo acerca al gran filósofo Sócrates, que con razón despreciaba la democracia griega por estar en manos de mercaderes – algo similar ocurre en Chile, pero varios siglos después – y no de filósofos, como sería lo lógico -. Como el maestro griego de la moral y de la sencillez, Mujica no valora en nada los bienes materiales – cuentan que cuando Sócrates visitaba los “supermercados” de la antigua Atenas exclamaba: “¿para qué pueden servirme tantas cosas?”.

 

Cada una de las salidas, en sus distintas intervenciones dentro y fuera del país, ha sido genial, por ejemplo, a micrófono abierto, se burló de Cristina Fernández diciendo que “era peor que el turnio, pues era terca…”; en estos últimos días, ante la insólita aparición de un mendigo, le dijo: “no llorés” y le dio un billete, equivalente a cien dólares, a lo cual el aludido respondió: “Pepe, que seas siempre Presidente” y él “no, no, por ningún motivo”. Ahora, le acaba de dar una mano a Bolivia en su lucha por el mar, dejando descolocado a nuestro Canciller. En general, siempre tiene una respuesta franca, directa, segura y sin ambages, ante la acometida de los periodistas, en cualquier lugar del mundo que él visite.

 

Se ve la diferencia a Mujica, que no le tiene miedo al poder y lo desprecia, tal como existe en la actualidad, respecto a tanto pavo inflado que, apenas tiene un mínimo poder, se pone a despreciar a sus semejantes y se cree todo un estadista, con condecoraciones y todo. Mujica me reconcilia con una concepción del poder que hace varias décadas se ha perdido: la idea de servir y no servirse de los ciudadanos.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas

01/12/2014

 

 

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