Diciembre 9, 2024

El fetichismo del Estado y el progresismo: notas sobre Borón

Atilio Borón escribió un breve artículo (“Dilma, victoria y después”) sobre el triunfo de Dilma Rousseff en las elecciones presidenciales brasileñas, el cual fue publicado en la edición del martes 28 de octubre pasado en Página/12. Más allá del análisis sobre el resultado de las elecciones brasileñas, merece ser comentado porque expresa con particular precisión los lugares comunes del progresismo sobre la cuestión del Estado. La cuestión cobra todavía más interés si se tienen en cuenta que Borón se considera a sí mismo como marxista, de modo que sus opiniones sobre el Estado pueden pasar como un desarrollo de la teoría marxista. En momentos en que se vuelve imprescindible desarrollar la independencia política de la clase obrera respecto a cualquier alternativa política de la burguesía, resulta de importancia fundamental deslindar límites con ésta en lo que hace a la cuestión del Estado.

 

 

Borón nos invita a considerar al gobierno de Dilma (al PT) como de “izquierda”. Al hacer esto bastardea y banaliza las nociones de izquierda y derecha, convirtiéndolas en denominaciones que dicen poco y nada en concreto. Borón maneja una noción de “izquierda” que nada tiene que ver con la lucha de clases entre los trabajadores y la burguesía. La “izquierda” de Borón se define por la utilización del Estado en beneficio de los sectores populares, mejorando así sus condiciones de vida. Para el marxismo, ser de “izquierda” implica reconocer la lucha de clases entre los capitalistas y los trabajadores, abogar  por la autonomía política de la clase obrera frente a la burguesía y luchar por la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.

 

A partir de la caracterización de Dilma como de “izquierda”, Borón sostiene que el nuevo gobierno se ve amenazado por el “terrorismo económico” y por un “golpe blando”. En pocas palabras, nos sugiere que la burguesía brasileña no va a permitir la continuidad del gobierno de Dilma, salvo que ésta cumpla sus demandas económicas. Esto parece a todas luces un disparate, sobre todo porque el PT lleva muchos años en el gobierno y durante ese período la burguesía no sintió amenaza alguno, ni perdió los nervios, ni nada. Al contrario, acumuló ganancias.

 

Borón parece sentir remordimientos en su antigua conciencia marxista, lo que lo lleva a formular una serie de reparos al gobierno de Dilma: 1) el movimiento popular se halla desmovilizado, desorganizado y desmoralizado; 2) el modelo económico proporciona “irritantes privilegios al capital”; 3) falta de empoderamiento de las masas populares; 4) un congreso brasileño que es una “perversa trampa dominado por el agronegocio y las oligarquías locales”; 5) escaso impulso a la Reforma agraria.

 

A la luz de lo anterior, ¿hay que seguir afirmando que el de Dilma es un gobierno de “izquierda”? Es claro que no.

 

Borón formula, casi al pasar, una crítica que resulta francamente ingenua. Así, se enoja con la “propensión del Estado brasileño a gestionar los asuntos públicos a espaldas de su pueblo”. Borón, un destacado politólogo con varios libros en su haber, debería saber a esta altura del partido que esto es precisamente lo que hace un Estado burgués, esto es, gobernar en función de los intereses del capital y no de los trabajadores.

 

Desde que existe el capitalismo, el Estado sirve a la burguesía o, lo que es lo mismo, a la valorización del capital. La sociedad capitalista gira en torno a la reproducción ampliada del capital. Dicho en otros términos, es preciso que la economía crezca, que las ganancias de los empresarios se incrementen. Si eso ocurre, el Estado burgués puede financiarse y prosperan sus mecanismos de control sobre la sociedad en general y sobre los trabajadores en particular. Pero si la economía entra en recesión y la burguesía no invierte, el Estado queda desfinanciado y se ve obstaculizado para ejercer sus funciones de control. Pensar que el Estado burgués puede hacer otra cosa es no entender nada acerca del funcionamiento del capitalismo.

 

Borón piensa que el Estado es un simple instrumento y que su naturaleza cambia en función de las clases que ejercen el gobierno. Es decir, el Estado es burgués porque está en manos de la burguesía y no porque su estructura (su forma) es también burguesa. Desde su punto de vista, la forma de las instituciones estatales es neutral en términos de clase. Así se llega al absurdo de que el ejército, burgués en un Estado controlado por la burguesía, se transforma en “popular” en un Estado donde el gobierno cae en manos de los sectores populares. Para Borón, el Estado no es burgués por su forma y contenido, sino que sirve a los sectores sociales que detentan su control. De ahí que transforme al Estado en un fetiche, que flota por encima de las clases sociales. Si algo puede transformar al capitalismo es la acción estatal. A esto se reduce la concepción del Estado y de la política defendida por Borón, a unfetichismo del Estado.

 

La concepción del Estado defendida por Borón es la del progresismo en general. Detrás de ella se encuentra una convicción más profunda: la negación absoluta de que la clase obrera pueda ser el sujeto revolucionario o, si se prefiere, el actor social capaz de transformar a la sociedad. Esto lleva a los progresistas a negar la lucha de clases y, por consiguiente, el antagonismo entre capital y trabajo. Una vez que se efectúan estos pasos, cualquier colectivo los deja bien, como decimos en el barrio. Así, los progresistas pueden defender con la misma calma y devoción al neoliberalismo, al “estatismo”, al “kirchnerismo” o a lo que sea. Nada los lleva a sacar los pies del plato del capitalismo.

 

De este modo, Borón puede hablar en su artículo de “potencia plebeya”, no de trabajadores ni clase obrera. En un mundo donde cada vez hay más asalariados, el progresismo reniega de los trabajadores. Aquí están, en toda su dimensión, los límites del progresismo y de la supuesta “izquierda” latinoamericana, encarnada en gobiernos como el de Dilma en Brasil y el de Cristina en Argentina. Se trata de un progresismo absolutamente funcional a los intereses del capital.

 

Del Blog la miseria de la sociología. Posteado por Ariel Mayo

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