Noviembre 23, 2024

¿Siete millones de beneficiados?

Los otrora ahorristas de la ya desaparecida libreta azul del entonces Banco del Estado –hoy BancoEstado, según su denominación comercial–, deben recordar con cierta nostalgia ese sumiso y hasta pueblerino ejercicio que hacían de vez en cuando frente al mesón del banco para pedirle a un funcionario que actualizara su saldo, para luego salir ufanos o deprimidos de la sucursal con una nueva e ilegible fila impresa en su libreta, que daba cuenta de su último estado financiero; y qué decir de ese gesto técnico efectuado frente a la ventanilla de la caja para realizar algún giro desde su cuenta vista, operaciones que, aunque ya sea historia vieja, eran gratuitas.

 

 

Nostalgia también deben sentir esos ahorristas de la libretita azul –llamada “cuenta corriente de los pobres”– cuando recuerdan aquellos tiempos en que nadie los esquilmaba sacándole sin descaro sus escuálidos pesitos por concepto de comisiones. Pero todo cambia. Para bien, la peyorativa “cuenta corriente de los pobres”, ya no se usa porque ahora todos tienen CuentaRUT, un “beneficio”, una dádiva del Estado para los marginados; todo el mundo está encriptado en el mercado, “bancarizado”, concepto propio de la hipermodernidad para diferenciar a una persona “normal” de un anacoreta. Para mal, pues, BancoEstado igualó de manera inconsulta a esos “pobres” de las libretas de ahorro con los “palogruesos” que firman cheques; o sea, ahora todos pagan comisiones. ¡Qué democrático!

 

Desde que la ex Caja Nacional de Ahorros (1910) se convirtió en Banco del Estado (1953), las cosas en la política bancaria estatal experimentaron muchos cambios en términos de su relación con las personas; el más reciente de ellos es la implementación de la CuentaRUT, que a la vez de permitir el ingreso a la banca a una parte poco solvente de la población, también la arrastró a un juego cuyas reglas no siempre son claras. Si bien es cierto que no se cobra mantención por el uso de la CuentaRUT, cabe preguntarse cuántos usuarios de ella sabrán, o entenderán que cada vez que introducen su tarjeta en la ranura de un cajero automático, o la deslizan por un tótem en una sucursal, están contribuyendo, con este nuevo gesto técnico, a engordar el patrimonio de BancoEstado.

 

A juzgar por la creciente devoción del banco estatal chileno por encumbrase en los primeros lugares del ranking, ese genuino propósito fundador, de ser una institución pública de ahorro con “sentido social”, se diluye día a día, hasta convertirse en lo que es en la actualidad: sólo un eslogan. Y si de eslóganes se trata, la institución estatal –que se ubica entre los tres bancos más exitosos del país, considerando que dos de ellos son privados– acaba de lanzar una rimbombante campaña multimedial para publicitar sus 7 millones de usuarios de CuentaRUT.

 

No obstante, lo que omite explicar la entidad bancaria a la que están ligados 7 millones de personas, son los costos por consulta de saldo y trasferencia electrónica que cobra a sus nuevos “ahorristas”, en su gran mayoría pensionados y personas que perciben el sueldo mínimo, o que no pueden acceder a otras instituciones financieras por sus “prontuarios económicos”.

 

En efecto, los costos de $100 por cada consulta de saldo, y de $300 por cada giro y de $300 por cada transferencia de fondos a otros bancos, en apariencia son exiguos. Sin embargo, al final del día, la suma de ellos, pesito tras pesito, le reporta multimillonarias ganancias al banco de todos los chilenos.

 

Si cada titular de CuentaRUT realiza –al menos– una consulta diaria de su saldo utilizando un cajero automático, BancoEstado resulta beneficiado con 700 millones de pesos diarios; mientras que si se trata de 7 millones de giros diarios, o de 7 millones de transferencias al día –cuestión cada vez más utilizada para hacer pagos en línea– la entidad financiera percibe 2 mil 100 millones de pesos por jornada. En suma, a costa de los chilenos más pobres, BancoEstado se está embolsando todos los días la exorbitante suma de 2 mil 800 millones de pesos, y si ello se multiplica por 30 días, los ejecutivos del banco –entre los cuales se encuentran el ex vocero de Gobierno Francisco Vidal y el ex Superintendente de Valores y Seguros Guillermo Larraín– pueden dormir tranquilos con los 840 mil millones de pesos mensuales sacados de los bolsillos más vulnerables de este triste país. Muy tranquilos, pues, sólo con los 700 millones de pesos diarios por consulta de saldos, sus sueldos están garantizados.

 

Demás está decir que la campaña publicitaria es asertiva, pues, desde el punto de vista de la persuasión esperada, cumple el objetivo de apelar a la inclusión social, mostrándola como igualitaria, y de presentar un producto comercial como amable y empático, y por tanto, beneficioso, toda vez que no exige más requisito que el RUT y que no posee cargos por mantención, en circunstancias que no es así, pues esa mantención está pagada mediante los cobros por giros, consultas de saldo y transferencias a otros bancos. Por su parte, al tenor de las ganancias expuestas, el costo de la campaña es marginal para las arcas de BancoEstado.

 

Así es bien difícil que Chile deje de ser uno de los cuatro países del mundo con la peor distribución del ingreso; tarea imposible cuando el propio Estado publicita un abuso disfrazado de beneficio, promoviendo la idea de una cuenta que puede utilizarse “para pagar en todas partes”; en verdad es muy improbable dejar de ser un país abusivo, cuando la institucionalidad que debiera garantizar la justicia distributiva, acaba metiéndole la mano al bolsillo a los más débiles; a los que fueron cambiados desde su libreta de ahorro a un plástico que los empobrece; a los que se sienten felices de estar “bancarizados”, conscientes de sus limitaciones financieras.

 

¿Qué tiene de beneficioso para siete millones de usuarios un producto como la CuentaRUT, sin costos de mantención, cuya vía de acceso es la sola tenencia de un RUT, un requisito que se cumple en la maternidad? Ante la imposibilidad de una explicación masiva, que lo haga el banco que recauda millonarios ingresos por su operación. Pero que no lo disfrace como un producto inclusivo y bondadoso, sobre todo cuando ese banco se deshizo de su rol social.

 

 

 

 

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