Este domingo, en la segunda vuelta de la elección presidencial brasileña y la primera de la uruguaya, se juega mucho más que el futuro equilibrio político en los países respectivos.
Brasil, en efecto, es el país más extenso y poblado de toda la llamada América Latina. Con sus 200 millones de habitantes, es una de las llamadaspotencias emergentes que forman el grupo BRICS con Rusia, India, China y Sudáfrica. Posee la economía más fuerte del Mercosur y de la Unasur y es el centro de las inversiones chinas en la región y el principal socio comercial de Argentina y un importante sostén para las economías cubana y venezolana. Uruguay, por su parte, a pesar de su pequeñez y de su escasa población, de 3.4 millones de personas, desempeña en el Mercosur un papel de bisagra entre Brasil y Argentina, sus vecinos más poderosos, y está más ligado a Brasilia que a Buenos Aires.
Tanto Brasil, en varios momentos de su historia, como Uruguay, han sufrido las presiones de las grandes potencias colonialistas y, desde el siglo pasado, de Estados Unidos, que buscaban utilizar a estos países (y a Chile) como peones contra la más díscola Argentina, que tiene fuertes tradiciones nacionalistas e incluso recurrentes veleidades de potencia regional.
Durante los ocho años (2003-2011) de gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, y los de Dilma Rousseff, que cesará su mandato en 2015 y se ha postulado para la relección, el gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) llevó a cabo una política económica de tipo neoliberal de alianza con el gran capital extranjero y el agronegocio, pero con ribetes asistencialistas y planes sociales que, ahora, cuando la crisis mundial aprieta también a Brasil, la oligarquía local y el gran capital consideran un despilfarro que afecta su tasa de ganancias. En el plano internacional, en cambio, y sobre todo en el sudamericano, Lula, y en parte también Dilma Rousseff, mantuvieron una política integracionista con sus vecinos, defendiendo su independencia.
El gobierno del PT ahora está siendo jaqueado por la derecha clásica, que ha sumado a sus fuerzas importantes sectores de las nuevas clases medias conservadoras (desarrolladas por el mismo PT) y, a la izquierda, por el descontento social difuso y por una extrema izquierda inmadura y sectaria que condena la política conciliadora con el gran capital del gobierno del PT sin darse cuenta de que, al no ofrecer alternativas viables, trabaja en realidad para la derecha y lleva al país a salir de Guatemala cayendo en Guatepeor.
En Uruguay el primer gobierno del Frente Amplio, con el masón Tabaré Vázquez como presidente de la república, fue más que moderado, tuvo una política extractivista lesiva para el ambiente y estuvo marcado por la tensión con Argentina y por los constantes intentos de firmar un tratado de libre comercio con Estados Unidos. El ala centroderechista presidida por Vázquez-Danilo Astori fue derrotada en 2008 en el congreso del Frente Amplio, donde triunfó el centro, que impuso a José Mujica como candidato a presidente; éste también llevó a cabo una política antiambiental, impulsó la gran minería y chocó con los sindicatos, pero amplió los derechos civiles y mantuvo una política latinoamericanista. Sin embargo, apoya ahora a Vázquez en su nueva candidatura, que toma como modelo a Bachelet u Hollande, es resistida por buena parte de los militantes frenteamplistas y que no despierta simpatías en los sectores urbanos más pobres, lo cual da posibilidades a la derecha histórica en caso de balotaje.
De modo que las amenazas a la continuidad de la integración latinoamericana y del apoyo a Venezuela y Cuba, y al funcionamiento sin problemas mayores del Mercosur, provienen de la posibilidad de un viraje a la derecha de los gobiernos del Mercosur, en lo inmediato en Brasil y en Uruguay, y en octubre de 2015 en Argentina. Sin duda la crisis mundial y sus efectos en esos países contribuye poderosamente a este cambio político, pero la derecha no está más fuerte porque crezca electoralmente (por el contrario, sus votos no aumentan e incluso disminuyen) sino porque las políticas neoliberales de los gobiernosprogresistas han desilusionado a muchos de sus antiguos simpatizantes y desmoralizado y desmovilizado a otros.
En Brasil, Dilma probablemente ganará por unos pocos puntos, y en Uruguay es muy posible que gane el Frente Amplio. En Argentina también es previsible que en 2015 gane un candidato peronista mucho más a la derecha que el gobierno kirchnerista actual. Lo importante será saber si esos ganadores centristas y conservadores podrán contar con una mayoría parlamentaria sólida, como hasta ahora, o si se abrirá una guerra de usura en el Congreso y una fase continua de negociaciones, empates y compromisos podridos y, sobre todo, qué capacidad de movilización popular podrá mantener el núcleo duro petista, frenteamplista o kirchnerista, que conservaría un 25 por ciento de los votos a sus candidatos.
En efecto, si en Brasil hay una importante ultraizquierda sectaria reacia a hacer política, no hay en cambio una fuerte izquierda en el PT –que se burocratizó y desorganizó en el gobierno– y lo mismo pasa en el Frente Amplio uruguayo y en Argentina. Ante la ofensiva social de una derecha débil, pero cuya fuerza principal consiste en el apoyo del gran capital extranjero, y ante el vacío de ideas y propuestas para salir de la crisis capitalista por la izquierda, lo esencial es medir bien cuál es la situación y cuál es la real disposición de la mayoría de los trabajadores para combinar la resistencia a la inevitable ofensiva de la derecha con la construcción de poder popular y local y de una alternativa