Visto a la distancia, el hecho que en Chile se asocie los recientes atentados con bomba con los anarquistas, no es una cosa muy original. En efecto, tal asociación mediática no es nueva: se la viene haciendo desde tiempos inmemoriales, como una buena manera de cargarles la culpa de actos violentos a un movimiento que—aunque rodeado de un aura romántica atrayente—también históricamente ha despertado sospechas y escondido no pocos misterios.
Por cierto lo más probable es que hasta los que se visten con sus ropajes no tengan ni la menor idea de qué es el anarquismo, algo que le debe venir muy bien a figuras que sí están en las sombras y que—lo más probable—sean los que financian, manipulan y pertrechan a esta aparente nueva camada de anarquistas surgida en el Chile del siglo 21.
Esos sectores hoy refugiados en las sombras y sus cómplices mediáticos utilizan una vieja artimaña al sembrar en la opinión pública la impresión que esos actos de violencia, como han sido las recientes bombas, son obras de los “anarquistas” dado que así se daña la imagen de todos los sectores que en este momento quieren introducir cambios en Chile, por modestos que estos puedan parecer. En efecto, se ayuda a instalar en la opinión pública la idea que el actual gobierno es incapaz o no desea aplicar toda la acuciosidad necesaria para aclarar los bombazos; extiende por asociación la culpa de los atentados a todos los sectores contestatarios que legítimamente se manifiestan a través de sus organizaciones, como el movimiento estudiantil conducido por sus respectivas federaciones; crea una imagen psicológica del “anarquista” que incluso puede tipificarse (joven, con un determinado corte de pelo o vestimenta) y que puede servir dos propósitos no excluyentes entre sí: producir un cierto rechazo e incluso hostilidad hacia quienes “lucen como anarquistas” de alguna manera tratando de intimidar y de disuadir a potenciales disidentes del sistema, y también frivolizando esas actitudes de rebeldía, desarrollando por ejemplo una moda en torno a ella (así se hizo con el “hippie look” en los años 60 por ejemplo). Por todo esto uno bien puede preguntarse ¿y a quién le conviene todo esto? Y por cierto la respuesta es muy simple, ciertamente no a la izquierda, no a los sectores que legítimamente quieren cambios para Chile, ni siquiera a quienes quieran hacer esos cambios de manera muy modesta. Los bombazos sólo convienen a la derecha, y más aun, a los sectores más duros de ella, a los mismos que no tuvieron problema en desatar la represión asesina después del golpe de estado.
Pero claro, no faltarán quienes digan, por ejemplo haciendo referencia a los recientes detenidos por esos casos de bombas: “pero si se trata de cabros de origen modesto, que simplemente quieren descargar su rechazo al sistema, en el fondo se trata de gente revolucionaria, aunque esté equivocada en sus métodos…” Lo de sus caracterización social puede ser cierto, lo de lo equivocado de los métodos sería sin embargo una mirada muy subestimada del verdadero alcance de sus acciones: el atentado en el centro comercial aledaño al metro Escuela Militar es derechamente un atentado criminal inexcusable, decir que por estar ubicado en un barrio de gente rica (Las Condes) ese centro fuera concurrido por “burgueses”, es una soberana tontera ya que—para empezar—los realmente ricos no andan en metro y mucho menos van a concurrir a comprar a los boliches de una de sus estaciones, la (no confirmada) información de que los autores del atentado alentaron a la policía con 10 minutos de anticipación a fin de que la gente evacuara el sitio es otra tontería ya que—de ser cierta—hubiera provocado probablemente aun un mayor número de heridos y quizás hasta muertos ya que 10 minutos es obviamente un tiempo insuficiente para desocupar un recinto en el cual fácilmente circulan en cada momento un par de miles de personas, la estampida que el pánico hubiera despertado en la gente hubiera sido aun más catastrófica. A no ser que ésa hubiera sido la intención real de los que colocaron el artefacto en esa estación.
Lo cual por cierto me lleva a la siguiente reflexión: ese accionar no corresponde a la de grupos anarquistas ni de cualquier otro que siquiera levemente se identifiquen como revolucionarios (aunque se hagan llamar así); por el contrario, ese es el accionar de grupos de extrema derecha, de fascistas. Y el ejemplo que de inmediato viene a mi memoria es el del atentado en la estación ferroviaria de Boloña en Italia, en 1980, que costó la vida a 85 personas y dejó a 200 heridas. El atentado fue obra de un grupo llamado Núcleo Armado Revolucionario, de orientación neofascista cuyos principales promotores, Giuseppe Fioravanti y Francesca Mambro fueron condenados por el crimen, pero la investigación entonces fue más allá y eventualmente fue condenado también el instigador del acto terrorista, Licio Gelli, gran maestre de la Logia Propaganda Due (P-2) su compañero Francesco Pazienza y tres altos oficiales del Servicio de Inteligencia Militar Italiano, todos miembros de la logia P-2. En los años que siguieron al hecho se pudo constatar que el atentado, junto a otras maniobras que involucraban manejos financieros también, apuntó a desestabilizar al gobierno italiano.
¿Podría estar ocurriendo algo así en Chile? No quiero caer aquí en esa tendencia un poco paranoica de las teorías conspirativas, pero si uno se informa de experiencias en otras latitudes, no cabe duda que estos atentados, incluyendo el más reciente que le costó la vida a un sujeto que aparentemente no tenía nada que ver con grupos de ninguna naturaleza (aunque sí pudo haber estado necesitado de dinero para comprar droga, ya que era un adicto sin domicilio), uno bien puede configurar el siguiente escenario: este nuevo gobierno de Michelle Bachelet viene con un programa que—sin ser revolucionario—de cumplirse en sus partes sustanciales introduce cambios a importantes áreas (reforma tributaria, término al lucro en educación, algunos cambios al sistema de Isapres y se anuncian cambios también al sistema de previsión) que a muchos—yo mismo incluido—nos pueden parecer insuficientes, pero que para una derecha económica dura, acostumbrada a unos cuarenta años de laissez faire en que hicieron lo que se les dio la gana, incluso estos cambios por tímidos que sean les parecen inaceptables y para ello no vacilarán en jugar sucio. En 1973 gracias a que era la época de Guerra Fría y Estados Unidos estaba atento a ponerse “con todo” pudieron contar con el apoyo institucional de las Fuerzas Armadas para asaltar el poder. En 2014 las circunstancias internacionales son diferentes, los militares institucionalmente están también en otra y no para aventuras, entonces ¿quiénes les quedan? Si uno analiza la experiencia italiana y la de otros países, uno tiene que pensar en que después del retorno democrático aun hay una buena parte de sectores que operaron, ya fuera como uniformados o como personal civil adjunto, en las tareas represivas. Como sabemos sólo una parte de ellos está hoy cumpliendo diversas condenas. Algunos se han reciclado como hombres de negocios y hubo uno que hasta llegó a diputado; pero bien puede ser que haya un alto grupo que se ha mantenido en las sombras, casi como una cofradía secreta, con recursos económicos y contactos aun vigentes en las instituciones armadas y la policía, que bien pueden estar detrás de estos atentados. Para efectuarlos cuentan con estos “tontos útiles” (o si la expresión es muy dura, llamémoslos entonces “cabros desubicados” aunque algunos de ellos pueden estar perfectamente conscientes del doble juego que persiguen) que en el nombre de la anarquía—otrora un término que tenía connotaciones más positivas—estén dispuestos a colocar bombas donde les manden y todo ello por algún vil precio.
¿La anarquía un noble concepto entonces? ¿Cómo ahora algunos en su nombre estarían haciendo el juego a lo más brutal del espectro político? En verdad no sería algo nuevo. Pero antes recordemos que el concepto que en griego simplemente significa “sin autoridad” o “sin gobierno” apunta a la creación de una sociedad sin estado, el cual consideran innecesario y en verdad, nocivo. En esto el anarquismo, al menos tal cual se lo formuló a partir del siglo 19 con el francés Pierre-Joseph Proudhon, tiene coincidencias con la idea de comunismo tal como planteada por Carlos Marx, quien preveía una sociedad comunista sin estado. El estado simplemente se extinguiría, argüía Marx. Algunos anarquistas en ocasiones decidieron emprender acciones directas contra el estado, de ahí que tanto en el siglo 19 como en el 20 algunos de ellos efectivamente plantaran bombas contra instituciones o personas que encarnaban el estado: oficinas ministeriales, cuarteles, primeros ministros, presidentes, monarcas (uno de los más mentados sin embargo, el perpetrado contra el Archiduque Ferdinando de Austria en Sarajevo en 1914 y que gatilló la Primera Guerra Mundial, no fue obra de un anarquista como mucha gente repite, sino de un nacionalista serbio).
Sin embargo hacia la segunda mitad del siglo 19 uno de los principales ideólogos del anarquismo, Mijail Bakunin, descartaba el “uso de la dinamita” y en cambio favorecía dirigir los esfuerzos del anarquismo hacia la organización de los trabajadores.
Es interesante acotar que más bien fue esa tradición organizativa la que primero dio a conocer la presencia anarquista en Chile: muchas de las primeras organizaciones sindicales y mutualistas chilenas fueron obra de los activistas del anarquismo también conocidos como ácratas. Eventualmente sin embargo, y como con cierto pesar refleja Manuel Rojas en sus relatos, “los que hablaban en nombre de Marx y Lenin empezaron a desplazar a los que hablaban por ellos mismos”. Rojas, simpatizante él mismo del anarquismo no vio con mucha simpatía como a partir de los años 20 y 30 del siglo pasado comunistas y socialistas empezaron a tomar los puestos de dirección en la mayorías de las organizaciones sindicales chilenas, desplazando al anarco-sindicalismo (una excepción fue la Federación Obrera del Cuero y el Calzado, por lo que sé, hasta 1973 con conducción anarquista). Los anarquistas también tuvieron fuerza en las federaciones estudiantiles y si consideramos la situación actual del movimiento estudiantil, ese movimiento o al menos algunas de sus expresiones (porque el anarquismo nunca ha sido uno solo), estaría haciendo un reingreso en la arena política.
Pero claro está, ese accionar legítimo en las organizaciones sociales por parte del anarquismo no tendría nada que ver con esta otra que podemos llamar siniestra expresión, que en el nombre del anarquismo anda colocando bombas que pueden causar daño principalmente a gente trabajadora. Allí, si se indaga de manera acuciosa y con determinación, no me cabe duda que se descubrirá que los que están detrás de esos atentados pertenecen a un signo muy opuesto a aquellos que—independientemente de que uno piense que puedan tener una visión errada—al fin de cuentas buscaban también un cambio social. Los que ordenan y pagan los bombazos en cambio, sólo quieren que las injusticias sociales se perpetúen, y para ello el terror es un mecanismo eficaz porque paraliza y desorienta.