Cada año que transcurre los recuerdos de Salvador Allende y de Miguel Enríquez crecen en el cariño respeto y valoración de los chilenos – podría decirse de ambos que son como el Mío Cid, que ganó batallas después de muerto -. Si bien es cierto que no pocas veces discreparon respecto a la forma de defender el gobierno de la Unidad Popular, sobre todo, en el tratamiento de las Fuerzas Armadas, sin embargo, Miguel Enríquez, en las últimas frases de Salvador Allende designó a Enríquez como quien debiera continuar la lucha contra el fascismo, que había traído la muerte y desolación a este país.
La época de la Unidad Popular, yo formé parte de dos partidos: el Mapu – irónicamente se le llamaba “casi Mir”, pues la juventud, seguidora de Rodrigo Ambrosio, critica duramente a los partidos tradicionales de la izquierda – y, posteriormente, a la Izquierda Cristina, que siguió la misma línea – cercana también al Mir -; a estos dos nuevos partidos les ocurrió un fenómeno muy explicable, por cierto, que consistía en pasar del reformismo de la Democracia Cristiana a la izquierda más radical. Actualmente, el camino que ha seguido la mayoría de ex militantes del Mapu es el inverso: desde la izquierda hacia el neoliberalismo lobista. En ambos partidos, debido al giro que tomaban – me identificaba más con la línea ideológica de Salvador Allende, así como las tesis de Joan Garcés y de algunas posiciones del Partido Comunista – me sentía incómodo y, los que son las cosas de la vida, ahora, mis posiciones se ubican en sentido inverso a los libistas del Mapu, con una crítica- algunos podrán decir despiadada – a la traición neoliberal de la Concertación.
El pensamiento político de Miguel Enríquez es cada día más valorado, no sólo por su inspiración en la revolución cubana, o por ser una especie de Che Guevara del sur, sino también por la coherencia y consecuencia del compromiso de la juventud de los años sesenta, con “los pobres del campo y la ciudad”. El MIR estuvo muy lejano del vanguardismo que caracteriza a los movimientos de ultraizquierda, por el contrario, supo insertarse en las organizaciones campesinas y de estudiantes, donde jugaron un papel muy importante en la época de la Unidad Popular, respecto a la crítica al burocratismo que, no pocas veces, dominaba el quehacer de los partidos políticos de la izquierda tradicional.
En el lanzamiento del libro de Mario Amorós, Miguel Enríquez, un hombre de las estrellas, se recordaba la juventud de Enríquez y su entorno familiar de grandes líderes del Partido radical, entre ellos, Humberto Enríquez, senador, quien junto su hermana Inés Enríquez – una de las primeras diputadas chilenas – que defendieron el proyecto de divorcio, en una Cámara donde la orden de la iglesia católica era decisiva en el voto de los votos de diputados de partidos católicos; el padre de Miguel, don Edgardo Enríquez, gran profesor en la Escuela de Medicina y, además, rector de la Universidad de Concepción, terminó como ministro de Salvador Allende y, a raíz de la dictadura fue prisionera en la Isla Dawson y, luego, desterrado.
El hecho de que Miguel Enríquez haya surgido de la aristocracia de Concepción –y como se decía en el lanzamiento de su libro- había tenido una infancia feliz – convirtiéndose en un líder universitario dotado de carisma y lucidez, siendo capaz de enfrentar al senador Robert Kennedy, en su visita a Concepción, y a su vez, visualizar con nitidez la crítica al socialismo real – sobre todo la brutal invasión a Checoslovaquia y aún no podemos evaluar el mal que hizo al ideario socialista el estalinismo -. Es muy común entre los líderes revolucionarios su origen en las clases altas de la sociedad Trotsky, Che Guevara, los hermanos Castro, entre otros.
Cuenta el historiador Luis Vitale que los hermanos Enríquez eran grandes admiradores de José Miguel Carrera – al parecer, el nombre de la hija de Miguel es Javiera, en reconocimiento al primer gran caudillo que visualizó la independencia de Chile – fusilado por orden del tirano Bernardo O´Higgins y la logia lautarina.
Marco Enríquez-Ominami, su hijo, está siguiendo la senda de su padre. A mi modo de ver, posee la misma lucidez, inteligencia y sensibilidad social, y ambos se da la consecuencia en la lucha contra un Chile racista, clasista y discriminador, y la búsqueda de la vieja utopía de la igualdad entre los hombres. Hay un aspecto en la personalidad de Marco que, para mí, lo hace singularmente atractivo: por una parte, siempre me ha impresionado, desde que era muy joven, casi niño, de traza de la lucha de su padre en la reivindicación ante la Comisión Rettig; por otra parte, la enorme calidad humana que continuamente demuestra, que la puedo resaltar con ejemplos, como cuando acompañó al padre Esteban Gumucio y a otros tantos, que prueban su verdadero compromiso con los demás.
Estoy seguro de que Marco Enríquez-Ominami será, más temprano que tarde, el Presidente de Chile y que, a diferencia de muchos, tendrá una gran calidad humana y no olvidará nunca el compromiso central por el cual asumió la tarea política, que es el de poner fin al Chile clasista y convertirse en abogado de los pobres.
Rafael Luis Gumucio Rivas
05/10/2014