Este año se ha cumplido un siglo desde el inicio de la primera guerra mundial, año que coincide también con el primer cuarto de siglo de la caída del Muro de Berlín y con los primeros siete años de la crisis subprime. Este ejercicio numeralístico lo realizó en enero pasado la directora general del FMI, Christine Lagarde, con la intención de vaticinar el fin de la larga recesión que cargan las economías de los países desarrollados.
La cábala de la francesa Lagarde parece estar lejos de concretarse. En realidad ella está debilitada y a punto de seguir los pasos del anterior director del FMI, el defenestrado Dominique Strauss-Kahn. Si su colega fue desaforado por un escándalo sexual, ella podría serlo por uno financiero: un tribunal la ha culpado de negligencia en un caso de arbitraje que benefició con 400 millones de euros al millonario francés, ex dueño de Adidas, Bernard Tapie.
Lagarde, una de las mujeres más poderosas del planeta, vaticina el fin de una crisis que tiene a las grandes economías empantanadas desde 2008. Pero se trata de buenos deseos, de un juego de números y palabras, de liviana retórica de Año Nuevo. La economía, y no sólo la economía, está peor que antes. Desde el estallido de la crisis de las hipotecas sólo hemos observado una inercia de siete años. Un proceso amortiguado por medidas artificiales que intentan ganar tiempo para el acomodo de los políticos. La economía de Estados Unidos, aún la mayor del planeta, se mantiene viva gracias a ingentes volúmenes de circulante y a una astronómica deuda. Los males que condujeron al estallido de la crisis de 2008 no sólo siguen presentes, sino que se amplifican. La pregunta no es si esta burbuja de la deuda estallará, sino cuándo y con qué efectos para el resto del planeta. Aumentar la deuda y emisión inorgánica de billetes, que es la política monetaria estadounidense, es en realidad un desafío a cualquier teoría económica básica y un atentado contra una mínima aritmética.
Es posible que las elites que manejan la política y la economía desde los centros del poder tengan muy clara cuál es la situación y sus pronósticos. Porque las bases de la economía estadounidense sólo buscan mantener a flote un modelo que no tiene proyección ni innovación alguna. Es un proceso que en su deterioro sólo ha beneficiado a un puñado de especuladores y multimillonarios. La economía, entendida como actividad generadora de riqueza y desarrollo, no halla salida.
Es por ello que las tensiones bélicas estimuladas por el presidente de EE.UU. en las áreas más calientes del planeta pueden explicarse como una extensión directa de los problemas económicos. Está claro que una guerra no resuelve una recesión, pero es una forma de resetearlo todo y comenzar desde cero. La historia del siglo XX nos ofrece ejemplos: las dos guerras mundiales.
El conflicto ucraniano ha desatado una nueva retórica propia de los peores años de la guerra fría, la que va acompañada de claras acciones provocadoras. Para Estados Unidos nuevamente el enemigo está en Moscú, pese a ser también capitalista, y todo apunta a una profundización de las tensiones y declaraciones guerreristas. El asunto ucraniano, que ha despertado a los halcones en el patio trasero ruso, solo tiene parangón, dicen especialistas, con la crisis de los misiles en Cuba, en 1962. ¿Qué sentido tiene que la OTAN, en los hechos comandada por Estados Unidos, realice sus ejercicios con los países bálticos y sus fragatas se paseen por la costa ucraniana y a tiro de piedra de Rusia?
Los tambores de guerra no son un juego en este momento. En especial porque se trata de potencias con un tremendo arsenal nuclear. Y bien sabemos que con la detonación de apenas el uno por ciento de estas armas de destrucción masiva la civilización, tal como la conocemos, se acaba. El resto, es para la imaginación y el género apocalíptico de Hollywood: desde Mad Max, El libro de Ely a La carretera.
El ex subsecretario del Tesoro de Reagan, Paul Craig Roberts, hoy un analista económico y gran conocedor de los conservadores, engarza cabos sueltos que son para temblar. Para el cientista, son hoy los neoconservadores los que están detrás de Obama y sus agresivas declaraciones y decisiones. Ellos, dispuestos a mantener la hegemonía estadounidense, están decididos a llegar a las últimas consecuencias porque en su delirio confían ganar la guerra.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 813, 19 de septiembre, 2014