Diciembre 10, 2024

Un septiembre con nubarrones

A mucha gente le cuesta medir el poder de la derecha en el arte de pretender desestabilizar a un gobierno que, aunque tímidamente, plantea algunos cambios estructurales y así trata de cumplir el programa de gobierno, ofrecido a la ciudadanía por quien fue elegido. A poco andar, la derecha, que estaba destruida tanto electoral como políticamente, comenzó a poner en marcha sus antiguas maquinaciones y estrategias, que siempre le han dado resultado, respecto al gobierno reformista, como el de Eduardo Frei Montalva, el de la Concertación y, ahora, el de Bachelet.

 

Debido a su poco peso electoral y político, la derecha no puede atacar directamente. Elige el camino de la seducción y el ardid del “Caballo de Troya”: en primer lugar, proponerse convencer a la clase media de que su forma de vida se ve amenazada, especialmente con las reformas tributaria y educacional. Hay que reconocer que, en este plano, han triunfado en toda la línea.

 

En segundo lugar, se plantearon la tarea de conquistar al reaccionario presidente de la Democracia Cristiana, Ignacio Walker, a fin de que desde adentro de la combinación de partidos de gobierno, intentara imponer los postulados de la derecha, en lo que dice relación con la reforma educacional, ahora camuflados en una especie de “manifiesto” de las capas medias. En esta labor también han sido exitosos, pues todos los puntos propuestos por Walker a favor de la educación privada y el co-pago, acaban de ser acogidos por el ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre.

 

En tercer lugar, la derecha necesita instalar el pánico económico: un crecimiento enano y una alta inflación, haciendo que los ciudadanos deduzcan y concluyan que es más conveniente detener las reformas propuestas hasta que el país reinicie un hipotético camino al crecimiento.

 

Respecto al cambio constitucional, ni siquiera tuvieron que molestarse, pues la misma Presidenta declaró cerrado el tema de convocar a la Asamblea Constituyente y, de esta forma, continuar con la Constitución de Ricardo Lagos y las trampas de Jaime Guzmán.

 

Personalmente, me parece claro que la cuerda reformista del gobierno ha llegado a su límite e iniciamos una etapa de administración del gobierno de Michelle Bachelet, que si bien no favorecerá a la derecha extrema, dejará el camino abierto a personeros de la ex Concertación, del clan de los príncipes democratacristianos – esta nueva derecha es más inteligente y sagaz que la antigua, y representa mucho mejor a las capas medias que la misma UDI, que se autodenomina popular, pero tiene como militantes a la “gente bien” del barrio alto.

 

Este oscuro panorama de septiembre helado, saturado de malas noticias para el gobierno, llega a su broche de oro a los seis meses de mandato con una serie de atentados, en que el más grave fue el ocurrido este lunes a las dos de la tarde, dentro de las instalaciones del metro Escuela Militar, con catorce heridos.

 

Ninguna persona bien nacida puede dejar de condenar a estos asesinos, que atentan contra personas anónimas y desprotegidas. Para mí, la violencia es condenable en todas sus formas y lo único admisible es la resistencia civil no violenta contra todas las formas de injusticia.

 

El terrorismo de Estado, como el de grupos de tarados cerebrales, debe ser rechazado con la fuerza ciudadana; sin embargo, a diferencia de la derecha pinochetista, debe ser combatida con métodos democráticos, en consecuencia, no hay que aceptar los cantos de sirena de la derecha, en el sentido de volver al autoritarismo e imponer leyes liberticidas, como la antigua ley antiterrorista, que sólo castigaba a los miembros de los movimientos sociales y no a los terroristas.

 

Me parece condenable el intento de algunos medios de comunicación de masas que, en la larga tarde noticiosa luego del atentado, hayan intentado relacionar el actuar de los movimientos sociales – el estudiantil entre ellos – con el atentado terrorista, pues además de constituir una calumnia, su objetivo subyacente es intentar la paralización de la legítima protesta social, a la cual tiene derecho todo ciudadano ,o grupo, en democracia.

 

No porque desalmados encapuchados – cuyo origen desconocemos y que, según algunos dirigentes estudiantiles, pertenecen a los mismos equipos de seguridad – hagan de las suyas en las manifestaciones, como la última de los derechos humanos, los ciudadanos deben cohibirse para usar su derecho a manifestarse. Al fin y al cabo, tanto los de rostro cubierto como los terroristas, lo único que quieren es que se limiten las libertades públicas y se instaure el autoritarismo. ¡Detesto este helado gélido y convulsionado mes de septiembre!

 

Rafael Luis Gumucio Rivas

10/09/2014 

 

 

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