Diciembre 10, 2024

Reforma educacional: montada sobre el sentido común

Los profesores rechazaron una tramposa consulta que buscaba aceptar migajas en sus exigencias históricas, pero por sobre todo, demolieron el efecto político buscado de hacer aparecer a los profesores entusiasmados con el proceso que busca imponer una nueva institucionalidad educacional.

Los estudiantes agrupados en la CONFECH logran desbaratar una operación de inteligencia que intentaba sentarlos en la mesa de diálogos ciudadanos, que como sabe el más despistado, lo único que busca es neutralizar sus movilizaciones y legitimar el proceso que vende con el audaz nombre de reforma educacional.

 

Hasta aquí, no ha resultado fácil imponer la agenda oficialista en las organizaciones sociales no cooptadas. Las extrañas evoluciones del Ministro Eyzaguirre que dice una cosa, y luego otra, ha sido permanentemente motivos de grandes dudas por parte de las organizaciones díscolas que se oponen a las reformas propuestas. Y por suerte prima en ellas el criterio más sano: no le creen.

 

Los agentes operativos del Ministerio del Interior que recorrieron las organizaciones estudiantiles y gremiales creen que a los estudiantes y trabajadores de la educación son fáciles de controlar. Por lo menos, eso han informado erróneamente a sus jefes, con los conocidos resultados: se baja la CONFECH, y el Colegio de Profesores les ofrece una sonada derrota.

 

En subsidio, el Ministro Eyzaguirre junta una buena cantidad de funcionarios públicos que ayer fueron dirigentes estudiantiles, y se afirma en ellos para nadie sabe qué efecto real, quizá sin saber que nunca quienes han dado vuelta la espalda a sus propios compañeros, han sido una buena compañía para nadie.

 

Pero en las oficinas en que se deciden las cosas ya se habrá detectado que a los estudiantes se les vienen agotando sus armas esenciales, marchas, paros, tomas, y no han logrado concebir otras más adecuadas para el escenario que ya no es el del año 2011.

 

Y afirmados en esa convicción y en la necesidad de darle salida a los ministros que deben irse, entre ellos Eyzaguirre, enviarán sus proyectos ley amparados en la trampa tendida desde antes: las opiniones vertidas por las personas y organizaciones participantes en las mesas de diálogo no son vinculantes, en otras palabras, no sirven de nada.

 

Una vez asumida la pérdida de los estudiantes, los profesores y los sectores que se oponen a la llamada reforma, para el efecto de telonear un proyecto de ley que va dejar las cosas incluso peor de lo que están, el escenario será nuevamente el Congreso.

 

Y ahí sí que se va a negociar con la gente que importa: la ultraderecha, el verdadero hueso duro de roer, que ha sido capaz de permear las más entusiastas propuestas bacheleteanas, transformándolas en reformas que no reforman.

 

Después de tanto tira y afloja, lo que se venga en materia educacional, será sólo lo que se acuerde entre ambos administradores del modelo.

 

La ultra derecha sabe que su última trinchera es la Constitución, su mayor escudo y protección. Y la nueva Mayoría sabe que de ahí no pasará y sólo para la galería, lanza arengas y consignas todas falsas.

 

Y cualquier modificación a la normativa educacional, no se va hacer sino en el contexto que define y permite la Constitución de Pinochet. Esa decir, vamos a quedar en donde mismo estamos. Pelitos más, pelitos menos.

 

No es descabellado asegurar que lo que salga del Congreso como la ley que va a definir el lucro, la selección y copago, va a ser una variante imaginativa del actual sistema: el modelo de mercado se va a adecuar a las nuevas circunstancias que la misma ley va a definir. Si se considera que la idea era con terminar con el mercado en educación, lo que venga será más de lo mismo.

 

Los cambios, de haber alguno, van a ser en el dominio definido por la cultura neoliberal que ha creado en los habitantes el convencimiento que las cosas son de un modo tal, que no se pueden cambiar por nada mejor.

 

Las organizaciones que pudieran jugar un rol de contrapoder están cooptadas o muy debilitadas, lo que genera un terreno fértil para que el modelo de mercado se asiente con mayores seguridades.

 

Para el ciudadano promedio, el neoliberalismo no es algo que se vincule con algo malo. Por lo menos no tan malo. El neoliberalismo fundó el peligroso sentido común que hace pensar que no hay pobreza si se tiene antena parabólica, varias tarjetas de crédito, el último celular y muchas deudas.

 

Y peor aún, trae aparejada la certeza de que lo único que sirve es aquello por lo cual se paga. El mejor y más trágico ejemplo es precisamente en educación: en el arribismo generado por la cultura de mercado, pagar en el colegio de los niños, es un dato del estatus. Tener a un niño en la educación pública, es decir, en sus restos carcomidos, es mal visto.

 

Ahí es precisamente donde opera la cultura que intenta mejorar la Nueva Mayoría: en esas falacias que en el sentido común de la gente llana, siente que son verdaderas.

 

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