Diciembre 11, 2024

Chile y la mala educación/ I

Deseo comenzar señalando, como lo he explicado en artículos anteriores referidos al tema de la educación, que sin transformación de las sociedad (o del modelo como se dice en estos tiempos), no es posible la transformación de la escuela (en el sentido genérico), pero que sin la transformación de ésta, tampoco es posible la transformación de la sociedad.

Ningún proceso, revolucionario o no, violento o pacífico, es capaz de transformar la escuela y la sociedad de la noche a la mañana; sólo la dialéctica de los cambios a nivel social y a nivel de cada uno de los espacios sociales (y la escuela es uno de ellos), es capaz de realizar la transformación. No se puede separar la lucha contra la desigualdad escolar de la lucha contra la desigualdad social; la lucha contra la injusticia en la escuela, de la lucha contra la injusticia de la sociedad, la lucha de la profunda transformación de la escuela de la lucha por la transformación profunda de la sociedad.

 

El problema, es que de los sistemas políticos establecidos es bien poco lo que se puede esperar para esa transformación: “La burguesía -aseveraba Federico Engels- tiene muy poco que esperar y mucho que temer de la formación intelectual de los obreros”. Esto, los estudiantes chilenos lo tienen meridianamente claro, por eso, su insistencia en ser parte de esas transformaciones; y tienen razón, no sólo porque fueron ellos los que pusieron el problema en el tapete, sino que son también ellos mismos los que padecen, como la mayoría de los chilenos, las injusticias de nuestra sociedad.

 

El ministro Nicolás Eyzaguirre ha dicho que la reforma de la educación es una tarea muy compleja y que los frutos de ésta se verán sólo a partir de por lo menos en unos diez años más. Es decir, más de 50 años de mala educación, de lucro y de segregación.

 

Ahora bien, la complejidad de la reforma que lleva a cabo este gobierno, radica justamente, en que se trata de introducir ciertos elementos aislados en un sub sistema (el educativo) de por sí muy deteriorado y con graves falencias, que forma parte, a su vez, de un sistema-país que, además de haber sido mal constituido desde su origen, por lo tanto ilegal e ilegítimo, no consagra el derecho a la educación.

 

La tarea de todos.

En esto momentos, en que el camino lo han trazado nuestros estudiantes, no existe ninguna tarea más importante que la de acometer un esfuerzo constante y sistemático con el fin de aprovechar las posibilidades que se ofrecen para el desarrollo cultural y educacional de la sociedad. Esto requiere una larga y abrumadora labor reformadora para triunfar sobre la mala voluntad, la rutina y los prejuicios. Entre estos últimos, es lugar común el pensar que los estudiantes deben dedicarse a estudiar y no preocuparse de los problemas del diario vivir ni mucho menos tener derecho a protestar. Pero este prejuicio, no está radicado solamente en los representantes del statu quo, sino también en no pocos profesores que tienen una visión muy estrecha de lo que significa la labor educativa.

 

Y ésta es, tal vez, la primera tarea que debemos emprender los que estamos por una profunda transformación en los hábitos educativos y, por supuesto, de toda la sociedad, para una buena educación que conlleve a una vida digna. Decía que muchos maestros y pedagogos persisten en considerar que la vida de por sí no puede tener ningún valor educativo. Entonces, es imperativo demostrar que la actividad educativa, ya no puede recluirse en el ámbito de una institución especializada como es la escuela, sino que debe abrirse totalmente a la vida y participar en la reorganización de la misma. Se trata de lograr una reorganización capaz de satisfacer las necesidades culturales y educacionales de los individuos a través de la vida en sí, de una vida dirigida por los que en ella participan, de una vida en la cual todos los individuos se hallan inmersos.

 

Así, la lucha por la escuela deja de ser ya el punto fundamental del programa democrático de difusión de la instrucción y de la cultura. Se trata de luchar por el desarrollo de las diferentes instituciones educacionales y culturales y por afirmar el carácter educativo de la propia vida. Esta lucha es difícil y muy compleja. Si analizamos la lucha por la escuela que se dio durante los siglos XIX y XX, tenemos que concluir que fue muy importante para la democracia. Sin embargo, no podemos desconocer que la selección operada en las escuelas es, en gran parte, injusta y que los resultados de la actividad escolar se pierden en muchos casos, porque las condiciones objetivas de la vida cancelan lo que los educadores han logrado inculcar a sus alumnos.

 

A partir de esta premisa, debemos propugnar nuevas condiciones de vida, nuevos postulados sociales con el objeto de abrir las más amplias perspectivas para el libre y pleno desarrollo de la escuela y, al mismo tiempo, la ampliación de la acción educacional y cultural. Es así que, en primer lugar, la escuela debe asumir mucho mejor que hasta ahora, su función de carácter social gracias a su profunda reorganización en tanto que institución educativa y didáctica y, en segundo lugar, se trata de reformar el sistema escolar en su conjunto.

 

Para comenzar, hay que hacer todo lo posible para que la escuela se convierta en un organismo vivo y abierto. Vivo en el sentido que todo cuanto en ella transcurre pueda despertar el interés y la dedicación de los jóvenes; y abierto en el sentido de que la enseñanza esté vinculada, indisolublemente, con la vida sociocultural y política y no quede aislada en sus muros de la realidad y la contingencia. En la actualidad, la juventud vive al margen de la escuela su problemática intelectual y moral, así como cultural y artística. Es preciso realizar un gran esfuerzo para adecuar la labor escolar a las actuales condiciones de existencia de los niños y adolescentes, en primer lugar, porque las actitudes y experiencias de la joven generación se forman bajo el influjo de la vida misma, que abarca todas las esferas, así como también de la televisión, de internet, de las comunicaciones, etcétera, que aceleran los procesos de desarrollo intelectual y de la concepción del mundo.

 

Es necesario facilitar los contactos de la escuela con los medios sociales, ligar la actividad de los jóvenes con las necesidades locales y nacionales. La escuela debe convertirse en un importante terreno de auténtica vida intelectual de la joven generación. Esto requiere a la vez que una mayor elasticidad en los programas y la organización didáctica, la mejor preparación de los cuadros docentes.

 

 

 

 

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