Diciembre 9, 2024

Telescopio: las paradojas de un conflicto demasiado largo

¿Desde cuándo que variadas generaciones venimos escuchando del conflicto entre israelíes y palestinos? Algunos que se toman la historia con gran estrictez, dirán que habría que remontarse a cuando los antiguos israelitas, en búsqueda de la Tierra Prometida entre los oasis de Canaan, se encuentran y derrotan— gracias al genio del joven David—a los filisteos cuyo guerrero más temible era el gigantesco y rudo Goliat. Esos filisteos, presentados por la Biblia como toscos sujetos serían los ancestros de los actuales palestinos. Como puede verse, desde la Biblia misma había ya manipulación por parte de los medios informativos. Lo más probable es que los filisteos no eran ni más ni menos brutales que los propios israelitas o que cualquiera de los otros pueblos que vivían en esa inhóspita región.

El relato bíblico en general exalta el proceso por el cual los antiguos israelitas habrían conquistado la Tierra Prometida (recordar por ejemplo cómo derriban, milagrosamente, las murallas de Jericó, un hecho que es otra leyenda, datos arqueológicos indican que los muros de esta ciudad—una de las más antiguas del mundo—habrían sido derribados mucho antes), en los hechos glorificando lo que en un estricto sentido habría sido una guerra de despojo de tierras ajenas. Una narración que aunque no verificada históricamente (e incluso altamente cuestionada por algunos estudiosos judíos que creen que más que conquista militar lo que los israelitas hicieron fue incorporarse a las comunidades canaaneas ya existentes de las cuales incluso habrían recibido importantes influencias religiosas, un proceso gradual, más de inmigración que de invasión) sirve sin embargo a los sectores derechistas y expansionistas de Israel como inspiración histórica para afianzarse como potencia militar en la región.

 

Como los datos históricos de tan antiguos períodos no son muy fiables, es mejor remontarse a tiempos un tanto más nuevos para tratar de entender el conflicto. Esto significa más bien el siglo 19 cuando el judío-húngaro Theodor Herzl formula la noción de un hogar nacional judío y da nacimiento al movimiento nacionalista judío, el sionismo. A diversos intervalos, la idea prendía o decaía, según factores políticos del momento. Aquí aparece también otra paradoja, mientras por un lado el relajamiento de normas que impedían la participación de judíos en la vida política en la mayor parte de los países europeos hace que muchos judíos se integren más fácilmente en esas sociedades, por otro lado crece también el sentimiento de identidad judía ya no sólo determinada por religión—en los hechos muchos de esos judíos, comenzando por el propio Herzl no son religiosos—sino que acentuada por la conciencia de ser un pueblo distintivo. Curiosamente en ese movimiento nacionalista judío (como habitualmente ocurre en los nacionalismos) hay una importante ala progresista portadora de toda la tradición socialista de ese tiempo. Por cierto el sionismo pasaría en la actualidad a adquirir una identidad de derecha, de ahí que como medida precautoria hay siempre que desconfiar de todos los nacionalismos. Otra paradoja, en los inicios del estado de Israel e incluso antes que éste existiera, en algunas de la colonias judías en el Mandato de Palestina el modo predominante de estructura social eran la granjas colectivas o kibutzim, una modalidad socialista de producción.

 

Si ha de ponerse entonces una fecha clave para el comienzo del conflicto habría que mencionar el año 1948, cuando por decisión mayoritaria de las Naciones Unidas (tanto Estados Unidos como la Unión Soviética votaron a favor, sólo los pocos estados árabes entonces independientes y otros musulmanes votaron en contra) se acordó la partición de Palestina, hasta entonces bajo mandato británico luego que los turcos otomanos fueran derrotados en 1918. Judíos y palestinos tendría cada uno su parte del territorio, Jerusalén quedaría con un status especial como ciudad internacional.

 

Los judíos eran en su mayoría emigrados desde otros países, principalmente europeos, aunque en estricta verdad siempre hubo también una población judía nativa de ese territorio que coexistió pacíficamente desde tiempos inmemoriales con la mayoría árabe, incluso compartió con ella los sufrimientos que le impusieron a ambas comunidades las fuerzas de ocupación cristianas durante las Cruzadas.

 

La resolución de las Naciones Unidas de 1948 (irónicamente algunos dicen, la única que Israel ha respetado) desencadenó dos hechos contradictorios para sus actores: la restauración, después de casi veinte siglos del estado de Israel, motivo de regocijo no sólo para los judíos viviendo allí, sino para el conjunto de la diáspora judía a pocos años de que sus connacionales europeos hubieran sufrido el cruel intento de extinción implementado por los nazis que eliminó a unos 6 millones de ellos. El reverso de la medalla fue el destino sufrido por la población palestina, desplazada de sus tierras ancestrales, condenada a un exilio permanente, como señalara el escritor Eduardo Galeano, los palestinos vinieron a pagar la cuenta de los cientos de años en que los europeos discriminaron, persiguieron, expulsaron y asesinaron al pueblo judío. Los palestinos, que nunca habían dado muerte a judío alguno, vinieron a ser las víctimas de un macabro juego en que prácticamente toda la llamada comunidad internacional simplemente miró para otro lado.

 

Pero 1948 debe quedar también signado como el año en que quienes entonces hablaban y decidían por la comunidad palestina cometieron su más grande error, delatando de paso su incompetencia política y—peor aun militar—al no saber leer la realidad política de ese momento y adoptar una obtusa línea de acción del “todo o nada”. En efecto, al rechazar la partición de Palestina que en ese momento asignaba los territorios de modo mediamente equitativo a ambas partes y dejaba a Jerusalén como ciudad internacional de acceso a todos los cultos religiosos, hicieron un terrible error de cálculo que resultó trágicamente en que a más de sesenta años después los palestinos aun no tienen un estado reconocido internacionalmente y cuando lo lleguen a tener va a contar con una fracción del territorio que la partición le asignaba en 1948 (¡)

 

Incomprensiblemente, los gobernantes árabes de los países vecinos a Palestina entonces—la mayoría unos reyezuelos incompetentes sin ningún apoyo entre sus propios pueblos—alentaron el rechazo a la partición y lanzaron un ataque militar sobre el naciente estado de Israel que a la postre resultó en una victoria judía y la adquisición de más territorio para el nuevo estado. La incompetencia militar de las tropas árabes se hizo evidente como lo sería años más tarde en la nueva guerra de 1967 en que Israel anexó—contrariando la resolución de las Naciones Unidas—todo Jerusalén y ocupó la Franja Occidental o Cisjordania.

 

Una lección importante (aunque por su obviedad se tiende a olvidar), la táctica del “todo o nada” funciona sólo cuando uno sabe de antemano después de una evaluación objetiva de los recursos con que cuenta, de que puede ganar la batalla. Sólo una notable ignorancia de parte de los jefes políticos árabes puede explicar cómo al alentar el rechazo a la partición, no leyeron la realidad de ese momento: la postguerra y las revelaciones sobre la sistemática matanza de judíos por parte de los nazis había despertado una considerable ola de simpatía mundial por el clamor de un hogar nacional judío, ya no meramente una suerte de comunidad instalada al interior de otro estado como se habían debatido propuestas en los primeros congresos sionistas que ponderaban una tal comunidad en Uganda o en Argentina, sino ahora un estado soberano judío y en lo que los nacionalistas judíos consideraban su tierra ancestral, la Tierra Prometida de los tiempos bíblicos. Y en eso estaban todos las grandes potencias que emergían de la guerra, Estados Unidos en primer lugar que ya tendría otros designios geopolíticos para el nuevo estado, ser su punta de lanza en la región y su más fiel aliado, rol que Israel ha cumplido a cabalidad y con creces. Stalin obsesionado con establecer un cerco protector en torno a la Unión Soviética no tenía mayor interés en el Medio Oriente que para Moscú estaba lejos de atraer como área de influencia (sólo en los años 60 la URSS desarrollaría lazos más cálidos con regímenes como los de Egipto, Siria e Irak, en tanto que entraría a apoyar a la Organización de Liberación de Palestina, OLP, pero nunca como para provocar un conflicto con occidente sobre el tema). Y por cierto no se debe ignorar (aunque tampoco exagerar) la influencia que el lobby de la comunidad judía en occidente, especialmente en Estados Unidos, podía ejercer en las políticas de apoyo irrestricto a Israel. Un lobby que en la década anterior, a pesar que la comunidad judía en Estados Unidos ya era grande, no había logrado persuadir a las autoridades de Washington para que recibieran a refugiados judíos que trataban de escapar del régimen nazi. El episodio más vergonzoso fue el del “viaje de los condenados” emprendido en mayo de 1939 por el transatlántico alemán St. Louis con más de 900 judíos que se dirigían a Cuba. Cuando el gobierno del entonces presidente Federico Laredo renegó de las visas otorgadas, el barco intentó dirigirse a Estados Unidos, sólo para encontrar un rotundo no de parte de las autoridades de ese país, la misma respuesta obtuvo de Canadá. Sin lugar que los recibiera, el barco con su carga humana de refugiados no tuvo otra opción que retornar a Europa, gran parte de sus pasajeros fueron admitidos en Holanda y Bélgica, pero cuando esos países fueron invadidos por los nazis, corrieron la misma suerte que los judíos locales yendo a parar a campos de concentración. ¿Puede haber habido algo de sentimiento de culpa en las decisiones de los países occidentales en mostrarse en 1948 tan generosos con los judíos como no lo habían sido hasta la década anterior? Posiblemente también, puesto que en política todos los factores pueden tener un rol. Lo malo de todo esto es que quienes tomaron las decisiones a nombre de los palestinos y de los demás países árabes en ese tiempo no entendieron el momento que vivían y así asumieron esa línea del “todo o nada” que cuando se la toma desde una posición de debilidad o incertidumbre termina precisamente logrando nada.

 

Cuando se examina la presente situación y el incidente que la gatilló, el secuestro de tres jóvenes israelíes probablemente como una acción destinada a intercambiarlos por prisioneros palestinos, y peor aun, una iniciativa privada o de algún grupo que no estaría necesariamente vinculado a Hamas, el triste resultado es que ello sólo ayuda a mantener el status quo, esto es, un Israel que rehúsa negociar y que se favorece ya que mientras tanto el tiempo pasa y con ello afianza su control sobre los territorios ocupados. Paradojalmente sin embargo, Hamas (aunque en su interior puede haber en estos momentos un importante debate interno) también obtiene algo de este status quo: conservar un control férreo sobre la población de Gaza, utilizando métodos de intimidación, imponiendo un fundamentalismo religioso enajenante y presentándose como la sola alternativa ante una población en estado de desesperación. Otra paradoja, en algún momento Israel incluso favoreció a Hamas sobre la OLP porque esta última era izquierdista.

 

La situación es trágica y cada vez con menos salidas para los palestinos, mientras se afianzan las posiciones más derechistas y militaristas en Israel. ¿Es este bombardeo indiscriminado y criminal la versión israelí de su propia “solución final” esta vez contra el pueblo palestino? Si así fuera sería la última paradoja en la historia de un pueblo que por otro lado habría tenido que aprender del sufrimiento que soportó durante siglos como para no repetir esas mismas prácticas contra otros más débiles que él.

 

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