Diciembre 4, 2024

¡Señor, dame tu fortaleza!

Cuando niño no disfrutaba de la televisión, internet, ni de otros avances de la cibernética, apenas, mis hermanos y yo estábamos felices con los programas de la radio, como El gran radioteatro de la historia, presentado en una serie de episodios que escribía, diariamente, el prolífero Jorge Inostroza – de ahí nació la motivación y gusto por la historia, más que por las clases de mis profesores -. Si entendiéramos que la educación fuera del aula es tan o más importante que la transmitida de generación en generación por los profesores, no tendríamos la pésima televisión pública de hoy y, además, la proliferación de periodistas tipo Google, que creen dominar todas las áreas del saber con sólo consultar alguna página web e, incluso, se atreven a contradecir a quienes, en conciencia, han dedicado su vida a determinada área del saber.

 

Siguiendo con los programas de la radio, algunos programas de antaño eran un poco más superficiales, como Residencial La Pichanga, o la famosa serie Hogar dulce Hogar, una especie del programa de los Venegas, ubicado en los años 50, programa que terminaba con Don Celedonio, el marido explotado por Sinforosa, que siempre tenía a flor de labios la expresión “Señor, dame tu fortaleza”.

 

Esta última frase la uso para encabezar la columna de hoy, en la cual describo dos situaciones propias del marasmo chileno actual: en primer lugar, la prolongada huelga del hospital El Salvador – que los funcionarios pretenden llevar hasta sus últimas consecuencias – para oponerse a la privatización del hospital llevada a cabo por los mercaderes de la salud, encabezada por Jaime Mañalich, ministro de Salud durante el gobierno del millonario Sebastián Piñera.

La salud pública chilena es una grandísima mierda y, lo peor, es que a medida que transcurre el tiempo empeora: los chilenos que carecen de dinero – que son la mayoría – están condenados a utilizar los servicios de la salud pública, que en buen chileno, significa ser tratado como a un perro callejero sin Dios ni ley. La vida del pobre es mucho más corta que la del ricachón, que siempre cuenta con el apoyo de magníficos “hoteles” – Clínicas Alemana, Las Condes, Santa María…-. Para rematar este desastre, los mercachifles no encontraron mejor solución que el someter a licitación los hospitales públicos y privatizar la salud, un darwinismo inhumano en que se salva el que tiene más dinero, al fin y al cabo, dirán “para qué quieren salud los <rotos>”.

Si se considera la ubicación y el buen número de hectáreas que tiene el hospital El Salvador, cuántas pirañas privadas están dispuestas a adueñarse del terreno para construir la ciudadela que les rentará millones de dólares. Si el Estado se decidiera a construir un hospital modelo, de mejor calidad que las clínicas privadas, sería un paso muy positivo a favor de la salud para la mayoría de los chilenos; si este ejemplo se extendiera a través del país, podríamos empezar a poner fin a la estúpida idolatría de las privatizaciones, que son producto de una doctrina brutal e inhumana, el neoliberalismo.

Otro hecho de distante índole es el de la condena a Martín Larraín Hurtado a 541 días de presidio remitido por haber atropellado con su auto a Hernán Canales, un pobre ciudadano que no tuvo la misma suerte de Marín, que nació en cuna de oro. Esta condena sólo significa que el señor Larraín (hijo) tiene que firmar cada mes, durante año y medio, en el Patronato Nacional de reos. Para esta sentencia se consideraron dos circunstancias atenuantes: la irreprochable conducta anterior y el pago de dinero a la viuda para “reparar el daño” causado por la muerte de Canales. Si usted dinero y es hijo de senador, tiene el derecho de atropellar a “un ciudadano de a pie”, con una condena irrisoria.

En los casos descritos, sólo cabe exclamar: ¡Señor, dame tu fortaleza!

Rafael Luis Gumucio Rivas

10/07/2014                     

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