Diciembre 9, 2024

Salvador Allende

El siguiente es un extracto del libro “Esos Años” escrito por el exsenador demócrata cristiano Alberto Jérez, publicado por Editorial Jaime Ferrer Mir.

 

Con toda seguridad la vida, trayectoria política y el martirio de Salvador Allende son y serán, motivo de análisis y manifestaciones coincidentes o encontradas, aunque por su dimensión histórica su legado se impondrá por sobre todo lo que sus enemigos seguirán tratando de poner al paso de su memoria.

 

Su desenlace trágico en la Moneda el 11 de septiembre lo coloca, en primer lugar, de la lista de los revolucionarios latinoamericanos que cumplieron, rigurosamente, su compromiso con su pueblo.

Así quedó definida y consagrada su imagen como también la conducta de los uniformados que traicionando su palabra y ensuciando nuestra tradición militar, bombardearon el palacio presidencial, en el hecho indefenso y con mujeres. No existe en nuestra historia militar recuerdo de una cobardía semejante bajo la inspiración y el financiamiento de Nixon el alcohólico y mendaz Presidente de los Estados Unidos, nación incivilizada en sus relaciones con países en los que puede meter su mano.

Escribir sobre Allende y su época social y política requiere de tiempo y documentación. Este libro no tiene ese propósito tan amplio, sino sólo contribuir con el conocimiento que alcancé de su persona, por las numerosas y prolongadas ocasiones en que me tocó participar con él, especialmente en sus últimos cuatro años y últimos días.

A casi cuatro decenios de su muerte, la vergonzosa concertación de sus adversarios para denigrarlo prácticamente ha sido acallada por la verdad, como lo demostraremos aquí.

Sin embargo especialmente para el conocimiento de los jóvenes y de quienes no supieron cabalmente de él van las páginas de este capítulo.

En verdad hace mucho tiempo que no leo ataques a Salvador Allende y por el contrario observo como gana espacio su memoria en la mente y el corazón de los chilenos. Meses atrás un canal de televisión abrió un concurso con votación nacional, para que los televidentes señalaran quien era el chileno en nuestra historia que consideraban más digno de admiración y respeto.

El resultado, con muchos miles de votantes, señaló a Salvador Allende como elegido mayoritariamente, por sobre O’Higgins, Prat, Manuel Rodríguez, Neruda, San Alberto Hurtado y varios otros.

Con todo, y visto como una mosca en un mantel blanco y de manera empecinada, en los diarios de la cadena de El Mercurio un tal Víctor Farías, dedica su tiempo a denigrar a personas ya fallecidas como Salvador Allende, el Cardenal Silva Henríquez, el general Prats González y Volodia Teitelboim. Reconozcámosle a

 

lo menos la prudencia con que se asegura que sus víctimas ya no estén en el mundo de los vivos para agredirlos.

Las viudas y viudos de Pinochet, los que rapiñaron con elegancia las empresas de todos los chilenos creadas por Frei Montalva y Allende, aquellos que cumplen condena por crímenes contra los derechos humanos y los que escaparon de lo mismo por los forados que se mantienen en la justicia penal, se supone que lo leen con más interés y ventaja que a Cervantes, Shakespeare o Dostoiewski. Ese es un privilegio que pertenece primordialmente a la auto-llamada gente bien, gente como uno.

Pero lo que a mí me ocurre es que cuando veo en el Mercurio o en su leva periodística algunos de sus escritos, tiro el ejemplar a la basura, corro a lavarme las manos y trato de prevenir a otros de este plumario, inclusive a papanatas de mala fe por aquello de que “el número de los necios es infinito” como dice el Eclesiastés.

Como paso previo profiláctico me ocuparé de reseñar y desvirtuar el rosario de mentiras, calumnias y ataques con que los malaventurados enemigos de Salvador Allende pretendieron manchar su imagen, todo lo cual hoy está absolutamente desvirtuado.

Se puede tener la seguridad que en ello me aferraré a la verdad como en todo este libro y nada me provocaría mayor curiosidad que ser refutado o recibir cualquier observación por mal intencionada que sea.

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Para considerar como fue mí relación con el Presidente Allende y como me autoriza para referirme a él en estas páginas puedo manifestar que no necesité hacer esfuerzo alguno para interiorizarme de lo que él pensaba o hacía, por el contrario, en muchas ocasiones en que le era difícil hallar un destinatario para sus preocupaciones me las encargó contando con mi buena disposición. Solo señalaré algunos casos.

Apenas designado candidato presidencial por la Unidad Popular me pidió que yo dirigiera su campaña, con la única observación que evitara cualquier roce o dificultades suyos con los partidos que lo apoyaban.

Durante toda la campaña, como se dice ni con el pétalo de una rosa, se produjo un roce como a él le preocupaba.

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Salvador le pidió a Felipe Herrera, gran señor y figura latinoamericana, que aceptara ser candidato a rector de la Universidad de Chile pero se encontró con que el alumnado partidario suyo no estaba de acuerdo pero aceptaron escucharlo.

Felipe era tan inteligente como tímido y explicó que no iría solo a enfrentar una asamblea tan difícil y pidió que lo acompañara un dirigente político y tenía razón pues entre los dirigentes universitarios, estaban Fernando Ortiz, Académico, Marta Harneker, Enrique Paris y otros de tal calibre.

No se encontró quien lo acompañara y nuevamente Salvador me cargó los dados y tuve que ir con Felipe a la asamblea con los universitarios donde explicamos las razones de su candidatura a Rector. Se nos escuchó con respeto y al final no hubo objeciones a que Felipe Herrera fuese el candidato a la rectoría de la Universidad de Chile.

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En Febrero de 1972 se produjo una elección extraordinaria a diputado por Linares. La oposición, Derecha y PDC, iba unida y con el mejor candidato Sergio Diez. Nosotros levantamos a María Eliana Mery hermana de un funcionario de la Cora asesinado en esa región por latifundistas enfurecidos. Nuestra derrota era segura.

El presidente me llamó:

– No sé si has pensado que esta elección es decisiva para nosotros y la cosa se presenta muy difícil.

Más que difícil objeté creo que nos vamos a tragar una derrota voluminosa.

Me dijo entonces:

Por eso quiero pedirte que tu dirijas nuestra campaña.

Le contesté:

Salvador no soy taumaturgo y solo un milagro podría evitarnos la derrota.

Si lo sé me explicó pero con la dirección tuya la derrota sería por menos para nosotros.

Tuve que aceptar y con la participación del MIR y de activistas de las provincias cercanas que hice venir, nuestra derrota fue menos voluminosa y no nos causó un daño especial.

 

Cuando llegué a la zona lo primero que hice fue llamar al jefe espiritual de la derecha y los latifundistas don Carlos Montero Schmidt y le advertí que pese al apoyo del MIR, por nuestra parte la campaña sería sin actos de violencia y que esperaba que el obtuviera un conducta semejante de sus partidarios.

La verdad es que esa elección mostró una conducta ejemplar por ambas partes.

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A pocos días del Golpe Salvador nombró Ministro del Interior a Orlando Letelier. En el funeral de su hermana María Inés Allende, Orlando me llamó aparte y me expuso que el presidente le había aconsejado que dado su poca experiencia, le pidiera a Clodomiro Almeida y a mí que nos mantuviéramos a su lado en el ministerio. Fue un agrado cumplir con este encargo dado las relevantes condiciones humanas de Orlando, en el breve periodo que duró su ministerio.

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En el último año del mandato de Salvador Allende fuimos designados con Aniceto Rodríguez representantes de los senadores de la Unidad Popular. Ello me obligó a estar casi a diario en la Moneda y apreciar como Salvador Allende contaba con la generosa lealtad de Víctor Pey, Carlos Jorquera, Augusto Olivares, Osvaldo Puccio, la Payita, su hija Beatriz y el doctor Girón y otros más.

La relación muy frecuente con el presidente permitió que nos ocupáramos de una multitud de temas que para él tenían importancia. Así cuando los propietarios del diario La Tercera le ofrecieron venderle el diario con la sola condición de que el interlocutor de la Unidad Popular fuera yo.

Por supuesto no hubo problema en eso y durante cerca de dos meses trabajamos con don Fernando Jaras, copropietario del complejo de La Tercera hasta que me dí cuenta que no duraríamos más de tres meses en el Gobierno, le dije a Salvador que suspendiéramos las conversaciones pues íbamos a caer y no podíamos arrastrar en nuestra caída a quienes habían tratado de ayudarnos. El Presidente estuvo de acuerdo y de esta operación nada se supo hasta ahora.

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I

En la misma noche del 11, todo el barrio alto se vio iluminado por las miles de celebraciones, en mansiones o a campo abierto, por la implantación de la dictadura. Mientras corría el champagne, el Mapocho transportaba los cadáveres de las primeras víctimas, lo que cuando era conocido por los celebrantes los impulsaba a elevar los aplausos y el consumo de alcohol.

Por cierto no se oyó aquí el descorchamiento de botellas en un Salón de la Casa Blanca en Washington donde dos desalmados de Frac y chistera, Nixon y Kissinger, brindaban por el éxito de su intervención en país ajeno como padre y madre putativos y financiadores de tal alevosa hazaña.

Esa celebración ignominiosa en los festejantes era explicable, ya que la muerte de Salvador Allende y el imperio de la dictadura les entregaba la posibilidad de volver a los negocios turbios, a la explotación de los trabajadores y a aplaudir el extermino de los luchadores sociales entre ellos los sacerdotes que se jugaban por los pobres.

A la vez, por el Golpe quedaban en la impunidad y el silencio las instituciones y personas que habían recibido dinero de los norteamericanos, para el derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular y que fueron más de lo que se pudiera pensar, así como las discretas robatinas del Presidente del Tribunal Supremo de la Nación, en los últimos días del Gobierno de Allende.

Con dolor un amigo residente en Providencia me telefoneó para decirme que algunos democristianos, que no habían militado en la Falange Nacional, participaban en las celebraciones.

 

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Sólo mentes criminales y desquiciadas pudieron concebir una invención tan monstruosa que consistió en acusar a Allende y a la Unidad Popular de haber decidido el asesinato de los altos mandos de las FFAA en el Palacio de la Moneda, en presencia del Presidente, o en el acto de la Parada Militar y en provincias, añadiendo como víctimas a dirigentes y miembros de los partidos de oposición.

El texto del plan, conocido como el plan Z habría sido encontrado en la caja de fondo del Subsecretario del Interior de la Unidad Popular, Daniel Vergara.

El delirio culminaba añadiendo a las víctimas al propio Salvador Allende, lo que nadie entendió y que fue el primer forado del Plan que al final significó su descrédito y reconocimiento de su falsedad.

Siempre inspirados por los asesores de la CIA, los administradores del Plan Zeta, fueron en primer lugar, El Mercurio, que en su edición de 18 de Septiembre de 1973 y a ocho columnas, lo presentó bajo el título de “El gobierno marxista preparaba autogolpe”.

Los términos y alcance del supuesto plan, fueron comunicados a los corresponsales extranjeros pocos días después del Golpe, por el Secretario de la Junta Militar, Coronel Pedro Ewing, sin admitir ningún tipo de preguntas.

Obviamente el Plan Zeta tenía por objeto justificar el Golpe Militar y el ensañamiento y carácter genocidio político con que las FFAA y Carabineros reprimieron a los partidarios de la Unidad Popular y a cualquier ciudadano que no se les sometiera.

Los medios de comunicación, todos a disposición de la Junta Militar, desplegaron una abrumadora red de denuncias sobre centenares de preparativos de asaltos y acciones de fuerzas extremistas a través de todo el país, derivados del mismo plan.

En los días de festejos y celebraciones que siguieron al Golpe, había una sola nota de discordia entre los participantes y fue naturalmente el Plan Zeta, cuya supuesta existencia opacó y postergó el interés por cualquier otro asunto. Hubo muchas peleas de curados y aristócratas porque todos y cada uno reclamaban para sí el honor de encabezar la lista de los condenados a muerte en el supuesto plan de la Unidad Popular, aunque fueran seres insignificantes.

 

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Cualquier dirigente de la UP y cualquier chileno bien nacido sabía que lo del Plan era una farsa, pero como ya conocemos el número de tontos y agreguemos los malvados, para despejar dudas hacemos presente que el Subsecretario del Interior Daniel Vergara, en cuyo poder se habría encontrado el supuesto Plan, estuvo detenido por los militares durante dos años y, según me lo confirmó después él mismo, jamás se le interrogó sobre el Plan Zeta ni tampoco volvió a ser mencionado en la prensa de derecha lo que acredita su total inexistencia.

Sin embargo a ese emborrachamiento vengativo, se sumaron periodistas de convicciones democráticas como Hernán Millas y Abraham Santibáñez, quienes en libros y revistas colaboraron con la farsa del Plan otorgándole amplia difusión, aunque ya descubiertos sus verdaderos orígenes e intenciones, fueron de los primeros en desdecirse y reconocer la farsa.

El prestigioso periodista Jorge Magasich, profesor asociado en el Instituto de Altos Estudios de la Comunicación Social de Bruselas, publicó en la edición chilena de Le Monde Diplomatique de Diciembre de 2009, un documentado artículo del que extractamos lo que sigue:

“Casi dos décadas más tarde algunos reconocieron su error. Millas explicaría en 1999 que “el plan Z” nunca existió y que es “el mejor y más olvidado cuento militar”. Santibáñez también declaró en 1999: “Tengo que confesar que hubo un gran error: creer en el Plan Z”. El director de El Mercurio, Arturo Fontaine Aldunate, que en 1973 había organizado un verdadero bombardeo mediático sobre ese tema, le respondió a la periodista Mónica González: “No tengo ninguna prueba de que haya existido el Plan Z. En ese momento se daba como un hecho cierto. Para mí es hoy una incógnita”. Federico Willoughby, el primer consejero en Comunicaciones de la Junta Militar, reconoció en 2003 que el plan Z fue montado por los servicios secretos de la dictadura como un instrumento de la guerra psicológica destinada a justificar el Golpe de Estado.

Los autores del plan empezaron a hablar. Casi treinta años más tarde, el historiador Gonzalo Vial Correa reconoció ser uno de sus redactores: “lo escribimos varias personas, yo principalmente”. Vial Correa es autor de una bien difundida Historia de Chile, pero también es un político de extrema derecha, cercano al Opus Dei. Durante el gobierno de Allende dirigió la revista Qué Pasa, vinculada al golpe de Estado; en 1979, llegó a ser ministro de Educación de Pinochet; en 1990, en el gobierno de Aylwin se le designó… comisario de la Comisión Verdad y Reconciliación; en 1999 fue nombrado miembro de la Mesa de Diálogo bajo la presidencia de Eduardo Frei Ruiz Tagle, lo que demuestra la forma de convivencia o la indolencia de los dirigentes de la Concertación, pues ya la existencia del Plan “ Z “ ya estaba totalmente aclarada.

 

Pero como el cinismo también juega un rol en estas aristocráticas bribonadas, tómese nota que en agosto de 2008 en el diario La Segunda, satélite de El Mercurio, se publicaron unas declaraciones retroactivas de Hernán Cubillos, Ministro de Pinochet, en las que se ufanaba de que el cuento del Plan Z lo habían inventado ellos mismos y que el historiador Gonzalo Vial lo había redactado. Como se puede apreciar Gonzalo Vial es un historiador ideologizado por el Opus Dei que como co-inventor del inexistente Plan Zeta mancha sin remedio la tradición objetiva de nuestra historiografía.

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II

Otro invento cargado a la cuenta del Presidente Allende y de la Unidad Popular, fue la supuesta existencia en Chile de 15.000 soldados cubanos destinados a defender su gobierno.

Opínese como se quiera de la revolución cubana pero sí hubiera habido aquí siquiera 15 soldados suyos se habría notado. Ellos tienen un coraje reconocido y decencia militar y bajo el mando de Fidel o del Che Guevara jamás habrían actuado como ocurrió aquí el 11 de septiembre, cuando nuestros soldados cumpliendo órdenes se ensañaron matando compatriotas civiles desarmados y declarando una guerra inexistente.

No hubo aquí ningún soldado cubano y nadie, ni Manuel Contreras o Jaime Guzmán, pudieron mostrar como trofeo siquiera un botón de un uniforme cubano.

Quien se encargó de rematar esta falsedad fue el propio Onofre Jarpa cuando reconoció en una entrevista que en la mañana del 11 de septiembre, se instaló en el departamento de un amigo, con vista a la embajada de Cuba, y luego de un par de horas se retiró sin más porque la calle estaba desierta y nadie instalado en la embajada. Ni menos soldados cubanos.

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III

Apenas instalada la dictadura llovieron notificaciones por prensa y TV sobre el inmediato comienzo de juicios y querellas contra funcionarios del gobierno de Allende, para investigar y castigar los robos e irregularidades que de seguro habían cometido.

Pese a tener detenidos a centenares de importantes funcionarios militantes de la Unidad Popular, no se inició ni entonces ni después ni nunca juicio alguno contra ellos, habiendo la dictadura dispuesto del plazo de 17 años para hacerlo. Si hubiera sido necesario los presuntos acusados habían dispuesto de la defensa de prestigiosos abogados como Nurieldin Hermosilla, Luis Ortiz Quiroga, Andrés Aylwin, Hernán Montealegre, Alejandro González Poblete, Luis Aracena Aguayo y muchos más, que defendieron victimas de la dictadura en casos contra los derechos humanos.

Habría que precisar en cambio cuantos años necesitaríamos para investigar el caudal de delitos contra el patrimonio del Estado chileno, empezando por Pinochet durante y después de su dictadura y quienes se apropiaron de los bienes del estado chileno como Entel, Soquimich, CAP, Endesa, Inacap y otros, el más importante Patrimonio de todos los chilenos.

Y como si nada debería también darse cuenta de los autorobos de joyas y valores, depositados en el Banco Central por miles de incautos que los entregaron para la “Reconstrucción de la Patria”, a pedido de Pinochet, reconstrucción que se trasladó como botín de guerra a los bolsillos de abnegados patriotas y luchadores contra el marxismo – leninismo.

En su libro “El Rebelde de Patria y Libertad”, Roberto Thieme segundo hombre de ese Partido, relata lo siguiente: “Una mañana de junio al abrir mi Austin Mini encontré, en el suelo, una argolla de matrimonio con oro con el nombre de la esposa grabado. El dueño del anillo me expresó: “Debe ser un error porque yo entregué mi argolla, después del 11 en el Banco Chile, para el fondo de Reconstrucción Nacional” a pedido del General Pinochet.

“Le conté el asunto a mi hermano, Capitán de Ejercito, quien no se sorprendió puesto que habían detectado otros casos de joyas donadas que aparecían en manos de terceras personas”.

Es razonable pensar que en esta robatina, los ladrones no fueron gentes de medio pelo, sino de nuevo gente de bien o gente como uno.

Este asunto me da la oportunidad de señalar que a mi juicio Roberto Thieme merece toda credibilidad. Adversario sañudo de la UP, colocado en las antípodas de nuestras convicciones, se jugó la vida por nuestro derrumbe pero ya, en el tercer año de dictadura, empezó a manifestar su oposición en especial por la Política Económica de Pinochet y los Crímenes contra los derechos humanos.

Cuando en 1981 estaba en Madrid expulsado por Pinochet tuvo el gesto humano, de caballero andante, de visitarme allá y prodigarme su conversación y amistad en una tasca de la Plaza Mayor hasta el amanecer. Antes de eso jamás nos habíamos conocido, a partir de entonces lo considero mi amigo muy estimado.

Si uno pudiera escoger a sus adversarios, yo me quedo con Roberto Thieme pidiéndole, eso sí, más suavidad en sus métodos políticos.

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IV

Uno de los factores que mayormente debilitó al gobierno del Presidente Allende fue el desabastecimiento de productos de primera necesidad que, aparentemente, afectó a todos los sectores y ocurrió principalmente en el periodo final.

La oposición los presentaba como una maniobra del gobierno para controlar la población o como demostración palmaria de ineficiencia administrativa. En los últimos días de ese Apocalipsis no todo podía andar sobre rieles y con precisión pero solo eran dueños de la producción y el transporte que no eran precisamente los de la Unidad Popular, podían ser verdaderos causantes de la situación y eso quedó en claro al día siguiente del Golpe militar, porque apenas “normalizada” la situación el 13 de septiembre, empezaron a aparecer en las estanterías de los comerciantes y en las mesas de los restoranes, todos los productos que los enemigos del gobierno habían escondido para enervar el apoyo de la población a Salvador Allende.

En todo lo anterior y parte de lo que viene en cuanto a maniobras desquiciantes y falsedades debe tenerse por segura la participación de los norteamericanos a través de la CIA, como asesores de los golpistas chilenos, forma de operación propia de su estilo lo que en estos días también están ejecutando contra Chávez presidente de Venezuela.

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V

Estas sucias maniobras tendían a desestabilizar el gobierno de la UP y a generar en el ánimo de la gente el pánico ante una supuesta decisión de Salvador Allende de no entregar el poder en 1976 e implantar una dictadura comunista.

Siempre existirá un número bastante de tarados aptos para tragar ruedas de carreta, sin darse el trabajo de pensar y aunque me fatiga referirme a tanta estulticia es necesario hacerlo. En primer lugar Allende era un hombre íntegro e independiente. Ya en 1968, cuando las tropas rusas invadieron Checoslovaquia poniendo término a la Primavera de Praga, pronunció un discurso en el Senado condenando la invasión soviética, obviamente ante el silencioso disgusto del Partido Comunista.

Entonces y ahora, ninguna persona inteligente creería en una posible dictadura comunista en Chile, y encima con la complicidad de Allende. Habría que suponer que en Chile existía un Partido Comunista invencible y con la capacidad de aplastar juntos y de un golpe a Socialistas, radicales, democristianos, derechistas, Fuerzas Armadas, Iglesia y esperar que los países limítrofes permanecieran inmóviles lo mismo que el imperialismo Norteamericano. Tampoco a un cineasta loco se le ocurriría montar una película con un tema semejante porque antes de empezarla ya estaría arruinado y calificado de anormal.

Salvador Allende no precisaba de estos cálculos como hombre siempre libertario, pero es no conocer la capacidad de la derecha y de los norteamericanos para lanzar calumnias y que les produzcan ganancias aún del modo más procaz, como ocurrió en este caso.

Por ello no resulta ocioso destacar que cuando Allende, concurrió en Buenos Aires a la trasmisión del mando del Presidente Cámpora, ante la pregunta tendenciosa de un periodista haya señalado categóricamente que al término de su mandato entregaría la presidencia a su sucesor, conforme a la Constitución, añadiendo que la pregunta le parecía absolutamente tonta y mal intencionada.

En 1984, regresado del exilio visité al empresario don Fernando Léniz para solicitar su intercesión a favor del retorno de la doctora exiliada Carmen López de Lorca, tratante de mi hija Paula en Madrid. La conversación derivó a que, en 1972 cuando era gerente del El Mercurio, visitó al Presidente Allende por problemas de suministro de papel.

Léniz me dijo que en un momento de la conversación Salvador le expresó: “Dígale a Agustín Edwards que no sea maricón, que se venga de Estados Unidos y se presente de candidato a la Presidencia de la República y que si gana limpiamente, yo mismo le coloco la banda presidencial”.

Léniz me agregó que él mantenía una imagen positiva de Salvador no siendo el único empresario en esa postura. El Presidente Jorge Alessandri, cuando en 1970 se trató en el Congreso Pleno de la votación entre él y Salvador Allende, viéndose derrotado por el acuerdo entre la DC y la UP, pidió a los parlamentarios partidarios suyos que votaran por Salvador Allende en homenaje a su invariable trayectoria constitucionalista y democrática.

En 1973, a comienzos de septiembre, una semana antes del Golpe, el periodista Hernán Millas me hizo una prolongada entrevista en la revista “Ercilla”, en su último número en democracia.

Le pregunté a Allende si quería que en mis respuestas incluyese algún tema de su interés especial, y me pidió que me refiriera a su declaración a periodistas argentinos en 1973 sobre la entrega del poder al cumplirse el plazo constitucional ¿son necesarios más pruebas?

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VI

La posibilidad de un entendimiento o colusión antidemocrática entre Salvador Allende y el Partido Comunista no existió jamás ni en el campo del pensamiento ni de la política ni en lo personal.

Este retorcido infundio generado por la derecha y El Mercurio, fue un negocio político para apoyar su otro gran negocio que es la mantención y usufructo del poder económico, a costa de la miseria de los pobres, pero nunca hubo una colusión entre Allende y el Partido Comuista.

Que la coyuntura histórico-social los hubiera hecho caminar largos espacios juntos, no significa que esa coincidencia hubiera sido para siempre. Más de una vez Salvador explicitó que para entregar al pueblo lo necesario para su felicidad y dignificación no era necesaria la dictadura del proletariado, como ya había ocurrido en la Unión Soviética, donde la atroz dictadura no fue la del proletariado, sino de Stalin y la dirigencia soviética.

Sólo una intención morbosa procuraría asimilar un gobierno democrático y lícitamente establecido como el de Salvador Allende con los de Stalin, Ceaucesco u otro semejante ya que los de estos sólo fue el ejercicio de un mando paranoico, insensato y que derivó en criminal.

Presentar a Salvador Allende como un aliado integral del Partido Comunista, fue parte de la eterna táctica de la derecha y del Mercurio para invalidar ante la opinión pública a cualquiera que luchara por poner término a la explotación capitalista, aquí y en América Latina, todo esto siempre bajo la férula y la plata norteamericana.

Lo mismo trataron de hacer con otros luchadores sociales pero no siempre la campaña les resultó, como ocurrió en el caso de la Falange Nacional, partido al que El Mercurio, El Diario Ilustrado y otros de su calaña lo presentaban como procomunista, criptocomunista, seudo comunista o finalmente peor que los comunistas, por haber sido el primer grupo significativo de cristianos que nacieron para luchar por el cumplimiento del mandato social del Evangelio.

Meter en un mismo saco con los comunistas a todos los luchadores sociales, a veces dio buenos resultados para los mixtificadores ante los crédulos e ignorantes, pero a medida que se amplían los medios de educación y cultura, estos recursos resultan cada vez menos eficaces.

¿Qué tenía que ver el hombre libertario que fue Allende, amante de las artes y protector de los artistas, con el llamado realismo socialista que en los años del stalinismo castró la creación intelectual, persiguió y asesinó a grandes creadores de la poesía y la música?

Para ningún izquierdista era problema transitar largos trechos junto al Partido Comunista sin estar coludido con ellos, ni menos convenir en una forma final de gobierno profanando los principios humanistas de significación universal.

Aun más existieron circunstancias que imponían ese tránsito codo a codo como fue la Segunda Guerra Mundial ante el peligro de que la humanidad, casi a los pies de los nazis, se viera condenada a un largo período de sufrimientos sin precedentes y oscuridad de los espíritus. ¿Cómo no íbamos a agradecer a los soldados rusos que murieron por millones por salvar al mundo?. Sin embargo, personas como Allende, estaban vacunadas contra el riesgo de ser asimiladas al pensamiento y a los métodos del PC, y como él, muchísimas otras, incluyendo a miles de militantes del sovietismo que terminaron por abandonar sus filas.

No es necesario releer “oscuridad a mediodía” para comprender a Koestler y a tantos como él. Hubo momentos en que los que fueron comunistas y dejaron de serlo, eran más que los militantes oficiales y en actividad en el Partido y eso también está ocurriendo precisamente hoy con el comunismo chileno.

En mis años universitarios existieron dos partidos cuyos militantes juveniles se singularizaban por su convicción, idealismo y entrega: los jóvenes de la Falange y los jóvenes del PC, que ignoraban aún el horror de los crímenes de Stalin, y que eran ejemplares en su dedicación partidaria hasta que la mayor parte de aquellos, dejaron de serlo, a partir del discurso de Kruschev en 1956, poniendo al desnudo a Stalin y sus métodos.

Jóvenes de inteligencia superior, elevada cultura y de una sensibilidad a flor de piel como Jorin Pilowsky, Marcos Portnoy, Virginia Vidal, Sergio Politoff, Graciela Kischinevski, terminaron sofocados por el ambiente y los métodos que les deparó su militancia.

Ellos no necesitaron saber, cuando se abrieron los archivos de Stalin, que él y Hitler estuvieron dispuestos en los años 1939 y 1940 a firmar otro pacto repartiéndose Europa, Asia y África con Italia y Japón y pienso que si ese proyecto se hubiera realizado, gentes como Berlinguer y Carrillo a quienes conocí habrían abandonado el comunismo.

La deshidratación de los comunistas chilenos se inició con el desenlace de la guerra fría entre USA y la URSS que significó la ruina para ésta y la dispersión de sus adeptos a nivel mundial. Sólo si el resultado hubiese sido lo contrario, pese a su ubicación geográfica, el PC chileno habría podido dominar nuestra política y asumido el gobierno de Chile, pues siempre fue un dócil dependiente de las decisiones soviéticas en todos los órdenes.

Y en tal caso, gentes como Salvador Allende, Aniceto Rodríguez, Raúl Ampuero, Carlos Altamirano, Tomás Chadwick, Eugenio González y los otros Socialistas, se hubieran colocado de inmediato en contra de los comunistas y no sólo por razones políticas. Para hombres como ellos, mentes abiertas, dialogantes, extrovertidas, un régimen comunista le hubiera resultado simplemente asfixiante y negador de lo que ennoblece y alegra la vida, y por supuesto, en tal caso, para los eventuales gobernantes comunistas, estos personajes se hubieran convertido en entes peligrosos con las consecuencias previsibles, dado los métodos soviéticos.

Un hecho de carácter histórico universal, viene a ratificar todo lo dicho en relación al antagonismo casi visceral entre comunistas y socialistas chilenos, en lo ideológico y político.

En 1948, se produjo la ruptura entre el Mariscal Tito, mandatario comunista de Yugoslavia, con Stalin y todo el poderoso bloque soviético. Todos los países satélites de la URSS agredieron y rompieron con Tito. Yugoslavia había sido el único país del este, ocupado por los nazis, que se liberó sin la ayuda soviética, lo que engrandecía su sentimiento nacionalista y le obtenía un respeto universal.

Y como si nada para los países de occidente, Tito por su condición de comunista, también era un enemigo. En la historia universal no hay recuerdo de nación alguna, que como Yugoslavia quedara colocada en solitario contra todo el mundo y se mantuviera sin pestañear. Con el apoyo y coraje de su pueblo, Tito resistió y terminó venciendo y cinco años después a la muerte de Stalin, los jerarcas comunistas rusos acudieron a Belgrado a disculparse y firmar la paz.

Pero aquí queremos resaltar que en su soledad, el héroe yugoeslavo, contó con el decidido apoyo del Partido Socialista chileno que sin excepciones mantuvo su postura como una de sus actuaciones que más lo honra, y en mayor medida da cuenta de las insalvables diferencias que ha mantenido y mantiene con sus congéneres comunistas.

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Por todo ello y mucho más, resulta de ciencia ficción asimilar a Salvador Allende a los propósitos del PC, pues aparte del trabajo político, no le conocí ninguna otra actividad en que compartiera con ellos. Más aun, sus relaciones eran formales y correctas, pero nada más, salvo por supuesto con gente como Neruda y Volodia Teitelboim en Santiago o Isla Negra, donde compartía con agrado, porque ellos dos no eran del tipo de militantes encajonados y el Partido les permitía la más absoluta libertad.

Puedo agregar un detalle que ilustra significativamente esta situación. En Agosto de 1970, días antes de la elección presidencial, estábamos con Salvador en una dependencia del Senado, sosteniendo encuentros con los dirigentes de la Unidad Popular para adoptar las últimas resoluciones.

En el momento en que conversábamos con el senador Rafael Tarud, seguramente tensado por la espera, el secretario general del PC, senador Luis Corvalán, abrió la puerta y nos dijo: “Compañeros, el PC se hace presente”, a lo que tuve que responder: “Compañero Corvalán, el PC seguirá presente en la antesala hasta que terminemos esta reunión”, por lo que se retiró en silencio, ante la discreta sonrisa de Allende.

Cuando se retiró Tarud, Salvador me expresó: fue muy importante que hayas actuado así. Yo no podía decirle lo mismo a Corvalán por razones obvias, pero si hubiéramos despachado a Rafael para que entraran ellos, se nos habrían montado en nuestras espaldas y no los bajamos más.

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VII

Ágiles lenguas de señoras de derecha que al parecer no saben usarla en ejercicios más gratos se colgaron del invento de un periodista y de la conyugue de Darío Saint Marie, Carmen Kaiser, echando a correr que Salvador Allende había obligado con amenazas de muerte a Darío Saint Marie para que le vendiera el diario “Clarín”.

El periodista falleció pero la señora Kaiser, se rejuvenece fatigosamente levantando periódicamente esta mentira como una gloriosa medalla en una olimpiada, para adultos mayores, sin que nadie la acompañe en su empeño.

Esta es una de las maniobras más deleznables tramadas contra Salvador. Carmen Kaiser entrega a ratos su versión, notoriamente incoherente, de la supuesta amenaza del Presidente Allende y la claudicación de Saint Marie, quien aterrado habría decidido el traspaso de la propiedad del diario a don Víctor Pey por presión de Salvador. Nadie, aparte de ella, ha sostenido esta versión demencial.

El primer antecedente válido para mí, es que en la época de la presunta amenaza, el propio Salvador me informó que Darío Saint Marie afrontaba graves problemas familiares, que por ello había decidido radicarse en España y desprenderse del diario Clarín vendiéndolo a alguno de los amigos más cercanos al Presidente.

En ese tiempo, los dueños del diario “La Tercera”, también habían iniciado conversaciones con él para vender el diario a la Unidad Popular. Salvador me encargó que yo llevara los tratos por parte de la Unidad Popular por lo que tuve reuniones con don Fernando Jaras, quien también representaba a Germán Picó Cañas, ambos propietarios. Por esa razón muchas veces hablamos con el Presidente de estas operaciones paralelas, Clarín y La Tercera, estando yo al día en ambas.

Para apreciar lo frágil de lo afirmado por la señora Kaiser véase esta entrevista en el diario La Nación.

Señora Kaiser. “Si usted, considera que poner un revólver en la sien como lo hicieron con nosotros para firmar, porque si no mataban a mi marido, es legitimo, bueno”

Periodista ¿Cómo ocurrió ese episodio? ¿Quién lo amenazó?

Señora Kaiser. “No es que le pusieran una pistola en la cabeza, pero las palabras textuales de Salvador fueron: “Carmencita se va a ver muy bien de negro con todos los niños. Yo pongo a Darío en una cureña con una bandera chilena y hacemos como que la derecha lo mató y lo llevamos de la calle Dieciocho al cementerio. No teníamos escapatoria o firmábamos o mataban a Darío”.

El infundio más bien propio de una persona perturbada no parece original de doña Carmen Kaiser, que no tiene dedos para este piano y tampoco para otros, y en cambio su origen podría ser de los mismos que idearon el Plan Zeta, o de otros cerebros igualmente especialistas en inventos.

Ahora, si alguien piensa que no hay lazos entre la señora Kaiser y los enemigos de Salvador Allende, debería primero averiguar por que a Darío Saint Marie, la dictadura le confiscó todos sus bienes, y solo no tocó y dejó fuera la imponente mansión de Reñaca. Gracias a los militares en ella siguió viviendo cómodamente doña Carmen Kaiser de Saint Marie, durante todo el periodo de la dictadura, e inclusive, celebrando fiestas donde lucían por sobre todo las gorras inmaculadas de oficiales de marina de capitán hacia arriba.

La razón que debió tener la dictadura y los enemigos de Allende y Saint Marie para ser tan generosos con la señora Kaiser, debió ser gratitud, por su increíble versión de la venta forzada del diario Clarín.

En la entrevista mencionada la señora Kaiser reconoce que Darío Saint Marie su marido, la desheredó durante los trámites legales para la venta del diario. Don Víctor Pey y otros han señalado que el motivo de la radicación de Saint Marie en España y la venta del Clarín, se debieron a que él estaba agobiado por problemas familiares y esos graves problemas necesariamente le eran creados por sus hijos o por su cónyuge, y que yo sepa ninguno de sus hijos le creó problemas como para que Darío adoptara una decisión tan grave.

Es razonable pensar que el motivo que fundamenta la privación de los derechos hereditarios a una cónyuge debe ser muy grave, porque ningún marido deshereda a su mujer porque le echa mucha sal a la comida o porque habla mucho por teléfono. Algo mucho más grave debe haber fundamentado la decisión de Saint Marie a este respecto, y ello explica el desheredamiento de la señora Kaiser, la venta de Clarín, la partida para siempre de Darío Saint Marie a España y el invento de la señora para poner una cortina de humo que ocultara la verdadera razón de la conducta de Darío para con ella.

¿Cómo pude confirmar la versión que he entregado en estás páginas sobre el asunto de la venta del Clarín?

En agosto de 1981, llegué a México de paso a España expulsado de Chile por Pinochet con mis amigos Jaime Castillo, Orlando Cantuarias y Carlos Briones. A los pocos días recibí un llamado de Darío Saint Marie, quien sabiendo que me radicaría en Madrid me ofreció un departamento de su propiedad contiguo al que él habitaba por el periodo de un mes, recalco por un mes.

Cuando Saint Marie llegó a Madrid llevaba una vida estrictamente personal y solo recibía visitas como Perón, José Antonio, Eduardo Frei Montalva, Miguel Serrano. Le agradaba estar en la tina de baño leyendo diarios y periódicos de toda Europa que inundaban su entorno. A los pocos días empezamos a recorrer algunos barrios y finalmente nos juntábamos a diario para recorrer el paseo del Prado parando luego en alguna Tasca o Cafetín.

Nadie con dos dedos de frente se hubiera privado de la conversación de uno de los chilenos más controvertidos pero a la vez más inteligentes y culto, psicólogo incisivo de un ingenio mortal al que sus enemigos, que no podían negarle estas cualidades, las compensaban tachando a Saint Marie de homosexual, ponzoñoso, maligno, inmoral, demoníaco y varios epítetos más. Un día me reconoció que nadie había recibido más ataque en Chile que él pero que los tomaba como si fueran vitaminas.

A raíz de esto le sugerí de que escribiera sus memorias, ya que por la montaña de enemigos que había acumulado, los juicios sobre él no serían benévolos, ni ambiguos cuando se le mencionara en libros y recuerdos.

Para señalarme que le importaba un bledo la opinión que tenían sobre él, me pedía que yo le enumerara los insultos y descalificaciones que la gente le aplicaba y mientras yo, incluso inventaba los más atroces, Darío se revolcaba de risa en el sofá y me seguía pidiendo con insistencia que recordara más injurias e invectivas en su contra.

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Quien quiera que no quisiera ser arrollado por Saint Marie tenía que procurar, en lo posible, el uso de algunas de sus mismas armas y como el celebérrimo Gato Gamboa, Director de Clarín, opinaba que Saint Marie era un viejo avaro y además por el plazo de un mes que me puso en el préstamo del departamento, tomé mis medidas del caso porque cualquiera que no fuera un fresco le habría devuelto el departamento mucho antes del plazo de un mes.

En efecto, cuando enteré una semana en él, llegue a verlo con un Notario que certificó la devolución anticipada del departamento. El escribano le informó que la razón era para evitar que Darío me acusara de usurpación del inmueble en nombre del Comité de los sin Casa, entidad que operaba en Chile con gran estruendo. Le dije, esto es para que no me andes denigrando en todo Madrid con la lengua de víbora que te gastas.

Esta chuscada le produjo tal ataque de risa que le costó firmar el documento de recepción, porque le exigí que así lo hiciera, para darle color al asunto.

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Yo sabía que con Saint Marie yo siempre obtendría la verdad por la amistad que me prodigó desde que recién elegido diputado me llamó para decirme:

  • Oiga no nos conocemos personalmente pero Eugenio Lira Massi y el Gato Gamboa me aconsejaron que lo llamara. En la pieza de al lado tengo a una Gloria de la literatura chilena, Pablo Rokha, que se va a suicidar acosado por una decena de usureros que le tienen una montaña de cheques y mañana los van a tirar al juzgado ¿Ud. puede hacer algo?

  • Haré lo que pueda, que se venga de inmediato para acá con la lista y teléfonos de los usureros.

 

Lo que ocurrió esa tarde es harina de otro costal, pero en resumen don Pablo de Rokha se fue agradecido y sonriente, los cheques fueron a parar al incinerador del edificio y los usureros estuvieron a punto de lincharme antes de retirarse echando maldiciones y amenazas. Después de eso don Pablo me demostró muchas veces su amistad.

Que la advertencia de don Pablo de Rokha de que se iba a suicidar no era algo baladí lo prueba el que tres años después de obtener premio nacional de Literatura me consultó:

  • Amigo ¿Puede Ud. venir a acompañarme como a las ocho de la noche?

  • Creo que puedo don Pablo.

  • Ah! pero no le diga a nadie de mi familia que viene y no deje de venir con su compañera.

Estaba lloviendo cuando llegamos con Mireya a visitarlo. Estaba en cama cercado por varios libros. Nos sentamos en dos sillas dispuestas al costado de su lecho. De inmediato fue al grano:

  • Compañero no sabe lo que le agradezco que haya venido. No podría emprender este viaje sin despedirme de usted, para quien la vida tiene una razón, por esta mujer incomparable que tiene a su lado. En cambio mi compañera falleció hace años y me dejó sin razones para vivir por eso he resuelto partir para siempre esta noche…

Luego levantó la almohada que cubría un revolver de alto calibre. Es difícil que se nos presente una situación más imposible. Don Pablo era como una roca inconmovible e inamovible y procurar disuadirle de su decisión era en vano. Fue una hora torturante tratando de hablar de todo ocultando que se iba a suicidar.

Nos retiramos con Mireya cuando para nosotros la situación era insostenible. En ese momento don Pablo me dijo: Ud. es amigo de Radomiro Tomic, dígale de mi parte que me voy muy agradecido de su generosidad.

A las seis de la mañana un disparo señaló el cumplimiento de su determinación de poner fin a su vida llena de padecimientos.

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Como ya me lo había propuesto, caminando por el Prado le expuse que cuando se produjo la venta del Clarín, tanto por Salvador como por Víctor Pey, supe que vendías el diario debido a que por razones familiares dejabas Chile y te radicabas en España.

Como tengo el mayor respeto y fe en ellos dos y tú nunca desmentiste esta versión, dime Darío ¿Quién está detrás de esta campaña, que ha levantado tu señora, de que entregaste el diario porque Salvador Allende te amenazó de muerte?

Se produjo un largo silencio. “Te considero mi amigo, me contestó, y como mi ánimo no resiste temas dolorosos por ahora solo te diré lo necesario para que saques algunas conclusiones. No intervine desmintiendo nada porque ya no estaba en Chile y podría haber sido objeto de todo tipo de tergiversaciones, en esa grotesca tramoya del invento contra Salvador Allende, por amenazas que nunca existieron.

Tú me conoces y sabes que conmigo no caben presiones ni amenazas de nadie. Todo se hizo con la corrección que opera entre amigos y a esta fecha lo que quedó pendiente, se canceló y nadie me debe nada”.

Ya no cabían más explicaciones y solo es posible pensar que quien metió a la señora Kaiser en este estúpido negocio del invento sobre la venta de Clarín demostró tener una mente insana, sabiendo que Salvador ya fallecido no podría desmentirlo.

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En los seis meses que compartimos con Darío en Madrid cada vez que mencionaba a Salvador Allende, Darío lo recordaba con afecto y humor de allí el apelativo de Salvita.

Como se conocieron a la edad de siete años en Viña y las niñeras los llevaban juntos al cine, a la plaza o a los juegos se generó una amistad entre ambos que nunca se trizó.

En cambio comprobé que, entre ellos se mantenía una relación de plena confianza que hacía que Darío soportara, con humor, las depredaciones artísticas y vestimentarias de Salvador, siempre congruamente compensadas.

Un día en enero de 1971, el Presidente me invitó a comer al Palacio de Viña y me dijo que llevara conmigo a Regis Debray a quien tenía invitado a mi casa. Quedamos de juntarnos en Reñaca en la casa de Saint Marie.

Cuando llegamos Darío apenas nos saludó corriendo afanoso y agachado como Groucho Marx de un lado a otro, abriendo y cerrando closets y trasladando objetos. Le sugerí que se tranquilizara un poco pero siguió en sus afanes mientras nos explicaba: “es que viene Salvita a juntarse con ustedes y si no tomo precauciones es capaz de llevarse hasta una alfombra y después devolverme una servilleta”, mientras se reía con ese rictus que tanto inquietaba a sus enemigos.

Entre los dos eran lícitas y frecuentes esas barrabasadas bien compensadas que nunca se suspendieron. Esos fueron los sentimientos de Saint Marie para con Salvador Allende hasta el día de su muerte como lo comprobé porque estuve con él hasta ese instante, todo lo contrario de quien ha recibido del otro una amenaza de muerte.

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En cambio en los seis meses que compartimos con Darío jamás lo oí mencionar a su mujer. Al contrario una vez que un amigo, llegado de Chile, le preguntó por ella, bruscamente Darío le contestó: “yo perdí a mi mujer.” Sin embargo aquí ella dijo en una entrevista al diario La Nación, que viajaba periódicamente a Madrid para ordenar el closet de su marido, lo que nunca ocurrió como me consta.

Darío jamás mencionó a la señora Kaiser, ni yo la vi en Madrid, por lo que tengo el derecho a dudar de cualquiera otra de sus afirmaciones, empezando por su vergonzoso invento de las amenazas de Salvador Allende a su marido. La señora Kaiser solo se atrevió a llegar a Madrid para el funeral de Darío y con la timidez de una novicia. Ante su pregunta de por qué yo no la saludaba le señalé mis motivos a lo que contestó con evasivas.

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Me apena profundamente recordar en la soledad que murió Darío después de una vida tan deslumbrante y al final tan llena de congojas. Iba a verlo al hospital cuando telefoneó para decirme que lo habían dado de alta que fuera a buscarlo y mientras se vestía volví a mi departamento donde recibí un segundo llamado, ahora de su médico, para decirme que esperando el ascensor para bajar al primer piso y esperarme Darío cayó fulminado. Y como hay empresarios más ávidos de arrendar pronto una pieza recién desocupada que respetar la dignidad de un ser humano, cuando regresé encontré a Darío en un helado y oscuro subterráneo y cubierto con frazadas y a su hija Tea acompanándolo.

El tiempo y antecedentes como los que he expuesto demuestran la demencial falsedad de estas imputaciones de la señora Kaiser de Saint Marie en contra de su marido y de Salvador Allende, además de lo que he conversado con don Víctor Pey el que por su categoría y amistad con Salvador, éste lo señaló para adquirir Clarín, cuando Darío viajó a España, atribulado por los problemas que tenía con su cónyuge.

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Cuando regresé del exilio la periodista Ana María Larraín en una entrevista me pregunó a qué chilenos del siglo pasado y hasta ahora yo consideraba geniales.

Mi respuesta fue que por nuestra propia idiosincrasia Chile era renuente a producir genios pero, en cambio, me había tocado conocer algunos chilenos con destellos geniales entre ellos Arturo Alessandri Palma, Pablo Neruda, Eduardo Cruz Coke, Violeta y Nicanor Parra y Darío Saint Marie.

Para sus enemigos Darío Saint Marie fue un demonio o un genio del mal y para quienes sabían apreciarlo una inteligencia absolutamente superior, condimentada por su afán y capacidad sin límites para descalificar y ridiculizar a quienes se le ponían por delante.

Su risa aunque fuera por motivos alegres e intranscendentes mostraba rictus demoníacos por lo que todo lo que hacía aunque fuera dar una moneda a un mendigo, sus enemigos lo atribuían a propósitos inconfesables. Está claro que su compañía era uno de los factores más estimulantes para mi intelecto que me tocó conocer.

Si bien en Chile brilló tan alto, en algún otro país de un nivel intelectual superior como Francia o España habría alcanzado niveles aún mayores, con adversarios capaces de estimular su creatividad e inteligencia y por eso en Chile terminó paseándose solitario como un león cuyos enemigos ni siquiera se le acercaban.

Así deambuló también por Estados Unidos y algunos países de nuestra América compartiendo con gobernantes y dictadores, con artistas, intelectuales y personajes de la órbita superior sin encontrar, extremando su modestia, algún mortal al que tuviera que mirar hacia arriba.

Las alabanzas ajenas nos enaltecen o denigran según sea la categoría de quien nos alaba. Eduardo Cruz Coke hijo me contaba que su padre con toda su categoría política, científica y cultural de prestigio internacional se solazaba leyendo la poesía de Neruda y de Rokha y en particular los elegantes o burdos epítetos y descalificaciones que ambos se prodigaban sin tregua, a causa de la enemistad que los mantenía separados.

Pero por sobre todo el doctor Cruz Coke era un infatigable lector de Darío Saint Marie y su prosa de oro, y más de una vez cuando su hijo terminaba de leerle algún párrafo de Darío el magistral doctor exclamaba: es el Cervantes del periodismo.

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Todo este bagaje de ingenio cultural y mordacidad lo dispensaba Darío en su diario Clarín, sembrando el pavor en sus contrincantes y la delicia en sus seguidores.

Por eso resulta incomprensible, más bien sospechosa la conducta de los presidentes Frei Ruiz – Tagle, Lagos y Bachelet oponiéndose tenazmente a indemnizar al actual dueño del diario, Don Víctor Pey, quien la reclama porque la clausura proscripción y silenciamiento del Clarín fueron decretados por Pinochet, que bien sabía de qué peligroso e irreductible enemigo se libraba, o sea, Frei Ruiz – Tagle, Lagos y Bachelet asumieron el rol de herederos y albaceas de la bribonada de Pinochet que, de paso, el dictador convirtió en un regalo para su socio Agustín Edwards, al librar a El Mercurio del único competidor capaz de sobrepasarlo en tiraje y ventas.

Don Víctor Pey siempre buscó un arreglo con el gobierno para resucitar Clarín, sobre todo cuando los tres presidentes mencionados no han perdido oportunidad para quejarse de que no han tenido prensa que los apoyara, en circunstancia de que Clarín sin ser incondicional se habría constituido en el más sólido apoyo a los gobiernos de la Concertación.

Lo que colma el vaso fue la decisión de Ricardo Lagos de entregar la defensa del fisco chileno al abogado Guillermo Carey semi chileno y semi yanqui.

Y para que no se piense que estos son lamentos tardíos, en el apéndice de este libro se inserta la carta que el 16 de octubre de 2007 le envié con estos conceptos, a los presidentes de los partidos de la concertación Alvear, Escalona, Bitar y Gómez y el 20 de mayo de 2008 a la Presidenta Bachelet. Por supuesto ninguno de ellos se dió por aludido.

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Mi relación con Salvador Allende fue como debía ser, fluida y cordial. Yo era parte de dos apoyos que él estimaba en mucho, el Mapu y la Izquierda Cristiana, partidos salidos de la DC y que le dieron un tono refrescante, ilustrado y contemporánea a la imagen un tanto rutinaria de la izquierda tradicional. En ello éramos compañeros con Rafael Agustín Gumucio y Julio Silva Solar, Jacques Chonchol, Vicente Sota como miembros del Mapu y con cientos de jóvenes especialmente talentosos.

Además, la participación de nuestro partido en la campaña no quedó en el terreno teórico. Electoralmente su aporte fue decisivo dado el estrecho margen de la victoria de Salvador Allende sobre Jorge Alessandri. Así me lo reconoció espontáneamente Pérez Zujovic cuando me llamó en la madrugada del 5 de septiembre.

Respecto a otras participaciones decisivas, abro un paréntesis para reiterar que la dirección de la candidatura en Santiago, la encomendamos al Senador Aniceto Rodríguez. Si él no hubiera sido capaz de producir una votación tan alta como se obtuvo, Salvador Allende no hubiese alcanzado la primera mayoría nacional.

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Hasta 1970, realmente no me encontré con Salvador Allende, salvo en dos ocasiones que merecen consignarse porque ayudan a configurar su carácter.

En 1954, estaba radicado en Iquique, a sugerencia de Radomiro Tomic, para que hiciera la práctica judicial y no demorara en recibirme de abogado. En esos días Salvador, Senador por la zona, regresaba de su primer viaje a la Unión Soviética y sobre ello dictó una Conferencia en el Teatro Municipal de la ciudad.

Concurrí a la Conferencia a un recinto repleto de comunistas y cuando terminó su exposición Allende ofreció la palabra para preguntas. Hacía pocos meses el 5 de mayo de 1953 de la muerte de Stalin el que a causa de su paranoia galopante, aparte de Malenkov, Jruschev y Beria tenía a todos sus compañeros de lucha condenados a muerte, inclusive Molotov, y los tres a salvo sabían que tarde o temprano correrían la misma suerte.

Por ello sobre la muerte de Stalin es posible plantear deducciones. Está claro que sus compañeros no lo ejecutaron pero lo dejaron morir al no llamar hasta el día siguiente de su ataque, a los médicos que pudieran tratar su derrame cerebral. Pueden haber pensado que era el único modo de salvar sus propias vidas en lo que seguramente estaban acertados.

A eso iba mi pregunta y cuando la formulé recibí una colosal rechifla. A Salvador le costó imponer silencio y exigir que se me escuchara como era el derecho de todos los asistentes. Hasta ahora me impresiona recordar como se esforzó, para permitir la libertad de expresión a quien ni siquiera conocía.

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Pasaron los años y en 1961, siendo diputado por Concepción, una tarde de invierno recibí un llamado del diputado socialista por Arauco, Fermín Fierro:

compañero Jerez queremos pedirle un gran favor. Existe el peligro de que cierren la mina Plegarias y que 400 trabajadores vayan a la cesantía. Esta noche haremos una marcha de protesta de Curanilahue a Lebu y le pedimos que nos acompañe.

  • Iré con gusto aunque algunos van a decir que quiero candidatearme para Senador.

  • No se preocupe de eso para nosotros usted es un ciudadano fuera de toda sospecha.

 

  • Gracias compañero y con este diluvio que está cayendo igual harán la marcha?

  • Sí, porque esta lluvia puede durar dos semanas, o más.

La miseria de Curanilahue era tal que Lota a su lado podría parecer un sector de barrio alto de Santiago y entiendo que hasta ahora esa desgraciada ciudad en nada ha cambiado.

Llegué a las 10 y la marcha partía a medianoche. Solo quien no conoce Curanilahue, se extrañaría de que los dirigentes e invitados nos reuniéramos en el Salón de la Casa de Remolienda más distinguida en las que las niñas fuman y tratan de tú y donde, por lo menos en medio del temporal había techo, un par de braseros, charqui y vino pipeño, y como en una película italiana a las doce de la noche el cura salió de allí a tocar la campana para iniciar la marcha.

Más de mil hombres y mujeres le dieron el comienzo. Era algo sobrecogedor. La lluvia seguía inclemente e iban a ser más de siete horas de caminar hasta Lebu y en esos seres humanos se reproducía trágicamente la explotación y sus sufrimientos históricos.

Algunos perros trotaban al lado de la gente mirándola a veces con sus ojos suplicantes hasta que la lluvia los dispersaba.

Hubo que sacar de la marcha a gente que parecía sana pero no, algunos ancianos y a un par de cureñas que iban manifestando su solidaridad bamboleándose.

Cerca de las ocho de la mañana arribamos a Lebu acampando en un terreno que limitaba con un barrio pobre. Mandamos gente a pedir pan en las casas y aseguramos un tren para el regreso e instalamos una tribuna, con piedras y tablas, para redactar una carta dirigida al Intendente.

Le sugerí a Fermín que los oradores de la reunión solo fuesen dirigentes sindicales, para no aparecer nosotros usando la tribuna para obtener dividendos políticos. Estuvo de acuerdo.

En esos momentos una avioneta nos sobrevoló en círculo y aterrizó a dos cuadras de distancia. Los dos ocupantes avanzaron hacia nosotros y fue posible divisar a Salvador Allende y un acompañante. Nos saludó y preguntó ¿a qué hora comienza el acto? Alguien le susurró que solo hablarían dirigentes sindicales por lo que se dirigió a mí en forma amable pero interrogativa. Senador, le dije, eso ya no corre con usted que llega a las ocho de la mañana, con lluvia a una concentración de gente que no tiene nada que ver con su zona electoral, o sea no persigue obtener votos. Se inclinó caballerosamente y pronunció un discurso breve.

Al despedirse me llevó aparte y me dijo de manera jocosa. “Me hizo un gran favor evitándome la frustración de no hablar porque yo tengo una relación casi freudiana con las tribunas. Mire, para mí estar cerca de una de ellas es tan irresistible como para un radical estar cerca de una parrillada”.

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Con Allende me tocó presenciar, quizás el último episodio de la convivencia grata y amable entre adversarios como antes solía ser en la política chilena.

En mi paso por el Parlamento observé en varias oportunidades un cierto lugar común conforme al cual, luego de un áspero – y a veces estruendoso – debate en el hemiciclo, los tradicionales adversarios de izquierda y derecha, compartían en los pasillos y en el comedor entre bromas e imprecaciones amables, como sí el reciente debate hubiese sido el rezo del rosario.

Esta relación tan particular se transmitía a menudo a los dirigentes y militantes de los partidos especialmente a los que compartían actividades políticas en pueblos e instituciones. Una prueba de lo anterior es lo que paso a relatar.

Apenas proclamado candidato a la Presidencia por la Unidad Popular – febrero de 1970 – una mañana me llamó Salvador:

  • ¿Leíste el diario? Alessandri concurrió ayer a una proclamación en Lota pero tuvo que volverse porque los mineros no lo dejaron entrar a la ciudad.

  • ¡Que tremenda pataleta debió darle!

  • Mira; creo que esta es la oportunidad de establecer diferencias con nuestra primera concentración, allá en Lota, y en la que tú te iniciarás como generalísimo de mi campaña.

  • ¿Cuándo te parece?

  • Pasado mañana lunes. Llama a nuestros compañeros de Lota y pídeles que preparen todo y que dispongan la plaza.

La concentración tuvo, naturalmente, un gran resultado y regresamos a Concepción a toda velocidad para abordar justo el tren expreso de Santiago que partía a las diez de la noche.

Ya en marcha, nos relajamos unos minutos en el camarote antes de entrar al comedor donde Salvador fue recibido con una tumultuosa mezcla de vítores para él y también para Tomic y Alessandri porque todo el país estaba segmentado de esa manera.

¡El pueblo unido jamás será vencido! ¡Allende, saca a los comunistas! ¡Cuidado con los del MAPU son unos jodidos! Luego la calma y los diálogos tranquilos y en todas las direcciones en los que todos participábamos pero más con un carácter de humor que polémicos.

A la mañana siguiente, al encontrarnos en el andén los saludos de despedida eran amables.

La noche anterior, antes de acostarnos, Salvador entre serio e irónico reflexionó: “algunos deben creer que por estar soportando una cuarta campaña soy de fierro. Para algunas cosas puede ser, pero en lo que nos hemos metido ahora no me deja dormir y no por el resultado”.

Lo que vimos anoche en el comedor es una cara de los chilenos, pero espera cuando ganemos y verás la otra cara de los que se sienten amenazados por nosotros en su poder, su dinero y sus privilegios. Un aspecto terrible de los norteamericanos es su tendencia a resolver los problemas con el revólver y el crimen. Eso no me atemoriza pero puede que no nos dejen tiempo ni paz para cumplir con todo lo que Chile y el pueblo necesitan”.

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Un tema que señala otro rasgo de Salvador se refiere a sus relaciones con los comunistas que fueron estrictamente correctas con cero efusividades, pero ellos junto con los radicales y el MAPU Obrero Campesino, fueron quienes hicieron el mayor esfuerzo por facilitar el Presidente una conducción sin problemas.

Varias veces el General Carlos Prats me llamó por el mismo asunto: “Senador, al tío del Capitán X le expropiaron un fundo. Está bien es la ley pero ocurre que no puede tomar posesión de la reserva, porque está ocupada por gente de la Unidad Popular. Yo le agradecería ver que se normalice esta situación”.

Luego me comunicaba con David Baytelman, vicepresidente de la CORA y dirigente comunista, el que con los mejores modales y en pocas horas, hacia despejar el terreno. Otro funcionario comunista ejemplar fue el Presidente del Banco del Estado Alban Lataste con quien tuve una relación frecuente, facilitada por su versallesca gentileza.

Esa correcta relación entre Allende y PC pudo haberse trizado con repercusión en el extranjero por lo que paso a relatar.

En 1972 llegó a Chile Costa Gavras, director de Cine de prestigio mundial con otra figura de igual calibre el actor francés Ives Montand, que venían a filmar “Estado de Sitio” el relato de la ejecución de Dan Mitrione, embajador norteamericano en Uruguay, efectuada por los Tupamaros.

Mientras se filmaba en Viña, la última parte me impuse que todo estaba suspendido porque los actores comunistas chilenos se negaban a trabajar – según se dijo – debido a que en su película Costa Gavras no le asignaba importancia al PC uruguayo (la verdad es que tal PC no justificaba para nada la importancia que le atribuían los artistas comunistas).

Aparte de sus cualidades artísticas Costa Gavras es uno de los seres más refinados espiritual y humanamente que me tocó conocer, por lo que la actitud de los actores comunistas lo derrumbó anímicamente. Al atardecer lo encontré en su departamento acongojado y haciendo maletas para viajar a París a informar la crisis a los productores de la película.

Lo convencí de que suspendiera el viaje y conociendo la sensibilidad de Salvador en relación al arte y los artistas, lo llamé desde allí y le pedí que esa noche nos invitara a comer con Costa, Ives Montand, Helvio Soto y Augusto Olivares para explicarle el problema y él suspendió una invitación anterior y en la noche nos encontramos en Tomás Moro.

Costa e Ives Montand estaban nerviosos ante la entrevista con el Presidente Allende por lo que los convoqué a mi casa previamente, para tranquilizarlos con un whisky. A una amiga de la Mireya el actor francés le resultaba un personaje homérico más que nada porque había sido el último amante de Marilyn Monroe. Después Costa me comentó riendo: estos franceses no se pierden una ¿viste como miraba a la Mireya?

La comida fue grata y animada y como Salvador estaba al día en el tema, recordó que Costa Gavras no era apreciado por los comunistas, desde que realizó su película “La Confesión”, un relato impresionante y veraz de las purgas y asesinatos en Europa Oriental de los gobernantes pro soviéticos, ordenados por Stalin.

En un momento el Presidente me pidió que lo acompañara a una sala contigua desde donde llamó a un dirigente del PC y le echó una filípica tan severa, que al día siguiente se reanudó la filmación de la película sin tropiezos hasta el final.

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En una ocasión Salvador nos invitó con Mireya a comer con unos amigos suyos y nos llevó en su auto. El apreciaba mucho a su padre, Luciano Kulczewski, afamado arquitecto y dotado de inteligencia, cultura e ingenio superiores.

En el trayecto Mireya, que siempre fue muy espontánea, cordialmente le reprochó una cierta desestimación por una amiga a la que ella quería mucho.

La respuesta de Salvador fue amable y contundente: “Mireyita, todas las mujeres que me tocó conocer siguieron siendo mis mejores amigas”, afirmación cuya verdad me tocó confirmar plenamente.

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El presidente apreciaba el apoyo que le dábamos con Rafael Agustín Gumucio y Julio Silva Solar, Jacques Chonchol y Vicente Sota entre otras causas por ser los no marxistas en la Unidad Popular. En la época de la transmisión del mando después que asumió, nuestras casas se convirtieron, a su pedido en entretenidas hospederías. El quería que sus visitantes nos conocieran. Me tocó recibir a varias personalidades entre quienes recuerdo al padre del Che Guevara, la madre de Camilo Torres, a los escritores Graham Green, Ernesto Cardenal y a Julio Cortázar, al poeta Marcos Ana, recién salido de las cárceles de Franco después de 24 años de prisión. A todos ellos les pedí libros con dedicatoria para mi hija Paulita.

La mayormente beneficiada con estas relaciones, resultó ser Paulita, que desde pequeña demostró condiciones especiales para escribir. Es dueña de un buen número de libros dedicados a ella que, de seguro, nadie más ostenta entre nosotros, entre ellos dedicados por Neruda, García Márquez, Rulfo y Graham Green.

El primer donante espontáneo fue el propio Neruda, con unas cariñosas palabras y el dibujo de una flores en su Antología Poética, para Paula, cierta vez que nos encontramos en la hostería de Isla Negra.

Como delegado de los exiliados en España, me correspondió celebrar reuniones con nuestros apoyos como Gabriel García Márquez, Rafael Alberti y Juan Rulfo, y recordando a mi querida hija en el exilio, pensé agasajarla con un recuerdo de tales eminencias de la literatura mundial, lo que obtuve con la respuesta más amable de parte de ellos.

En el caso de Rulfo, habiendo transcurrido ya más de 30 años que no escribía nada después de “Pedro Páramo”, pensé en no importunarlo, pero cierta noche en que llovía a cántaros, después de una reunión, me pidió que lo acompañara a su hotel, pues se extraviaba en las calles de Madrid.

 

 

En el hotel, tomando un café, me dijo:

  • Observé que usted le solicitó a Gabriel y a Rafael una dedicatoria para su hija pequeña, lo que lo coloca como padre ejemplar.

  • Maestro, es difícil que un político pueda ser un padre ejemplar. Mire dónde estoy y dónde está ella, sin poder llegar todavía a juntarse conmigo. Esto que hago es como una expiación.

  • Sé que soy poco comunicativo, pero usted no debió eludirme si le interesa una dedicatoria mía para su hija. La verdad es que hace años que no escribo nada, ni siquiera dedicatorias, pero éste es un caso especial. Espéreme.

Subió a su dormitorio y volvió con un ejemplar. Pensé que era “Pedro Páramo”, digno por sí sólo del Premio Nobel, pero no lo tenía en el hotel y me entregó su otra obra “El llano en llamas” y me lo entregó con una dedicatoria encantadoramente ampulosa para Paulita.

Siempre recuerdo con un dejo de nostalgia la figura taciturna y melancólica de Juan Rulfo, su genialidad interrumpida por razones que sólo él conoció, y el pedestal en que lo han puesto, como un reconocimiento unánime de superioridad, los escritores latinoamericanos al llamar Juan Rulfo al mayor premio literario del continente.

En este empeño el Presidente me telefoneó un día para decirme: “acabo de obtener que el Presidente de Bolivia Juan José Torres decrete la libertad de Regis Debray”, (detenido al salir del campamento del Che Guevara y condenado a treinta años de prisión) “El ya viene volando y aterriza en cuatro horas más. Necesita descanso y tranquilidad y no quiero que lo acosen con entrevistas y reuniones políticas ¿Podrías tú acogerlo en tu casa por el tiempo necesario?”

Regis permaneció algunas semanas con nosotros y fue un amigo que siempre recordaré por su elegancia intelectual, su compromiso con la revolución latinoamericana y relevancia internacional que le brindaba apoyos y polémicas y, por su cordialidad no mezquinada.

Los días en que nos acompañó están ahí, fijos como también las ocasiones en que nos encontramos en París en tiempos posteriores.

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¿Discrepancias con Salvador? Sí, pero él siempre cedía ante lo irrefutable. Me referiré a un tema acerca del cual discutimos varias veces y en el que su intransigencia hasta cierto punto fue una postura que lo honra, porque demuestra su estricto apego al sentido de la lealtad.

Allende fue treinta años senador y eso marca. En el Senado no se manda, se expone, se discute y se gana o se pierde en la votación. En cambio en el ejercicio de la Presidencia su esencia es mandar.

Era tal el respeto y la consideración suya por los partidos y sus directivas que en ocasiones, en vez de ordenar abría espacios para la discusión en las reuniones con ellos, llegando a veces a posponer hasta otro encuentro la definitiva resolución. Nunca quiso imponer su autoridad sin razonar.

Como me tocó ser partícipe de estas reuniones más de alguna vez, le expresé mi disconformidad con su estilo y un día me dijo: Tengo que ser respetuoso con las fuerzas políticas y sus dirigentes pues han sido un apoyo leal y generoso, pero aún más me motiva el recuerdo de sus militantes y de los miles que nos han acompañado durante tantos años sin que en ellos existiera el más mínimo cálculo.

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Otro tema en que sostuve una opinión distinta a la del presidente Allende, tiene relación con la nacionalización del cobre.

Fue de conocimiento público que en el gobierno del presidente Frei Montalva, con el diputado Julio Silva Solar, nos pronunciamos en contra de su proyecto de chilenización de ese mineral, por considerar que no era necesario bucear muy a fondo para darse cuenta que era un regalo para los norteamericanos, por lo que proponíamos la nacionalización lisa y llana.

Durante la campaña de Salvador, una comisión de la UP que presidía el ingeniero Sergio Navarrete Barrueto, integrada además por Eduardo Long Alessandri, el diputado Héctor Olivares Solís y el senador Alberto Baltra, redactó un proyecto de ley en tal sentido, en el que incluía el pago a los yanquis de un dólar como compensación para salvar un principio suyo que favorecía nuestro propósito.

Salvador era partidario de expropiar y no pagar nada, pero a mí me parecía que el pago de un dólar que los yanquis aceptaban conforme a sus propios sistemas internos mutatis mutandi, tenía la ventaja de que ellos no podrían tomar represalias y podría ser usado en un caso similar al nuestro, por otro país latinoamericano que buscara liberarse del yugo norteamericano.

No me animaba en modo alguno, interés por congraciarme con los yanquis, porque desde siempre he sentido un rechazo no instintivo, sino más bien deductivo, por esta nación semicivilizada desde que leí cómo le robaron la mitad de su territorio al pueblo mejicano en la época de Santa Ana, inventando de paso la falsa epopeya de la batalla de El Álamo.

Luego les rapiñaron a sangre y fuego sus tierras a los indígenas, y después mostraron al mundo sus lacras del Ku Klux Klan, de la Comisión McCarthy, de las mafias de asesinos y pistoleros.

No importa ya que hayan sido la primera nación que obtuvo su independencia en el siglo XVIII, pues eso lo hicieron en su propio beneficio, lo que por lo demás, ha sido la constante en su acción internacional, en particular, porque otras lacras salieron a la superficie en el siglo pasado, como el bloqueo semicentenario a Cuba, la invasión de Bahía Cochinos, las tentativas de John y Robert Kennedy de asesinar a Fidel Castro, la guerra de Vietnam, los asesinatos y torturas ejecutados por la CIA y el asesinato moral de Salvador Allende por cuenta del presidente Richard Nixon.

Algo peor debe haber en el fondo del alma de éste pueblo, que permite todo lo anterior y que también tolera que recién en 1996, al albor del siglo XXI, el Estado de Mississippi haya puesto fin, por resolución de su Cámara Senatorial, a la esclavitud en su territorio, cerca de dos siglos después que Lincoln fuera asesinado por dar libertad a los negros.

Por supuesto que con este enemigo hay que andarse con cuidado, pues ha sido capaz de arrastrar o sobornar a tantos gobernantes, mandones y segundones de nuestra pobre América latina y de asesinar, sin contemplaciones, empezando por sus propios presidentes como Lincoln y Kennedy.

No era pecado tirarles ese hueso de un dólar a quienes, llenos hasta el hartazgo de todo lo comido a costa de nuestros pueblos, de su hambre y sufrimiento, a trueque de mandarnos armas y espías para que sus marionetas que nos han gobernado, sofoquen cualquier tentativa de liberación de su yugo de 52 estrellas hasta que, como dice Patricio Manns en una hermosa canción, estalle la aurora del continente, lo que sin duda, antes que después, así ocurrirá.

También fui discrepante con él cuando en un discurso creo que en Valparaíso dijo: “No soy el presidente de todos los chilenos” diferencia que no precisa mayor explicación.

Recuerdo la situación que se nos generó con el proyecto de la ENU – Escuela Nacional Unificada, una idea buena pero mala en presentación y oportunidad.

Después de la elección de parlamentarios de 1973 donde la Unidad Popular obtuvo el 43%, a muchos de sus opositores les pareció que Allende era inamovible y empezaron a abandonar el país. De inmediato vino la presentación de la ENU que tuvo el efecto de aumentar y dinamizar a los opositores al Gobierno hasta que este fue derribado seis meses después.

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Allende pensaba con amplitud. En plena campaña conversamos sobre la conveniencia de incorporar a su próximo gobierno, gentes no necesariamente de izquierda, pero sí capaces de hacer grandes aportes y a quienes solo se podría exigir capacidad y lealtad al gobierno sin deberes partidistas.

Para ello me servía recordarle que en 1941, cuando los nazis estaban a punto de tomar Moscú, Stalin le entregó el mando de la guerra a dos generales – Shaposnishov y Vassilewski – ex oficiales del Ejército del Zar, quienes en pocos meses, con el mando en terreno del Mariscal Zhukov, empezaron a dar vuelta la situación hasta terminar en 1945 con la derrota alemana y el suicidio de Hitler.

De seguro que en casos como este es posible apoyarse en las palabras de Fidel Castro en Chile dichas en el Estado Nacional: “la revolución es también el arte de sumar fuerzas.”

Para la política forestal nos fijamos en el nombre de Eladio Susaeta hombre independiente más bien de derecha y una eminencia en la materia, pero como ya había firmado un contrato internacional, aunque Salvador lo persiguió hasta el aeropuerto, no pudimos contar con su ayuda.

En cambio pudo designar en la Comisión Chilena de Energía Nuclear como Presidente a Gabriel Alvial y como miembro a Adolfo Gómez Lasa, ambos en la antípodas de la UP pero dispuestos a colaborar con el Presidente a solicitud de mi parte. Cada uno en lo suyo eran talentos.

Gabriel Alvial alumno de Enrico Fermi el padre de la bomba nuclear prestó en su cargo servicios de importancia al gobierno en particular en el trabajo con las fuerzas armadas.

Con los antecedentes que me proporcionó Gabriel, también a cargo del Centro de Radiación Cósmica de la Universidad de Chile, formulé en el Senado en sesión de septiembre de 1971, una denuncia por los peligros de contaminación radioactiva que, para Chile, representaban las explosiones nucleares francesas de Muroroa en el Pacífico Sur.

Las investigaciones del Centro de Radiación Cósmica permitieron ubicar, a 4.343 metros de altitud, en la cordillera de Los Andes, frente a Santiago, una partícula de cenizas radioactivas de medio milímetro de diámetro a causa de las explosiones efectuadas por los franceses. La contaminación de nuestras reservas de agua implicaba un grave riesgo para la población.

La protesta de Chile en la ONU ocurrió de inmediato y numerosos países se plegaron a nuestra posición, pero Pinochet que no entendía nada de estos temas aunque fueran estratégicos no los prosiguió.

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Esencialmente Salvador Allende fue un hombre de principios y cabal cumplidor de sus compromisos. Uno de los cuales fue que no saldría vivo de La Moneda, si los yanquis y sus yanaconas chilenos los cercaban hasta derribar su gobierno.

En sus últimos días, me tocó compartir casi a diario con él en mi condición de representante de los senadores y también con uno de sus más leales e inteligentes colaboradores Víctor Pey. A ambos nos impresionaba ver que un hombre que estaba decidido a morir viviera y actuara con tal serenidad como si esa decisión nunca fuera a ser llevada a la práctica.

Con toda la grandeza que contiene el gesto instantáneo de Arturo Prat, universalmente admirado el suyo fue un acto en que el impulso dominó al raciocinio algo como la reacción incontenible de un padre para salvar a su hijo que se ahoga en un río, gesto de nuestro héroe aclamado en el mundo y en particular por los ingleses, dominadores invencibles de los mares.

En el caso de Salvador Allende se requiere mayor coraje porque mantener por años la decisión de una muerte voluntaria, en especial si se considera su amistad profunda con la vida, su amor por el arte, la política, por los trabajadores y los pobres y tantas cosas más de una vida plena, desprenderse de ella es un gesto de supremo renunciamiento.

En los primeros días de su gobierno, conociendo mi amistad con Carlos Domínguez y su señora Alicia Balmaceda, biznieta del Presidente, me pidió que obtuviera de ellos una invitación pues tenía mucho empeño en conocer a la descendiente del Presidente que más admiraba.

Por supuesto que fue invitado y estando con nuestros amigos y observando discretamente como se comportaba, no me cabía duda de que ya tenía la voluntad de no desmerecer de su antecesor.

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El mes de agosto del año 1973 fue especialmente violento por los atentados de Patria y Libertad a las torres de alta tensión, enfrentamientos callejeros, el tono de los debates en el Parlamento y las embestidas de la prensa opositora especializada en ataques calumniosos o falaces.

En ese ambiente propicio para que cualquier situación derivara en algo grave, se efectuó por Providencia y Apoquindo, un desfile pacífico de más de mil trabajadores de la construcción con palas y chuzos hacia la casa de Presidente Allende para expresarle su apoyo.

Esas herramientas de trabajo al parecer empavorecieron a los habitantes del barrio alto como si fueran armas. Vivía entonces en Presidente Riesco a pocos metros de Américo Vespucio y cuando salí a mirar a los desfilantes y después durante el resto de la mañana, no observé ni un solo peatón y ni un solo vehículo. Por el miedo se habían dispersado como ante un huracán.

Por la tarde Blanca Casali una amiga de Mireya que militaba en Patria Libertad y en Proteco, entidad armada de la derecha, llegó agitadísima exclamando “¡saquen a Paulita de aquí porque la van a raptar!”, lo que hicimos de inmediato. Era el desquite por las zozobras producidas en nuestro vecindario a muchas cuadras a la redonda a causa del desfile.

Por la noche la cosa no fue más templada. Regresando a mí casa cerca de las 11 p.m. por la calle Presidente Riesco hacia el oriente, mi auto fue empujado con violencia por otros cuatro contra el muro de ocho cuadras de extensión de la embajada norteamericana. El lugar sin viviendas casi sin luz era ideal para el ataque.

Varias sombras rodearon mi auto y con rapidez dos muchachas se ubicaron en el asiento de atrás y a mi lado un joven que me colocó una pistola en la sien derecha. “¡Aquí las vas a pagar todas desgraciado, tú ridiculizaste a nuestro líder Pablo Rodríguez en la televisión! Si eres católico reza porque hasta aquí llegaste”. A la vista todos estaban drogados, lo que los convertía en entes muy peligrosos.

A mi vecino le temblaba la mano, yo sentía el golpeteo suave de la pistola en la sien cerca de mi ojo y como este discurso quizás le pareció muy largo a las dos ninfas del asiento trasero, una gritaba con insistencia ¡pásame la pistola yo mato a este desgraciado!.

¿Qué se piensa en momentos como este y que se repitió cuatro meses después con el cambio de la pistola por la metralleta de un uniformado por quien yo era llevado con esposas? En mi caso recuerdo que como relámpagos me surgieron ideas de no mover ni una pestaña para no justificar el disparo, profunda pena porque a dos cuadras estaba Mireya con Paulita y ante lo inevitable no dejarle a mi hija el recuerdo de un padre cobarde, menos aún si pensaba que no le dejaría otra cosa.

Estas simples reflexiones que las sentí como zumbidos no pueden haber durado más de un minuto que me pareció eterno por la insistencia de las ninfas en terminar ellas la faena, fueron interrumpidas por el frenazo estrepitoso de un vehículo que se colocó en paralelo a dos metros de nosotros y cuyo conductor se acercó con presteza, creyendo que se trataba de un accidente.

El ruido disipó el efecto de las drogas y como mis asaltantes eran universitarios de la Católica y no criminales profesionales, en tres segundos se subieron a sus vehículos y partieron raudos. Precisamente mi Salvador era Jano uno de los miembros del GAP de Salvador Allende, quienes elegían la calle Presidente Riesco por lo deshabitada y la longitud de la muralla de la Embajada Norteamericana.

  • Pero compañero Jerez yo creí que era un choque de varios vehículos y por eso me paré para ayudar pero usted ¿no tenía nada para defenderse?

  • Y si hubiera tenido. Con solo estirar la mano les hubiera dado el pretexto para dispararme.

  • ¿Se le ofrece algo? Lo acompaño hasta su casa y luego sigo hasta el Cañaveral para informar al compañero Allende lo sucedido.

Jano mi salvador providencial apresado el 11 en la Moneda, según me informó Juan Seoane, jefe de los detectives en la Moneda, fue torturado con él y luego fusilado en Peldehue. Me quedé sin que mi hija le expresara su gratitud pero con un imborrable recuerdo suyo.

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Al rato me llamó Salvador y me espetó una filípica por andar sin medios de defensa y me invitó al día siguiente con Mireya al Cañaveral su tercer lugar de trabajo presidencial. Al despedirme me llevó a su dormitorio, abrió el cajón del velador y me obsequio su pistola personal con algunas expresiones amables y agregó.

“Para lo que desgraciadamente creo que puede venir esto no me sirve y quiero que quede en tus manos”

Le agradecí como correspondía pero luego le objeté: “Desde que te he escuchado decir que no te sacarán vivo de la Moneda he pensado que tu decisión es muy pasiva, colocándote en una trinchera ¿no será más correcto salir a la calle y reunir el apoyo de quienes te respaldan?”

  • Justamente se trata de lo contrario. Con todo el apoyo de armas que tendrían los traidores, siempre habría gente que me seguiría si yo me instalo en alguna población con un foco de resistencia, a lo que se podrían agregar acciones espontáneas generadas a través del país.

Eso podría significar el comienzo de una guerra civil y eso sería a lo último que yo empujaría a los chilenos. En esa guerra no moriremos ni tu ni yo y tampoco los generales traidores, en cambio la sangre, los muertos y los sufrimientos los pone el pueblo. Por eso he tomado esta decisión y no me moveré de la Moneda.

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Tengo el recuerdo de que Salvador Allende fue quedando con menor compañía de la que era necesaria en los últimos días de su gobierno. Mientras la situación se tensaba y la entente Norteamericanos – golpistas se preparaba para el ataque final sus compañeros y amigos más directos siguieron siendo Víctor Pey, La Payita, Carlos Jorquera, Osvaldo Puccio y los doctores Girón y Patricio Gijón, su hija Beatriz y Augusto Olivares.

En esa situación Salvador se propuso designar Ministro del Interior al abogado Socialista Carlos Briones, hombre inteligente y respetado cuyo proyecto era abrir camino a un acuerdo con la Democracia Cristiana. Creo que a esas alturas Chile estaba al borde de la más terrible confrontación entre compatriotas en su historia y eso lo entendían y temían todos.

A esta designación se opuso la directiva del Partido Socialista ante lo cual con los senadores Anselmo Sule, Hugo Miranda y Ramón Silva Ulloa, empezamos a redactar nuestra renuncia a la Unidad Popular. No era nuestra intención tener confrontaciones con ella sino constituirnos en un equipo parlamentario de apoyo directo al Presidente Allende para ayudarlo a superar la situación. Eso bastó para que el Partido Socialista retirara su oposición al nombramiento de Carlos Briones.

Ello permitió que yo trasmitiera a Salvador la proposición del Cardenal Silva Henríquez con su idea de abrir un diálogo con la Democracia Cristiana que se concretó en conversaciones de Allende y Patricio Aylwin con participación de Carlos Briones, diálogo que no tuvo resultado positivo por razones ajenas a la voluntad de sus participantes.

Procuro, por supuesto, ser veraz en lo que expongo y en este tema aclarar un punto importante. Como compañeros de exilio con Carlos Briones único testigo de las conversaciones entre Allende y Aylwin le pedí que me explicara la razón de su fracaso.

En todo caso me dijo no fue de responsabilidad de los interlocutores. Para Allende el asunto era vital y una vez que Aylwin llegó atrasado, se disculpó diciendo que había pasado a comulgar rogando que las conversaciones tuvieran éxito. Pero detrás de Allende y Aylwin había otras fuerzas contrarias a un buen resultado

Entre los hombres veraces y respetables que conocí en primera línea está Carlos Briones.

 

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Cuando falleció Salvador Allende, en Francia se escribió lo que para ellos es un supremo homenaje señalándolo como el “último Caballero del Socialismo” incluyendo en esa condición su profundo sentido de la hombría y la lealtad. Pensaba que todos actuaban como él y por eso, cuando el 11 de septiembre bajaba de Tomás Moro a la Moneda, para encerrarse a resistir les dijo a quienes le acompañaban: “Que será del pobre Augusto”. Ignorando que con el sacudón del Golpe se había desprendido y aflorado la verdadera naturaleza del traidor Augusto Pinochet.

Al ser arrastrado al Golpe por las otras ramas de las FF.AA. Pinochet mostró su pobreza de espíritu y de voluntad propia para luego exhibir sus otros rasgos como capacidad para traicionar; empujar al asesinato de los generales Prats González y Lutz a Orlando Letelier, y Eduardo Frei, enviar a la tortura, muerte y desaparición a miles de compatriotas; borrar de la faz del mundo el prestigio de Chile como país civilizado y manchar de manera indeleble la nobleza y el prestigio enarbolado hasta entonces por nuestras FF.AA, para terminar metiendo las manos en todas las cajas y cajones en que pudo hacerlo.

Otros fueron igualmente solapados y desde antes Salvador no consideró la posibilidad de que el Almirante Merino estuviera complotando y que hubiera que tomar medidas con él, porque también confió en el barniz de la lealtad que cubría su cara de palo. Días después que Allende asumiera la presidencia, se efectuó una Operación Unitas con participación de barcos norteamericanos.

Lo acompañamos con el Ministro de Defensa Alejandro Ríos Valdivia, el de Interior José Toha y el Senador Aguirre Doolan, en el acorazado Prat barco insignia de la Armada en el trayecto nocturno de Talcahuano a Valparaíso.

En el comedor, en torno a una mesa redonda, Merino acompañado de otros oficiales no le dispensó al Presidente más que algunos “Si, señor Presidente” o “No, señor Presidente” esquivando con su rostro turbio e inexpresivo todo diálogo cara a cara. Algo ocultaba sus evasivas, desde ese momento pensé que Merino debía ser reemplazado.

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Que el Presidente Allende tenía conciencia de corregir errores en su gobierno lo señala que un día de febrero de 1973, le mostré una carta autocrítica sugiriendo correcciones en el gobierno. Le dije que pensaba hacerla pública pero no sin que él la conociera antes.

Después de terminar su lectura me dijo que estaba de acuerdo en todo y que la publicara sin más trámite.

Después me contó que la directiva del Partido Comunista lo había visitado para reclamar en mi contra por la carta pero les manifestó que la había conocido antes, que estimaba muy positiva su publicación y que en el caso de ellos disponían del diario El Siglo para refutarme.

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Que Salvador Allende cuando quiso fue drástico en el ejercicio de su autoridad lo prueba lo que expongo.

Con ocasión del asesinato del General René Schneider se descubrió un plan para repetir el criminal intento en el propio Salvador, teniendo como ejecutor a un oficial del Ejército conocido por su fanatismo y desequilibrio mental.

En su libro “Señales de la Historia” Gabriel Valdés recuerda que en esa circunstancias Allende recurrió al Presidente Frei en busca de seguridad. Entre tanto, en casa de un amigo se reunió con los Jefes de los Partidos y dirigentes de su campaña y procedió con energía y decisión.

Después de una breve explicación actuando con energía como un general en el Campo de Batalla nos asignó tareas a cada uno y a mí me encomendó solicitar a Gabriel Valdés, Ministro de RR.EE. de Eduardo Frei, que buscara la manera de hacer llegar al Presidente de Perú, General Velasco Alvarado, la seguridad de que en el gobierno de la Unidad Popular no se producirían problemas con su país.

Gabriel fue por muy lejos el mejor Ministro de Relaciones que tuvimos en el sigo pasado y conociéndolo bien no me cupo dudas que acogería nuestra posición con la mayor voluntad y procedí conforme al encargo de Allende.

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Bajo su entereza escondía una sensibilidad real. Tres veces lo vi conmoverse sin tapujos. El domingo siguiente a su elección, nos invitó con Rafael Agustín Gumucio y Aniceto Rodríguez a una reunión en su casa de Guardia Vieja, con sacerdotes y religiosas de poblaciones. Algunos que habían votado por él y otros por Tomic fueron a solicitarle que, como Presidente, mantuviera su actitud respetuosa para las creencias religiosas.

Cuando Allende comenzó a responder hizo un recuerdo de su madre, que había sido una mujer creyente y con la cual le unieron muy fuertes lazos filiales la que había fallecido pocos días antes. De pronto calló, se cubrió el rostro con las manos y sollozando la siguió nombrando. Luego se tranquilizó, se secó el rostro y continuó hablando con sosiego.

A comienzos de 1971, con el diputado comunista Galvarino Melo acompañamos a los dirigentes sindicales del carbón de Lota, Coronel y Arauco, a una entrevista con Allende. Días antes los trabajadores del cobre habían presentado un pliego de peticiones que contenía beneficios más que contundentes.

Los dirigentes del carbón le expresaron que ese año pese a su extrema pobreza no harían ninguna petición de carácter económico, porque se sentían ampliamente compensados por el hecho de haber pasado la industria carbonífera al área estatal, poniendo fin a la explotación inhumana que nadie en Chile se atrevía a desconocer. Quedó tan conmovido que demoró minutos en responder, con los ojos humedecidos.

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En 1971, presenté en el Senado un proyecto de ley que reducía considerablemente el tiempo para jubilar de los mineros del carbón y demás faenas subterráneas.

Trabajar 40 años en estas faenas equivalía a trabajar cerca de cien años en oficinas o al aire libre, por lo que el proyecto fue aprobado por unanimidad en ambas cámaras sin ninguna observación y despachado en abril de 1973 al Ministerio del Trabajo para ser promulgado por el Presidente como Ley de la República.

Funcionarios de un Partido que se sintió perjudicado electoralmente por el proyecto, aunque era del más alto interés para los trabajadores, se las arreglaron para impedir que llegara a su promulgación con la firma del Presidente.

En esos días nuestras actividades eran febriles y absorbentes. La preocupación por hacer todo lo que pudiera paralizar el Golpe Militar nos absorbía la mente y todas las horas del día y por ello, ni el Presidente ni el autor nos percatamos de la sucia maniobra, hasta que dirigentes del propio Partido implicado en ella nos advirtieron.

Cuando a principios de agosto, advertí a Salvador de lo que estaba ocurriendo, presencié el único arrebato suyo de ira incontenible. Llamó a los responsables y les exigió que le enviaran la Ley de inmediato advirtiéndoles que nos les pedía la renuncia al instante porque de conocer la opinión pública lo que había ocurrido, caería sobre su Partido y toda la Unidad Popular un baldón de eterna memoria.

Luego de caminar con lentitud hacia un sillón se cubrió el rostro con las manos y lloró. Serenado ya me dijo: “no importa, recuperaremos lo perdido porque el domingo siguiente a las Fiestas Patrias promulgaré la ley en la plaza de Lota contigo al lado como autor”. Por desgracia como sabemos ese día no llegó lo que impidió que cientos de miles de trabajadores de las más endurecidas faenas se vieron privados hasta ahora de un beneficio realmente vital para sobrevivir más cerca de su condición de seres humanos, porque la ley significaba la rebaja de 65 a 50 años para acogerse a jubilación.

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En su aspecto más humano y de humor Salvador mantenía una elegancia de la cual se ufanaba y en absoluto le molestaba que le dijeran pije. Además le acompañaba la certeza de sentirse con derecho de propiedad sobre cualquier prenda elegante que llevaran sus amigos, pero con compensación o trueque por cada apropiación suya.

También me inscribió en el rol de los expropiados. Cierto día de 1972 me llegó de los sindicatos de las empresas textiles de Tomé, el regalo de un abrigo confeccionado por el mejor operario en la mejor maquinaria. Ni en Londres vi algo tan original y elegante. El obsequio según me expresaron sus dirigentes era para suplir mis negativas a aceptar homenajes por mi colaboración al buen resultado de sus pliegos de peticiones.

Cometí el error de ir vestido con esta prenda a una reunión de parlamentarios de la UP presidida por Allende y desde que entré atrasado y por el fondo observé un brillo inquietante en sus anteojos. Cortó en seco lo que estaba exponiendo y dijo a los asistentes: “Perdonen, pero tengo que hablar algo urgente con Alberto”.

Me invitó a una salita contigua y susurró mientras me desabotonaba el abrigo; “No pues, este no es abrigo para un senador, esto le corresponde a un Presidente” y mientras se lo probaba me indicó que su guardarropa en Tomás Moro estaba a mi entera disposición para escoger lo que quisiera en cantidad y calidad, lo que hice a los pocos días, con regocijo irónico de doña Tencha, arreando con lo que pareció equitativo en chaquetones, bufandas y corbatas.

Ese abrigo, como otras cosas de valor, deben estar en manos de algunos de los distinguidos allanadores y saqueadores de su casa de Tomás Moro que actuaron el mismo día 11 de septiembre.

 

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El ánimo de Salvador en sus últimos días era de total serenidad. Jamás perdió el control pese a que vivió tres años sabiendo que en cualquier momento, la criminal operación norteamericana – derecha podría conseguir su objetivo, como ocurrió. Tuvo la hombría de asumir, por sí solo, la crisis de su gobierno sin responsabilizar ni pasar cuentas a nadie.

 

 

Distinta fue la actitud de Pinochet y otros altos mandos de la dictadura. Traicionando nuestra tradición militar y sus juramentos de lealtad, dispusieron y manejaron la demolición de la democracia, dispusieron y ordenaron torturas, asesinatos, desapariciones y toda suerte de expoliaciones sin responder por nada mientras hasta ahora y por muchos años cientos de sus subordinados, especialmente suboficiales, repletan los lugares de detención y condena por crímenes contra los Derechos Humanos.

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Se ha discutido sobre el nivel de cultura entre los políticos actuales y los anteriores a Pinochet. Pienso que, salvo pocas excepciones, los antiguos eran bastante más cultos que los actuales. Allende era asiduo asistente a conciertos, exposiciones, conferencias y amigo o relacionado con los más importantes artistas e intelectuales chilenos o extranjeros. Todo lo valioso en este campo le interesaba.

Por ejemplo a la salida del Te Deum en la Catedral, en celebración de su asunción a la Presidencia, me señaló: “Tenias razón al decirme que el Coro del Seminario es de categoría internacional, pero me pareció que el órgano a veces no funciona como corresponde. Le dije que arreglar los órganos de las principales iglesias de Santiago era cuestión de plata. “Entonces mañana habla con Zorrilla (Su Ministro de Hacienda) – para que disponga los recursos necesarios”, así se hizo.

A las pocas semanas recibí una carta de doña Margarita Valdés Subercaseaux, hermana de Gabriel, agradeciendo mi intervención ante Salvador para destinar recursos a la reparación de los órganos de las principales Iglesias de la capital. Me agregó que el Ministro de Hacienda, señor Zorrilla, había destinado todos los recursos necesarios para operar en veinte parroquias empezando por la Catedral, Santa Ana, Santos Ángeles Custodios y todas las del resto cuyos órganos necesitaran arreglos.

Por supuesto hice traslado de estas expresiones al Presidente cuyo interés por el arte y la cultura conocía.

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Impresiona observar como Salvador Allende soportó tanta tensión y una amenaza mortal latente. Pero ese era el seguro de su hombría. Se supone que ello es patrimonio de los militares pero vale la pena observar la actitud de Pinochet cuando estuvo detenido en Londres.

 

 

Quince días antes del Golpe y en medio de tales zozobras el Presidente me mostró unos documentos emanados de la Corte Suprema que mostraban serias irregularidades en dineros que algunos de sus miembros estaban llevando a cabo. Me pidió que hiciera una denuncia ante el Senado.

 

Pero Salvador – le dije – solo tenemos 17 de los 50 senadores, acusarlo será tiempo perdido y este señor, cómplice de los golpistas de la oposición, va a obtener el rechazo de lo que propongamos y además los senadores nos acusarán de atacar al Poder Judicial. Esperemos una ocasión más favorable.

Me contestó que todo eso era posible pero que tomara su petición como viniendo simplemente de un amigo y que le hiciera el favor de presentar la acusación, lo que yo no podía rehusar. En la sesión secreta citada para el efecto concentré la acusación en el Presidente de la Corte E. Urrutia Manzano por la responsabilidad que le cabria por su calidad de Presidente.

El resultado fue imprevisto. En esos días aciagos con un final inevitable, en sesión secreta el Senado, acordó por unanimidad acoger mi acusación y enviar a Enrique Urrutia Manzano y los antecedentes a Delitos Tributarios, como paso previo a una querella criminal. En la sesión estuvieron presentes los Senadores Francisco Bulnes, Pedro Ibáñez y Onofre Jarpa cuyos rostros se iban desdoblando a medida que yo exponía el caso. Salvador tenía razón, hay que pensar como sería la contundencia de los antecedentes que me entregó que, en ese ambiente y con esa desproporción numérica el Senado dio curso a la acusación en forma unánime.

Pero como dice el refrán que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos, de esto nunca se supo hasta ahora porque la sesión del Senado fue secreta y Delitos Tributarios no encontró nada mejor que citar a Urrutia Manzano a las seis de la tarde del día 11 de septiembre, hora y día en que se inició la restricción del toque de queda, o sea nada pudo funcionar en todo el país, y todo siguió en total desconocimiento de la opinión pública por el amparo de la dictadura.

Sin embargo, 37 años después en octubre del año pasado obtuve que se reabriera el vergonzoso asunto, cuando el Senado ante mi solicitud autorizó que se me entregará copia del acta de la sesión secreta que conoció mi acusación contra Urrutia Manzano, y los miembros de la Corte Suprema.

Pero no podía esperarse menos. El secretario del Senado don Carlos Hoffman me comunicó que pese a un acucioso registro los antecedentes de la sesión y desde luego el acta total no habían sido hallados. Creo que en dos siglos de vida de nuestro Parlamento no hay otro caso de evidente sustracción como este ¿A quién favorecía este otro hurto? Solo al acusado, Presidente de la Corte Suprema, Enrique Urrutia Manzano, el mismo colocó la banda presidencial a Pinochet y continuó presidiendo el poder Judicial en completo servicio y vasallaje a la dictadura.

El robo del acta de la sesión secreta que seguramente fue ejecutado por agentes de la DINA, fue la propina con que el dictador retribuyó los servicios del Presidente de la Corte Suprema.

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Estando el Presidente fuera de la Moneda y yo allí redactando un documento que me había encargado se produjo un hecho singular aunque muy propio de la gente de aquel tiempo.

La Payita me avisó que un grupo de empresarios amigos de Salvador venían a entregarle un aporte considerable en dólares, reunidos entre varios aportantes, para el caso de que la situación se pusiera tan difícil que él se viera obligado a dejar la presidencia. Con ese aporte querían contribuir a su mantención en Europa con su familia y auxiliares por el tiempo que fuera necesario. Ella me pidió que los recibiera.

En ausencia de Salvador ellos quisieron hablar conmigo pero les manifesté que en un asunto tan personal yo no podía intervenir en absoluto y que solo les aseguraba que el Presidente volvería a las 3 de la tarde.

Cuando volvió Salvador y le hablé de los generosos visitantes y de su decisión, conmovido murmuró “ellos fueron siempre leales amigos pero veo que no creen que yo no saldré de la Moneda, ni menos para ir a pasear por Europa, pero como son generosos y no quiero defraudarlos les voy a pedir que nos permitan destinar esa suma tan importante a auxiliar a quienes necesiten ayuda cuando yo no esté.

Minutos después me informó que podíamos disponer de esta suma y que me proponía que yo abriera una cuenta a mi nombre para ayudar de preferencia a los partidos de la Unidad Popular, a la CUT y a la prensa popular, dejando el manejo a mi criterio.

Honrado con su proposición pero a la vez aterrizado sobre los estilos y costumbres de nuestros coterráneos le repliqué que buscara otro destinatario para su propósito, porque al parecer desconocía el modo de reaccionar de mucha gente. Imagínate – le dije – que llego a una asamblea para hacer la entrega de una donación a nombre tuyo no va a faltar alguno de los concurrentes que le pegue un codazo a su vecino y le diga: ¿y con cuanto se habrá quedado este fulano? Y te ruego que no vengas con eso de que yo no tengo tejado de vidrio porque eso lo sabes tú.

Luego de un rato de insistencia Salvador me golpeó amablemente el hombro y me dijo: Bueno retiro mi petición, tienes razón y ya no recibiremos la donación de mis amigos.

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A las 11 de la noche del mismo 10 de septiembre me telefoneó para pedirme que fuera a la Izquierda Cristiana a conseguir que apoyaran su convocatoria al plebiscito con lo cual este Partido no estaba de acuerdo.

Me negué explicándole que, por la situación por la que atravesábamos no debía consultar a nadie y proceder con la más absoluta libertad.

Pero allí entró a jugar, de nuevo, su irrestricto respeto a los partidos que lo acompañaban por lo que me insistió en su pedido.

  • Salvador, me pides algo que encuentro improcedente. Por último, como único Parlamentario de la IC, te dejo en total libertad. Además a esta hora. ¿A quién voy a encontrar? Pídele esto a Rafa Gumucio.

  • No, te ruego que vayas tú y aunque te sigas negando te seguiré insistiendo”. Me pareció, por último que por razones de amistad debía acceder a su pedido.

Cerca de las once de la noche llegué a Cienfuegos 15, sede de la IC, donde no encontré a ningún dirigente, y en su lugar funcionaba una Comisión de gente muy joven, desconocidos para mí.

Les expliqué la solicitud del Presidente y como no eran horas ni estaba de ánimo para un gelatinoso debate, viéndolos poco dispuestos a aceptar esa petición luego de una corta conversación les expuse: “Bien pero como estamos al borde de cualquier situación incontrolable, si Uds. rechazan la decisión tomada por el Presidente ¿Cuál es la solución que proponen?

Respuesta unánime: “El enfrentamiento armado”.

Me resultó imposible transmitírsela a Salvador, colocándole otra espina en su humanidad, de modo que, asumiendo toda la responsabilidad, cuando hablé con él a la una de la madrugada, le mentí y le dije que la IC le daba todo su apoyo para la convocatoria a plebiscito.

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Los encargos de Salvador me mantuvieron en pie, la noche del 10 de Septiembre hasta cerca de las dos de la madrugada y me impidieron llegar a la Moneda en la mañana del maldito día 11.

Después de cumplir con su pedido en relación con la Izquierda Cristiana, tuve que dedicar un buen rato conversando con un grupo de Socialistas en la Alameda, que ya habían escuchado que un regimiento de San Felipe avanzaba hacia Santiago. Cuando llegué a mi casa conversamos con Mireya por lo que recién me pude dormir desusadamente tarde.

Nunca he oído o visto televisión sino a partir de mediodía de modo que el día 11, como a las 08:30hrs. me despertó un llamado de Eduardo Grove Allende, el sobrino predilecto de Salvador para decirme:

  • Alberto ocurrió lo que tú venías diciendo, Salvador está en la Moneda rodeado de tanques.

Le manifesté que partiría de inmediato a la Moneda pero me expresó:

  • No sacas nada ni yo tampoco, los accesos a la Moneda están bloqueados y detienen a los que intentan pasar.

Así le pasó a Laurita Allende y tuvo que volverse a su casa para que no la detuvieran.

Más de una vez había escuchado en la Moneda y en la Izquierda Cristiana, que en un caso como el que estaba ocurriendo, lo primero era no permanecer en la casa ni en los locales partidarios, para no dar facilidades a quienes nos buscaban para detenernos, de modo que me trasladé a la casa de mis muy especiales amigos Carlos Domínguez y Alicia Balmaceda para tratar de comunicarme con alguien que me orientara en que hacer en esa circunstancia.

Después de los poquísimos que pude contactar nadie me pudo decir algo de utilidad.

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REGIS DEBRAY Y EL 11 DE SEPTIEMBRE

Su agudeza intelectual y penetración sicológica, su dominio del escenario latinoamericano y los prolongados espacios de observación personal, hacen de Regis Debray, el mejor relator de la apariencia y trasfondo de Salvador Allende.

Por ello, resulta apropiado finalizar este capítulo con lo que Regis escribió el 15 de Septiembre de 1973 en la prensa de Francia sobre su muerte.

“Salvador Allende no ha perdido. Ha muerto como siempre había querido morir: luchando. Nada le fue impuesto. Puede ser que algunos no le creyeran, a fuerza de oírle repetir: “A mí no me van a hacer subir a un avión en pijama ni solicitar asilo en una embajada”. Pero, para todos sus amigos, la sola certidumbre en este caos era esa: para el protagonista, el drama no concluiría jamás en una opereta, como se había visto tan a menudo en los países vecinos. La pusilanimidad de sus colegas defenestrados le repugnaba demasiado.

Allende intuía su destino exactamente desde el 29 de junio de 1973, cuando descubrió con estupor, después de haber desbaratado el alzamiento incoherente y precipitado de un regimiento de blindados – seiscientos hombres y diez tanques – que el ejército no le perdonaría esta victoria a lo Pirro. Al reunirse al día siguiente en su despacho con los generales de las Fuerzas Armadas en servicio activo, descubrió que no podía contar sino con cuatro generales contra once. En el mismo momento, los oficiales subalternos deliberaban en todos los cuarteles del país: ocho de cada diez, sobre todo entre los más jóvenes, exigían la liberación de los amotinados y la destitución de los cuatro generales leales que, con el general Carlos Prats a la cabeza, habían obtenido su rendición.

Desde entonces, Allende se batía, aun al borde del abismo, porque ése era su oficio, su mandato, su pasión, sin que nadie supiera de dónde sacaba esta fabulosa energía cotidiana. No hubo desesperación, en todo caso; pero tampoco cabía la esperanza. El político ha muerto resplandeciente en su sonrisa, al fin reconciliado con la muerte, con esta visión heroica de la historia, que eran su remordimiento y su pena no haberla podido encarnar en vida.

Vuelvo a ver la mirada maliciosa de Augusto Olivares – El Perro – su viejo amigo de siempre, su consejero a pesar suyo, a quien yo había preguntado en demanda de una confirmación: Y cuando los generales de las tres armas vengan a verlo a su despacho sin pedir audiencia, con su ultimátum bajo el brazo, ¿qué pasará?.

Lo sabes muy bien: la cosa será a quién tire primero. Salvador preferirá la muerte a la rendición”. Se olvidó solamente de agregar que él, Augusto, moriría con Allende. La conversación tuvo lugar hace tres semanas.

Allende solía practicar tiro en su casa, en el jardín, con toda clase de armas, pero sabía que él no podría disparar contra sus enemigos. Era demasiado tarde – habría tenido que forzar el paso antes, en 1971, en la euforia de los comienzos – o tal vez demasiado pronto – presidente de una república burguesa, elegido bajo condiciones y por una minoría de votos, no podía, desde su cargo, emprender la revolución. Asesinato o inmolación, poco importa: habrá defendido su bastión hasta el fin, metralleta en mano. ¿La muerte de los asaltantes fascistas, demasiado numerosos y bien armados era imposible? Ellos recibían al menos la suya como una bofetada. Lo esencial era hacer saber: “Patria o muerte”. Aquí no hay rendición. Vencido, pero de pie. Eso es importante para el porvenir.

Murió en su ley”, se dice en español lacónicamente para rendir homenaje a aquéllos a quienes la muerte no ha sorprendido en una posición distinta a la que siempre sostuvieron. Extraña ley para un reformista, un adepto del compromiso, la transacción y el dialogo, con un imborrable buen humor. Sus pares en la política, sus predecesores en la caída –Arbenz, Goulart, Torres y tantos otros no nos tenían acostumbrados a este género de salida. Entonces, es hora de decir al fin qué clase de hombre era, de verdad. Mañana habrá que hablar de política, y hablar con todo; por el momento, yo quisiera saludar a este hombre que fue casi un amigo. No es una cuestión de persona, dirán mucho. Sí, hoy se trata precisamente de eso.

En él la voluntad vibraba más alto que las ideas. Salvador era ante todo un hombre de corazón, para quien todo lo que esta palabra encierra –valor, rectitud, lealtad, emoción- contaba más que el resto. Un hombre que saludaba con un “tu” a sus interlocutores, y éstos tenían que contenerse para no hacer lo mismo. Se saludaba siempre en él al político, pero éste era su doble, su rol, su imagen fatídica, que le hacía a veces ser amargo. Pues él tenía de sí mismo una imagen totalmente distinta, que guardaba en secreto, sin hablar de ella, desarmante y desarmada. Callada por un sentido infantil, obstinado observante él de “lo que se puede hacer” y “lo que no se puede hacer”, de lo noble y de lo rastrero, se veía así mismo como un caballero de la esperanza, Robin Hood de las montañas.

Este revoltijo, esta gloriosa incoherencia, es todo el hombre. Es por eso por lo que Allende es distinto de la incolora doctrina política que llevaba su nombre; por lo que tenía tantos amigos que no eran allendistas; por lo que estaba excluido que pudiera firmar su capitulación mientras viviera. Allende no tenía la estrategia política correspondiente a esta decisión personal. Se burlaba de quienes tienen la estrategia, pero no la decisión, pero aquellos que tienen las dos cosas le fascinaban: Fidel, el “Che” – a quienes había visto en acción-. No era feliz en el fondo ni estaba orgulloso de ser ese presidente convencional, ese “político astuto” – la primera muñeca de Chile-, ese experto en tácticas conciliadoras.

Había soñado otra cosa y no aceptaba renunciar a su sueño: los militares han logrado arrancarles concesiones verbales en el curso de estos últimos meses, pero él los enfurecía guardando en su cajón los decretos ya preparados que ponían al MIR (extrema izquierda) fuera de la ley. Las leyes de la política dicen que un reformista, rehén del poder burgués, tiene tarde o temprano que hacer tirar contra el pueblo para dar “garantías”. Allende quiso ser la excepción y lo consiguió. Cuando en 1972, la policía disparó sobre los habitantes de una población callampa en el curso de una requisa nocturna y dio muerte a un obrero, él fue a la mañana siguiente, a pie sin custodia, a presentar sus excusas a los “pobladores” y a departir mano a mano con ellos.

Será bueno decir algún día, aunque sus enemigos puedan aprovecharse de ello, todo lo que este hombre hizo para sacar de su empantanamiento la revolución armada continental, que fascinaba a su corazón, aun si su espíritu lo rechazaba. Presidente del Senado, se jugó su porvenir político en muchas ocasiones por ayudar y a veces salvar literalmente a combatientes clandestinos que tenían dificultades en sus propios países. El fue a recibir a los sobrevivientes de la guerrilla boliviana que habían cruzado los Andes a pie perseguidos por todas las policías del continente, y los condujo personalmente a la Isla de Pascua. Para la prensa “seria” chilena, esos hombres eran “bandidos” y “terroristas apátridas”.

Presidente de la República arriesgó su presente: no hubo guerrillero latinoamericano, por poco que fuese responsable y sincero, que se haya dirigido a él sin recibir los medios de lucha que solicitaba. Por ejemplo, y para limitarnos a los hechos conocidos, hubiera preferido cien veces que la Argentina, país del cual tenía una necesidad vital para abastecer a Chile de trigo y carne, le declarase la guerra antes de entregar a la dictadura militar a los evadidos del penal Rawson hace poco más de un año. Cuestión de honor. De principios. El “Che” sabía, mientras vivió, que podía contar con él a título personal, no importa qué cosa, incluido llevarle maletas.

Esto no era su política, sino que el hombre estaba hecho de un modo que ponía más alto que la política –y que su política- una moral, una intuición, una fraternidad. Allende podía atacar el MIR y su política en la televisión duramente por la tarde, y esa misma noche ofrecer su casa a un dirigente del MIR perseguido. Y no por coquetería ni por hacerse de hábiles contrapesos. Por una simpatía irrazonada y fundamental. Es por eso por lo que, si el político que había en él estaba de acuerdo con la táctica y la estrategia del Partido Comunista, nunca tuvo como amigo o como confidente a ningún miembro de ese partido.

Al salir de su despacho, quería respirar otros aires. Necesitaba contradecir, repartido entre sus objetivos políticos y ciertos “ideales propios” de los que no podía ni quería desprenderse. Una palabra de aliento de Fidel, o una mirada reprobadora de “Tati”, su hija Beatriz, una militante revolucionaria comprometida desde hace años en tareas duras y que dirigía su secretaría en La Moneda, tenían para él más importancia que una moción del Congreso o una resolución de una comité central. Beatriz, embarazada de cinco meses, fue durante algunas horas una de las personas más buscadas de Chile: por radio, los militares le intimaron la orden de entregarse –aun cuando habrían tenido que responder de su suerte, como de la de muchos otros bajo su responsabilidad…

¿Qué más decir? Una última imagen, quizás.

He visto a Salvador por última vez el domingo 19 de agosto. Me había invitado, antes de mi partida hacia Cuba, a pasar el día con él en su residencia campestre, con su familia, la media docena de amigos, siempre los mismos, entre ellos “El Perro”. Hermosa jornada de invierno entre los árboles, una chimenea encendida, vino tinto. Estaba como siempre, jovial, cálido, calmo. Ritmo inalterable, a pesar de la crisis. Al fin de la mañana, se lee y se comenta la prensa (ya no había otro medio de informarse). Salvador descubre entonces que el New York Times contaba el viernes, con lujo de detalles, los pasos de una crisis en el seno de la aviación que, de hecho, recién había estallado el sábado.

Un honorable corresponsal de la CIA, periodista evidentemente, sabía sin embargo más que el Presidente sobre las intenciones de los militares. Furioso, Allende exigió que se identificase y localizase al “periodista” el lunes para expulsarlo. Pero, el lunes, tendría otras muchas cosas que hacer: otro golpe que desmontar, otro general a quien pasar a retiro, y el “periodista” podrá continuar haciendo su trabajo. Después, Salvador, de excelente humor, arregla una parte, llama a algunos de nosotros a sentarnos en un rincón alrededor de un camembert, nos cuenta sus entrevistas de la víspera con el general golpista, comandante de la aviación, a quien ha designado ministro de Obras Públicas y Trasportes para intentar neutralizarlo. Pregunta, toma notas, madura sus planes para el día siguiente.

¿De qué se trataba entonces? De cortar las alas a una maniobra de ese general de aviación, Ruiz, que quería dimitir de su cargo ministerial sin perder su comando, habiéndose puesto previamente de acuerdo con sus subordinados, en secreto, que ninguno de sus eventuales reemplazantes a la cabeza del arma aceptaría integrar el gobierno. Es inútil recordar aquí los detalles de la contramaniobra de Allende, que triunfó por estrecho margen, una vez más. ¿Por cuánto tiempo? Chile vivía estrictamente al día, con sus dos o tres microclimax cotidianos. Allende no planificaba nada más de cuarenta y ocho horas.

El acostumbramiento al peligro terminó por hacer creer que un respiro más, una breve tregua, equivalían a una solución política.

Un poder político privado de todo aparato de coerción física no es más que un poder sobre el papel. Para hacer arrestar a un terrorista de “Patria y Libertad”, para requisar un camión, se necesita un destacamento de hombres armados como dice Engels, es decir, un aparato del Estado. Este ya no respondía en muchas ocasiones y se deslizaba gradualmente hacia la insurrección de hecho. ¿Cómo pedir a un aparato del Estado, creado y ocupado por la burguesía, que le ha dado vida y legitimidad? Allende veía destrozarse uno a uno todos los medios de gobernar, supliendo su soledad con la ayuda de golpes de puño sobre la mesa y con fenomenales agarradas con los generales, a quienes él hacía desfilar, uno por uno, separadamente a su despacho. Caminaba hacia el abismo y fingía tener en sus manos un poder que ya no lo era, mostrando un aplomo y una fuerza que ya no tenía. Pero el rey estaba desnudo, y esto tenía que acabar por saberse. Fatalismo desafiante u obstinación sarcástica, Allende se entregaba, con una flema de jugador de ajedrez, a sus maniobras tácticas, que había que replantear todos los días. No me atreví, y nadie se atrevió nunca, a preguntarle: ¿por qué?, ¿y cuál es la estrategia de todo esto? Eso hubiera sido de mala fe. Cada uno sabía que se trataba de ganar tiempo para organizarse, para armarse, para coordinar los aparatos militares de los partidos de la Unidad Popular. Carrera contra el reloj que había que librar semana tras semana.

Al mediodía de ese domingo hicimos una siesta tranquila y jugamos partido de billar con cantidad de chistes y golpes sobre la espalda. A las siete de la tarde Allende bajó hasta Santiago, donde lo esperaba un consejo de ministros. Abrazos: “Hasta pronto. Saludos a los amigos. En Argel dentro de diez días” Porque él deseaba fervientemente realizar ese viaje. Nada alteraría su calendario, ni siquiera el hecho de haber desarmado el golpe de Estado del sábado y el de tener que decapitar el del lunes.

En ese dédalo cambiante. Allende tenía dos boyas para guiarse. Por un lado, un rechazo visceral a la guerra civil, que él juzgaba perdida dada la diferencia de poderío de las fuerzas enfrentadas. No estaba engañando con la fraseología del “poder popular” y no quería asumir la responsabilidad de miles de muertes inútiles: la sangre de los otros horrorizaba. Es por eso que hacía oídos sordos a su PS, que lo acusaba de serpentear perdiendo tiempo y lo instaba a pasar a la ofensiva. La mejor manera de precipitar el enfrentamiento y de hacerlo todavía más sangriento es darle la espalda, me confió Altamirano al día siguiente, excedido por las demoras de Allende.

¿Desarmar a los complotados? ¿Con qué?, respondía Allende. Denme primero las fuerzas para hacerlo. Movilícelas, le decían de todas partes. Porque es verdad que él se desplazaba, allá arriba, sobre las superestructuras, dejando las masas sin orientación ideológica ni dirección política. “Solo la acción directa de las masas frenará el golpe de Estado. ¿Y qué masa es necesaria para parar un tanque? –replicaba.

Segunda boya para Allende: no defraudar a la historia, no degradar la imagen que tenía de sí mismo y que deseaba dejar después de sí. Francamente, no ceder al chantaje militar, no perder terreno en lo esencial del programa. Pero para mantener el honor, debía arriesgar la guerra y, para evitarla era necesario deshonrarse. Allende se negaba a elegir, creía todavía, o lo aparentaba, que sus dos deseos fundamentales no eras contradictorios.

Los jefes de Estado no tienen amigos. Otra admirable inconsecuencia: Allende tenía amigos y un sentido del afecto inexplicable y más poderoso que toda divergencia política. Era fácil convertirse en amigo íntimo y las relaciones se volvían entonces tormentosas, exigentes, llenas de peleas ligeras y de comentarios rencorosos, inevitablemente seguidos de grandes reconciliaciones. Este hombre, que era en público tan cuidadoso de las apariencias y celoso de sus prerrogativas, tenía la religión de la franqueza y del calor entre los hombres. La libertad de la palabra, en su presencia, era total. Un día que me regañaba por alguna postura juzgada excesiva, agregó: Halagas mi vicio, que es el de perdonar a mis amigos. Grave falta para un hombre de Estado, sí uno se atiene a las reglas en uso.

Pero era comunicativa esta confianza y esta fidelidad. De allí esas increíbles devociones: Augusto Olivares, un viejo amigo de la revolución cubana, redactor de la revista Punto Final, vocero de la oposición de extrema izquierda, murió a su lado. La política de Allende no era la que respondía mejor a sus deseos, pero juzgaba que no había más, u otra, alternativa de país, y que en ella estaba su campo, para lo mejor o para lo peor. No quiso sobrevivirle.

La pasión del honor. La lealtad. La nobleza. La integridad. Eso se llama hombría. Intraducible. Salvador Allende era un caballero. ¿Cómo decirlo en francés? Algo así como un gran señor. Valores desusados, un poco ridículos, de otra época, puede ser. Pero que fueron pagados por lo que valían. Era necesario que ese gran señor llegara al final de su tiempo y de su rol, para dejar paso a los tiempos modernos y crudos de la revolución, que debe buscarse ahora en la pena y en la sangre. Ha llegado la hora decisiva. Será larga”.

 

 

 

 

 

 

 

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