Ir a Santiago del Estero, al centro del cono sur, a sus carnes más blandas y calientes, más antiguas y por lo tanto más profundas y latinoamericanas, me hizo reflexionar respecto a nuestras grandes diferencias, que en realidad son carencias, aun viviendo en el mismo continente.
En Chile es muy difícil asumir desde un domicilio político comprometido no solo estéticamente o acomodadamente en roles burocráticos, hasta comprometerse con una pareja. ¿Pero por qué nos es TAN difícil asumir posiciones? Esta situación de transito, de quien no se sitúa teniendo como excusa el “dinamismo”, quizás sea la situación portuaria de un país costero de 4 mil kilómetros de largo, que en realidad es un archipiélago de “islas en un mar sin orillas” producto de la grave incomunicación. Nichos que segregan a sus habitantes diferenciados culturalmente (y no solo económicamente) a causa de la privatización de la experiencia del saber.
El tejido social es solo un pedazo irregular que cubre ciertos sitios e incompletamente, con puntos idos y nudos incorregibles. Es así como se sufre de “desnudez” social (o ausencia) que obliga a vivir buscando un pedazo de “tejido”, mientras se permanece entumecido perdiendo el tiempo en un constante “vitrineo” sociocultural en el cual nunca se es capaz de asumir una posición, o cubrirse con un ropaje, siguiendo la analogía.
Una de las razones fundacionales de este Chile atomizado y fragmentado, es el saqueo estructural que se realizó por medio de una dictadura completamente distinta a la de todas las antes conocidas, completamente contraria a la “nación”, para dejar a los piratas al mando, cuestión naturalizada y que ya es institución, pues es “preferible” antes que la bota y el fusil de un milico rastrero y vende patria.
El habitante se conforma con que no lo maten, y además cree aprovecharse de ser más neoliberal que nunca, comprando a crédito y vendiendo barato para “ganarse” un lugar, un sitio, sin clase más que la no-clase o la potencial clase en un deseo de clase completamente permeado por el artificio del mercado; un Chile recién conociendo la identidad por medio del fetiche del fútbol, el que comparte como ÚNICA posición posible, añadiendo si se trata de los no-ricos, el compartido sentido de hastío, displacer y frustración frente a “servicios” que nunca serán derechos adquiridos, incluido el derecho a tener dignidad: resultando un sujeto histórico performado por el mercado y ya no es más un ciudadano sino un consumidor. Entonces surge profético para un capitalismo periférico y tardío la advertencia de Marx “estamos en un sistema económico que deforma nuestra conciencia”.
Las posiciones se eluden estando bajo la lógica relativista de quien trae y lleva bajo la fluctuación del intercambio. Embrutecidos por el afán rentista de un país que actúa en busca de la monedita de oro sin sopesar externalidad alguna, todo por la renta en un solapado pero verídico esquema de Capitalismo o Muerte, hemos debido, como no-soberanos, “ganarnos” en algún lugar, porque no está a nuestra vista la magia de estar precisamente en el lugar correcto sin habérselo “ganado”, o mas bien haberlo “comprado” en la premisa capitalista de “nada es gratis.
Asumir la sencillez de “habérselas” con la vida en su sentido más práctico, en su domestica sinceridad, esa que en el cotidiano parece dada y curiosamente nunca domesticable, no le es posible, aun siendo latinoamericanos, a quienes ambicionamos un lugar porque no se tienen ninguno, y deambulamos en la nada. Así se explica la obsesión del chileno que “emprende”, que quiere “ser más en la vida”, que se sitúa en el “ascenso social”, en la “meritocrácia”, en resumidas cuentas, a siempre estar sufriendo de tensión vertical por ascender en la pirámide social perdiendo de vista la vida buena de quien no se esperanza por “consumir” para “comprar” un espacio en la sociedad. Al contrario de quien vive en un entorno solidario, humano, en donde responsabilizarse por el lugar que se tiene en la vida no es motivo de humillación, lamentablemente carecemos de una “posición social”, y sólo podemos apostar a un transito social, que es más bien una huida de quien es prófugo de la miseria.
Esa sensación transfuga, que nos hace siempre desear un domicilio, “el sueño de la casa propia”, en un peregrinar en busca del buen pasar por medio de una “buena carrera”, “un buen empleo”, un “buen negocio”, previo increíbles esfuerzos para “ganarse” o “lograr” cada uno de esos estadios, es el que conforma una clase media que no es otra que una no-clase, un residuo del sistema, un desclazamiento que habita en el espacio vacío entre los más ricos y los más pobres y que no tiene absolutamente nada en común salvo la selección chilena y la constante molestia ante la ausencia total de contención y redes.
En Santiago del Estero, ciudad tocaya y paradojalmente antogónica a la metrópolis y su Torre de Saurón: el Costara Center y su fálica y penetrante construcción en pleno Sanhattan que simboliza certeramente la inoculación de la no-cultura, se me confirmó que lo “originario” resulta ser lo más distante de los que estamos aprisionados entre mar y cordillera, siendo “chilenos” sin estado, o con uno como plataforma de negocios de la “clase político-empresarial”, una seudocasta hija del capital en cuanto fue el que dio vida a la tecnocracia por medio de la privatización de conocimiento.
En Santiago del Estero “santiagueños” comunes y corrientes haciendo de la política una experiencia cotidiana, con el tejido social dispuesto a darles la dignidad de ser ciudadanos con derechos consagrados a salud, educación y previsión, versus “santiaguinos” condenados a la exclusión política, monopolizada por administradores profesionales. Ellos “situados” territorialmente gracias al trabajo por una “Patria Grande”, con identidad que da para un aniversario de todo un mes, nosotros en la diáspora de buscar “oportunidades”, con una catarsis de tres días de fondas durante fiestas patrias. Sus jóvenes con la posibilidad de votar desde los 16 y luego educarse en la carrera de su preferencia gratuitamente, nuestros jóvenes condenados a la rebaja de responsabilidad penal a los 14 años y destinados a lo que la economía familiar dicte para educarse y las pruebas de selección determinen.
Siempre que llego a Chile me siento impotente y más triste que cuando me fui. Llego nuevamente reafirmando mi posición en un tablero volteado, con sus piezas perdidas, con intensiones de ordenarlo con la condena de ser una “llanera solitaria”, un nudo en la bufanda (del tejido social), y me canso antes siquiera de poder reunir otra docena de puntos con palillos que no generen más dudas y desconfianzas, que no exijan prebendas y se arriesguen a tomar posición. A vivir sin mediaciones, a volver a la provincia señalada, a habérselas con la construcción no dada por el sistema, al modo que dicte el trabajo popular. Pero estamos justo al reverso. Pueden decir lo que quieran, que son corruptos, que su transversalismo peronista es poco serio e ininteligible, que están en crisis, que Messi no es tan bueno, pero en Argentina lo que se vive no es cuento, no es retorica ni eslogan político, es palpable, es visible, es vivencial. Al igual que en Bolivia, Ecuador, Uruguay, hay un “pueblo” que en su fortaleza demuda y deja sin otra opción que asumirse en el descampado, autoflajelarse por la neurosis no resuelta que se evidencia patéticamente en el constante retorno a “Los 80”, o ahora al “Yo amo los 90” y NUNCA hacerse consciente de lo que se vive, haciéndose responsable del presente, con PODER para asumir posiciones, y por fin modelar un futuro cortando las ataduras estructurales que aún nos someten al pasado.