Diciembre 12, 2024

Comunidades andróginas

Por siglos nos han venido diciendo que el matrimonio dura hasta la muerte. La Iglesia ha sido la vanguardia del concepto en occidente y, religiones orientales, aun partidarias de la poligamia y la pedofilia, castigan hasta con lapidación cualquier sublevación femenina contra el sagrado vínculo. Olvidan que el amor libre y el matriarcado existían en la sociedad primitiva. Que Lewis Morgan investigando este tipo de sociedad1, demostró que el machismo y la monogamia nacen con la propiedad privada. Antes de ésta, la sociedad permitía el ejercicio libre de uniones y separaciones, la poliandria y la poligamia, aunque la madre definía la consanguineidad y el parentesco, reafirmándose la certeza, ya ancestral, de que la mujer es la que da la vida, la única capaz del amamantamiento y por tanto de la sobrevivencia del ser humano. El hombre primitivo, incapaz de procrear, cuando pasó de la caza y de la guerra a la labranza, comenzó a valorizar la importancia de la mano de obra familiar y, por tanto, de la propiedad de la prole. Al ser dueño de la fuerza física y las armas, le fue fácil imponer la monoandria y la vida en pareja para apropiarse de los frutos de sus mujeres. Así, se terminan las uniones libres. Desde ese momento solo el hombre puede romper lazos y repudiar a su mujer, reservándose el derecho a la infidelidad conyugal. El Código de Napoleón lo concede expresamente “mientras no tenga a la concubina en el domicilio conyugal”. Si la mujer se acuerda de las antiguas prácticas sexuales y quiere renovarlas, es sancionada o castigada como nunca antes ocurrió en la historia.

 

 

El marxismo-leninismo, pensamiento supuestamente revolucionario, en todas sus experiencias prácticas ratificó el Código Napoleónico, rompiendo con el socialismo utópico que fue explícito sobre los derechos sexuales de la mujer. August Bebel escribía en 1867: “En la ejecución del amor será libre igual que el hombre. Enamorará o se dejará enamorar y cerrará el vínculo no por otras causas que las de su inclinación… En este aspecto, el socialismo no creará nada nuevo, no hará sino restablecer en un estado cultural superior y bajo nuevas formas sociales, lo que era generalmente válido antes que la propiedad privada dominase la sociedad… La satisfacción del instinto sexual es asunto personal de cada uno; lo mismo que la satisfacción de cualquier otro instinto natural”.

 

Hoy, cuando se acepta el matrimonio igualitario, la virginidad no es obligatoria, el cuerpo desnudo no es tabú, las madres solteras no son despreciadas y se desarrolla un profundo proceso liberador sexual entre las generaciones jóvenes, el dominio y la represión del macho se mantienen en la pareja.

 

El cambio en las condiciones materiales de la mujer, sólo ha traído mayor irresponsabilidad económica de parte de los hombres, especialmente en los sectores de bajos ingresos. En los últimos treinta años, en Chile, la mujer campesina se ha liberado del derecho a pernada pasando de inquilina a temporera agrícola o agroindustrial. El trabajo de las obreras de la manufactura ha sido reemplazado por las importaciones asiáticas y por el trabajo individual a destajo en el hogar. El servicio doméstico es más libre, gran parte concentrado en empresas de aseo, y han aparecido una serie de trabajos temporales, desde la venta de ropa usada en ferias callejeras al teletrabajo. Ello, junto a la presencia incalculable de las múltiples tarjetas de crédito entregadas a sola firma, ha llevado a un número importante de mujeres de sectores populares a liberarse del marido proveedor. Debido a ello, ha surgido un nuevo tipo de familia extendida. Un grupo familiar cada vez más generalizado es el conformado por una Jefa de Hogar sola, con un número importante de hijos de distintas parejas, que puede incluir nietos de las hijas mayores también con diferentes parejas ausentes. Programas como el de La Jueza muestran hasta el cansancio los casos de hombres que se desentienden de sus hijos material y emocionalmente.

 

Al mismo tiempo, la menor esclavitud doméstica femenina ha traído consigo un odio irracional del macho que sigue defendiendo los mismos preceptos que instaló cuando destruyó el matriarcado. Pese a los avances contra la violencia intrafamiliar, legales y educativos, las estadísticas de femicidio por celos en nuestro país y en América Latina van en aumento. Todos los días aparece un nuevo asesinato, o desaparición, de mujeres que osaron rebelarse, aún cuando sus ex parejas no sean responsables económicamente del grupo familiar.

 

El femicidio es lo más llamativo de la época actual, pero también hay otros indicadores significativos de las dificultades de la vida en pareja. Las uniones son cada vez más tardías. Es raro que un matrimonio permanezca unido hasta la muerte, confirmando lo que diversos filósofos sostienen acerca de que el amor y la pasión en las parejas no dura más de cinco años. El culto al pene, acerca del cual Freud, erróneamente, nos acusaba a las mujeres, se hace ostentoso en ancianos de la tercera edad que se juegan la vida por una erección, rindiendo culto a las mujeres jóvenes e impregnándose de viagra. La discusión que han impuesto los jóvenes sobre el respeto a la diversidad, el matrimonio igualitario, el mismo ponceo, que, adolescentes en Chile inauguraron en los parques públicos por un tiempo, también nos muestran el surgimiento de nuevas formas de atracción sexual.

 

Todos estos elementos hacen evidente que el matrimonio patriarcal no se adapta a las nuevas realidades. Quizás las formas actuales de convivencia sean menos solidarias, más individualistas que las que proporcionaba el matrimonio, pero también es claro que hay mayor libertad para la mujer y para cientos de jóvenes homosexuales que debían esconderse para no ser agredidos o asesinados. También es claro que no tenemos por qué estar sufriendo para defender instituciones ya caducas.

 

Si esta libertad se combinara con mayor comprensión y respeto por el otro, se podrían estar generando las condiciones para el surgimiento de un nuevo tipo de familia y organización social. Una mezcla conformada por las Jefas de Familia que acogen a sus hijas mayores con sus nietos, con las constituidas por parejas gay o bisexuales que quieran colaborar en la crianza de los hijos de sus amigos o hermanos. Familias donde desapareciera el macho agresor y prepotente y los hombres pudieran desarrollar su parte femenina reprimida por los mitos de la sociedad patriarcal. Donde se compartiera el trabajo doméstico, el presupuesto familiar y el cuidado de los hijos.

 

En un futuro no muy lejano, el matrimonio actual lleno de violencia, represión e infelicidad dará lugar, como dice, el sociólogo nicaragüense, Orlando Núñez, a Comunidades Andróginas, donde formas de amor más avanzadas y plenamente solidarias con la diversidad compartan las necesidades reales del ser humano y donde las mujeres seamos nuevamente respetadas.

 

 

1 Engels, Federico, “El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado”, 1884

 

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