Muy probablemente en algún momento no lejano quedará en evidencia la corrupción que rondaría entre algunos de los altos ejecutivos del máximo organismo rector del fútbol mundial, la FIFA; el error de cálculo de las autoridades brasileñas respecto de los gastos hechos y de cómo el pueblo brasileño reaccionaría frente a ello es por otra parte ya evidente y su expresión más clara han sido las manifestaciones de protesta contra esos gastos; sin embargo—que para bien o para mal—el fútbol sigue siendo una “pasión de multitudes” es una verdad que uno sólo puede ignorar si quiere correr un riesgo.
En mis bisoños años de universitario recuerdo más de alguna apasionada discusión sobre cuán alienante y nocivo para la conciencia de las masas era el fútbol y en general todo el deporte- espectáculo. Un nuevo “opio del pueblo” decían algunos. En esto no estábamos tan solos, desde el otro lado de la barricada política, un escritor de derecha como Jorge Luis Borges es citado diciendo: “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”.
Como la religión en los tiempos de Marx, el fútbol efectivamente se transformaría en un adormecedor de conciencias, un elemento de distracción que sería bien utilizado por los detentores del poder para mantener su dominación y reproducir la ideología de que “tras la roja de todos”, bueno, todos somos iguales, todos estamos en el mismo bote: ricos y pobres, patrones y trabajadores, explotadores y explotados. Bien por el discurso, tendría que decir ahora, porque como en muchas cosas, la verdad es que lo que ocurre con esto del fútbol en tanto deporte-espectáculo es un poco más complejo como para reducirlo a un esquema de blanco y negro. Para ser más preciso tendría que agregar que hay más espacios grises que de algún otro color.
Mientras parece no haber duda que el fútbol y en general el deporte masivo ha adquirido un grado de comercialismo extremo (el mismo fenómeno se repite en el caso del otro gran evento deportivo mundial, las Olimpíadas, tanto en su versión veraniega como la invernal), por otro lado uno tendría que ser muy cínico para negar que tanto en el trabajo y dedicación de los jugadores y entrenadores, así como en las formas positivas de adhesión de los seguidores, existe una importante dosis de autenticidad que merece respeto. No se trata por cierto de una “tropa de alienados” sino de gente que por un lado hace un trabajo (los deportistas) y por otro un importante grupo (los seguidores) que realmente vibra con lo que ocurre en el campo de juego y que haciendo grandes esfuerzos se desplaza para alentar a sus favoritos.
Nótese que destaco esa adhesión positiva y no el fanatismo grosero de los que vandalizan los recintos deportivos o cometen actos de violencia contra otros hinchas o jugadores, esa es simplemente gente lumpen que no merece ninguna consideración.
Pero viendo por la televisión desde Canadá cómo miles de hinchas chilenos se han desplazado principalmente por tierra, recorriendo varios miles de kilómetros para ver a su selección, la verdad es que no deja ser un fenómeno impresionante. Fenómeno que por lo demás no es exclusivo de los hinchas chilenos, en los estadios se ha visto también similares traslados masivos desde Colombia, Ecuador, Argentina y Uruguay, para mencionar solamente a países limítrofes o cercanos al anfitrión.
De alguna manera este es un equivalente moderno a las peregrinaciones de tiempos antiguos y medievales: en lugar de ir a Santiago de Compostela o Canterbury, los modernos peregrinos van a algún templo deportivo donde sus equipos favoritos se enfrentarán a otros y según los resultados que obtengan reafirmarán y renovarán su fe en ellos, tal como los antiguos peregrinos reafirmaban y renovaban la suya en los santos y vírgenes de los lugares de peregrinaje. Interesante será saber si al cabo del peregrinaje de esos chilenos a tierras brasileñas saldrá algún émulo de Geoffrey Chaucer creando su propia versión de los Cuentos de Canterbury, esta vez Cuentos del Peregrinaje con la Roja, si es que a algún aspirante a escritor le puede interesar el título.
Lejos pues de las viejas discusiones habrá que pensar si es posible pensar un fútbol desprovisto de los elementos alienantes que la sociedad de mercado ha creado. Un fútbol sin FIFA o un deporte olímpico sin Comité Olímpico Internacional, ambas corporaciones internacionales hoy altamente cuestionadas si no derechamente acusadas de manejos corruptos. Quizás si parafraseando aquella consigna de que “otro mundo es posible” a lo mejor también “otro deporte es posible”.
Y aunque no soy un gran entusiasta del fútbol (aunque lo fui brevemente en mi lejana niñez cuando iba a ver al Colo Colo en compañía de mi padre y mi lectura favorita era el “Barrabases” de esa primera época con dibujos de Guido Vallejos y que traía entrevistas a jugadores que eran tituladas “Un caso ejemplar” porque entonces los futbolistas no eran personajes de la farándula sino en verdad modelos para los niños) tendré que estar pendiente también del resultado de ese partido tan crucial. De paso quizás y si las cosas salen como los chilenos desean, la Municipalidad de Ñuñoa podrá por fin ponerle el resultado a la única calle que parece llevar el nombre de un partido futbolístico, aunque no incluye el score: la ridículamente llamada Avenida Chile-España.