El fichaje de Longueira en el Ministerio de Energía, asesor, colaborador, amigo, da lo mismo, es una honesta manera de transparentar el sistema político.
Se pierde tiempo y energía cuando se levantan esas estériles controversias hechas para que la gente crea que entre ambos actores, sostenedores de la cultura dominante, hay diferencias. Quizás las haya, pero a la hora de los postres: pie de limón o suspiro limeño. En aquello que se relaciona con los pilares del modelo, las cuestiones que diferencian son matices despreciables.
Así ha sido desde que se inventó la fórmula que lo pudrió todo: la medida de lo posible, mediante la democracia de los acuerdos. Desde aquellos remotos años de esperanzas y traiciones, se ha desplegado un tinglado en el que los actores parecen disentir en casi todo. Pero son idénticos.
Estilos, énfasis, propuestas, inflexiones, desinencias y por sobre todo, risitas y lenguajes faciales, han sido los lugares y accidentes gramaticales es los cuales se han centrado las más importantes diferencias entre un bloque, la derecha fundacional, la más artera cobarde y criminal de las que hay en América latina y quizás en el mundo, y sus contradictores, personajes que alguna vez suscribieron a la izquierda, y que luego de sus acomodados exilios, aceptaron ser inseminados por los primeros para dar a luz la nueva derecha que son ahora.
Desde aquellos tranquilos años en que se comenzaba a instalar los que hoy es una construcción sólida y estable que entrega puntual sus réditos abundantes, el sistema político no ha sido sino una gran connivencia entre políticos ávidos de riquezas y poder.
Llegados al punto que los convoca, las diferencias históricas son prontamente relativizadas de manera que las vinculaciones que hubo con la dictadura, en el caso de la derecha, son adjudicables a errores de juventud, mala suerte o a los desatinos propios de quienes se desviven por el cariño que se tiene al país.
Y en el caso de los upelientos que volvieron del exilio, sus exabruptos de la Unidad Popular se debieron no más que a la excitación que provoca la juventud en ciertas épocas del año.
Deje ir su vista y recorra los trescientos sesenta grados que lo rodean. Pues bien, todo lo que ve es el producto del acuerdo entre la Concertación y la derecha, en laboriosos veinticinco años de gestión.
Todo iba bien, hasta que llegaron los estudiantes de la enseñanza media con sus ridículas consignas, el año 2005.
Los molestosos estudiantes, que se reproducen en una progresión muy indigesta para los poderosos, fueron capaces de reemplazar a las otrora aguerridas huestes de trabajadores que se combatían al capitalismo en épicas luchas, con no poco castigo, prisión y muertos.
Secuestradas sus organizaciones por dirigentes vendidos, arrendados y acomodados, los trabajadores han sido dominados además por la vía de sujetar sus vidas a deudas eternas que tienen la virtud de permitir el sustento, y la desgracia de anularlos como sujetos activos en la defensa de sus derechos.
Pero por suerte, aún tenemos estudiantes, ciudadanos. Y en menos de un año de huelgas y marchas, el año 2006 se alzó como un hito relevante que cambiaría sino el paisaje, por lo menos el costo para mantenerlo inalterado.
Sin embargo el sistema había aprendido mucho en esos veinte años de ejercicio dual del poder. Si había sido capaz de domar a una izquierda otrora rebelde y peleadora, controlar a unos cuantos cabros chicos pasados de rollo, era no más que un ejercicio policial de poca envergadura.
No fue así. La masividad de las protestas estudiantiles y la simpatía que generó en grandes porciones de la población, obligó al sistema desplegar otras iniciativas para el efecto pacificar que era necesario: la ley.
Y nuevamente en ese caso de emergencia, el sistema contó puntual y contento con todos los actores con sus manitas levantadas. Una vez más, el patriotismo, el sentido de Estado, el interés transversal de la nación, los valores supremos de la democracia, había hecho lo suyo.
Como vemos, lo de ahora no es distinto. Que el facho número uno se integre al cártel del ministerio de Energía no puede sorprender a nadie. Que la represión sea tal y como la implementa la derecha, es coherente con el discurso oficial. Que toda la rosa cromática que abusa del erario público del parlamento cierre filas en torno a defender el régimen, es absolutamente normal.
Lo que se viene es una ofensiva contrainsurgente absolutamente necesaria para detener lo único que puede mear el asado neoliberal: la soltura de cuerpo de los estudiantes y sus encantadoras y brillantes dirigentes.
Mientras tanto, la presidenta, ícono sonriente de estas cohabitaciones, verá el partido inaugural de la participación chilena en el mundial de fútbol, acompañada por el presidente de la Sofofa, un director de la CMPC, y el presidente de la Embotelladora Andina. Le faltó invitar a Scarpizzo y al Loco Pepe.
También se acompaña de unos niños damnificados para que los resentidos de siempre no piensen mal.