Las pruebas estandarizadas son propias de un mundo competitivo, que comienza desde la más temprana edad: se trata de que los niños “se coman mutuamente” es búsqueda de la aprobación por parte de adultos – hasta premios obtienen en sus hogares cuando logran un buen puntaje individual. En nuestra sociedad de mercado, la competencia no solamente se limita al aula o al colegio en particular, sino que también se extiende a las escuelas entre sí. Los resultados del SIMCE, a través de los años, no varían, lo cual nos permite preguntarnos para qué diablos sirve esta evaluación.
El sistema de Medición de la Calidad de la Educación, a nivel básico y medio, de 2013, nuevamente prueba que la sociedad chilena está asquerosamente estratificada: no sólo hay escuelas para ricos y clase media aspiracional, sino también para pobres – para rubios y para morenos – sino que, además, el sistema colabora en la profundización de la brecha entre ricos y pobres, es decir, la educación chilena es una mierda y, para más remate, es el factor central de segregación entre ricos y pobres.
Es obvio que los colegios privados, regentados en su mayor parte por la iglesia católica, que ha optado por los ricos – como fiel heredera del emperador Constantino, y que ama a “mamón” más que a su Divino Maestro – que ocupe los primeros lugares en los resultados del SIMCE, y no tiene nada de extraño, pues cada alumno cuesta a sus progenitores entre $300.000 y $400.000 mensuales y, además, desde que ingresan al sistema escolar, cuentan con un capital cultural heredado de sus padres, así como de redes sociales, que le aseguran un éxito en las distintas pruebas estándar – si el niño o joven es mal alumno, pueden disponer de medios para contratar un profesor particular -.
Este sistema de evaluación demostró, en su última versión, que los resultados de las escuelas municipales y particulares subvencionadas – con co-pago o sin él – son iguales, tan sólo la diferencia radica en el trato social de los alumnos; el hecho es que los padres co-pagan los colegios, no para lograr un mejor nivel académico, sino un mejor estatus en la sociedad, pues lo que se compra es la separación entre niños un poco más acomodados con otros más pobres.
El objetivo prioritario de los colegios es lograr el mejor resultado del SIMCE para conquistar alumnos del mejor nivel económico, que les permita pingües ganancias a costa de la subvención fiscal y, sobre todo, el arribismo de ciertas familias, tan marcado en nuestra sociedad, ya destruida moralmente por las castas duopólicas.
Los colegios particulares, en la mayoría de los casos, no educan, sino que adiestran desde la educación básica para obtener buenos resultados en la prueba SIMCE: se trata del hábil manejo de las preguntas de selección múltiple y de otras técnicas, sin entender mayormente los contenidos – si a un alumno se le “amaestra en este ejercicio, desde primero básico, es seguro que obtendrá buenos resultados en las evaluaciones -.
La selección es otro de los instrumentos claves para lograr buenos resultados en la prueba SIMCE: los colegios tienden a captar a alumnos con mayor capital cultural que les permita ascender en el ranking de mejores escuelas. Dejémonos de hipocresías: los famosos “Liceos emblemáticos” practican el mismo apartheid educacional de los colegios de curas.
Debiera acabarse, de una vez por todas, con la selección en la educación básica y media y para lograrlo, hay que terminar con esta mala práctica en los colegios particulares pagados, que selección por el dinero o por creencias religiosas; algún día, más temprano que tarde, tendremos que llegar a un Estado laico, donde la educación de calidad sea un derecho garantizado por el Estado.
Rafael Luis Gumucio Rivas
12/06/2014