Diciembre 4, 2024

Comienza Brasil 2014: Durante 90 minutos los brasileños olvidarán lo que pasa en el mundo

A las 16 horas, en Sao Paulo, empieza la fiesta. La ceremonia de apertura tendrá música, danza y todas esas cosas que suelen constar de una especie de menú obligatorio, y que los directores de escena de turno tratan de hacer más creativa que las anteriores. Será asistida por millones y millones de personas en todo el mundo.

Y entonces, a las cinco, y con la tensión dramática de un poema de García Lorca, empieza lo que realmente interesa: Brasil y Croacia entran en la cancha del Itaquerao. La capacidad prevista es de 61 mil personas. Casi la mitad –alrededor de 25 mil– será de extranjeros. Ya no hay boletos desde hace una semana. Bueno, los hay, pero en el mercado negro, por hasta 2 mil dólares.

 

A las nueve de la noche todavía se trabajaba hoy en el estadio. Mientras los jugadores brasileños hacían el reconocimiento del césped –a propósito, bastante elogiado–, equipos terminaban la limpieza del inmueble, verificaban el funcionamiento de baños y ascensores, revisaban los asientos, las luces, a un ritmo alucinante.

 

A juzgar por lo que dicen de sí mismos los brasileños, cálculos aproximados indican la existencia de 173 millones 408 mil especialistas altamente capacitados para emitir opiniones tajantes sobre el desempeño en la cancha de Neymar, Fred y compañía.

 

Cada uno de ellos olvidará, a lo largo de 90 minutos más los 15 de tiempo intermedio, lo que pasa en el mundo. O sea, por poco menos de dos horas –si se cuentan los minutos que los árbitros suelen agregar al tiempo reglamentario– no habrá nada capaz de atraer las atenciones en el país. Y sin embargo, hasta hace poquísimo lo que se veía en las calles brasileñas distaba, y mucho, del clima cargado de electricidad de las copas anteriores.

 

Es verdad que en los últimos dos o tres días las ciudades que abrigan a los equipos extranjeros tuvieron momentos de fiesta. Es que el brasileño es un pueblo hospitalario y hasta los adversarios más detestados –los argentinos– fueron calurosamente recibidos en Belo Horizonte.

 

Por las calles de Fortaleza y de Río, de Manaos y de Recife, gruesos contingentes de turistas pasean sus piernas muy blancas y sus rostros muy rosados bajo el sol fuerte de esa época del año.

 

De los equipos, se comenta que los holandeses son simpáticos, que los croatas son austeros, que los italianos son antipáticos. Llama la atención las medidas de seguridad alrededor de algunas selecciones, como las de Estados Unidos e Irán. Y corren sueltas las apuestas.

 

Hay un detalle: apostar es ilegal –excepto a las carreras de caballo–, pero para un brasileño, apostar es casi tan necesario como acompañar cada paso de su selección. Y sabemos todos que ciertas leyes fueron hechas para no ser cumplidas. Así, para el juego de hoy, los pronósticos más comunes indican una victoria de dos goles a cero contra Croacia.

 

Hay, como estaba previsto, amenazas de huelga. En Fortaleza, por ejemplo, los conductores de autobús avisan que no trabajarán el próximo martes, día de Brasil y México en la ciudad. Por si fuera poco, también los agentes de tránsito avisaron que no saldrán a las calles. Sin buses y sin guardias de tránsito es fácil imaginarse las escenas del diluvio.

 

Queda, sin embargo, la esperanza de que antes del martes se llegue a algún acuerdo y todos trabajen. Esta noche, por ejemplo, el sindicato de trabajadores del metro de Sao Paulo, que venía haciendo amenazas como si tuviese el poder de una manada de elefantes, se reunió para decidir sobre la paralización de labores el jueves, primer día del Mundial.

 

Luego de horas de acalorados debates determinaron trabajar. Mientras se reunían hubo una marcha de apoyo a sus reivindicaciones. Resultado: el tránsito de Sao Paulo otra vez vivió una jornada de caos. Por esas y por otras, los brasileños están definitivamente divididos con relación al torneo.

 

Una encuesta, cuyos resultados fueron divulgados hoy, muestran de manera clara cuál es el ánimo de los brasileños frente a la Copa. De las 12 ciudades que servirán de sede para el Mundial, los entrevistados que dicen ser ‘totalmente favorables’ a la realización del torneo en el país quedan por debajo de los 40 por ciento.

 

Las excepciones son Salvador (42%) y Manaos (53%). El caso de este último, capital de Amazonas, es comprensible: es una ciudad distante, donde casi nunca ocurre algo interesante. Abrigar un partido como el del próximo miércoles, entre Camerún y Croacia, o el del miércoles 25, entre Honduras y Suiza, es prácticamente un acontecimiento histórico.

 

Con relación al legado de la Copa, la percepción de los brasileños es igualmente negativa. Están los pesimistas sin remedio, que aseguran que el torneo dejará más pérdidas que beneficios para el país –66 por ciento de los entrevistados de Curitiba, 60 por ciento de Fortaleza, 59 por ciento de Belo Horizonte. En otras seis ciudades, el número de los que creen que el país más pierde que gana ronda el 50 por ciento.

 

Manaos da el tono optimista: 53 por ciento de los entrevistados en esa ciudad, donde el calor agobiante y la humedad asfixiante serán los peores adversarios de croatas, ingleses, italianos, suizos y estadunidenses, creen que habrá un legado positivo.

 

Pero cuando se trata de lo que ocurrirá en la cancha, el escenario es distinto. Los mismos que critican duramente la realización de la justa defienden con fervor desmesurado –mejor dicho, habitual– a la selección brasileña. Si desde el año pasado, cuando de la conquista contundente de la Copa de las Confederaciones el equipo supo asegurarse la confianza de los aficionados, ahora consolidó ese sentimiento.

 

Queda la preocupación con lo que podrá ocurrir en las calles. En la noche del martes la presidente Dilma Rousseff hizo un pronunciamiento al país, transmitido por red nacional de radio y televisión.

 

Advirtió en tono claro: No iremos a tolerar actos de vandalismo. El vocero del Ejército, Marcos Ferreira, admitió que las Fuerzas Armadas están preocupadas, y aclaró: los militares quedarán en el banquillo de reservas y sólo entrarán en la cancha en caso de necesidad. La seguridad quedará en manos de la policía. Por las dudas, hoy, en Río, fueron detenidos 10 jóvenes, sospechosos de convocar a movilizaciones por la red social.

 

Pero sabe Dilma, como saben todos, que será casi inevitable que ocurran manifestaciones este jueves en Sao Paulo y en cada uno de los días de juego en cada ciudad. El problema será cómo controlarlas sin choques violentos entre manifestantes y fuerzas de seguridad.

 

Así estamos: preocupados por lo que pueda ocurrir en las calles, sin el entusiasmo de otros mundiales, pero con las atenciones fervorosamente concentradas en la cancha.

 

Tan pronto empiece el juego contra Croacia, los 173 millones 408 mil expertos altamente especializados –es, vale reiterar, un cálculo aproximado– sabrán comentar cada jugada, criticar cada decisión del entrenador Luiz Felipe Scolari, el Felipao y elogiar cada vez que un jugador haya obedecido a sus órdenes.

 

Porque cada brasileño grita a pleno pulmón mientras acompaña los partidos por la tele, con la seguridad mineral de que de alguna forma sus instrucciones llegan a la cancha. Y así, y al menos por un espacio de tiempo, el mundo volverá a ser lo que era.

 

La Jornada

 

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