Diciembre 6, 2024

A propósito de los silencios y de la crítica en Cuba

Juan Antonio García Borrero, uno de los más agudos críticos de cine, buen lector y discutidor, ha publicado en su blog dos comentarios sobre mi artículo “Notas sobre el silencio, el debate y la crítica”. Reproduzco aquí el inicial, escrito cuando publicó el mío, y a continuación, una reflexión mayor, centrada en la conceptualización del miedo. Ambos textos me incitan a nuevos comentarios. Pero los pospongo también, como hizo él, si es que acaso decido reabrir el debate. E. U. G.

JUAN ANTONIO GARCÍA BORREGO / CINE CUBANO LA PUPILA INSOMNE


4 de junio de 2014

Alguien me envía al buzón este post del ensayista y bloguero Enrique Ubieta. Creo que pospondré unos días la pausa anunciada, toda vez que algunas de las ideas expuestas por Ubieta invitan a la confrontación, y sobre todo, a la discusión desprejuiciada de algunos conceptos que maneja.

“No podemos “eximir al Estado de su responsabilidad histórica”, como afirma el escritor Juan Antonio García, y tampoco podemos eximirnos de la responsabilidad histórica que nos corresponde como individuos, como revolucionarios cubanos”, nos dice en alguna parte de su post, aludiendo a lo que escribí hace unos días, pero todavía queda por discutir cuál sería la responsabilidad histórica del individuo que somos en este mismo minuto.

¿Podríamos realmente tener conciencia de esa responsabilidad actual si todavía no acabamos de esclarecer con total transparencia lo que sucedió en el pasado y cómo ese pasado nos coacciona desde el olvido selectivo? ¿Cuántos eventos no se repiten entre nosotros por esa mala memoria histórica que parece alérgica al debate desprejuiciado?

Son varias las interrogantes e intranquilidades que llegan a mi mente leyendo el post de Ubieta. Algunas de ellas ya las expuse en el post sobre los herejes y los apóstatas. Vamos a ver si encuentro el suficiente tiempo para poner en orden estas nuevas inquietudes. 

JUAN ANTONIO GARCÍA BORREGO / CINE CUBANO LA PUPILA INSOMNE


5 de junio de 2014

He leído el post que Enrique Ubieta acaba de publicar en su blog, y me ha dejado más inquietudes que respuestas. Otras veces he comentado que las lecturas que agradezco son aquellas que despiertan en mí el deseo de oponerles a los autores mis objeciones más intensas. Este texto acaso sea una de esas lecturas.

El post me motiva porque aboga por una de las prácticas que más me interesaría contribuir a naturalizar entre nosotros: el debate público. Dice Ubieta: “Necesitamos el debate permanente, no el que surge de coyunturas y se propaga como un incendio que todos desean sofocar con rapidez”. Y en otro momento de su texto retoma una de las ideas que acoté en entrada anterior publicada en este blog: “Todos sentimos añoranza por aquel “hervidero de polémicas” revolucionarias que fue Cuba en la década de los sesenta”.

Hasta allí no creo que tengamos grandes diferencias a la hora de describir el mundo al que aspiramos vivir. Solo que detrás de las palabras que ambos utilizamos existe un universo todo el tiempo dinámico, complejo, y sobre todo habitado por seres humanos que viven, sueñan, y mueren sin ver cumplidas las mayorías de sus utopías individuales, lo cual merecería un análisis menos abstracto, por hermosas y altisonantes que suenen esas palabras. Por lo que yo apuntaría que ese debate permanente que los dos reclamamos debería sobre todo ocuparse de las cosas concretas que ocurren a nuestro alrededor. Y discutirlas aquí y ahora.

En este sentido, no basta apuntar, como si se tratara de una consigna más: “Sin embargo, la Revolución, los revolucionarios, vemos (debemos ver) el mundo, con los ojos de los oprimidos. El ángulo de los opresores, no cuenta”. Eso resulta insuficiente porque lejos de ofrecernos argumentos que nos permitan entender esa afirmación, es a todas luces una petición de principios en la cual el sujeto que expone la idea al mismo tiempo se autoproclama ente rector de esos escenarios, en nombre de no se sabe qué providencial autoridad revolucionaria. O dicho de otro modo, que el término “revolucionario” (que es sin dudas uno de los más problemáticos que han manejado los humanos desde la Revolución Francesa hasta acá) queda secuestrado por una terminología heredada, a la cual no se le somete a crítica en ningún momento, pese a que los escenarios actuales son distintos y yo diría que hasta inéditos.

Hay otro instante del texto que daría pie a un debate largo, y es ese donde afirma: “Se ha entronizado la peregrina idea de que todas las conductas del pasado (erróneas o no) fueron asumidas o ejecutadas desde el miedo o desde el fanatismo”. Y añade más adelante: “Cuando se descubre que alguien mantenía en su conducta una doble moral, comprendemos que nunca fue revolucionario: la visión del miedo que nos atribuyen como rector de nuestros actos, es la visión y la justificación que tiene de sí la contrarrevolución. Por lo general, los que hablan de doble moral se describen a sí mismos. Los revolucionarios no actuamos ni por odio, ni por miedo. Creemos en lo que defendemos”.

Esto me devuelve a las ideas que alguna vez expuse en un ensayo que titulé El miedo a soñar. Algunas reflexiones sobre el futuro del cine cubano, y que, casualmente, Enrique Ubieta tuvo la gentileza de incluir en un libro colectivo que editara. Yo pienso que las maniqueas afirmaciones que aquí hace el ensayista en torno a la función que ha tenido el miedo entre nosotros, lejos de esclarecer lo que ha sucedido, lo que infunde es más miedo a la hora de hablar con claridad de estos asuntos pasados, por doloroso que sea su reconocimiento.

Como buen estudioso de la filosofía política que es, Ubieta ha de saber que el miedo sería algo más complejo que esas actitudes donde los seres humanos muestran una supuesta debilidad en el momento de enfrentarse a determinadas circunstancias. El miedo, como han estudiado un montón de sabios, está en la raíz misma de la existencia humana. Que determinadas personas tilden de cobardes y débiles a otras en virtud de la no correspondencia de los valores que se defienden en la vida, lo único que pone en evidencia son los antagonismos sociales, porque en verdad todas las personas han experimentado el miedo, el temor, o la angustia en algún momento de su vida.

Luego, tomando en cuenta esas realidades últimas, es que los seres humanos deberíamos luchar por construir sociedades donde las relaciones de poder no exploten ese miedo natural en función de los fines políticos de un grupo, sino que fomenten la solidaridad y la confianza de los individuos en sí mismos, entre ellos, y en las instituciones que sean capaces de crear entre todos. En este punto, la pregunta sería: ¿estaríamos en condiciones los cubanos de crear un socialismo de ese corte? ¿un socialismo donde nunca más se oiga aquel profético “Tengo miedo” con el que se dice que Virgilio Piñera abrió en 1961 aquellos encuentros de Fidel con los intelectuales?. 

Para ello quizás sea conveniente no perder de vista aquel señalamiento de Foucault: “El socialismo, los socialismos, no tienen necesidad de otra carta de las libertades o de una nueva declaración de los derechos, fácil, pero inútil. Si quieren merecer ser queridos y no decepcionar más, si quieren ser deseados, tienen que responder a la cuestión del poder y su ejercicio. Tienen que inventar un ejercicio del poder que no dé miedo”.

Finalmente, celebro el optimismo de Ubieta cuando comparte el entusiasmo que despertó en él el Congreso de los Jóvenes Escritores y Artistas Cubanos. Yo, que he visto a tanto joven morir de viejo a los veinte años, pienso que ese cambio de mentalidad que tanto ansiamos, un cambio que permita que el arte, entre otras expresiones de nuestra cultura, reverencie a la vida y a sus habitantes humanizando las descripciones que haga, tendrá que llegar (y está llegando) por caminos más bien insospechados.

Y ojalá se produzcan sorpresas reales, aunque ahora mismo no percibo nada en el horizonte. Quizás los cubanos den ese salto a lo inédito el día que tengamos en la presidencia del país, por ejemplo, a una mujer, que además sea negra, y además, lesbiana, y a nadie le parezca excéntrico. Porque, ¿quién dice que esa no sería otra manera de hacer revolución en nombre de los oprimidos?.

 

LA ISLA DESCONOCIDA

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