Diciembre 11, 2024

Las muchas señales de alarma en Brasil

Los resultados de un nuevo sondeo electoral divulgados el pasado viernes –las elecciones en Brasil serán el 5 de octubre, pero los sondeos saltan casi cada semana– indican que persiste la tendencia de Dilma Rousseff a la baja. También indican que sus dos principales adversarios no logran avanzar. Al contrario: igualmente caen. Dilma había recuperado terreno hace 15 días. Volvió a perderlo.

 

 

La mayor sorpresa, sin embargo, no se refiere directamente a los candidatos, sino al súbito aumento del número de entrevistados que declaran que anularán su voto, que votarán en blanco o que están indecisos. Ahora ese contingente suma 25 por ciento de los entrevistados. Hace menos de un mes representaba 16 por ciento.

Todo eso coincide con la ola de huelgas que se extiende por el país. Se siente un malestar generalizado, palpable en el aire, y los estrategas de la campaña de Dilma para la relección lanzaron señales de alarma.

Hay un creciente pesimismo con la economía. La sensación de que existe presión inflacionaria persiste, pese a que los índices muestran lo contrario: luego de un movimiento alcista observado entre enero y mediados de marzo, la tasa de inflación baja de manera persistente. Al mismo tiempo, aumentó el temor a perder el empleo, pese a que los índices de desocupación se mantienen en números bajos (menos de 7 por ciento de la fuerza laboral del país).

La media de los sondeos y encuestas de opinión pública indica, además, contradicciones e incongruencias. Muestran que 9 por ciento de los entrevistados se sienten muy satisfechos con la actual situación, 71 por ciento se dicen satisfechos, 17 por ciento insatisfechos y 3 por ciento muy insatisfechos. A la hora de evaluar el gobierno de Dilma Rousseff, 38 por ciento dice que es regular, 33 por ciento cree que es bueno u óptimo, mientras que 28 por ciento asegura que es malo o pésimo. O sea, si el cuadro es ese (71 por ciento entre regular, óptimo y bueno), ¿cómo explicar el malestar generalizado? ¿Y cómo explicar que Dilma siga cayendo y ninguno de sus oponentes logre crecer?

No son pocos los brasileños que, cada semana, sienten aumentar la sensación, un tanto indefinida, de que está en marcha un nebuloso movimiento desestabilizador. Lo que nadie logra detectar es organizado por quién o respondiendo a qué intereses.

Sin embargo, hay un dato que si no responde a esa interrogante, al menos da qué pensar: la influencia directa entre los sondeos y las oscilaciones y la volatilidad del mercado financiero, que tiene en los grandes medios de comunicación su esforzado vocero.

Desde 2002, cuando Lula da Silva derrotó al candidato neoliberal José Serra, ese mercado no sufría semejantes ataques de ansiedad. La relección de Lula, en 2006, y la elección de Dilma, en 2010, fueron tragadas sin mayores esfuerzos. Ahora el clima es otro, muy otro.

Tanto es así que bancos, fondos de inversión y agentes financieros vienen gastando su buen dinero en contratar sondeos electorales paralelos a los legalmente encargados por partidos y medios de comunicación. Con eso logran anticipar los resultados que recién serán divulgados a la opinión pública dos o tres días después.

Como a cada caída de intención de votos por Dilma ocurre invariablemente una inmediata elevación de la Bolsa de Valores, una oscilación negativa del cambio y de las tasas de interés en el mercado futuro, tener una indicación fiable del resultado antes de lo que será divulgado públicamente significa buena oportunidad para especular y ganar.

Otra señal de alarma se dispara a raíz de la persistencia de huelgas que paralizan las ciudades, llevadas a cabo por disidencias minoritarias de los sindicatos, que amplían aún más la irritación de la población.

Se nota que, insuflada por los grandes medios, en especial la televisión, esa irritación popular es dirigida a los políticos en general y a los gobiernos en particular.

Así, el país entra en los días previos al inicio de la Copa del Mundo. El viernes pasado Brasil tuvo, contra Serbia, su último juego de entrenamiento antes del partido inaugural, cuando enfrentará a Croacia.

El partido coincidió con otra jornada de huelga en el metro de São Paulo, que perjudica a casi 4 millones de personas. Llovió, y el tránsito se hizo un caos indescriptible.

Para peor, Brasil jugó mal. Ganó por uno cero, pero no ha sido ni sombra de lo que se esperaba. Y entonces se oyó otra señal de alarma: ¿estaremos todos condenados a vivir una burbuja de irritación en las calles, futbol mediocre en la cancha y malestar generalizado?

Frente a la casi certidumbre de que este Mundial se dará en medio de protestas, huelgas salvajes y enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas de seguridad, varias autoridades federales decidieron recurrir, a última hora, a un llamado final: pedir a los brasileños que sean hospitalarios y reciban bien a los extranjeros que vienen a conocer el país y ver buen futbol. Sólo faltó elevar plegarias a los cielos pidiendo que por favor no llueva en los días en que Brasil entre a la cancha.

 

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