No era un programa más de la moralmente alicaída televisión neoliberal. Era un ejercicio exótico enquistado en la cultura impuesta a sangre y fuego y platinada de decente por la buena voluntad del neo momiaje, hijos de sangre de la ultraderecha más sanguinaria de América Latina, que es como decir del mundo.
Chile a prueba de Jiles, escocía.
Los medios de comunicación que tanto hicieron contra la dictadura fueron pulverizados por los nuevos dueños del poder no más comenzaron a recibir los reclamos de sus nuevos amiguitos y las dádivas en contante y sonante.
De lo que hubo, no quedó nada. Y todos los esfuerzos que periodistas de verdad hicieron durante este cuarto de siglo vergonzante, terminaron finalmente asfixiados por le economía. Sin embargo, el diario golpista por definición, El Mercurio, pudo obtener créditos de vergüenza para seguir con sus mentiras.
Y hace pocos días, documentos desclasificados del departamento de Estado de USA, y de la CIA, confirman ahora de manera oficial, el rol de ese diario y su propietario, Agustín Edwards, en el golpe de Estado y el infierno que le sucedió.
Los sucesivos gobiernos de la Concertación son responsables de mucho. Sus presidentes, especialmente, son culpables de haber construido este país con trazas indignante de ser una mierda de país.
No puede ser de otra manera si los canallas de siempre son capaces de acallar la voz de una periodista de verdad, que sólo ha dicho a través de las pantallas lo que es su obligación: la verdad. Ha hecho su trabajo, y por ese hecho, la han desaparecido de la pantalla de la manera más cobarde.
Probablemente los poderosos dueños de todos habrán sido el brazo ejecutor de la pena de extrañamiento mediante el chantaje económico.
El programa de la periodista Pamela Jiles era una singularidad inaceptable, es cierto. Esta cultura es posible sólo por la vía de no ver, de no escuchar, de esconder. Todo lo que es posible, es sólo con cargo a la manipulación masiva que se hace por medios de un periodismo que hace rato que no cumple su rol. Peor aún, que como profesión se ha atrofiado por la vía de generar personas entrenadas para la cuestión pueril, hueca, sin sentido.
Y no es un hecho librado al azar de los mercados. Del mismo modo en que el sistema forma profesores acríticos, hacedores de clases, con cero opción de crítica, y del mismo modo como forma en la extrema brutalidad a las Fuerzas Especiales de Carabineros, de esa misma manera deja la formación de los profesionales llamados a mantener estricto control sobre el poder, librados a la ramplonería de sus escuelas.
Queda una sensación de hediondez luego que los poderosos se cepillaran a la periodista Pamela Jiles por la vía de amenazar al canal con quitarle el oxígeno de la publicidad. Les quedan, sin usar y en subsidio, las desapariciones forzadas, el secuestro o el asesinato.
La misma periodista se preguntaba anoche. ¿Qué dirán los compañeros, esa bancada que luce sus primeras galas en el gobierno después de haber sido castigados ellos mimos y sus compañeros por esos que ahora son sus amigos? ¿Se adjudicará esa vergüenza monumental a lo rutinario del mercado que saca y pone según la platita que está en juego?
¿Es que no se va a entender como un acto de prepotencia que linda en los delictual, ejecutado por las mismas manos que antes han hecho cosas peores, incluidos ser comparsas de genocidas?
El secuestro del programa Chile a prueba de Jiles, es un hecho político de la mayor significación y proyección. Es un hecho siniestro y a la vez pedagógico. Esta censura aberrante nos dice con todas sus letras: Mira lo que te va a pasar si insistes en tener conductas reñidas con lo que se establece por el poder, que es como decir, por el miedo.
Este crimen contra el más elemental derecho a la información veraz es un castigo a la verdad, no a una periodista. Reproduce en toda su intensidad y dramatismo, lo que en otros ámbitos ha dejado muertos, heridos, torturados, mancillados sus derechos.
Lo de la periodista Pamela Jiles, no es tan distinto al vuelo rasante de un helicóptero sobre la pobreza de las familias mapuche que sufren hace tanto la ocupación de su tierras.
Tampoco es tan distinto a los apaleos inmisericordes que realiza con fruición la policía bestial que los ataca en sus manifestaciones.
El secuestro del programa de televisión Chile a prueba de Jiles, es una demostración que lo que ha cambiado ha sido no más el tándem que administra lo que dejó intacto la dictadura: una cultura de la represión, del silencio, de desprecio, el abuso y el castigo.