Después de más de sesenta años el mayor evento de fútbol del planeta retorna a Brasil. En el imaginario popular permanece aún el recuerdo de la Copa de 1950, cuando fuimos derrotados por Uruguay en pleno Maracaná. Cuando la FIFA eligió Brasil para realizar la Copa de 2014, la euforia invadió a gran parte del pueblo brasileño: ¿sería la hora de levantar la Copa en casa? Si desde el punto de vista técnico había una sombra de dudas sobre el desempeño de nuestra selección para tal propósito, desde el punto de vista político la realización de la Copa del Mundo apareció como una conquista, un marco del “Brasil del futuro”.
Entretanto, la aparente unanimidad en torno a este evento comenzó a gangrenarse a partir de las Jornadas de junio, el año pasado, cuando millares de personas protestaron frente a los estadios que recibieron los partidos de la Copa de las Confederaciones. Desde entonces, la Copa está en los titulares. Por un lado la convocatoria de protestas contra la Copa; por otro, todas las propagandas en la TV de las empresas patrocinadoras ya están en ritmo de Copa. ¿Pero habrá o no habrá Copa? Es esta disputa, parece que sólo existen dos lados: o Ud. defiende la Copa, la FIFA, el gobierno, el Estado, o Ud. está contra: contra la Copa, contra la selección, contra Brasil. Eso es lo que provocan las falsas preguntas: nos llevan a falsos dilemas.
En Brasil el fútbol siempre fue utilizado para reforzar cierto sentimiento nacional. En la Copa de 1970, por ejemplo, la Dictadura Militar apostó mucho a la selección brasileña como forma de hacerle olvidar sus problemas al pueblo con la consigna “La Copa del Mundo es Nuestra”. Mas, al mismo tiempo, tuvimos el técnico João Saldanha (militante del Partido Comunista Brasileño, expulsado de la función poco antes de la Copa) y al Doctor Sócrates, ejemplos de profesionales del deporte que consiguieron, a través del fútbol, politizar, disputar y fortalecer los intereses populares. Un sentimiento de unidad nacional es puesto en marcha por el fútbol y nos moviliza como nación. ¿Eso es bueno o malo? Depende. Puede ser bueno o malo. Para que podamos operar la distinción es necesario comprender porqué el fútbol se hizo un deporte popular en Brasil, además de entender cuales son los intereses que están ligados a los grandes eventos deportivos y que acaban perjudicando los intereses de la mayoría. El fútbol es una marca de la cultura brasileña, uno de los elementos que nos da identidad. A lo largo de la historia gran parte de los jugadores que se destacaron en Brasil eran pobres y comenzaron jugando en los potreros, en los equipos de barrio. La historia de los propios equipos nos muestra la raíz popular del fútbol. Esa es una de las razones por las que la gente se emociona cuando nuestra selección entra en la cancha. Por eso somos apasionados del fútbol.
El fútbol es para todos, pero no todos juegan a partir de las mismas condiciones. Los medios de comunicación le machacan a los niños y a los adolescentes que el fútbol es el camino para salir de la pobreza. Pero irónicamente solo vemos un total desprecio hacia los pequeños equipos, los equipos de barrio, así como hacia los equipos femeninos. No hay estadios de libre acceso para la población. En los barrios no hay gimnasios ni canchas decentes. No hay una inversión mínima para que la población pueda practicar algún deporte. En el capitalismo el deporte se transformó en mercadería que se vende como entretenimiento, para divulgar marcas y ser vista en la TV. Desde hace algunas décadas el fútbol ha sido reducido a un gran negocio de dimensión internacional.
Hoy, más que nunca, el fútbol es controlado por grandes organizaciones que tienen una administración privada, que se preocupa exclusivamente del lucro. La CBF –dirigida por el delator y sostenedor de la dictadura José Maria Marin– y la FIFA, son corporaciones sobre las cuales no hay ningún control democrático, que la mayoría de las veces operan a partir de prácticas mafiosas. Esas organizaciones, junto con los grandes vehículos de comunicación, secuestraron el fútbol, imponiendo el dominio del capital sobre el deporte, en detrimento de la cultura popular.
A partir de esa lógica, la realización de estos grandes eventos deportivos acaba solapando los derechos de los diferentes sectores de la sociedad que son impactados por ellos. Es justamente porque amamos el fútbol, porque sabemos que el fútbol forma parte de la identidad de nuestro pueblo, que luchamos contra todo eso. Al aceptar la sede de la Copa, se creyó en la promesa de que llegarían recursos con capacidad para modificar una estructura urbana precaria que sufre desde hace décadas por falta de inversión de los gobiernos. Se creyó que la Copa sería una gran oportunidad para mejorar la vida de la población. Pero no es eso lo que estamos viendo.
El capital internacional no está preocupado del mejoramiento de las condiciones de vida de los brasileños.
Es verdad que algunas ciudades se transformaron en polos de empelo en la construcción, sin embargo lo que vimos fueron apenas construcciones de estadios nuevos y casi ninguna mejoría en la infraestructura urbana. Millares de trabajadores y recursos movilizados, y ninguna necesidad estructural de nuestro pueblo fue atendida.
Después de la Copa, ¿dónde irán a trabajar esos miles de obreros? La Copa pasará, ¿y que quedará para Brasil? El problema central, no obstante, no es la existencia de un evento que reúne selecciones de fútbol de todo el planeta. Los problemas centrales son: ¿Copa para quién? ¿Quiénes son los beneficiarios de este mega-evento? ¿Cuál es el legado que le dejará la Copa a Brasil? ¿Qué mecanismos le permiten a empresas como la FIFA subyugar los intereses populares con la anuencia del Estado brasileño? ¿Cuáles son las prioridades del Estado de Brasil?
Durante las Jornadas de junio millares de jóvenes dirigieron su indignación hacia la Copa, por el simbolismo que representa la construcción de opulentos estadios ante una sociedad afligida por carencias básicas. Aun cuando las contradicciones sociales constitutivas de nuestra historia pueden haberse hecho más visibles, la verdad es que los problemas que sufre el pueblo brasileño no surgieron con la Copa, ni acabarán con la suspensión o la realización del evento. La pobreza, la violencia del Estado, los desechos y el caos urbano no aparecieron ahora.
Por lo tanto, nuestro gran desafío es enfrentar esos problemas históricos del pueblo brasileño. La relación perversa entre el interés público y la acumulación privada, que la Copa expresa pero de la cual no es la causa, demuestra que las prioridades del Estado son fijadas hoy en día prioritariamente por las empresas, por el capital, por la burguesía, y no por la necesidad y la voluntad de la mayoría. Además, ¿en qué momento el pueblo fue consultado para opinar sobre estas cuestiones?
Si fuese por el pueblo, ciertamente no habrían expulsiones sin respeto a los derechos, los estadios serían accesibles a todos y no estarían reservados a una elite. Se combatiría duramente el turismo sexual. Nadie expulsaría a los comerciantes ambulantes por causa de la Copa, las obras no tendrían indicios de sobrefacturación y de corrupción, el uso de dinero público respetaría las reales prioridades del país y el Gobierno Federal no se sometería a las exigencias absurdas de la FIFA. No existirían restricciones a la libertad de manifestación, y mucho menos violencia policial. Por ahí vemos que nunca participaremos en la toma de esas decisiones. El pueblo nunca fue llamado a participar en ninguna gran decisión que le concierne al país.
Necesitamos urgentemente un gran cambio. Si el pueblo hubiese participado desde el inicio, tendríamos una Copa del Mundo muy diferente y mucho mejor que esta. Los problemas seguirán sin solución si el Estado brasileño no cambia su funcionamiento. Es por eso que levantamos la bandera en defensa de una Constituyente Exclusiva y Soberana sobre el Sistema Político y llevaremos esa consigna en todas las manifestaciones de este año. Porque mientras las decisiones sigan siendo tomadas sin el pueblo, los errores continuarán repitiéndose, con o sin Copa. De esta manera entendemos que más importante que cuestionar la realización de la Copa en Brasil, es luchar contra la estructura de poder que reproduce sistemáticamente la desigualdad en nuestro país. Para eso no es necesario estar contra la selección brasileña o, en el otro extremo, no participar en las manifestaciones callejeras. ¡En la Copa vamos a luchar por Brasil!
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