La Revolución Cubana, desde El Moncada hasta la entrada en La Habana y la instauración del gobierno de los barbudos, fue una revolución de jóvenes por la democracia social, por acabar con el tiempo muerto y asegurar pan y trabajo a todos. Se apoyó en la movilización y la participación en la lucha política sindical y armada de la parte mejor y más pobre del país. Éste estaba politizado por la experiencia previa del radicalismo antimperialista de Guiteras y se caracterizaba por la lucha ideológica entre las diferentes tendencias (nacionalista, socialcristiana, comunista estalinista, comunista trotskista, anarquista) que influían en el movimiento estudiantil y obrero.
Esa revolución quería poner fin a la ocupación del Estado por la pandilla batistiana y al control de la economía por las empresas estadunidenses y sus socios cubanos. No dependía de nadie, ni de los intentos estadunidenses de controlarla para prescindir de Batista, ni de la entonces Unión Soviética, que no la ayudó en sus comienzos y que repudió, al igual que los partidos comunistas, su radicalismo. Su victoria condujo un gobierno pluralista del Movimiento 26 de Julio (M26), de un grupo de militares antibatistianos de baja graduación, de los socialcristianos del Directorio estudiantil y de un grupo de comunistas que habían desacatado la política de su partido de rechazo de la lucha armada antibatistiana. Esos grupos integraron después las Organizaciones Revolucionarias Integradas, que dieron origen posteriormente a un nuevo Partido Comunista iconoclasta, innovador, lleno de audacia, inicialmente muy abierto a la discusión de las diferencias entre revolucionarios, capaz de atraer a los intelectuales progresistas de la isla y del mundo por su valiente posición internacionalista y sus principios de justicia social, partido que estaba enfrentado con los demás partidos comunistas dirigidos por Moscú y con Moscú mismo.
Hoy, más de medio siglo después, el partido y el Estado forman una sola cosa, los ex jóvenes han envejecido en el gobierno y no hay ya margen para la audacia y la innovación. El partido único burocratizado casi ha perdido el apoyo militante de los jóvenes y no despierta las esperanzas de los trabajadores de mejorar constantemente su nivel de vida y de tener trabajo digno y bien pagado. Además, no depende del pueblo cubano sino de lo que pueda suceder en el campo internacional, pues Cuba importa la mayor parte de los alimentos que consume, toda su tecnología y el combustible y vive, sobre todo, del turismo de las clases medias consumistas del extranjero, de la exportación de profesionales que forma a duro costo y de la ayuda primero de la Unión Soviética y ahora de Venezuela, o sea, de factores incontrolables e inseguros.
En la gran mayoría de la juventud ha triunfado la ideología consumista del capitalismo y en un sector importante de la intelectualidad impera el desencanto cínico y el conservadurismo que reflejan las novelas de Leonardo Padura, así como el temor a una represión burocrática que podría quitarle sus pocas prebendas o sus trabajos oficiales a quien levante una voz crítica. El gobierno sigue gozando de un consenso mayoritario. Pero éste es pasivo y se basa no en la lucha por el socialismo sino en el nacionalismo antimperialista cubano, que no acepta ni tolerará la imposición de una nueva dominación estadunidense, que llevaría a Cuba al nivel de Puerto Rico.
El pueblo cubano está viviendo hace años una gran transformación: quienes tienen dólares por su trabajo, por comportamientos ilegales o por tener parientes emigrados, viven mejor que los que viven de sus salarios en pesos. Aparecen así sectores privilegiados, aunque sea con el pobre privilegio de comer mejor o dos veces por día o de informarse. Profesiones nobles y absolutamente necesarias como el magisterio, la medicina o la tornería no atraen ya a los jóvenes, pues se gana más en el turismo y sus derivados (legales o ilegales). La emigración aparece cada vez más entre ellos como una perspectiva.
Para peor, todos saben que en la guerra del imperialismo y sus aliados locales, más una gran parte de las clases medias de Venezuela, contra el llamado proceso bolivariano, se juega también la suerte de Cuba y de los países de la Alba, que dependen del petróleo y del mercado que les ofrece Caracas. Además, el hecho de que la única vida política pluralista, para los intelectuales, deba hacerse alrededor de los medios y publicaciones de la Iglesia católica, que es enemiga del socialismo y del gobierno cubano, no sólo fomenta las posiciones conservadoras, socialcristianas o socialdemocráticas de todo tipo, sino que también aísla del pueblo a los intelectuales que siguen siendo revolucionarios, los cuales para escribir libremente muchas veces deben emigrar.
La construcción en Mariel de un puerto franco para la localización de industrias y la creación de un enorme puerto para contenedores, podría crear un nuevo Panamá. Como el mercado cubano es muy chico, dispone de pocos jóvenes y la productividad es baja, el gobierno parece haber optado por la integración de la isla en el mercado y el comercio internacionales del capitalismo estadunidense. Desgraciadamente, la nueva ley de inversiones podría dar un fuerte impulso a las desigualdades sociales y al capitalismo en la isla y da margen también para el reingreso a Cuba mediante testaferros de los capitales –cubanos o no– que emigraron en los años 60. El gobierno se guía por las necesidades económicas estatales y subordina a ellas al Partido Comunista burocratizado y a los trabajadores cubanos, a los que jamás consulta y sólo llama para aprobar las decisiones tomadas previamente por unas 10 personas. Sin la plena discusión por los trabajadores de las decisiones políticas y económicas, Cuba, como China, podría ir por el camino de la reconstrucción acelerada de una clase burguesa a partir de la burocracia unida al capital extranjero. Sobre esto volveremos.
Segunda Parte
¿La participación activa de los trabajadores podría ser efectivamente en Cuba una alternativa inmediata y urgente al camino chino, con su partido único burocratizado, fusionado con el Estado, que dirige la marcha acelerada hacia la sumisión al mercado y la construcción de grandes desigualdades sociales? Es posible y vale la pena intentarlo, porque el camino chino en la isla llevaría inevitablemente, por su misma dinámica, a la conversión de Cuba en una semicolonia dependiente de las inversiones y los mercados de los países imperialistas.
¿Tiene Cuba el excedente de población joven, productiva y la producción agroalimentaria suficiente para evitar ese terrible camino chino? No, pero precisamente por eso hay que osar, innovar, recurrir a la movilización popular consciente, volver a los orígenes de la Revolución.
En los primeros años posteriores al triunfo revolucionario, los trabajadores cubanos pudieron en efecto desplegar sus iniciativas, como las coletillas que periodistas y gráficos ponían a los artículos reaccionarios de los diarios donde trabajaban, o las luchas por reconstruir sindicatos sin los viejos burócratas. Esa entusiasta participación colectiva fue también decisiva en la derrota infligida a los invasores de Playa Girón (1961), al igual que en la crisis de los cohetes (1962) y en la participación en la guerra argelino-marroquí (1963). Esos años también fueron los de la independencia crítica del gobierno revolucionario frente a la Unión Soviética estalinista y los partidos comunistas y su marxismo dogmático, antes de que, por razones geopolíticas y una vez derrotada en la lucha interna la tendencia del CheGuevara, el Estado cubano jugase todas las cartas a su integración en el bloque de países y partidos dirigido por Moscú.
Esta integración terminó por identificar el Estado y el partido, sometiendo el segundo a las necesidades del primero, y puso a los sindicatos burocratizados totalmente al servicio del Estado-partido, convirtiéndolos en mera correa de transmisión de las decisiones del mismo. Los elementos espontáneos de participación obrera y popular, de este modo, fueron dominados y asfixiados. Pero la resistencia al bloqueo y a los ataques de Estados Unidos, así como la fuga de la isla de centenares de miles de ex capitalistas, sus partidarios y servidores y gran cantidad de delincuentes, dieron una base firme para mantener el consenso de que gozaba el gobierno de Fidel Castro.
La modificación en la conciencia colectiva producida por la participación activa de millones de cubanos en los esfuerzos revolucionarios y la subsistencia de ese consenso antimperialista, así como una mayor homogeneidad de la sociedad cubana, asídepurada con respecto de la Unión Soviética y de los países socialistas orientales, explican la subsistencia del régimen cubano después del derrumbe de los gobiernos estalinistas de la URSS y del bloque de Varsovia y también que, a diferencia de lo que sucede en China, pese a las dificultades de todo tipo, en Cuba no se registren huelgas ni protestas político-sociales de masa.
La población cubana tiene salud y educación, y podría ser más productiva si enfrentase menos trabas burocráticas y pudiera desarrollar libremente la inventiva que utiliza para subsistir a fin de reorganizar desde abajo la economía social. Hoy, para poder vivir, todo lleva aarreglarse a cualquier costo y de cualquier forma, generalmente ilegal o incluso delictiva, y produce la competencia individual en un mercado de trabajo donde volvió a imperar el desempleo apenas disfrazado. Una información plena y veraz sobre los recursos con que cuenta la sociedad y cada empresa, sobre las necesidades imprescindibles y el funcionamiento del mercado para la producción cubana, podría dar herramientas para hacer en cada centro de trabajo un censo de sus recursos productivos y fijar planes y metas realistas, así como para eliminar los despilfarros, las fugas de recursos y los pequeños latrocinios. Para eso bastaría cambiar radicalmente la función de la prensa cubana, que hoy oculta o deforma la realidad y no informa sobre el entorno internacional.
Cuba puede volver a la solidaridad colectiva, a la discusión de objetivos generales plausibles, a la construcción de un espíritu cooperativo mediante la discusión popular de los problemas y de las soluciones a los mismos, y a la adopción de decisiones desde abajo hacia arriba, en la autogestión productiva y en la democracia autonómica en las comunidades. Son los trabajadores, informados a tiempo de los problemas, quienes deben fijar las prioridades y resolver qué hacer ante cada situación, como el problema alimentario, que exige concentrar de inmediato los esfuerzos y los medios técnicos y financieros.
Para eso deberán sacarse de encima el paternalismo de una burocracia con mentalidad capitalista. El aparato burocrático sindical, que debería defenderlos y proponer planes, les comunicó en cambio la decisión del gobierno de dejar sin trabajo, de golpe, a uno de cada cinco cubanos y con eso perdió la poca credibilidad que le quedaba. También aprobó sin más la nueva ley de inversiones, que no tiene en cuenta a las microempresas y cooperativas mediante las cuales los desocupados tratan de ganarse la vida. Asumiendo su propio destino en las manos, los trabajadores despertarían nuevas energías entre los revolucionarios aún presentes en el Partido Comunista, en los aparatos y centros culturales, y reconquistarían la parte de la juventud que ha perdido sus esperanzas. También podrán renovar el apoyo a la revolución cubana de los años 60-70 en América Latina, antes de la burocratización de la misma, y darán un ejemplo a sus hermanos chinos y europeos. El héroe mítico Anteo, cuando se sentía perdido, renovaba su contacto con la madre tierra. Los trabajadores de Cuba pueden, como él, volver a pisar el terreno firme de la revolución.