¿Cambios estructurales? No, moderadas reformas. Cambiar de sopetón la línea editorial que desde hace 190 años determina la cultura de este país, sería simplemente una locura. Una locura pretender hacer de día nuestro peso de la noche autoritario, conservador y mercantilista legado por Diego Portales. Esa mirada de vida oportunista en el negocio y celosa del otro. Esa que nos diera sentido de nación; castigadora del chúcaro, del que se sale de la raya, del que busca igualdad, pero sumisa hacia el que habla con voz de patrón y ostenta mandato.
Y es que en Chile existe una silenciosa gran cantidad de compatriotas que cree silenciosamente que los cambios estructurales pueden desordenar su tranquila siesta. Que los cambios de fondo vienen a amenazar su casa comprada al banco en largas cuotas, la quietud de sus hijos matriculados en colegios particulares o la enorme inversión hecha para que el hijo lento para el estudio se titule en la Universidad del mall.
Por eso es que la única vez que en Chile se han llevado a cabo con éxito profundos cambios estructurales, revolucionarios cambios culturales, fue durante el asesino proceso de Pinochet. Y es que el dictador con sus compinches, no sólo lograron instalar un sistema económico y valórico a punta de tortura y crimen. Ellos supieron representar a cabalidad el sentir de muchos compatriotas para quienes dios, las lucas y la patria, eran sostenes identitarios. A partir de ese espíritu o configuración mental, traída desde comarca y latifundio, es que la dictadura hizo su operación.
Y se trató de una operación ambulatoria, que no requirió cirugía mayor, pues el nuevo orden de Milton Friedmann y Jaime Guzmán, calzaba a precisión, en muchos aspectos, con los valores ya presentes en la mayoría del Chile setentero. Ese silencioso país que miraba con recelo el proceso de la UP y que no dudó en sacar banderas chilenas una vez que Allende fue derrocado. A esos compatriotas les vino bien el cobijo de los milicos en las calles, les fascinó la acérrima “libertad” de mercado con su chorreo benefactor y les encantó la despolitización del pueblo.
Fue ese mismo país el que en 1988 otorgó un 44% de votos al dictador para mantenerlo en su cargo de tirano.
Por lo mismo es que la concertación y sus ideólogos, entraron con la política de los acuerdos y en “la medida de lo posible”. Porque sabían que culturalmente, no quedaba otra. Había que mantener la revolución pinochetista, darle algunos retoques y etiquetarla con estética social demócrata. La batalla cultural estaba más que pérdida. Había un nuevo orden y nadie tenía ganas de cambiarlo. La consigna fue: gobernar y transar.
Y ahí estaba esa mayoría silenciosa, sin chistar con su código laboral anti sindicalización. Sin chistar mirando el aberrante robo de las AFP. Sin chistar observando la privatización del agua, salud, educación. Sin chistar con los elevados intereses bancario y de retail. Sin chistar contra el monopolio concertación- alianza. Sin chistar en medio del caótico y sub humano sistema de transporte capitalino. Sin chistar en un país donde el 50% de los trabajadores gana menos de $260 lucas.
Hasta que llegó el 2006 y algunos hijos de ese Chile silencioso, se comenzaron a rebelar desde sus colegios. Luego crecieron, entraron a la universidad y se pararon masivamente en medio del caótico gobierno de Piñera. Ellos engancharon al país con su demanda por educación gratuita. Y como no, esto hizo sentido de inmediato en el “chileno de corazón”, en esos padres que veían en esa presión ciudadana, una oportunidad de ganancia y ascenso: dejar de endeudarse por educación y garantizar buen estatus al hijo gracias al cartón gratuito.
Entonces se comenzaba a hablar del “nuevo Chile”, de un país puntudo que ya no se tragaría los abusos del sistema. Incluso alguno llegó a bautizar este momento como “el derrumbe del modelo”.
La política también acusó recibo. La concertación cambió de nombre, sumó al partido comunista y elaboró un programa presidencial donde se priorizaba los cambios estructurales. La candidata Bachelet ocupaba su gran línea de crédito de aprobación y simpatía ciudadana, para ofrecer lo que ningún gobierno concertacionista antes había ofrecido.
Escribo esto hoy jueves 08 de mayo justo antes de la marcha convocada por la Confech. Los estudiantes se movilizan para hacer un llamado al gobierno respecto a su demanda de “fin al lucro en la educación”. Los estudiantes marcharán una vez más por la alameda y mirando hacia La Moneda.
Y desde La Moneda, la Presidenta, con 12 puntos más de desaprobación ciudadana respecto al mes de marzo, mirará a esos estudiantes, sabiendo que para satisfacer sus demandas, tendrá primero que sortear las certeras barricadas puestas por empresarios y derecha ( incluidos algunos DC) a su reforma tributaria.
Porque a favor de la reforma tributaria nadie marcha ni marchará. Nadie se movilizará por Vitacura ni hará barricadas en “Sanhattan”, que es donde residen los verdaderos dueños del país. Nadie de los “movimientos sociales” prestará ropa a la reforma, pues sería de “vendidos” y poco “consecuentes”.
Es más, las encuestas muestran que hoy, el respaldo a la reforma tributaria, ha bajado significativamente y ya un 59 % de ciudadanos cree que esta afectará directamente a sus silenciosos bolsillos.
Estimados lectores, no quiero pecar de pesimista ni agorero. Pero no nos engañemos, es Chile, país habitado por mayorías silenciosas que aman el mercado, compiten con el vecino y se asustan con el primer ronquido del patrón. Es Chile, el país donde el ego puede más que el trabajo colectivo. Donde el egoísmo, es empanada y vino tinto.
¿Cambios estructurales? Chile es un país estructuralmente de derecha. Mejor, compremos chocolates.