María Jimena Duzánel entrevista al filósofo Antonio Escohotado, autor de la ‘historia general de las drogas’, habla de la relación de la sociedad con ellas a través de los tiempos y de su nuevo libro, una historia del comunismo.
Antonio Escohotado sostiene que las drogas pueden ser domadas por la sociedad y para poder hablar de ellas hay que probarlas. A sus 74 años se fuma tres paquetes de cigarrillos diarios, un porro de marihuana en las mañanas. Ha tomado cinco veces yagé, además de que ha experimentado con LSD y analgésicos como el opio. Vino a la Feria del Libro de Bogotá a presentar su último libro, Los enemigos del comercio.
MARÍA JIMENA DUZÁN: Resulta por lo menos curioso que usted que tiene una obra tan extensa sobre las drogas, y que además las ha experimentado para poder hablar de ellas, nunca hubiera venido a Colombia sino hasta ahora…
ANTONIO ESCOHOTADO: …Curioso, ¿eh? ¿Sabe que nunca me ha gustado la cocaína?
M. J. D.: ¿Y por qué nunca le ha gustado?
A. E.: Pues porque yo ya llevo la adrenalina puesta. Yo he dicho que hay tres clases de drogas: de paz, de energía y de viaje. La cocaína como el café, pertenece a las drogas de energía que son menos interesantes. Yo, por ejemplo, me tomo solo un café por la mañana y a veces si la comida ha sido muy grata me tomo un carajillo. A mí me interesan más los analgésicos, que son las drogas de paz y las de viaje como el LSD, o el yagé, porque son introspectivas y le permiten a uno darse cuenta de cómo se es por dentro.
M. J. D.: Tengo entendido que su primera experiencia con las drogas lo marcó para siempre y fue a los 14 años…
A. E.: Es cierto. Resulta que de pequeño tuve unos ataques de epilepsia. Intentaron provocarme un ataque con fogonazos de luz, pero como no lo consiguieron me inyectaron pequeñas cantidades de pentotal sódico, que en cantidades más grandes es letal. En aquel momento me di cuenta que intenté hablar, pero que el ruido de mi boca salió mucho después. Me di cuenta que aquello era una ventana a la existencia y que la tenía que abrir. Diez o 15 años después, en 1971, cuando se firma la convención internacional de la lucha contra las drogas y los norteamericanos exportan su cruzada contra las drogas por el mundo entero y esta llega a Europa y por ende a España, es que decido empezar a investigar el tema de las drogas.
M. J. D.: Y lo primero que hace es probarlas, cosa que pocos expertos en el tema hacen…
A. E.: Pues es que es absurdo hablar de pura teoría. Imagine a un crítico de pintura ciego. Imagínese un crítico de música sordo. Pues ese es el caso que tenemos en materia de drogas: los mayores expertos en el tema de las drogas son unos ignorantes. ¿Qué credibilidad puede tener un experto en drogas si no las conoce?
M. J. D.: Usted dice que las drogas de paz y de viaje le gustan porque ayudan no solo a conocerse a uno mismo sino porque en ciertas épocas de la historia han sido buenas compañeras de la creatividad de los grandes pensadores, y artistas…
A. E.: Pues es que el opio que está hoy satanizado en las boticas de los barrios, sabemos que lo tomaban diariamente personas tan poco pasivas como Goya o Goethe; sabemos también que lo tomaban Bismarck y Wagner y que ninguno de los dos era una piltrafa humana como sí parecen estos heroinómanos que han sido manufacturados por la prohibición, que es hoy la gran protagonista. Los analgésicos se han utilizado siempre para trabajar más y mejor. Pero desde la prohibición y sobre todo desde el toque draculino que le puso William Burroughs, quien consumía la heroína diciendo que era su perdición porque lo alejaba del trabajo y lo convertía en un sinvergüenza, el rol social de los analgésicos cambia.
M. J. D.: La guerra contra las drogas no se ha ganado en los últimos 40 años. ¿Será que estamos entrando en una fase distinta en la que se abre la posibilidad de abordar el tema desde una visión diferente a la que impuso el prohibicionismo?
A. E.: Afortunadamente, desde hace unos diez o 15 años, la guerra contra las drogas se ha ido desactivando. Eso se ve en los presupuestos de las brigadas de narcóticos de todos los países y en el de las Naciones Unidas para las drogas. La ONU antes tenía unos 600 funcionarios y hoy apenas llegan a la decena. ¿Y por qué ha ocurrido eso? Pues porque la política conocida como reducción de daños, se ha impuesto a la ilusoria presunción de un mundo sin drogas, que es a la que se lanzó en 1914 en Estados Unidos, cuando se impuso el control sobre la cocaína, la morfina y el opio, del alcohol y del tabaco. Es decir, la prohibición del tabaco de hoy no tiene nada de nuevo. Las tonterías se repiten, siempre.
M. J. D.: Usted ha dicho en su libro que la sociedad se ha encargado de domar muchas drogas…
A. E.: La experiencia más formidable de doma que se ha realizado en esta sociedad ha sido en el alcohol. Eso se nota muy bien en la cultura griega, por ejemplo, Las Bacantes de Eurípides, donde se plantea la disyuntiva entre la aceptación de la bacanal o su rechazo. ¿Y cuál es la solución de los griegos? Pues el camino del medio.
M. J. D.: ¿Cuántas veces ha tomado yagé?
A. E.: Cinco veces y la considero una droga muy interesante. Es como un viaje de LSD, aunque mucho más breve, más sentimental, con menos capacidad visionaria y penetración conceptual. Y si me va a preguntar por el muchacho inglés que murió hace poco le diría que su muerte no pudo ser por el yagé. Eso se lo aseguro. Fumo marihuana desde el año sesenta. Suele venir bien un porro diario para abrir el apetito. Es broncodilatador, expulsa uno flemas, tiene prestigio para estimular las relaciones sexuales, es potencializador de la sensibilidad de la música y prácticamente ha ganado la batalla. Hay estados de la Unión Americana donde se admite hasta su uso médico. Pienso que una droga como la heroína va a volver porque también se ha ido difuminado esa versión draculina que le imprimieron no solo Burroughs sino Charlie Parker, que decía: “Mira, no pruebes esto, si lo pruebas morirás porque es demasiado bueno”. Y le advierto: se está cometiendo un genocidio peor que el de Auchwitz, no teniendo heroína en los botiquines de los hospitales. A los viejos nos dan cosas inútiles. Si nos las dieran, o bien moriríamos más tranquilos o viviríamos más. No hay ningún fármaco mejor para enfermedades incurables que los opiáceos.
M. J. D.: Usted vino a la feria no a hablar de sus libros sobre drogas sino a presentar su última obra, ‘Los enemigos del comercio’: una historia moral de la propiedad. En ese libro, que muchos consideran como una historia del comunismo, usted recuerda que los primeros comunistas fueron los cristianos…
A. E.: En realidad primero lo fueron los zelotes, una tribu judía de la cual formaba parte Juan Bautista. La frase textual, la propiedad es un robo y el comercio es un instrumento, es una proporción de la secta esenia. Para ellos el séptimo mandamiento, el que prohíbe hurtar en realidad, prohíbe practicar el comercio. O sea que los primeros comunistas son los zelotes judíos. Y fíjese que ya en la alta Edad Media, la palabra ‘negociator’ había desaparecido y la palabra ‘lucrum’ también. A través del lenguaje se nota que esa fue una sociedad comunista.
M. J. D.: Usted dice que sin el cristianismo no hubiera habido comunismo. Pero luego el cristianismo se convierte en su principal enemigo…
A. E.: En Jesús siempre ha habido esas dos dimensiones: de un lado el Jesús vengador, zelote, revanchista, que propone exterminar a los ricos, a los satisfechos, el que dice malditos los que disfrutan sin sentimiento de culpa, y luego el Jesús que divide al mundo antes y después de él y que es la razón por la cual yo soy cristiano, así sea un agnóstico. Jesús es el primero que dice “fíate de tu conciencia”. Si tienes que cumplir la ley o el sentimiento, cumple el sentimiento antes. Jesús da un pasito más allá de la alta moralidad que ya había puesto sobre la mesa Sócrates.
M. J. D.: Usted dice que la columna vertebral de sus trabajos sobre la droga y el comercio es el temor. ¿Por qué lo dice?
A. E.: El tema de las drogas tiene que ver con el temor del hombre a sí mismo. Las personas son tan ignorantes que piensan que van a tomar una droga y les va dar tanto gusto que se van a convertir en una rata de las que si se les administra cocaína van a morir de sobredosis. En cambio, el temor al comunismo es el temor a que el vecino se quiera quedar con lo mío. Ese miedo es lo que me impulsó a estudiar ambas cosas. Las drogas me tomaron diez años y este tema del comercio me lleva 15. Soy un monógamo cultural. Necesito mucho tiempo para llegar a conclusiones porque me toma mucho tiempo llegar al fondo de las cosas. Las revelaciones no vienen más que trabajando.
M. J. D.: Usted dice que Marx nunca cuestionó a los papas ni a los reyes sino a los nuevos ricos.
A. E.: Pues es que eso que dice la Biblia de que los últimos serán los primeros, no se puede cumplir más que con unas enormes dosis de arbitrariedad y de violencia. Marx intentó racionalizar ese principio de la envidia y de la rabia y dijo que el progreso histórico se basaba en la lucha de clases. Pero eso en el fondo es la misma bobada. Y por eso digo que el marxismo nunca ha odiado a los papas o a los reyes. Ha odiado a la gente que por méritos propios ha pasado de ser pobre a rica por méritos propios. Eso pasaba también en la alta Edad Media. Pero además, Marx nunca trabajó. Siempre fue un señorito. Dejó no solo que se murieran de hambre tres de sus hijos sino que tenía convencidas a sus hijas, que luego se suicidaron, por cierto, que él no podía trabajar porque era como pedirle a Jesús que se fuera a la carpintería del papá, en lugar de que se fuera a predicar por el desierto. Pero además, señoritos, son Trotsky, Lenin, Bakunin. No ha habido un solo líder comunista que no haya sido un señorito. Ni uno.
M. J. D.: ¿Y cómo clasificaría al chavismo?
A. E.: Chávez fue un socialista cristiano. Está al lado del presidente Correa de Ecuador y del exprimer ministro británico, Tony Blair.
M. J. D.: Usted fue de izquierda, tengo entendido…
A. E.: Muy de izquierda. Estuve muy cerca de los grupos terroristas como ETA, Brigadas Rojas, las italianas. Era un imbécil, era un joven que no me daba cuenta del valor de la vida, sobre todo de la ajena. Lo que pasa es que poco a poco me di cuenta que Woodstock era encantador y que Mayo del 68 era una nemez. Una especie de recuperación de los sueños jacobinos, pero sin terror, afortunadamente. No tengo duda de que el surgimiento de las guerrillas en Europa se debió a la decepción que sintieron muchos jóvenes al ver que Mayo de 68 era una revolución cultural, estética y fundamentalmente pacífica.
M. J. D.: ¿Y ahora es un anticomunista?
A. E.: No lo soy, Estoy en contra de cualquier anti. Voy siempre por el camino de en medio.
M. J. D.: ¿Qué opina de la legalización de la marihuana en Uruguay?
A. E.: …Tengo mis dudas. Eso de convertirlo en monopolio estatal no me suena. Es un poco raro. ¿No le parece?