¿En qué se parecen los recovecos del elefantiásico penthouse o ático apostólico y romano, 700 metros cuadrados rodeados de paredes color durazno o papaya, del prelado Bertone, a la mastodóntica y “bronceada” figura de Karol Wojtyla recién instalada –de 13.5 metros en total y después de cinco años de incubada maduración y reposo en el hangar adecuado- por obra y gracia de la benemérita universidad San Sebastián –y con la generosa acogida de la alcaldía correspondiente- en “algún lugar de Puente Alto”?
Bueno. No sólo en la amoralidad del o los continentes, sino también en el martirio de la curia romana al ser invitada físicamente a las orgías penitentes y debidamente silenciosas en que los ideales se arrastran y confunden entre sotanas y genitales, y al otro lado del charco atlántico, el de la obra de la sociedad del santo flechado en el que en un despoblado al suroriente de Santiago, se invita simbólicamente y en apariencia a que los descendientes “más vulnerables” del antiguo pueblo de Roma converjan a la manera tradicional (“todos los caminos llevan a…”).
Ambas empresas, inequívocamente solitarias pero con el amén de una base poderosa y sustentable, tienden a permanecer arriba en las alturas, por sobre el común denominador. Las dos no tienen por vecino superior más que al dios al que invocan, y mientras la primera y vaticana examina una vista de la ciudad eterna por todo lo alto, la chilena, desde ahora consolidada, recuerda de un modo degradado, otros regalos cuya ilusión o concepto está en su genealogía o punto de partida, la estatua de la Libertad en Nueva York o el Colón de Barcelona.
Tenemos entonces entre ojos y pensamiento, dos proyecciones de un nuevo mundo que aún guarda relación con lo más turbio y acabado del producto interno y externo de la iglesia (en estos incidentes, y casi siempre, la católica). El nuevo mundo que vive y respira de la acumulación de los que “levitan encima” y se bancan en la especulación, madre de todas las supercherías. La privatización pontificia y la privatización universitaria se conjugan y demuestran en estos dos casos que al frente nuestro hay un singular y contradictorio panorama: cuanto más desprestigiada está la iglesia de los curas solteros y los potentados hombres de buenas familias, mayor el beneficio o desparpajo del solitario o grupo de turno. Entre ellos, el ex secretario Bertone y el rector –y geógrafo especializado en zonas aisladas- Riesco, cabeza visible de la guardiana universidad San Sebastián, ambos amparados en la maquinaria que se desprende de la milicia eclesiástica.
Pobre San Pedro. A plena luz el Wojtyla de Puente Alto, y a mayor penumbra el Bertone del palazzo de San Carlo, nos muestran que como en el chiste de Condorito -“alguien le dice a otro: ¿te gusta Paul Anka..?”-, las nuevas y viejas costumbres en el círculo católico selecto continúan confirmando en más de un plano, sí, pol’ante y pol’anca.