Diciembre 11, 2024

La Tía Ruth ha partido

– Necesito que la vayan a esperar.

Su voz era aún más marcadamente teatral, con una dicción que separaba la letras y los énfasis al extremo de ver salir de su boca una desfile ordenadito de razones y argumentos antes los cuales no se conoce quien le haya dicho que no a algunos de sus proyectos. 

 

Ese día de agosto de 1980, la tía Ruth no necesitó insistir en la importancia de la misión que nos daba. Ir al aeropuerto y recibir a su hermana Mireya, exiliada por disposición de la dictadura. A Mireya, el Ministro de Interior de la época, de triste record de represión y persecución, le había permitido ingresar al país sólo cuando los médicos tratantes le aseguraron que María, su madre, debía morir en unos días más.

 

Como pudimos llegamos al aeropuerto, y Aldo Díaz y yo le daríamos la bienvenida a nombre de la Dirección de la Jota, sin tener ninguna autorización para hacerlo.

 

Por un tiempo que siempre nos pareció breve, nos adentramos en los proyectos que la porfía, la fuerza y la inteligencia de la Tía Ruth se empecinaba en realizar en los momentos más oscuros de la represión. La secundaba un grupo de jóvenes leales, entusiastas y valientes, que no trepidaban en montar espectáculos de motivación allí donde fuera que se necesitara: una huelga de trabajadores, una incipiente protesta, una mínima pero importante acción contra la dictadura.

 

Para la Tía Ruth jamás hubo cosas pequeñas. Para ella todas tenían la importancia de sumar. Pudo realizar un inédito Congreso de Niños organizado por niños, y mantener vivo su OCARIN, en donde formaba a sus niños y jóvenes.

 

Educaba con su ejemplo, con su tremenda fuerza y un entusiasmo a prueba de estos tiempos en que valen mucho más las vinculaciones familiares o los intereses fraudulentos de la oligarquía, la antigua y la emergente, que el valor de crear, de enseñar, de construir.

Tenía por los niños aquella fascinación que la convencía para hurgar en ellos y sacar el talento y el arte en donde cualquier otro no vería sino un menor de edad. Y, por cierto, pocos tuvieron el acierto de entender esa maravillosa cualidad originada en un alma abierta, cuya vibración cotidiana era capaz de leer en sus niños una cuestión de futuro, pero también de presente.

Tuvimos la enorme fortuna de conocer su atributos se ser humano de otro tiempo. Por sobre todo, su increíble fuerza para luchar cada día por sus convicciones. Su modestia, que la ponía a salvo hasta de la más mínima vanidad. Su alegría, que resumía la luz de su mirada. Su increíble amor por sus niños, y por sobre todo por su Malienko, la extensión maravillosa de su maravillosa vida.

Pero esa pedagoga formada en el amor a los niños, de los cuales podía sacar sus mejores expresiones; esa profesora intachable, inquieta, profundamente comprometida con su labor de maestra; esa mujer que no dudó en entregar lo mejor de su brillante inteligencia a formar a centenares y quizás miles de niños en aquello que el Estado no ve, que no quiere ver, se le negó su derecho a una autorización para hacer clases.

A la maestra por definición, a la profesora que vibraba en cada una de sus células, la burocracia enemiga de la gente le negó la posibilidad de hacer clases.

Habrá que invertir algún tiempo para procesar en toda su terrible dimensión la muerte de la Tía Ruth. Habrá que recordar ese tiempo duro y maléfico en el cual, contra todos los obstáculos, esa mujer pequeña de risa contagiosa, de un coraje inigualable, era capaz de proezas que quedarán a buen resguardo del futuro por la intercesión de un país que aún no sabe reconocer a su gente más preclara.

Habrá que recordarla con su hijo Malienko, a su lado, llevado y traído en las aventuras creadoras y salvadoras que la luz de su humanidad alumbraba.

Y habrá que saber siempre que este país tiene una deuda enorme con esta maravillosa mujer que jamás se rindió y que sólo la escaramuza impertinente de la muerte sosegó.

Duele la muerte de Ruth Baltra. Duele convencerse de ese poder tan magnífico capaz de llevarse a una mujer tan grande. Duele no haberla abrazado cuando aún era posible para decirle cuánto la quisimos, cuánto la admiramos y cuánto aportó a lo humano que hemos tenido en el tránsito de esta vida.

 

 

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