Ciertas conductas y frases que con preocupante frecuencia comienzan a usar las nuevas autoridades, dan la impresión de que por estos días se inaugura la transición a la democracia.
El Ministro de Defensa, habla de que aún falta para avanzar en aclarar crímenes y sancionar a los criminales. Y quizás salga con la decisión de degradar a los militares golpistas, torturadores y criminales.
El Ministro de Educación del sexto gobierno post dictatorial habla de que la libertad de enseñanza no es lo mismo que un emprendimiento económico, y anuncia el fin al lucro, a la selección de estudiantes y al copago.
La razzia contra las autoridades involucrada en actos de corrupción o que han sido o están siendo investigadas por chamullos varios, ¿no es una prueba de transparencia?
Numerosos proyectos de ley son retirados de sus respectivos trámites legislativos, entre ellos, la llamada Ley Monsanto. La marihuana es retirada de las listas negras, para pasar a listas grises. Se revisa Hidroaysen. ¿Acabo de mundo?
Diputadas consecuentemente de la Nueva Mayoría, amenazan con salir a la calle si no se cumple el Programa de Gobierno. Se investiga el robo de agua por parte de connotados dirigentes concertacionistas en Petorca y La Ligua. El Intendente Huechumilla anuncia un nuevo trato con el pueblo mapuche. No se han desmilitarizado sus territorios, pero algo es algo.
La derecha se abre a revisar sus conceptos relativos al Golpe de Estado.
Cierto. Da la impresión que esta nueva conducta que trae a cuesta la Nueva Mayoría tiene rasgos de lo que debió ser hace un cuarto de siglo, lo correspondiente a una transición a la democracia.
Cabe preguntarse por qué llega tan tarde. Quizás se debió haber evitado toda una vida de malos ratos, de sufrimientos, de desprecio y, lo peor, de la irrupción de una clase de multimillonarios que hacen subir los promedios de manera artificiosa, al costo de mantener a una legión de trabajadores en una vida de mierda.
Desde el momento en que anunció su retorno, quedaba claro que la presidenta intentaba borrar lo que hizo en su primer gobierno. No lo dice con todas sus palabras, pero quizás en sus paseos por Central Park, habrá llegado a la conclusión que su obra, que sumió al país en mucho más neoliberalismo que sus antecesores, debía ser desmontada por ella misma.
Para el efecto elevó a rango de cosa sagrada su programa, dejando en el ínterin a varios con la cara larga. Sin embargo, como se sabe, la primera víctima de todo gobierno que se precie, sobre todo si ha logrado el sillón o’higginiano con las escuálidas cifras de la actual mandataria, es lo que se prometió.
Michelle Bachelet y los suyos, en un gesto de habilidad política, utiliza su programa para el efecto de bajarles el moño a los estudiantes y de paso, restar a la población del apoyo que han tenido. Esa es la jugada maestra. Y maquiavélica.
Esta transición tardía busca cambiar la cosas para dejar los fundamentos en donde mismo. No se habla de un cambio paradigmático, que desplace el modo de acumulación de riquezas que define nuestra cultura, ni de la nacionalización de las que podrían cambiar las cosas. El cambio constitucional es un territorio umbroso que da para un barrido y un fregado.
Lo suyo, hoy, y por los siguientes cuatro años, será avanzar hasta los bordes permitidos del modelo. Más allá, está el fin del mundo y los misterios hacia los cuales no va a navegar, el caos. En donde de verdad podría comenzar el nuevo ciclo del que se habla con una soltura de cuerpo que convence.
Michelle Bachelet se sirve de la energía desplegada por los estudiantes para proponer un programa que aborda esas exigencias. Sin 2006 y 2011, no habría habido 2014.
Asistimos a un espectáculo novísimo. El comienzo de la transición de la dictadura a la democracia. Es cierto que con un cuarto de siglo de atraso, pero a quien le importa. Los inconformistas de siempre ya estarán buscándole la quinta pata al gato