Diciembre 27, 2024

¿Se acerca otro crash?

Mientras que el gobierno español sigue empeñado en hacernos creer que la economía española levantará cabeza este año se vuelven a recrudecer los peores pronósticos sobre el futuro inmediato del sistema financiero y de la economía mundial.

 

En realidad, no tiene mucho mérito anticipar que se está gestando un crash mucho peor que el que provocó la crisis de las hipotecas subprime cuyos coletazos todavía sentimos con casi toda intensidad.

 

No puede ocurrir otra cosa cuando prácticamente no se ha hecho nada para bloquear los factores de riesgo que ocasionaron esta última crisis y que, por tanto, van a volver a provocar otras sucesivas, cada vez de mayor envergadura y peligrosidad.Las principales circunstancias que permiten augurarlo son las siguientes:

 

1) El volumen materialmente impagable que ha alcanzado la deuda pública y privada en todo el mundo.

Es inevitable que, antes o después, se  produzcan suspensiones de pagos en casos concretos o en serie y, además, de modo muy desordenado, por dos razones principales. En primer lugar, porque no existen instituciones ni mecanismos de arbitraje a nivel mundial que pudieran abordar el problema estableciendo quitas o reestructuraciones equilibradas. Y, en segundo lugar, porque es imposible que la deuda acumulada se pueda metabolizar por el sistema, ni siquiera a muy largo plazo, sin producir un bloqueo fatal de la actividad productiva, dada su magnitud.

 

Los conflictos por esta causa pueden comenzar a darse muy pronto, en el mismo momento en que se produzcan subidas, que ni siquiera tendrían que ser muy grandes, en los tipos de interés, bien generalizadas o incluso solo en algunos países. A partir de ahí, muchos países entrarían en situación de default, al no poder hacer frente a los pagos de sus obligaciones por deuda y eso arrastraría a los demás sin remedio.

 

La deuda mundial y la de los diferentes países se viene duplicando cada siete o diez años más o menos (en algunos incluso en la mitad de tiempo), lo que indica que no es posible “digerirla” esperando a que lo haga el crecimiento de la actividad económica y del ingreso, no solo porque éstos serán siempre globalmente insuficientes sino porque, además, se concentran cada vez más.

 

Y las suspensiones de pagos no vendrán solas sino acompañadas de movimientos de capital muy rápidos y caóticos, como los que han surgido en las últimas semanas en torno a algunos de los llamados países emergentes y que llevarán consigo crisis cambiarias y perturbaciones grandes y graves con efectos inevitables sobre la economía real.

 

2) La insolvencia generalizada de la banca internacional que provocará otro estallido del sistema financiero.

El salvamento de los bancos ha consistido en permitir que vuelvan a actuar “como si”, es decir, aparentando que han saneado sus balances gracias a mentiras y trampas contables y a las ayudas regulatorias que permiten registrar beneficios con independencia de su verdadera situación patrimonial y, más concretamente, sin contabilizar los verdaderos quebrantos que han sufrido sus activos.

 

Gracias a las ayudas multimillonarias de los bancos centrales y de los gobiernos se ha podido reciclar una parte de los activos tóxicos que habían contaminado hasta la parálisis a la inmensa mayoría de las grandes entidades financieras, pero aún queda una buena parte de ellos en los balances, disimulada gracias a que se siguen valorando a precios de adquisición como si no hubiera ocurrido nada en estos últimos años. La prueba es que prácticamente en ningún  sitio se ha recuperado la financiación a la economía.

 

Y no solo no han desaparecido los activos tóxicos de los bancos sino que éstos ha aumentado su exposición a los peligros de los derivados financieros con los que se alimentan un buen número de burbujas que siguen produciendo beneficios ingentes de la nada a las entidades financieras. El gigantesco saco sin fondo de donde procederá la chispa que provoque de nuevo una crisis financiera.

 

3) La falta de regulación de las finanzas internacionales que multiplica la inestabilidad y las crisis.

Tampoco se ha hecho nada por evitar que la especulación y la generación de burbujas se siga generalizando en la economía internacional, consumiendo recursos y desestabilizando todo lo que hay a su alrededor. Las tensiones en las bolsas son constantes y están apuntando a una caída vertiginosa que puede ir acompañado del estalido de las burbujas que se vienen generando en diversos ámbitos y países.

 

Además de estos factores que son de carácter más coyuntural, es decir, que pueden provocar un estallido en cualquier momento, hay que tener en cuenta otros tres estructurales que crean un permanente caldo de cultivo para la inestabilidad y las crisis, pues empujan y dan fuerza a los anteriores.

 

El primero es la desigualdad creciente que tiene tres efectos: deteriora la actividad productiva por falta de recursos, alimenta el ahorro que se dirige a la especulación financiera y desincentiva la innovación y el equilibrio social que podría llevarnos hacia modelos productivos más estables y menos dados a la crisis.

 

El segundo, son los límites insuperables que impone la naturaleza y el uso que hacemos de los recursos. El capitalismo podría hacerse más estable, como ocurriera tras la larga época de crecimiento posterior a la segunda guerra mundial, pero eso solo sería viable (en el marco del actual sistema de propiedad y bajo el imperativo del lucro) a costa de intensificar aún más la explotación de la naturaleza y de las fuentes de energía, lo cual es también ya materialmente imposible sin provocar un destrozo de consecuencias verdaderamente incalculables.

 

Finalmente, hay que tener en cuenta que las crisis que estamos viviendo casi sin cesar en los últimos doscientos años no son episodios resultantes de fenómenos naturales o de meras incidencias casuales sino el efecto de una sociedad que se organiza sin organizarse, que se deja llevar por la ganancia y no planifica, que no respeta los límites de la naturaleza, que separa la necesidad de las estrategias de producción, que concibe la propiedad como una frontera, que entroniza el dinero y lo convierte en el eje alrededor del cual ha de girar la vida y que, así, está condenada a sufrir recurrentemente el divorcio entre la oferta y la demanda, entre lo que necesitan los seres humanos y lo que éstos producen con los recursos.

 

Y por si todo esto fuese poco no hay que olvidar que vivimos en una situación política y social extraordinariamente inestable, con democracias (donde las hay) limitadas y vigiladas, sin gobierno mundial y sometidos al dictado de los grandes poderes económicos, bajo la amenaza constante de guerras y en medio de continuos conflictos de baja o media intensidad. En otros momentos de la historia, las guerras solucionaban situaciones de deuda impagable o de insuficiencia de demanda y falta de rentabilidad pero hoy día la magnitud de los problemas que he mencionado es tan grande que ni una guerra de dimensiones colosales podría solucionarlos.

 

Nos encontramos al borde del abismo y lo comprobaremos muy pronto.

 

Publicado en Público.es el 9 de marzo de 2014

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