La mayor herencia política que dejará Sebastian Piñera será la profunda crisis del sector que apoyó su gobierno. Una debacle electoral que expresa un cataclismo de ideas a escala mayor, que se incubó en cuatro años. Las históricas divergencias entre UDI y RN no explican que ambos partidos se encuentren ante un panorama tan fragmentado e incierto. Gonzalo Rojas Sánchez, ideólogo de la derecha más recalcitrante, afirma que la única solución es “disolverse para renacer”. Su análisis es que “las tres opciones que se abren para la derecha están claramente perfiladas: unirse en una sola colectividad, conservar las dos marcas actuales en alianza con nuevos referentes y, finalmente, disolver las instituciones existentes para dar paso a tres nuevos partidos”. Por eso concluye: “Solo es viable la disolución de los dos partidos actuales de la derecha, para conformar después tres nuevos referentes”(1).
Rojas Sánchez compara la actual coyuntura con la ocurrida luego del triunfo de Frei Montalva: “Fue en marzo de 1965 cuando liberales y conservadores comprobaron que habían tocado fondo: llegaron al 12,47% de los votos y apenas consiguieron doce de 147 diputados, y nueve de 45 senadores. Al poco tiempo habían fundado el Partido Nacional, que alcanzó un máximo electoral del 21,31% en 1973. ¿Es eso lo que quieren los dos partidos actuales? ¿Pueden ser tan ignorantes de la historia reciente como para no vislumbrar que en 2017, sin el binominal, pueden ser arrasados y verse obligados a repetir la tristísima historia de 1965?
El fin del binominal se percibe como un horizonte inevitable. Es el precio que la derecha deberá pagar con tal de salvar su Constitución de 1980. Aunque en ello se pierdan los actuales partidos, en tanto marcas electorales. Ya no se trata de un impasse electoral. La derecha está obligada a un ejercicio de travestismo político, en que cambiando de piel, no pierda su veneno.
LAS TRES DERECHAS
¿Por qué se proponen tres partidos? Porque al hablar de “derecha” entendemos tres cosas distintas. Existe la derecha conservadora, la liberal y además, existe una tercera: la reaccionaria. Nadie la nombra, pero esa es la derecha hegemónica, al menos en Chile y en América Latina. No se deben confundir. Por la vía conservadora llegamos a Edmund Burke o al Papa León XIII. Por la vía liberal a Benjamin Constant o Isaiah Berlin. Por la reaccionaria al Papa Pío X, Carl Schmitt o Joseph de Maistre.
En nombre de la derecha liberal se están produciendo los desmembramientos en RN. Tanto el quiebre del senador Horvath, como la renuncia de los diputados Rubilar, Godoy y Browne bajo la consigna de la “amplitud liberal”. Allamand busca “despinochetizar” la declaración de principios de RN. Evópoli también se apunta en la etiqueta del liberalismo. Una búsqueda bastante tardía. Héctor Soto, en La Tercera, les increpa con razón: “¿Qué derecha liberal es esta que se banca, no muy a gusto es cierto, largos años de afinidad del partido con el régimen militar y que viene a acordarse ahora, 40 años después, que el golpe era inaceptable?”(2).
La derecha liberal no ha estado ausente del poder en las últimas décadas. Pero nunca lo ha ejercido con un partido propio. Ha estado como tecnocracia hegemónica en los cuatro gobiernos de la Concertación. Y ha jugado el mismo rol en el gobierno de Piñera. Pero nunca ha logrado éxito a la hora de afianzar una alternativa propia. De allí que existan liberales de derecha en ambos bloques políticos. Pero con el fin del binominal estas individualidades dispersas atisban una oportunidad para articularse. De ahí la competencia solapada de los grupos desprendidos de RN y los think tank provenientes de la Concertación, como Fuerza Pública de Andrés Velasco y Espacio Público de Eduardo Engel, para hacerse con la hegemonía de esa identidad. Sería lógico que estos grupos terminaran constituyendo un único partido. Lo que está por verse es bajo cuál liderazgo.
La relación entre la derecha conservadora y la reaccionaria se debe clarificar. Los grandes líderes conservadores del siglo XX han sido democratacristianos, como Frei Montalva y Aylwin. El nacimiento de la Falange Nacional, en 1935, se interpreta como el proyecto de los jóvenes conservadores de cortar sus lazos con la derecha reaccionaria y construir un proyecto coherente. A la altura del conservadurismo europeo, de Adenauer, De Gaulle, o De Gasperi. Este conservadurismo sabe distinguir lo esencial y lo accesorio como lo hace Andrés Zaldívar, cuando propone que una comisión bicameral reforme la Constitución de 1980 con el fin explícito de evitar la Asamblea Constituyente. O Patricio Walker, cuando se convierte en el gran defensor del proyecto de Acuerdo de Vida en Pareja (AVP), porque así se resuelven problemas patrimoniales. Y de pasada, despejado ese punto, terminar con un fuertísimo argumento a favor del matrimonio igualitario.
La derecha conservadora siempre prefiere un acuerdo parlamentario que estabilice al Estado y logre la “cohesión social”, antes que atrincherarse en posiciones recalcitrantes que al final lleven a cambios de fondo. Los conservadores europeos siempre han votado a favor de la despenalización del aborto, con tal de asegurarse su fuerte regulación. En cambio la derecha reaccionaria, como Le Pen o el Tea Party norteamericano, quieren una legislación a la chilena, que penalice totalmente cualquier tipo de aborto. La derecha conservadora tiene como referente a Angela Merkel, que gobierna en coalición con los socialdemócratas. La derecha reaccionaria sigue admirando a Pinochet, Franco o George W. Bush. Por eso muchos conservadores “ortodoxos” consideran a Margaret Thatcher como harina de otro costal(3).
UNA “DERROTA CULTURAL”
Si nuestros liberales criollos son esos tecnócratas transversales y sin partido, y si nuestros conservadores son la mayoría de la DC, lo que normalmente llamamos “la derecha” es en rigor, bajo los estándares internacionales, una “derecha reaccionaria”. No se trata de un insulto, sino una descripción de la realidad. Es la derecha que piensa, como Miguel Otero, que los hijos de madres solteras y padres separados tienen menor coeficiente intelectual. La que sigue a Hermógenes Pérez de Arce, cuando amenaza con una “intervención militar” si se produce un cambio en la Constitución. O a José Piñera, cuando dice que dar prioridad a la reducción de la desigualdad “es un objetivo equivocado”. O a Carlos Larraín, cuando dice que “El AVP traerá muchos frutos amargos”.
Los conservadores creen que el pasado es un bien al que no se puede renunciar sin peligro de derrumbe. Son elitistas, defensores de la propiedad, temerosos del cambio, celosos de las identidades tradicionales. Pero les gusta un gobierno mixto, con equilibrios de poder y dados al pacto. Los reaccionarios en cambio no temen hacer tabla rasa con todo lo establecido. Fue lo que hicieron con Pinochet, sin el menor reparo. Si se buscan las fuentes ideológicas de la UDI se encuentra al padre Osvaldo Lira Infante, y esa vía se entronca con los grandes reaccionarios españoles: Primo de Rivera, Vázquez de Mella, Donoso Cortés, Menéndez Pelayo, Cánovas del Castillo o Ramiro de Maeztu. Son los revolucionarios de la derecha, extremadamente eruditos en su mitología y totalmente ignorantes de todo lo demás. Esta derecha reaccionaria es la que ha sufrido, en palabras del dirigente de la UDI Gonzalo Cordero, una “derrota cultural” ya que su proyecto político “perdió conexión con los valores de justicia de la sociedad”(4).
La tarea prioritaria de la Izquierda debe ser seguir acentuando esa brecha y acrecentar al máximo esa derrota, para que sea irreversible. Porque con liberales y conservadores es posible establecer un debate democrático, sobre el reconocimiento de las diferencias. Pero con los reaccionarios sólo cabe una cosa: o se los derrota definitivamente o se apropiarán del futuro de todos.
ALVARO RAMIS
Notas
(1) “Derecha: disolverse para renacer”. El Mercurio, 8 de enero de 2014.
(2) “¿Cisma por goteo?”. Reportajes La Tercera, 11 de enero 2014. p.8.
(3) Phillip Blond. “Tories are now drawing on a radical conservative past that foretold flaws in Thatcher’s market dogma”, en http://www.theguardian.com/commentisfree/2008/aug/21/conservatives.economy
(4) “Hay un riesgo de canibalismo si aparecen muchos partidos en la derecha”. Reportajes La Tercera, 11 de enero 2014. p. 16.