La política, el exilio y la tragedia moldearon la pluma del fallecido escritor
El poema Bellezas, que Juan Gelman (1930) dirigió a Octavio Paz, José Lezama Lima y Alberto Girri, también podría tener entre sus destinatarios a Olga Orozco, ya que en él, por cierto, se cuestionaba una idea trascendental de la poesía y buscaba restituirle su dimensión histórica:
‘Obsedidos por la inmortalidad creyendo
que la vida como belleza es estática e imperfecto el movimiento o impuro
Para terminar preguntándose:
¿Por qué se pierden en detalles como la muerte personal?’
Solo que, trágica paradoja, la vida de Gelman estuvo pautada por muertes personales, desde la llegada a la Argentina de su familia, emigrantes rusos expulsados después de la primera posguerra.
Hombre de izquierda, ligado a la revista Crisis, donde fuera secretario de redacción, se uniría a los Montoneros, pasaría a la clandestinidad, se vería amenazado de muerte por la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y se asilaría, finalmente, en Roma en abril de 1975.
Desde allí padecería el asesinato de sus mejores amigos y colegas: los poetas y narradores Francisco Urondo, Rodolfo Walsh y Haroldo Conti y, lo peor, el de su hijo, Marcelo Ariel, de apenas 20 años, y su mujer, Claudia García, de solo 19 y embarazada de siete meses.
Las diferencias dentro del grupo Montonero, en el exilio, lo llevaron a proclamar su disidencia, en febrero de 1979, cuando ya estaba en París, y a ser amenazado de muerte por sus otrora compañeros.
Tal es el dramático escenario, donde fue creciendo su poesía. Lector de César Vallejo y respaldado por Raúl González Tuñón, amante del tango y partidario ferviente de la revolución cubana, Gelman empleó varios heterónimos para que de los Estados Unidos al Oriente el prosaísmo conversacional de sus primeros versos se fuera haciendo más diverso. Mezclaba humor y nostalgia y muchos de ellos fueron musicalizados.
Si Nicanor Parra había encontrado en el Martín Fierro su ancla en lo popular, Gelman apela a una mitología porteña, donde íconos como Carlitos Gardel flexibilizan y modulan un lenguaje de arrabal y de fraternidad cómplice. A ella se une el explícito compromiso político y sus elegías por figuras como el Che Guevara.
Pero el drama vivido angosta su lenguaje, hasta la mudez del grito, erosionándolo con diminutivos y signos de interrogación. Es el balbuceo del padre trasmitiéndole, en vano, la sangre del lenguaje a su hijo y nuera torturados. Es el horror sin nombre, dejándolo exhausto.
Apelará Gelman, quien trabajó en el exilio como traductor, a los místicos españoles y a los poetas hebraico-andaluces para recobrar su voz, y universalizar su condición de paria expulsado del paraíso. No solo la revolución fracasada, no solo las calles de Buenos Aires, donde bien puede toparse aún con los agentes de los cuerpos represivos, sino el abandono total de quien solo posee su lengua como país, cuna y patria.
El verbo que él ha vuelto sujeto y el sujeto que ha hecho verbo, en sus necesidades de sobreviviente que debe acallar la muerte y al mismo tiempo volverla parte esencial del duelo que lleva consigo, en su cuerpo, y en el perenne cigarrillo de su voz humeante, que aún desgrana lentos silencios en un cafetín de Buenos Aires.
“Quien contemple el exilio es absorbido por él. Podrá hablar del exilio pero nunca de sí. Le pasó lo más terrible: no desea”. Esto lo escribió en Roma en 1980, pero Gelman terminó por volver a hablar de sí, para involucrarnos a todos. Identificó el cadáver de su hijo, con un tiro en la nuca. Recobró en el Uruguay a su nieta, entregada al nacer a la familia de un policía. Y fue capaz de revalorar la histórica fe perdida en el poder de la poesía. El Premio Cervantes contribuyó así a que nuestra memoria no claudique ni nuestra salud dependa de una u otra orilla.
Reside en el legado con que los poetas han trasmitido el turbio lenguaje de la tribu. Son ellos los que nos mantienen vivos. Los que nos conceden la férrea esperanza. Y la conciencia que solo una ética del lenguaje, en medio de un paisaje anímico devastado puede volver convincente y perdurable.
Una vida comprometida con sus ideas y sus esperanzas
El compromiso político contra la última dictadura militar argentina marcó la vida y la obra de Juan Gelman. Este poeta, periodista, traductor y militante político nació el 3 de mayo de 1930 en Villa Crespo (Buenos Aires). En 1967, formó parte de la organización guerrillera Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), que realizó acciones militares y políticas contra la dictadura de Juan Carlos Onganía. En 1973 pasó a integrar la organización guerrillera Montoneros.
Por cuenta de la dictadura, tuvo que exiliarse en Italia y Francia, antes de instalarse en México. Sus hijos Nora Eva y Marcelo Ariel, junto a su nuera, María Claudia García, que estaba embarazada de siete meses, fueron secuestrados por los militares: el 24 de agosto de 1976, irrumpieron en su domicilio, pero el escritor ya se había marchado al exilio.
Su vida fue desde entonces también una búsqueda incesante de los suyos; de su joven hijo, de su esposa y de ese bebé a punto de nacer. Trece años más tarde de aquel fatídico secuestro, se recuperó el cadáver de Marcelo, que yacía dentro de un barril de cemento y arena.
En 1978, Gelman supo por medio de la Iglesia católica que su nuera había dado a luz, sin poder precisar dónde ni el sexo del bebé. Después de 23 años de búsqueda, el 31 de marzo de 2000 le anunciaron que habían hallado a su nieta, María Macarena, que había nacido en cautiverio.
“Hace mucho que estoy en la búsqueda de mi nieta –dijo entonces Gelman a La Nación–. El presidente Batlle (en ese momento, Jefe de Estado uruguayo) ha demostrado gran sensibilidad. En una entrevista intercambiamos información y he confirmado que la persona que busco ha nacido en el Uruguay, que está en el Uruguay y que es querida por sus padres. Y hasta aquí llego, porque quiero preservar la intimidad de esta persona”. Su nieta fue criada por la familia de un policía uruguayo, que murió en 1996. Después de múltiples gestiones y dudas, finalmente pudo hallarla.
Para Macarena, fue un segundo nacimiento, cuando ya tenía 23 años. A esa edad, su madre le confesó que sus padres biológicos habían sido asesinados y torturados durante la última dictadura militar argentina.
Macarena luchó para cambiarse el apellido y ahora lleva los apellidos Gelman García, como su auténtico padre, como su auténtica madre, aunque mantuvo su nombre de pila, el que le impuso su madre adoptiva, porque los Gelman tienen ascendencia sevillana. “Podrán imaginarse lo que significa esto para cualquier ser humano. Yo mismo puedo sentirlo; soy abuelo”, expresó el poeta en su momento.
Gelman se acostumbró a expresar sus sentimientos desde niño. A los 3 años aprendió a leer, a los 8 escribió su primer poema y publicó sus primeras rimas a los 11, en la revista Rojo y Negro. Cursó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires, y a los 15 años ingresó a la Federación Juvenil Comunista. En 1948, comenzó a estudiar Química en la Universidad de Buenos Aires (UBA), pero abandonó poco después para dedicarse exclusivamente a la poesía.
El 8 de octubre de 1989 fue indultado por el entonces presidente Carlos Menem, junto con otros 64 exintegrantes de organizaciones guerrilleras y militares acusados de violaciones de los derechos humanos cometidas entre 1976 y 1983.
JUAN GUSTAVO COBO BORDA
Especial para EL TIEMPO
*Reconocido poeta y ensayista. Ha sido prolífico autor literario, diplomático y gestor cultural.
Con información del diario argentino La Nación, miembro del Grupo de Diarios de América (GDA).