Diciembre 9, 2024

Cambios lentos y graduales: ¿cuántas veces oiremos estas palabras?

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Recuerde estas dos palabras. En el breve serán de un recurrencia abrumadora cuando las metas propuestas no aparezcan, cuando se cumplan los plazos y nada, en fin, cuando las ofertas que volaron como esporas sobre las expectativas de la chusma, ávida de respuestas, ya no sean lo que imaginó la ingenuidad de muchos.

En breve la nueva pero vieja presidenta, dará a conocer su gabinete. No lejos de ahí, muchos ojos y oídos expectantes estarán sacando sus cuentas para saber cómo se viene la mano respecto de sus exigencias, por un lado, y por otro, lo que va a vender como pomadas cicatrizantes, en vez de soluciones de fondo.

 

¿Es posible una educación sana en un sistema económico enfermo? No. Del capitalismo en la versión que sufre la mayoría del pueblo de Chile, no se puede esperar un modelo educacional distinto. El actual sistema educacional es al modelo, lo que las peras al peral: su fruto necesario.

 

Y las ofertas concertacionistas no van a ser sino más en lo mismo.

 

El problema de la educación es político y se resuelve por la vía política. Esperar que una parte, cuya gravitación social es superlativa, sea en esencia diferente al todo, es esperar mucho de un sistema que requiere de precisos engranajes y una singular configuración para que funcione.

 

¿Es posible esperar una educación gratuita, de calidad, inclusiva, no discriminatoria, que forme personas críticas, libres, con raciocinio? En el actual estado de cosas, esa educación estaría formando subversivos, guerrilleros, encapuchados y rebeldes. Las sociedades tienen sistemas educacionales más democráticos, en cuanto más democráticas son.

 

Si la educación es uno de los temas relevantes de la discusión política hoy, no es porque los hombres buenos del cártel que dirige el país, lo haya instalado. Cursa en los corrillos intelectuales y en las páginas políticas contra el deseo del status quo.

 

La irrupción de los estudiantes y sus consignas subversivas son señales de la corrupción, corrosión, de un sistema entero. Es la expresión de la crisis del sistema, de su cultura, que durante tantos años se mantuvo con una apariencia lozana, pero que llevaba una procesión por dentro: sus víctimas.

 

Y lo que vale para la educación, vale para todo el resto.

 

Del mismo modo que en el actual estado de cosas es impensable un sistema de pensiones de base solidaria, que haga legítima justicia a los trabajadores pensionados, tampoco es posible un código laboral que reconozca todos los derechos de los trabajadores que hoy no se respetan y se ignoran.

 

¿Puede el sistema dotarse de un método electoral que de verdad sea capaz de convocar a votar a una gran mayoría y permitir que su opinión sea respetada y que prohíba y castigue el financiamiento de los políticos por los empresarios y que dirigentes sociales puedan ser candidatos y que la mentira sea penada y que la manipulación castigada como corresponde? No. El sistema no se suicida. Para ver su cadáver hay que matarlo bien muerto.

 

Sume y siga.

 

La educación chilena es la adecuada a la cultura de esta fase neoliberal del capitalismo. Cada sistema social determina su educación porque es ahí donde se recrea su cultura. La crisis en la que viene navegando obedece a la confirmación de lo que dicen expertos en el tema: el mercado en educación es un fracaso, desde el punto de vista de los propósitos trascendentes de la educación, pero un lujo para los efectos de su aspecto comercial.

 

El problema es que este fracaso, bien administrado, puede durar varias generaciones sin que termine de desintegrarse si no hay una fuerza suficiente para el efecto de hacerlo. Del mismo modo en todos los ámbitos que hoy viven su crisis.

 

No hay cambio real, sin desmantelar lo que existe. Las gradualidades de las que se habla en voz baja, sólo buscan afirmar más aún un modelo que necesita de ciertas reparaciones para seguir caminando a buen paso.

 

Cambios, reformas, parches, refacciones, no resuelven el problema de fondo. Los que así piensan, por ejemplo la dirección PC, asumen premisas muy peligrosas y tembleques como que es posible hacer cambios estructurales, es decir, que cambien el carácter neoliberal de la economía, mediante la aplicación de parte del programa de Bachelet.

 

Imposible. Habrá tiempo para reconocer que las razones para integrar el siguiente gobierno no están en esas razones, pero, como se sabe, cada maestrito con su librito.

 

Pero es en el otro lado donde están las soluciones. Donde es necesario desplegar una bronca provista de la suficiente inteligencia colectiva capaz de entender que sólo una vasta articulación de voluntades similares, aún cuando se piense de manera diferente, y que levante una idea de país distinto a esta mierda que vivimos, es la que va a impulsar los cambios, ahora sí, de naturaleza fundacional.

 

Se necesita otro país, no éste, remendado.

 

En un proceso de esa naturaleza sí se puede avanzar gradualmente, paso a paso, reformando lo que quede obsoleto, equivocándose y rectificando. Y no será necesario amenazar con poner los pies aquí o allá para avanzar. Será suficiente con tenerlos muy bien asentados en la tierra.

 

 

 

 

 

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