Diciembre 26, 2024

Incertidumbre

Don Mario murió en el aislamiento 30. Nadie supo la hora exacta en que dejó de respirar o de funcionar su cerebro o de ser un ente relacional o como sea que definamos la muerte. Sólo tenemos algunos fragmentos para reconstruir lo que pasó, a través de los otros, que dicen que lo vieron. De esa manera nos acercamos a la realidad con nuestros instrumentos deformadores llamados sentidos que reciben lo ya deformado por sus respectivos tamizajes. El hecho concreto es que una enfermera al entrar a controlarlo para entregar el turno de la mañana, lo encontró en ese estado de quietud suprema, al abrir la puerta corredera que suena en forma endemoniada y nunca cierra bien.

 

Por donde seguir, si por la estela que deja la muerte o por la realidad que nos esquiva cada vez que la hurgamos con lupa. Tal vez sean dos aspectos de una misma moneda, como la vida y la muerte o la ficción y la realidad. Y nosotros en esta permanente dualidad, a veces estamos en medio de los dilemas, buscando soluciones que no llegan ni se nos ocurren y otras, como parte del problema, contemplamos desde la orilla, como suceden las cosas mientras el río con sus inquietudes sigue hacia el valle de la incertidumbre.

 

Todos sabíamos que iba a morir. La búsqueda tanto en la biblioteca de Alejandría como en la moderna biblioteca virtual, desempolvando papiros o leyendo artículos recientes, no daba con las respuestas para saber del tratamiento de los males que lo aquejaban. La señora con la guadaña, que tranquilamente había esperado varios años, en la sala de espera del policlínico donde lo atendía con regularidad, ahora caminaba erguida y siempre triunfante, por el pasillo del sexto piso del hospital. Las consultas con colegas y expertos de otros valles, no daban en el clavo y la duda permanecía después de dos ciclos de quimioterapia sin respuesta alguna. Después de algunas noches de conversaciones con la almohada por parte del paciente y del insomne doctor, se produjo en la última visita, del último día de la semana, el momento de decidir ante la bifurcación del camino. La mascarilla requerida para entrar a la habitación me favorecía para esconder mis perplejidades y al mismo tiempo percibía las dudas que ensombrecían su aliento, al ver como se escurría su propia vida en cada suspiro.

 

De alguna manera, el principio de incertidumbre inundaba la materialidad de la pieza. No podemos saber al mismo tiempo, la velocidad y la posición de una partícula y por lo tanto al enfrentarnos a conocer la realidad, siempre tenemos que optar por una u otra variable pero nunca la abarcaremos en su totalidad. Nuevamente mi formación me traiciona y me lleno de palabras para tratar de explicar lo ocurrido aunque ya sabemos que todas las situaciones humanas son nebulosas, sobre todo cuando conocemos los límites humanos cargados de las ignorancias más profundas y dominadas por un azar que desconocemos, en lo absoluto. En síntesis, un nuevo ciclo de quimioterapia era lo recomendado y era lo aceptado.

 

Solo me gustaría añadir una frase que me lanzó, desde su cama y con el perfil de su mirada:

 

-Yo confío en Usted, Doctor. La piedra enviada cayó como una pesada mochila, sobre mis hombros, que ya fatigados, sólo querían desplomarse.

 

Seguir o parar era la decisión crucial de la encrucijada de ese eterno momento, que tomó con la información disponible y con el razonamiento que le permitía su enflaquecida y anémica, condición vital. Si nos damos un tiempo y miramos hacia atrás, nos damos cuenta de la infinitud de momentos en que tomamos decisiones que van definiendo nuestra vida. Desde la mañana en que abandonaste el hogar original, persiguiendo a una persona que te había robado el corazón y algo más o la tarde en que ocultaste a un perseguido, protegiste un desvalido o alzaste la mano y la voz para defender algún derecho pisoteado en tiempos dictatoriales y al caer la noche en que desabrochaste, uno a uno los botones de su vestido para sumergirte en el mar para amar. Muchos momentos diferentes, que van siendo tejidos y unidos por un hilo ético, que como un poncho finalmente cubre todo tu ser.

 

Ética, al fin llegamos a esa palabra que haría huir al diablo, si existiera. No todo puede caer en la nada y en el vacío existencial o algo de mí se niega a creer en la automatización y mercantilización de todos nuestros actos. Al menos, un paciente que vivió sus últimos meses en un aislamiento, de un hospital en un lejano país, de un minúsculo planeta en un universo que se expande, merece algunas frases como cometas. La vida al final de la vida es un reloj de arena que contiene toda la existencia y en ese sentido para conectarnos con su mecanismo hay que dejar por un rato, las superficialidades del momento, con sus frases clichés y palabras de buena crianza. Apagar el celular y desconectarse de la imbecilidad reinante. De a poco entrar en el silencio y esperar que la noche llegue para alumbrarnos con la luna y las estrellas. No queda más que uno y el rumor de la vida que susurra desde el interior una palabra y esa palabra es dignidad.

 

Morir con dignidad no existe. Lo que existe es una vida con dignidad y aunque parezca lo mismo, no es igual. No caigamos en la trampa de pensar solo en la última bocanada, en esta ruleta y mientras la bolita siga girando, el pleno respeto a los derechos humanos y de la madre tierra, en todas las condiciones y lugar, es el monto mínimo para empezar a jugar. No me sirve la ética religiosa, que pone el acento en la salvación de este de valle de lágrimas y pecados en otro hipotético espacio y lugar, tampoco la ética academicista, que simplifica tanto los principios que termina avalando las conductas más inhumanas, crueles y desalmadas de un sistema que no se cansa de despojar y mutilar. Si me sirve una ética que desordene este casino de pinganillas para que nadie marque las cartas. Una ética que intente desde la marginalidad y potencia de lo inédito, buscar la salud en la vida integral y permita disponer de un lugar en que los seres que van a morir no se sientan en el coliseo romano, sino que en un lugar en donde las preferencias y deseos sean respetados.

 

Cuando se aproxima la muerte, no hay tiempo para maquillajes y ritos sin sentido, buscamos de lleno las profundidades del abismo. Un abismo que pudo haber estado contenido en la dulzura de una mano, que nunca llegó al aislamiento número 30.

 

Álvaro Pizarro Quevedo

9 de Enero 2014

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *