
Creo que la propuesta del académico concertacionista Fernando Atria de convocar a una Asamblea Constituyente para una nueva constitución era correcta y esperanzadora para los más optimistas en cuanto a la capacidad de redención de la Nueva Mayoría. Asistí a un acto en el ex Congreso Nacional donde Atria fundamentó sólidamente la Asamblea, pero también me quedó muy claro allí que la nomenclatura del futuro gobierno estaba en otra, por lo pronto en la sala no estaba.
Ya en reemplazo de Atria, en los aspectos técnicos se dice, Pancho Zuñiga ha dicho que el camino es institucional, en tanto Andrés Zaldivar ha reiterado que no habrá Asamblea Constituyente. Están empezando a hablar los que mandan. El que se mueve no sale en la foto, es decir el que se desordena no agarra peguita en marzo. Vamos chiquillos, vista al frente y confianza en el mando. Éste es un argumento muy poderoso para los que van por los senderos del pragmatismo.
Se formarían comisiones para estudiar si en cuatro años es posible preguntarle a la ciudadanía si es necesario discutir, ellos por supuesto no nosotros, una nueva constitución. En el interín, el estado seguirá enriqueciendo a la clase política y a los empresarios, olvidándose de los ciudadanos y dejando que las minorías se impongan a las mayorías, haciendo de la democracia un concepto que pierde legitimidad cada día y que ya cuenta con el desprecio de la mayoría de los chilenos.
¿Qué debemos hacer los que creemos el relato roussouniano de que todos los hombres son ontológicamente iguales y que la voluntad popular y no las camarillas paren las constituciones democráticas?
No me cabe duda que no debemos estar a los ritmos de los que lucran del poder, del empresariado y las transnacionales extranjeras que saquean nuestras riquezas naturales. Cómo le vamos a pedir a parlamentarios que ya lo serán por 30 años que se opongan a la elección indefinida o que pongan límite a sus remuneraciones escandalosamente autoasignadas,
Debemos autoconvocarnos en una Asamblea Nacional Constituyente que dé a luz un proyecto de Constitución que se discuta en todo el país para transformarse luego de un acto de legitimación final en la Constitución del Pueblo de Chile que debemos exigir sea plebiscitada.
La clase política, es decir los recaderos del empresariado, no lo harán, pero habremos ganado en conciencia, unidad, legitimación y capacidad de orientar las coyunturas y de haber hecho que millones de chilenos sepan que una nueva Constitución no es cosa de los políticos sino que del pueblo soberano.
El sistema deberá sacarse su capucha democrática y mostrar lo que es: la continuidad del pinochetismo.
ROBERTO AVILA TOLEDO