Diciembre 8, 2024

Consignas revolucionarias

La izquierda tiene una fijación por ellas. No puede vivir, ni desfilar, si no es al ritmo de esas frases que revientan el aire, disparan certezas y definen marchas imbatibles, hasta la victoria final y más allá.

 

Y, cada cual más atinada, precisa e inteligente, intenta con suerte variable, responder a un momento justo de la historia, a un estado de ánimo, y se propone interpretar con precisión cósmica lo que el pueblo quiere. Pero sólo a veces resulta.

 

En otras, la consigna no pasa de ser un deseo anidado en el muy rojo y valiente corazón de sus creadores. Sin consigna, la izquierda no se mueve. Se desorienta pierde el norte y el resto de la rosa. Si no hay una frase magnética, una afirmación categórica, definitiva, fulminante, una certeza sintetizada en un par de palabras puestas en un orden magistral que permita ser gritada en coros multitudinarios y fervientes, la izquierda se marea como un marinero en tierra. No parte, no prende.

 

La consigna, siguiendo sus significados estándar, es una orden que se debe cumplir. La izquierda agrega: hasta dar la vida si fuese necesario. La consigna permite reconocerse, es una especie de santo y seña que hermana en el rudo camino del revolucionario. Es el refugio que guarda las esperanzas del triunfo inevitable, irreversible. Es la última trinchera que permite sobrevivir en las peores condiciones, afirmados en una convicción capaz de superar el miedo, el cansancio y la derrota.

 

La consigna se canta, se baila, se versifica, preside los estrados, marcha adelante, flamea en las banderas, se reitera en el discurso. La consigna, cuando es buena, va más allá de las fronteras, seduce en la distancia, afirma en la duda y acompaña en la muerte.

 

La consigna es la suma de la teoría y de la práctica. Es lo que grita el condenado frente al verdugo en una postrer demostración de heroísmo que no tiene el enemigo. Desde el Firmes y Dignos y el Sursum Corda, de tiempos remotos, hasta el Todos a la Moneda y el Chile de todos, de tiempos algo más recientes.

 

Pero ese motor de la historia casi siempre, ha terminado mal, fracturada, acusada de falsa, creadora de ilusiones, la que en su decadencia ya no eriza los pelos, si no que mueve a risa a los más escépticos, y genera la burla de los sardónicos.

 

La consignas, en lo que va de historia, no han sido sino grandes mentiras que en su momento han tenido la gracia de seducir a millones tras las causas más grandes de la humanidad.

 

No pasarán decían los republicanos mientras combatían al fascismo mundial en las castigadas tierras españolas. Y esa causa de todos los revolucionarios y democráticas del mundo, perdió. Pasaron.

 

Lo mismo dijo la jefatura del Frente Sandinista de Liberación Nacional cuando la contra revolución, financiada por la CIA, impulsaba una guerra de desgaste contra la revolución más bella. Por cierto, pasaron. Con cargo a la desestabilización del imperialismo y a los errores del mando, pasaron.

 

Venceremos, decía la Unidad Popular. Fuimos vencidos. La alegría ya viene, dijo la oposición a la dictadura. Y la alegría vino, pero sólo para los alegres de siempre.

¿Qué han tenido estas consigas? Que a pesar de resultar finalmente fracasadas, mientras tuvieron vigencia, lograron seducir a millones tras una causa.

 

Entonces, qué condición debe tener una consigna revolucionaria para que no termine en estados de esa magnitud?

 

Hay un caso. El Patria o muerte cubano tiene ese despliegue de heroísmo que asusta y que seduce. En sus extremos hay una verdad que los cubanos han sabido encarar con su heroísmo legendario. Y han sido capaces de enfrentar la vida, con la misma crudeza y decoro, con el que han enfrentado a la muerte.

 

Qué condición debe tener una consigna que valga la pena?

 

Que sea capaz de impulsar hasta la escasa oportunidad del triunfo, pero que siga siendo válida incluso en la derrota.

 

 

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