Diciembre 7, 2024

La primera batalla: derrota electoral de Marcel Claude

La reciente derrota por parte del movimiento “Todos a La Moneda” y de su representante, Marcel Claude, nos abre muchas interrogantes a quienes pensamos de forma “esperanzada” que podríamos empinarnos como una fuerza política potente de cara a una futura elección. Y digo de una futura elección porque si había algo claro en nuestra proyección política era que la posibilidad de ganar frente a una candidata tan bien posicionada mediáticamente como lo es Michelle Bachelet era escasa. 

 

 

No sirvió el querer cambiar esa visión derrotista imperante en Chile, que lleva a la gente a votar por el mal menor y plasmar en el pueblo ese ideal político con el que nos jugaríamos la vida para cambiar la estructura de un modelo perverso y malévolo, que beneficia a algunos en desmedro de miles. No sirvió el anhelo de despertar las mentes de esas millones de personas que habitan nuestro país y avanzar junto a ellos en la construcción de una sociedad mejor para todos y en todos los ámbitos. Es aquí donde debemos detenernos entonces y reflexionar profundamente sobre los errores cometidos, para lograr aprender de ellos y aspirar así, y sólo así, a construir una plataforma política con proyecciones reales para alcanzar el poder. 

 

Quizá el mayor error se deba a la premura con la cual se generó una campaña tan ambiciosa como esta, obviando el trabajo de bases que siempre debe existir y que antecede a cualquier contienda electoral. Quizá a eso se refiere Gabriel Salazar cuando señala que Marcel Claude se adelantó un par de elecciones, ya que probablemente hubiera sido mejor el primero generar ese trabajo “hormiga”, con el estudiante y el trabajador, con el poblador y el profesor, para así potenciar la base del proyecto político posteriormente. Para crear desde la fuerza política una sólida fuerza electoral. Es cierto, algo de eso hubo, pero definitivamente no fue lo suficiente.

 

También es cierto que tanto el candidato como la mesa central del movimiento cayeron en lo que muchos anunciaban como una especie de profecía autocumplida. Las ganas, los anhelos y (también reconozcámoslo) la ambición de encabezar un proyecto tan revolucionario en el mojigato Chile de hoy, llevaron a la cúpula del movimiento a invisibilizar a ciertos sectores y a no escuchar a los demás comandos regionales, generando roces que finalmente desencadenaron la ruptura del movimiento en su misma base, conflicto del cual extrañamente aún la prensa del duopolio no hace festín. Ahí hay una gran lección que aprender entonces, si lo que queremos es de verdad generar un movimiento articulado y con reales aspiraciones presidenciales. Serán ellos los que tendrán que recordar – y tendremos nosotros que recordárselos cada vez que sea necesario – que el movimiento no son ellos. Que el movimiento no es un candidato ni sus asesores, sino que se debe a todos aquellos que participaron de cualquier forma y a todos aquellos en los cuales este proyecto despertó nuevos sueños. A todos ellos que se levantaron a votar por vez primera (donde mi incluyo), pensando que de verdad se podía llegar a lograr algo mejor. Es importante reconocer los grandes logros de esta campaña y de su candidato, pero no podemos desconocer los grandes errores que se cometieron y que frenaron el rápido avance que tuvimos como movimiento hasta después del Caupolicanazo.

 

Estoy completamente de acuerdo con muchos de mis grandes amigos de vida, amigos estudiantes y amigos de trabajo, gente culta que sabe que prácticamente siempre la vía electoral resulta falsa y es solo ficción que te obnubila y te hace pensar equivocadamente que tenemos el poder de elegir quien guiará los destinos de nuestra gente por un lapso determinado de tiempo. Estoy de acuerdo en que ni siquiera ese poder tenemos, ya que todo está elegido de antemano. Quisimos cambiar esa historia y la lección fue clara. Aquel que ose a atreverse a generar una campaña que tenga como bastión central la consideración real de la gente, que no se financie a través de grandes grupos económicos, que sea capaz de enfrentar con fuerza y determinación a aquellos que por tanto tiempo han jugado con nuestros sueños y esperanzas, aquella persona que se atreva a desafiar a los grandes poderes políticos de este país está cometiendo un grave error. Será despedazado y apaleado en el suelo, para dejar un mensaje claro y para que así nadie más tenga la osadía de emprender semejante proyecto insurrecto. Es sobre este tipo de batallas que esta actual izquierda fragmentada, vanidosa y arrogante tiene que reflexionar urgentemente si en algún momento de su historia pretende conquistar el poder para entregárselo – de verdad – a la gente. 

 

Pero no nos equivoquemos. Debemos conquistar la institucionalidad para generar cambios sustanciales y que estos sean para todos; desde abajo, pero también desde arriba. A través de esa conquista del poder institucional se podrán generar mejores condiciones sobre las cuales se continuará el trabajo permanente con nuestras bases. Lo importante hoy es saber que tenemos que crear las instancias que nos permitan acceder de una vez por todas a esos cambios estructurales, no con la Concertación, ni mucho menos con la Alianza, sino con un proyecto político real, que tenga como fin la concientización y politización del pueblo y de sus trabajadores. Sólo así podremos recuperar nuestras esperanzas y lograr esa sociedad con la cual tantos de nosotros soñamos y con la cual tantos de nosotros compartimos muchos de sus anhelos, pero que muy pocas veces podemos aterrizar en un sólo proyecto. De nosotros dependerá que esta sea sólo la primera batalla y que nuestros sueños y esperanzas no hayan muerto en ella.

 

 

 

Mauro Ramos Roa

Académico UMCE/UAH

Magister en Lingüística Aplicada

 

 

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